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miércoles, 15 de febrero de 2017

LOS LATIDOS DE LA INOCENCIA

Foto tomada de: En el Amanecer de la Luna

 (novela inédita del mismo nombre)
Lola Benítez Molina

Aquel día el sol brillaba de manera especial, o… ¿era yo la que lo hacía? Era un día apacible, de esos que la memoria guarda, con esmero, en lo más recóndito, del mismo modo que un niño esconde en un lugar secreto aquello que él cree que es un tesoro. ¿Habría algo que viniese a perturbar aquellos momentos? Presentía que sí, que no era un día de tantos.
Salí, como de costumbre, sobre las siete de la mañana. La temperatura, a esa hora, todavía era agradable. El sol emergía, pero una luna llena se negaba a irse. Aún permanecía suspendida, dando lugar a una hermosa conjunción. Uno de esos instantes que sabes que, aunque se repitan, ya no serán igual.
Pasó por mi lado. Su presencia la percibí en el ambiente, igual que se capta la sutil fragancia de un perfume. Unos y otros iban inmersos en sus prisas y pensamientos. Pero, él se detuvo y tan solo me habló con la mirada. Eran sus ojos. Había cambiado bastante, pero su mirada mantenía esa edad y esa inocencia que nunca se olvidan, cuando uno se deja llevar por sus pasiones.
En más de una ocasión saqué el billete de avión al lugar donde se quedó anclada mi felicidad. Y, sí, fui, me embriagué de dulces amaneceres.
Corría el mes de Junio, con su febril aroma dormitando en el ambiente. Mes de San Juan, de júbilo, de nuevos despertares, de deseos fervientes que durante el invierno parecían aletargarse.
De nuevo, con su marcha repentina, esos días de hiriente agonía.
Es curioso, pero siempre busco algo que me conecte con el pasado: un gesto, una cara, una sonrisa… Las casas abandonadas, deterioradas, me parecen un nexo de unión. Algo me dice que si traspaso esa puerta prohibida resurgirá lo inerte, parte de lo que hubo, de lo que un día, ya lejano, existió, porque, aunque el tiempo todo lo menoscaba, hay ciertas cosas que perduran: los latidos de la inocencia. Sí, aquellas pulsaciones que persisten en nosotros con una viveza inaudita y firme.

Después de la inocencia perdida me aferro a las sabias palabras de Cervantes: “Confía en el tiempo, que suele dar dulces salidas a las innumerables dificultades”. 

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