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viernes, 15 de enero de 2016

De donde crece la palma real (Primera Parte)

Intrínseca a la noción de cubanía, la palma real (Roystonea regia) ejemplifica cómo las identidades colectivas suelen moldearse de acuerdo a circunstancias históricas que pueden estar imbricadas en las experiencias paisajísticas. en el caso cubano, esto significa el protagonismo del entorno campestre como espacio de actuación durante su gesta emancipadora.


Durante las guerras independentistas contra el coloniaje español (1868-1898), el valor utilitario y simbólico de la palma real alcanzó su máxima expresión, pudiéndose establecer una correspondencia entre la significación de ese árbol y el proceso de acrisolamiento de la nación cubana.
 Infografía sobre los ussos de la Palma Real.

La palma real (Roystonea regia) es intrínseca a la noción de cubanía, no solo por su indiscutible belleza o magnificencia como componente distintivo del paisaje insular, sino porque conjuga dos tipos de valores: el utilitario y el simbólico. A su primigenio empleo para satisfacer determinadas necesidades humanas relacionadas con la gestión del hábitat, sucede su asimilación como uno de los referentes visuales que acompañan el proceso de formación y consolidación de la cubanidad. Como resultado, la palma real devino símbolo de identidad, siendo el único componente de la flora y la fauna que integra el escudo nacional, además de ser refrendada como Árbol Nacional por la Ley Forestal de la República de Cuba.1

Los pormenores de este proceso durante el cual un exponente del patrimonio natural (forestal) se convierte también en patrimonio cultural, pudieran ser enfocados de manera evolutiva, teniendo en cuenta que ambos valores, el utilitario y el simbólico, se reforzaron recíprocamente, si bien el uno pudo prevalecer por encima del otro, en dependencia de las necesidades y exigencias de cada momento histórico. Es lo que pretende abordar este trabajo, sobre la base de que la palma real ejemplifica cómo las identidades colectivas suelen moldearse de acuerdo a circunstancias históricas que pueden estar imbricadas en las experiencias paisajísticas. En el caso cubano, esto significa el protagonismo del entorno campestre como espacio de actuación durante su gesta emancipadora: «La lucha por la emancipación individual y nacional, ha tenido en el entorno natural de los campos de Cuba su escenario principal. Los combatientes indios, negros, mambises y guerrilleros tuvieron que adaptarse durante cinco centurias a las condiciones de vida que imponía su naturaleza tropical».2

En su calidad de recurso de subsistencia ancestral, empleado por la población aborigen, la palma real fue retomada por los independentistas cubanos al internarse en los campos («alzarse en la manigua») para satisfacer las necesidades más perentorias de la vida en campaña: vivienda, comida, abrigo… Estos factores de carácter antropológico fueron redimensionados en las condiciones de enfrentamiento bélico contra el colonialismo español, llegando a alcanzar los palmares una fuerte connotación simbólica: al ser elegidos —por ejemplo— para enterrar a los mambises caídos en combate.

Tras lograrse la independencia de España, con el advenimiento de la República en 1902, comienza el proceso de construcción simbólica de la nación cubana a partir del legado de las guerras de independencia, en el que se incluye el significado de la palma real, cuya preeminencia resultará inobjetable sobre los demás «atributos nacionales»: la mariposa, Flor Nacional, y el tocororo, Ave Nacional.

 Infografía sobre el bohío, considerado patrimonio vernáculo.
DIMENSIÓN ANTROPOLÓGICA

La palma real se encuentra raigalmente vinculada a la evolución de los patrones de hábitat en el Caribe insular desde la etapa precolombina. Este árbol endémico era plenamente identificado por los indocubanos y habitantes de otras islas, como demuestran los aportes de la antropología lingüística, la cual nos permite «vislumbrar algunos de los procesos mentales de los aborígenes antillanos a través de las palabras que nos han dejado (…) Y de ese proceso inferir cómo se veían a sí mismos y a sus semejantes, cómo identificaban las islas adonde llegaban y nombraban los accidentes geográficos que en ellas descubrían, cómo se situaban ante su organización social y cómo percibían y caracterizaban la flora y la fauna que les rodeaba».3 Así, entre los topónimos arahuacos que han pervivido hasta nuestros días aparece guano, que en español significa «palmar»,4 y múltiples variantes del mismo: guanabo (palmares), ariguanabo (el río del palmar), guanababo, guanajay, guanamón, guanabacoa, guanahacavives…

Por otra parte, las principales fuentes documentales primarias del descubrimiento, conquista y colonización de Cuba (diarios de navegación, cartas de relación, memoriales y ordenanzas…) testimonian el asombro de los españoles ante la abundante presencia de las palmas en el paisaje insular. Según relata en Historia de las Indias el fraile dominico Bartolomé de las Casas, basándose en las descripciones del propio Cristóbal Colón,5 durante su primera exploración por el territorio cubano, este «vio un cabo de tierra lleno de palmas, y púsole Cabo de Palmas».6 Pero será al establecer una comparación de la flora autóctona con los referentes conocidos de España, que el Almirante pudo haber reparado en la Roystonea regia —distinguiéndola de otras palmáceas— al dejar constatado el empleo de ese árbol por los aborígenes en la gestión del hábitat: «Dice el Almirante que nunca tan hermosa cosa vio; todo el río cercado de árboles verdes y graciosísimos, diversos de los nuestros, cubiertos de flores y otros frutos, aves muchas y pajaritos que cantaban con gran dulzura (…) vio verdolagas y muchos bledos de los mismos de Castilla, palmas de otra especie que las nuestras, de cuyas hojas cubren en aquella isla las casas».7

Según la jerarquía de sus habitantes, esas viviendas diferían en su tipología: mientras que los caneyes, de forma redonda, estaban destinados a los caciques, el resto de los miembros de la comunidad vivían en los bohíos, construidos de manera rectangular.8 Esos habitáculos son epítome del uso ancestral de la palma real, cuyas partes más significativas —morfológicamente hablando— eran empleadas también en el resto de las modalidades constructivas aborígenes (barbacoas, cansí, conucos o jubos, baqueques, bajare o bajarete…): «Todas se construían de yagua ó jagua, que entrelazaban por arique (la tira de una yagua), cabuya (cordel delgado) ó bayahe (cuerda fuerte de bejuco), y techadas exteriormente por el bijao (bihao) ó por el guano, resto de hojas, corteza, etc., que se desprendían de las palmas».9

Durante el proceso de conquista y colonización de la Isla, independientemente de cuál fuera su tipo, esas viviendas ya eran reconocidas por los españoles con el nombre genérico de bohío, como se evidencia en el propio testimonio del fraile dominico. En diversos pasajes de su Historia…, De las Casas describe cómo los conquistadores recurrieron a las palmas como materia prima, al arribar por primera vez a un medio geográfico que les resultaba desconocido y, en gran medida hostil, sin tener los medios y recursos necesarios para hacerle frente. Sobre todo en Cuba, donde la escasez de metales preciosos no favoreció un rápido poblamiento europeo, «la primera respuesta edilicia de los españoles asumió las formas precarias de los aborígenes a partir de los materiales naturales de más fácil y directa obtención».10

De mayor estatura que los indios, los nuevos habitantes introdujeron modificaciones en el bohío, como es el aumento en el puntal libre de los espacios y el incremento del moblaje, pero conservaron —entre otros elementos— la cubierta hecha con las hojas secas de la palma, llamada cobija, y las paredes de yagua o tabla. Solo con el paso de los años, y hasta de los siglos, se renunciará a esos materiales al introducirse la técnica de embarrado para construir paredes y tabiques interiores, además de que la teja de barro sustituye a la cobija en las casas de madera.11 Sin embargo, en las zonas rurales más apartadas siguió predominando el bohío en su versión primitiva, intrínsecamente asociada a la predominancia de la Roystonea regia.

Otras utilidades confirman la dimensión antropológica de la palma real, pudiendo afirmarse que ese árbol fue creado por los dioses o la naturaleza para beneficio del hombre (ver infografía en página 15). En dependencia de cuáles sean las propiedades de sus partes (físicas, alimenticias, medicinales…), estas permiten satisfacer importantes necesidades vitales, convertidas en utensilios domésticos o como fuente de subsistencia. Transmitidas de generación en generación por tradición oral, esas prácticas subsistieron luego de que la población indocubana quedara prácticamente exterminada durante el régimen de encomiendas, si bien hubo indígenas que se mezclaron con españoles y africanos, o lograron supervivir en forma aislada y tener descendencia.12 Pudo suceder también que esas prácticas fueran transferidas por los aborígenes fugitivos a los negros esclavos que llegaron a partir del siglo XVI para suplantarlos como mano de obra: «La misma desgracia une en un comienzo al indio y al negro, por esta razón, los primeros cimarrones y palenques iniciales no fueron de negros, sino de indios. Ellos enseñaron a los negros la forma de salir al monte y buscar la libertad».13 

Sin dudas, el hecho de que los negros cimarrones establecieran sus palenques en zonas de dificilísimo acceso, aprovechando los obstáculos naturales para que sus perseguidores no pudieran apresarlos, debió ifluir en que las bondades de la palma real fueran apreciadas en toda su magnitud. A favor de esta hipótesis contribuyen los estudios etnológicos que destacan el significado de la Roystonea regia en los cultos religiosos afrocubanos, tanto en el Palo Monte, denominación desarrollada por los congos de origen bantú, como la Regla de Osha, por los lucumíes de origen yoruba. Así, para estos últimos, «el más popular de los orishas, Changó, “Alafí-Alafí”, rey de Oyó y rey de reyes, Changó, Santa Bárbara, es inseparable del árbol más bello y sugestivo de Cuba. Changó Olúfina, como hemos visto, mora en las ceibas, pero a la incomparable palma real, que imprime al paisaje de “la verdadera casa de Alafí”, su vivienda predilecta».14 

En un sentido semejante debe asumirse el aprovechamiento de la palma real en la llamada «medicina popular», en la cual confluyen los conocimientos de la «herbolaria, santería, curanderismo, y otros elementos que no están suficientemente estudiados».15 Preparadas a modo de infusión, la raíz y corteza del árbol son recetadas para combatir las afecciones renales, así como la arteriosclerosis, el asma, los calambres, el catarro, la mala circulación sanguínea, las hemorragias y la lepra. Aunque no existen evidencias científicas que amparen sólidamente esas propiedades curativas, existe una larga tradición que refrenda también esos aprovechamientos.

De todo lo visto pudiera argüirse que, debido a su dimensión antropológica, la palma real es un recurso natural que devino objeto de contacto cultural, al imbricar —gracias a su utilidad— el componente aborigen con lo africano y lo hispánico. En ese sentido, bastaría reconocer el bohío como «nuestro exponente de arquitectura más relevante del proceso de transculturación».16 Pero se necesitarán otros argumentos y circunstancias para que la Roystonea regia llegue a ser elegida símbolo nacional; en primer lugar, que fuese identificada como un referente visual, lo que se produce a partir de que la naturaleza insular es invocada como eje temático por la poesía romántica de contenido patriótico e independentista.


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