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lunes, 15 de mayo de 2017

La Casa de Beneficencia del obispo Claret en Puerto Príncipe. Un sueño irrealizado

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por Carlos A. Peón-Casas

Sobre tal particular hay alusiones diversas. La más clara la da un librito ya inencontrable: Historia de los Hospitales y Asilos de Puerto Príncipe o Camagüey, que diera a luz un acucioso investigador del tema: René Ibañez Varona en 1954. El folleto de marras es parte de una publicación más extensa. Los Cuadernos de Historia Sanitaria, auspiciados en la época por el Ministerio de Salubridad y Asistencia Social de Cuba.

Allí, leemos cómo Claret, luego de su primera visita a la otrora ciudad principeña en 1851,y luego de haber comprobado el calamitoso estado de muchos niños desamparados, y abandonados a su suerte, decidía para paliar tal situación “en los primeros días del mes de enero de 1855, adquirir en compra un lote de terreno al final de la calle San Ramón”.

El hecho, fácilmente contrastable en su Autobiografía, se lee bajo el número 563:
Para los pobres compré una hacienda en la ciudad de Puerto Príncipe. Cuando salí de la Isla llevaba gastados de mis ahorros veinticinco mil duros. El presbítero don Paladio Curríus dirigía la obra la obra en la construcción de la casa(…) comía y dormía en la misma hacienda con los trabajadores, a fin de vigilarlos y dirigirlos.
El proyecto del buen arzobispo, era dotar a niños y niñas sin amparo, de un sitio donde “se les había de proveer de comida y vestido y se les había de enseñar la Religión, leer, escribir, etc., y después arte u oficio que quisiesen” . Los pupilos serían igualmente colaboradores en el sostenimiento de la obra con un muy pedagógico estilo:
una hora no más, cada día, los niños habían de trabajar en la hacienda; y todo lo demás que ganasen se había de guardar en la Caja de ahorros. Por manera que cuando saliesen de aquella casa habían de tener instrucción y además habían de haber aprendido algún arte u oficio, y se les había de entregar lo que ellos hubiesen ganado.
El proyecto, según lo concibiera Claret era ambicioso, oigamos en su voz su descripción:
La casa estaba distribuida en dos grandes secciones, una para los niños, y otra para las niñas; la iglesia en medio, y en las funciones religiosas el lugar de los niños era el centro de la iglesia, y el de las niñas las tribunas de la parte de su sección(…) La casa tenía dos pisos; en el primero estaban los talleres, y en el segundo los dormitorios, etc.
Las descripciones, hechas por el propio Claret, nos dan una idea de los alcances de tal sitio, no ya a los efectos de la acogida de aquellos niños y niñas, en precaria situación de abandono, sino igualmente de las crecidas pretensiones del obispo de prepararlos bien para la vida. Sigue la descripción del santo Claret:
Al frontis del establecimiento o casa, en la parte de los niños, había un gabinete de física y aparatos de agricultura, un laboratorio de química y una biblioteca. A la biblioteca tenía entrada todo elñ mundo, dos horas por la maána y dos horas por la tarde; la clase de agricultura, tres días a la semana, era para todos los que quisiesen asistir; lo demás era para los internos.
La descripción física del espacio, según podemos barruntar, correspondería en el actual plano de la ciudad de Camagüey, a toda la extensión de la conocida barriada de Beneficencia. 

La antigua hacienda podría haber ocupado un área significativa partiendo desde el final de la ya citada calle San Ramón, y cubriendo todo el sector norte desde la actual línea ferrea, inexistente entonces, colindando con las inmediaciones de lo que fuera el antiguo callejón de Don Ignacio Sánchez, que salía desde un lateral de la casa de aquel vecino sita en las inmediaciones de la actual calle, y que lo comunicaba con unas tierras de su propiedad en dirección al camino de Pineda.

Claret decribe muy bien las extensiones de aquella propiedad, a la que tenía destinado un fin incluso más alto para su época: la creación de un original jardín botánico, así lo sigue apuntando en su ya citada obra autobiográfica:
Toda la extensión de la finca la había hecho amurallar y cercar, y después había dividido todo el terreno en diferentes cuadros, hacía plantar arboles de la isla y de fuera que allá se pudiesen aclimatar y utilizar como un jardín botánico, enumerando los árboles, y por números puestos en un libro en que se explicase la naturaleza de cada árbol, su procedencia, su utilidad, el modo de propagarse y mejorarse, etc., etc.
Pero lo más interesante es descubrir, a renglón seguido, que el santo y previsor pastor, por entonces residente en Santiago de Cuba, no perdía la oportunidad de acercarse a su obra puertoprincipeña, cuando hubiera lugar, e incluso colaborar con sus propias manos en su engrandecimiento:
Al efecto, yo, por mis propias manos, había plantado más de cuatrocientos naranjos y crecían admirablemente. También habían de haber en la misma finca una parte para los animales de la Isla y fuera de ella cuyas razas se podían utilizar y mejorar.
La historia de aquel sitio se trunca de manera inexplicable. Claret no lo aclara, Ibañez, el autor ya citado, barrunta que el motivo fuera la falta de fondos económicos, sumada a una velada crítica de los vecinos de la barriada, que denominasen a las habitaciones que allí se construían como “calabozos de los curas”, dadas sus exiguas dimensiones, un hecho que disgustó grandemente al arzobispo. No empero, sigue acotando Ibañez, ante la falta de emolumentos, Claret, no cejó y pidió ayuda económica, incluso a través de una Pastoral.

Ante la realidad ya inevitable de la paralización de las obras, aclara Ibañez:
El Ayuntamiento Capitular se dirige al Excmo. e Ilsmo Señor Don Antonio Claret y Clará, en un extenso escrito documental, en el cual se le sugería que le hiciese la cesión gratuita de la obra abandonada, para continuarla con recursos propios, pero la cláusula expresa que sería modificado sustancialmente el proyecto anterior de la Casa de Beneficencia. El Ilsmo Señor Arzobispo no accedió a lo solicitado.
El tan anhelado sueño de Claret de dotar a Puerto Príncipe con una Quinta de la Beneficencia, para el beneficio de los más desvalidos de la otrora ciudad, se desvanecía, de un plumazo.

Lo que quedó del empeño, fue ciertamente el espacio ya desbrozado, y algunas pequeñas edificaciones de las que se proyectaron inicialmente. Junto a los naranjos sembrados por el propio arzobispo, sobrevivieron algunas plantas de café, limones, plátanos y cocos. Para los primeros años del pasado siglo veinte, se parcelaba la zona, y se conformaba el actual reparto que lleva el nombre de Beneficencia, en clara alusión al fallido proyecto del buen arzobispo, al que siempre se recordara por su prodigalidad con los menesterosos, y quien no dudaba ofrecer a los pobres todo el sobrante de sus propias rentas arzobispales, que los que saben pasaban entonces de 20.000 pesos fuertes, una verdadera fortuna.

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