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domingo, 1 de octubre de 2017

Mayo es el mes más cruel (Primera Parte)

Foto tomada de: Academia Historia Cuba Exilio

(Conferencia pronunciada por el Dr. Eduardo Lolo en la Sociedad Pro-Cuba de Elizabeth [New Jersey], el 21 de mayo de 2017, con motivo del 115o Aniversario de la proclamación de la República de Cuba.) 

Primera Parte

 Según el primer verso de “The Waste Land” ‒el famoso poema de T.S. Eliot‒ “Abril es el mes más cruel”. Sin embargo, para los cubanos el mes más cruel no es abril, sino mayo. Ese mes cae fulminado, en desigual combate por la independencia de Cuba, quien “♫… no debió de morir. ¡Ay, de morir! ♫” y, un día después, a 7 años de distancia, se llega a la realización de un sueño sublime que se convertiría en horrible pesadilla: el advenimiento de una República que traía en sí misma el germen de su propia ruina. De ahí que sea una celebración agridulce, en que se combinan la alegría y la tristeza, el decoro del inicio que hoy celebramos con la ignominia que daría al traste con la República. Mirar hacia uno obviando el otro componente de la dicotomía resultante constituiría un ejercicio de retórica demagógica. Caricias y golpes parten de una misma fuente: la mano que se tiende amorosa o se recoge en un puño crispado. Entender el paso histórico cubano del sueño a la pesadilla es la única forma de evitar que nuestros sueños de hoy también se conviertan en pesadillas de mañana. Toda celebración del pasado sin la mirada puesta en el futuro se torna una conmemoración pueril. Sin embargo, comprender la trágica metamorfosis señalada no resulta fácil. Hay que analizar la herencia recibida por la repú- blica (tanto lo bueno como lo malo) a fin de separar el codicilo decoroso del legado infame. Sólo así podremos avistar por qué el bochorno terminó venciendo la honra. Comencemos con la Colonia. España trajo a Cuba tanto lo bueno como lo malo de su civilización: de la hoguera de la Inquisición, al apostolado bondadoso de hombres como Bartolomé de las Casas. La ambición y la avaricia, desgraciadamente, pudieron más que la bondad, y nuestros indios desaparecieron en lo que no puede calificarse sino como genocidio, tanto voluntario como involuntario; esta última modalidad como consecuencia de nuevas enfermedades importadas que actuaron a manera de verdugos. A ello habría que unir las autoinmolaciones colectivas por aquellos aborígenes que prefirieron morir libres antes que vivir esclavos. Al final, de ellos sólo nos quedaron, históricamente obstinados, algunos topónimos, incluyendo el nombre de la nación que amamos. Para suplantar a los indios, los colonialistas dieron fuerza a una de las prácticas más perversas en la historia de la humanidad: la trata de esclavos comprados en África. Con el advenimiento de los criollos, una suerte de ciudadanos libres de segunda clase comenzaron a sufrir el asfixiante yugo colonial ensamblado allende la Mar Océana. Sus justos reclamos a la Metrópolis fueron siempre respondidos con negaciones y, cuando cegadas las avenidas civiles optaron por la rebelión, con el terror. Hay hechos del todo vergonzosos: el Fusilamiento de los Estudiantes de Medicina (probadamente inocentes todos del ‘crimen’ que se les achacó), el asesinato mediante el garrote vil del bardo Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido) por la simple autoría de un poema, la larga pena carcelaria impuesta y luego el destierro del adolescente José Martí por la escritura de una carta a un condiscípulo, la Reconcentración de Weyler, etc. etc. El número de víctimas va de miles a cientos de miles, según la fuente. La razón de entonces, el imperio de la sinrazón. Paralelamente a lo señalado, la Colonia hizo de la Isla de Cuba un sitio próspero y moderno. Cuando Nueva York era todavía prácticamente una aldea insalubre, La Habana era una ciudad con acueducto, alcantarillado, calles adoquinadas y alumbrado público. A sus teatros (que nada tenían que envidiarle a los de Madrid) venían de gira afamadas compañías teatrales de Europa. Los intelectuales florecían y fundaban instituciones de alto nivel como la Sociedad Económica de Amigos del País. Cuba fue la primera nación iberoamericana que usó máquinas y barcos de vapor (1829) y la tercera del mundo (después de Inglaterra y los EE.UU.) que tuvo ferrocarril (1873). Fue un médico cubano quien primero hizo una operación quirúrgica aplicando anestesia con éter en Iberoamérica (1847) y en 1881 Carlos J. Finlay descubriría el agente transmisor de la Fiebre Amarilla. El tabaco y el azúcar cubanos alcanzaron fama internacional. Y estos son unos pocos ejemplos de los alcances científicos, sociales, urbanísticos y culturales de la Cuba Colonial. Todos los cuales convivían, paradójicamente, con la más atroz represión política. Los dictados de las autoridades eran inapelables, por muy injustos que fueran; los crímenes políticos no sólo quedaban impunes, sino que eran galardonados. Esos aspectos negativos de la Colonia fueron denunciados por cubanos y españoles dignos por igual. Se buscó inútilmente reformar el sistema y, cerradas todas las puertas, se comenzó la lucha por la independencia. La Conspiración de los Rayos y Soles de Bolívar, la expedición dirigida por Narciso López, la Conspiración de la Escalera, el Grito de Yara, etc. fueron actos heroicos, no pocas veces desesperados, de esos criollos que no podían seguir viviendo en la ignominia. El último esfuerzo independentista, fomentado y dirigido en sus inicios por José Martí, llega a un punto de estancamiento que hacía imposible la victoria a ninguno de los dos bandos en pugna. Teddy Roosevelt, un joven neoyorquino de visión histórica, empuja entonces al reticente gobierno norteamericano a tomar parte del conflicto, de donde resulta la derrota de la España colonialista. El período de la Intervención Norteamericana se caracterizó, como el colonial, por la combinación de luces y sombras. Por el lado positivo propició el desarrollo de la infraestructura sanitaria y educativa de acuerdo con las prácticas estadounidenses, entonces a la vanguardia del mundo, por lo que los programas de enseñanza y la salud pública alcanzaron niveles que ni siquiera la Europa de entonces tenía. El primer tranvía y el primer automóvil que se conocieron en Latinoamérica circularon en la Habana en el año 1900. La administración se compuso en base a los conocimientos y los méritos de los aspirantes, no por favores políticos como era común en los demás países latinoamericanos de la época, en práctica todavía increíblemente vigente. No en balde todo el adelanto alcanzado por Cuba en unos pocos años.
  De manera paralela se le impuso a la joven nación en tránsito a la república el afrentoso Tratado de París y la deshonrosa Enmienda Platt. El Tratado de París (que no firmó ningún cubano, dicho sea de paso) hizo permanentes el robo de medios y haciendas a los mambises, cuyas propiedades confiscadas por el gobierno colonial habían sido distribuidas entre los integristas (tanto españoles como criollos) a manera de pago o pitanza por la lealtad o la traición de los premiados, según el caso. Hasta donde tengo entendido, es el único ejemplo en la Historia de la Humanidad en que los vencidos se quedan con las propiedades y haciendas que le arrebataran injustamente a sus legítimos dueños, los vencedores. La Enmienda Platt, por otra parte, daba al gobierno de los EE.UU. la potestad de intervenir militarmente en Cuba cuando le pluguiera, como si fuera una colonia en el traspatio en vez de una república independiente. Y bien que hizo uso de esa auto- dispensada concesión impuesta a los cubanos, aunque hay que reconocer que casi siempre a regañadientes. 

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