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jueves, 1 de junio de 2017

LITERATURA CUBANA: DEL TERRUÑO AL UNIVERSO.

Por Eduardo Lolo
Primera parte

[Conferencia presentada en la Sesión General de Inauguración del 98º Congreso Anual de la American Association of Teachers of Spanish and Portuguese (AATSP) el viernes 8 de julio de 2016 en el Miami Marriot Biscayne Bay Hotel, en Miami, Florida. Publicada por primera vez en la revista Hispania (Volumen 100, Número 1, Marzo de 2017, Páginas 3-15), como “Hispania Special Feature” de ese número e introducido por Sheri Spain Long (Editora de la revista) en estos términos: “To help us launch Hispania’s anniversary year, I invited esteemed colleague and AATSP member Dr. Eduardo Lolo (see bio below) to publish his engaging address from the General Opening Session of the 98th Annual Conference of the AATSP in Miami, Florida. His plenary reminds us of the special place and space that both Cuban and Cuban-American literature and culture occupy in local, global, and universal letters.” (p.2)] 

La Palma Real (Roystonea regia) es el árbol nacional de Cuba, cuya imagen puede verse, incluso, adornando majestuosa el Escudo Nacional. Por su esbeltez y el penacho que la corona –que semeja una cabellera femenina liberada–, José Martí calificó las palmas reales, desde su óptica de exiliado, como “novias que esperan”. Estos árboles gráciles no necesitan cultivo alguno: nacen firmes de manera espontánea, a golpe de sol de arrebato y telones de lluvia tropical. A resultas de ello, desde mucho antes de la llegada de los españoles y hasta nuestros días, el palmar constituye la imagen más icónica, generalizada y estable del paisaje cubano, cubriendo todos los campos de la Isla. Sin embargo, no pocas veces las palmas reales se ven bestialmente azotadas por el viento que ruge de boca de los huracanes que frecuentemente visitan el trópico. Salen entonces volando sus cabelleras, cruzando llanos y montañas, dando saltos en las olas de los mares que abrigan la Isla toda: su nobleza verde cabalgando azul, cambiando el idioma de la tierra por el lenguaje de las aguas y, a través de este, al de otras tierras. Un tanto igual pudiera decirse del desarrollo de la literatura cubana desde su nacimiento en tanto que segmento de un corpus cultural que rebasa el carácter insular de la nacionalidad que le sirve de origen. Consecuentemente, la literatura cubana también se aparta del monolingüismo que constituye el patrón común de la mayoría de las literaturas nacionales establecidas, desarrolladas en la lengua (oficial o no) de la generalidad de sus habitantes. Propicia semejante característica sui generis el devenir/departir histórico de Cuba, con la paradójica condición de ser un país de inmigrantes/emigrantes, en masivos fenómenos cíclicos que han hecho de la Isla de la Palma Real añorado punto de llegada o de trágica huida, en algunas ocasiones de manera simultánea. Como consecuencia de esa incongruente dicotomía, muchas de las obras maestras de la literatura cubana han sido escritas fuera del terruño patrio, no pocas de ellas en una lengua diferente del español. En sus inicios, el viaje más común fue a la semilla de sus hablantes: España. En efecto, algunos de sus escritores nacidos en la Isla de padres peninsulares o criollos, desarrollaron total o parcialmente sus mejores obras en la tierra de sus antepasados: palmas nacidas entre olivares, “Las palmas son novias”, de Ileana Ferrer Govantes. Óleo sobre lienzo, 24”x30” abrigadas de vides. Fue tal la calidad de sus trabajos, que algunos de ellos son estudiados como propios tanto en Cuba como en España. Por lógicas rozones de espacio voy a llamar la atención sobre dos de ellos solamente: Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873) y Eduardo Zamacois (1873-1971). La primera, nacida en Camagüey, hizo el viaje en olas de retorno a la raíz cultural hispana siendo muy joven. Ya las palabras le salían, a borbotones, de la mirada. La misma que, húmeda de nostalgia prematura, diera luz a su más famoso soneto: “Al partir”. En España su familia se ubicó en el norte de la península. Pero el gris gallego era demasiado lúgubre para las pupilas de la camagüeyana, acostumbradas a la luz de alarido del ardiente sol tropical. Abandona, entonces, el hogar filial y trata de trasplantarse en un suelo más propicio al recuerdo cálido que la perseguía: a Sevilla se fue en busca de soles sin sombras; en Sevilla descansa hoy a la sombra soleada del recuerdo de sus lectores, tanto en Cuba como en Espa- ña. Pero entre el viaje inicial y el descanso postrero logró desarrollar una vasta obra que cubre diversos géneros literarios; todos en la cima de su tiempo. Vivió tan intensamente como escribía; rompió moldes morales, políticos, sociales y estéticos. En particular su teatro la hizo favorita del público español; su vertical crítica a la esclavitud y su reivindicación del indio, precursora del abolicionismo y el indigenismo; su ofensiva contra el control masculino del status quo de la época, predecesora del feminismo; su nada convencional vida amorosa, poco menos que una estigmatizada moral, aunque a la postre terminara viviendo como una beata ermitaña, escribiendo rezos. Así de compleja, intensa y contradictoria fue su vida, con tantos éxitos en lo profesional como fracasos en lo personal; pues es el caso que la tragedia de su vida superó las tragedias que escribiera. Son muchas sus obras de alcance universal. Baste mencionar sus piezas de teatro Saúl (1849) y Baltasar (1858), las novelas Sab (1841) y Guatimozín (1845) así como las dos ediciones de su obra poética en 1841 y 1851. El otro ejemplo de un escritor cubano que conquistó la fama en España que quiero destacar es el del pinareño Eduardo Zamacois. A su salida de Cuba a los 4 años de edad, su familia vivió brevemente en Bruselas y París antes de asentarse definitivamente en España. Agitado y rebelde como la Avellaneda y los penachos de las palmas, abandonó los estudios universitarios para dedicarse al periodismo, faceta en la cual editó importantes publicaciones periódicas; también fue, fugazmente, corresponsal y cronista de guerra. Al mismo tiempo, Zamacois desarrolló una fundamental obra ficcional, básicamente en la narración breve y el teatro. Fue un bohemio extremadamente libertino ‒o “sicalíptico”, como se le llamaba entonces a quienes vivían tan afuera de las normas morales. Quizás por ello sus primeras obras tuvieron un marcado tinte erótico, que escandalizó a la sociedad española de la época. Empero, su prosa narrativa no era nada comercial o descuidada como muchos relatos de características semejantes, sino que se destaca por presentar una especie de fresco realista de la vida ordinaria que refleja. En entregas posteriores el elemento social o histórico sería determinante, con el tratamiento de temas considerados muy espinosos en la literatura peninsular de las primeras décadas del siglo XX tales como la vida de los presos, el homosexualismo y la existencia marginal de los barrios bajos madrileños. Gertrudis Gómez de Avellaneda.  Lo harían célebre obras tales como Amar a oscuras (1894), El punto negro (1897), Horas crueles (1905), El Otro (1909) ‒luego adaptada al teatro por el mismo Zamacois‒, la trilogía novelística que comenzaría con Las raíces (1927), la selección de cuentos La risa, la carne y la muerte: cuentos irónicos, cuentos pasionales, cuentos de asesinos, ladrones y fantasmas (1930), la farsa grotesca Don Juan hace economías (1936), la novela de intención histórica El asedio de Madrid (1938), y un largo etcétera. Fue, asimismo, un exitoso conferencista, precursor del uso de medios audiovisuales en sus presentaciones. No menos notoria fue su labor en la radio, tanto como escritor de libretos dramáticos (las populares “radio novelas” de origen cubano) como de comentarista. Más allá de su cultivo de las novelas radiales, siempre mantuvo un estrecho nexo con la Isla donde viniera a la vida. Su visita de joven a la finca “La Ceiba” donde había nacido (ubicada en la provincia de Pinar del Río y propiedad suya por mucho tiempo), le hizo entrar en contacto directo con el “guajiro” cubano, cuya sombra adolorida emergería luego tras la figura del labrador español retratado en Las raíces. Mi selección de Zamacois tiene un objetivo adicional: llamar la atención sobre un autor en la actualidad prácticamente olvidado, tanto por el público como por la crítica, lo mismo en Cuba que en España. Y ello a pesar de haber sido uno de los escritores más leídos de su tiempo y haber llamado la atención de los estudiosos de la literatura desde sus primeras obras. Conjeturo que semejante olvido pudiera estar relacionado con su nada ortodoxa postura política, mantenida en una época de marcado fanatismo ideológico, en la cual los colores grises resultaban un anatema. Al comienzo de la Guerra Civil Española, Zamacois no dudó en expresar sus simpatías con el bando republicano y demostrarlo en sus escritos. Pese a ello, al final de la contienda las autoridades republicanas ordenaron su apresamiento por razones nunca aclaradas por Zamacois. Cómo se libró de la ira de los dos bandos españoles en pugna, sería tema para una novela, que él nunca escribió. Paso a hacer un resumen: Cuando se ordenó su apresamiento se encontraba en Barcelona. Unos amigos de las fuerzas republicanas, enterados de la orden de detención en su contra y temiendo por su vida, se adelantaron a quienes debían cumplir la disposición y fingieron su apresamiento, aunque en realidad lo que hicieron fue ocultarlo de sus propios camaradas. Viviendo en la clandestinidad, y a punto de los rebeldes tomar la ciudad, se refugia en una sede diplomática mexicana, temiendo que por sus públicas simpatías republicanas los nacionalistas lo apresaran. En medio del caos reinante, se hace pasar por otra persona y alcanza la frontera con Francia. Allí, los guardias españoles despojaban de todo su dinero a quienes huían, razón por la cual eran internados en campos de concentración franceses una vez cruzada la frontera. Un guardia que lo reconoce decide ayudarlo y lo deja pasar sin confiscarle su dinero, por lo que esquiva la detención fronteriza y logra llegar a París. Pero ahí no terminan sus cuitas: una vez en la capital gala, las autoridades le dan 48 horas para que abandone Francia. Con el pasaporte español que portaba tenía solamente dos opciones: regresar a España o viajar a la Unión Soviética. La representante diplomática de Cuba en París le permitió esquivar uno y otro destino al expedirle de Eduardo Zamacois.  urgencia un pasaporte cubano, con el que pudo regresar a su país de origen, salvado a última hora como a horcajadas de una palma. Luego de exitosas estancias en Cuba, México y los Estados Unidos, Zamacois se asienta permanente en la Argentina. En los años cincuenta, cuando Franco permitió el retorno de los exiliados republicanos, no se acogió a la amnistía implícita. Ni siquiera quiso viajar a la Península cuando se le ofreció rendirle un homenaje. Visitó Madrid brevemente (a manera de despedida o vuelta de noria sentimental) poco antes de su muerte, pero sin aceptar su repatriación permanente: ya la Argentina convertida en su destino final. Allí su pluma casi que permanece muda hasta su último libro, esta vez de memorias: Un hombre que se va… (1964). De larga existencia (vivió casi un siglo) en el exilio no parece haber mantenido una militancia política activa; sus novelas, otrora famosas, hasta el presente no han sido reditadas seriamente. Repito que solamente se puede conjeturar acerca de las razones del injustificado olvido en que han caído Eduardo Zamacois y su extensa obra, incluso desde mucho antes de este morir. La hipótesis que adelanto podría identificar semejante escamoteo histórico e indiferencia crítica en su militancia republicana no comunista y, paralelamente, su rechazo a un retorno a España tras el ‘perdón’ franquista aceptado por muchos otros intelectuales del exilio. De ser cierta dicha suposición, bien que podría ilustrarse su vida y obra como la del más famoso de los crucificados de la historia: muerto en soledad entre dos bandoleros, uno a la izquierda y otro a la derecha. Francia también sería punto de llegada de varios escritores cubanos decimonónicos, quienes crearían sus obras en el idioma del país que los acogiera. Igualmente en este caso voy a reducir mis comentarios a solo dos: María de las Mercedes Santa Cruz y Cárdenas de Jaruco, más conocida como la Condesa de Merlín o Le Belle Créole (1788-1852) y José María de Heredia (1842-1905). La Bella Criolla vivió su infancia en Cuba, fundamentalmente al cuidado de su abuela paterna y luego de las monjas del Convento de Santa Clara de La Habana, una de las cuales influyó tanto en su formación que terminaría escribiendo su biografía (Histoire de la Soeur Inès, de 1832). A los 12 años la llevan a España, donde su madre era Dama de Honor de la Reina y tuvo su primer contacto con la alta sociedad aristocrática y cultural europea de la época. En las tertulias de la reina conoció a personajes tales como Leandro Fernández de Moratín y Francisco Goya, entre otros ilustres artistas e intelectuales españoles del momento. Por razones políticas la familia se traslada a Francia, que es donde la joven criolla desarrollaría su obra literaria. En la ciudad luz continúa su vida aristocrática que nunca le abandonaría, rodeada de eminentes personajes de la cultura europea que la admiraban por su belleza, su voz (cantaba muy bien, según testimonios de quienes la oyeron), su atrayente personalidad y el exotismo de sus raíces. Precisamente, en una tertulia de la alta sociedad conoce a Antoine Cristobal de Merlin, un general napoleónico nombrado Conde por méritos militares, quien la desposa en 1811. A su condición de hija de un conde español añadiría entonces la de esposa de un conde francés, quien le aportaría el nombre con el cual sería conocida como escritora. La Condesa de Merlín.  - Eduardo Lolo 5 La Condesa de Merlín se reconoce como una de las figuras cimeras de la llamada “literatura de viajes” y las memorias, modalidades muy en boga en el siglo XIX. Su primer libro se ubica en el segundo de los subgéneros narrativos mencionados: Mes douze premières années (1831), escrito con un estilo romántico a lo Chateaubriand. Luego le llegaría la fama con los cuatro volúmenes de Souvenirs et mémoires de madame la comtesse de Merlin, publiées par elle mêmem (1836) y otros libros afines. En 1841 publica una obra que sería sumamente controvertida: Les esclaves dans les colonies espagnoles, accompagné d’autres textes sur l’exclavage à Cuba, cuya traducción al español vendría precedida por una nada sorpresiva introducción de Gertrudis Gómez de Avellaneda. El texto, dada su militancia abolicionista, fue criticado tanto en Francia como en España. Pero su obra más famosa sería la de un viaje que pudiera catalogarse a sí misma: La Havane (1844), traducida al español con el título de Viaje a La Habana. Consta de una treintena de cartas (mucho menos en la traducción española) donde, además de presentar su visión de la capital cubana, continúa su mensaje antiesclavista. La habanera y la camagüeyana pueden considerarse pilares fundamentales de la literatura femenina decimonónica, donde a la calidad literaria y a la belleza femenil unieron el carácter siempre contemporáneamente polémico de las causas justas. Las dos fueron igualmente criticadas por sus vidas amorosas poco convencionales: Gertrudis en su juventud; Mercedes en su madurez, ya viuda. También es de destacar la vigencia de la cubanía en ambas; sin estridencias, pero con amor; su presencia como antídoto de la nostalgia, pues las dos criollas trasplantadas de suelo nunca dejaron de tener sus raíces en el terruño de donde partieron a la universalidad. La diferencia del vehículo lingüístico no fue un obstáculo para todo lo que tuvieron en común. Tula llevó en su cabellera el penacho de la palma, donde anidaron, agradecidas y sorprendidas a la vez, las golondrinas madrileñas. La Bella Criolla, por otra parte, hizo mecerse con el viento parisino una esbelta palma real mucho antes que la Torre Eiffel hiciera lo propio. Palma que abonaría en suelo galo, incluso con más fama y reconocimiento, otro cubano enraizado: José María de Heredia. El bardo santiaguero salió de Cuba a la edad de ocho años y no regresó a la Isla sino casi un decenio después. Su estancia habanera sería muy corta, retornando casi de inmediato a Francia, donde recibiría una esmerada educación clá- sica. En esas décadas finales del siglo XIX que le tocó vivir al criollo trasplantado, se hizo evidente que el Romanticismo y el Naturalismo habían perdido en Francia toda vigencia como movimientos literarios. Los admirados maestros comenzaron a ser vistos como figuras obsoletas y las nuevas generaciones de artistas galos (entre ellos Heredia) pronto comenzarían la búsqueda de nuevas formas acordes con el nuevo espíritu de fin du siècle que los asfixiaba. Así las cosas, Théophile Gautier ideó una nueva concepción poética que luego desarrollarían otros bardos más jóvenes, entre los que se encontraba De Heredia. En 1866 apareció el primer número de la publicación periódica Parnasse Contemporain, que se convertiría en la punta de lanza del movimiento y de donde tomarían el nombre sus integrantes. A partir de entonces los “parnassiens” (como se les bautizó) se dieron a la tarea de cultivar una poesía contraria a la romántica, José María de Heredia.  proclamando un regreso estético a la Grecia antigua (de ahí la referencia al Parnaso), practicando una especie de escapismo ideológico mediante el llamado l'art pour l'art y utilizando elementos pictóricos como fórmulas poéticas más allá del lenguaje ekfrástico, entre otras características. A ellos se les debe la ‘recuperación’ del soneto, subestimado por el Romanticismo. La importancia de Heredia en el desarrollo del parnasianismo y, por ende, de la literatura francesa del período fue tal que en 1893 se le otorgó la nacionalidad francesa como paso previo a su elección, un año después, como Miembro Numerario de la Académie Française; el primer escritor de origen cubano (y posiblemente el único) en recibir semejante reconocimiento. Su obra, empero, no fue cuantiosa. De Heredia escribió muy poco y publicó todavía menos. No obstante, sus sonetos circulaban profusamente en copias manuscritas, lo cual cimentó su reputación de bardo de aires nuevos incluso antes de estos aparecer en un tomo (con poemas de otras formas) titulado Les Trophées (1893). Además de ese libro, al ser investido miembro de la Académie solamente tenía en su haber unas pocas traducciones y algún que otro trabajo menor. No se conoce de otro escritor que haya sido admitido en la Academia Francesa con una obra tan pobre cuantitativamente. Su importancia residía, exclusivamente, en la excelsa calidad de su factura y su influencia en sus contemporáneos. No en balde otro destacado poeta del momento, François Coppée, calificó el exiguo corpus de Heredia como “légende des siècles en sonnets.” El soneto más famoso de Les Trophées tiene como tema la hispanización del Nuevo Mundo: “Les Conquérante”. Se trata de una visión que, aunque no ‘políticamente correcta’ de acuerdo a nuestra óptica actual, dice mucho de su admiración y hasta satisfacción por la herencia cultural recibida de quienes llevaron el idioma español a la tierra donde nació. Porque es el caso que aunque, hasta donde tengo conocimiento, De Heredia escribió solamente en francés, siempre mantuvo un sólido nexo con sus raíces. Prueba de ello es la cálida referencia a la isla hispanoamericana donde naciera en su discurso de entrada a la Académie: la palma real ocupando el sillón #4 de la vetusta institución. La preferencia lingüística señalada no fue, en momento alguno, motivo de claustro. Como en una especie de noria literaria, la obra de Heredia influyó notablemente en la poesía hispanoamericana. Sirve de muestra la fascinación que sus versos ejercieron sobre insignes poetas tales como Amado Nervo y Rubén Darío. Para ellos el penacho de la palma real, aunque expresándose en francés, mantenía todo el esplendor de su trópico de nacimiento. Las luchas de los cubanos por la independencia de la Isla, extendidas ‒salvo durante un breve período‒ por tres décadas (1868-1898), trajeron como resultado un notable éxodo de criollos independentistas, ya sea por efecto del destierro punitivo o la huida al exilio. Decenas de escritores cubanos fueron forzados a abandonar la Isla o decidieron continuar sus vidas “sin Patria pero sin amo”. Aquí también voy a comentar la obra de solamente dos creadores, tan conocidos que casi basta únicamente con mencionarlos: José Martí (1853-1895) y Cirilo Villaverde (1812-1894). El primero, desterrado desde su adolescencia, se convertiría fuera de La Habana que lo viera nacer en el más importante escritor cubano de todos los tiempos y uno de los más destacados en idioma español. Creó casi toda su extensa obra en el exilio –fundamentalmente en Nueva York– y se le considera el punto inicial del Modernismo hispano que luego desarrollaría Rubén Darío. Al llamado de las “novias que esperan” Martí regresó a la Isla, donde murió en combate luchando por la independencia de Cuba. Es de destacar, sin embargo, que en ningún momento rechazó la tierra de sus padres o su cultura, pues siempre enfatizó que el enemigo no era España, sino el colonialismo. De ahí que fuera admirado como escritor en toda la Hispanidad. Cultivó la poesía, la novela, el ensayo, el teatro y el periodismo literario. Entre sus obras fundamentales se encuentran: El presidio político en Cuba (1871), Ismaelillo (1882), Amistad funesta (1885), Versos sencillos (1891) y decenas de crónicas periodísticas de marcada calidad literaria. Cultivó también la literatura infantil, sentando las bases postrománticas de dicha categoría con La Edad de Oro (1889), una colección multigenérica considerada una de las piezas clásicas de la literatura para niños en español de todos los tiempos. 

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