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jueves, 1 de marzo de 2018

Cómo se construye un marido

Escrito por Emilio Roig de Leuchsenring 

 Sobre cómo «cualquier bípedo sin plumas, o hasta emplumado, que use pantalones, sea joven o viejo, buen mozo o esperpento, millonario o bruja sopera, constituye materia prima adecuada para fabricar con ella un marido».
Muchas son las personas que intervienen en la construcción de un marido: los padres, parientes
y amigos de la muchacha en edad de merecer y, desde luego, ésta misma.
 
 Aunque seas, lector, casado, divorciado o viudo tal vez no se te ha ocurrido jamás detenerte a pensar cómo se fabrica un marido. ¡Y tu, lector, has pasado ya por ese proceso, o estás en peligro de sufrirlo!
Cualquier bípedo sin plumas, o hasta emplumado, que use pantalones, sea joven o viejo, buen mozo o esperpento, millonario o bruja sopera, constituye materia prima adecuada para fabricar con ella un marido, pero no simplemente por el gusto de llevar a cabo esa construcción o transformación, sino para que, como tal marido, satisfaga todas las necesidades económicas de su esposa y resuelva el porvenir de ésta, por lo menos, y a veces, también, el de toda la familia. Y por ser económico y con el carácter de necesidad vital, el factor determinante de la construcción de un marido, ésta reviste los caracteres propios de esas edificaciones monumentales que han costado años de pacientes estudios y ardua labor, producto de cálculos meditados y de lucha constante y tenaz con toda clase de dificultades y tropiezos.
Muchas son las personas que intervienen en la construcción de un marido: los padres, parientes y amigos de la muchacha en edad de merecer y, desde luego, ésta misma.
Como en toda edificación, el primer paso en la construcción de un marido es elegir el material que ha de emplearse, o sea el joven o viejo maridable. De esto se encargarán, ya la propia muchacha, ya sus padres o parientes.
Elegida la victima, es necesario preparar adecuadamente a la muchacha para que sugestione o interese al presunto marido. En efecto, el tierno pimpollito, o semijamona próxima a pasarseendurecerse o convertirse en hueso pelado, se adornará con todos los requisitos de la moda más exigente, tanto en su cara y cuerpo como en su traje, haciéndose resaltar aquellas partes, vg., ojos, boca, senos, piernas, etc., que se encuentren en buen estado, y disimulando discretamente aquellas otras que no sean muy satisfactorias. De ahí esos ojos y labios a todo color; esas sayas de tan cortas, casi fugitivas; esos escotes queriendo llegar a la saya; esos bustos cubiertos, o mejor dicho, descubiertos, por una simple gasa o hábilmente reconstruidos por complicadísimos y sutiles aparatos; esos trajes que moldean de tal modo el cuerpo, que dejan adivinar hasta la más pequeña de las curvas y otros atractivos femeninos.
Ataviada de este modo la muchacha, los padres, parientes o amigas se encargarán de llevarla
a aquellos lugares que frecuente el marido en vías de construcción, o bien, lo invitarán a paseos,
fiestas, tés, comidas, en los que desempeñará el papel de compañero de la muchacha. Y la muchacha
desenvolverá, para atraerlo y atraparlo, táctica amorosa mas refinadamente hábil que la que en sus trapisondeos politicos suelen adoptar para conseguir un acta en el Senado, la Cámara o cualquier Ayuntamiento, los presuntos padres de la patria.
Poco a poco y colocando piedrecita sobre piedrecita, se echarán los cimientos de la edificación,
o sea el marido, y esos cimientos son las relaciones, a las que se ve forzado a llegar el novio en
ciernes mediante las discretas insinuaciones que uno y otro día le hace la muchacha sobre «la conveniencia de formalizar la situación en que ya se encuentran, de jóvenes que se gustan se entienden, y hablarles a los padres, pues asi les será más fácil verse y tratarse a diario y podrán hacerlo con más libertad». Si el novio no cae en la trampa o demora la petición, los papás de la joven se harán los disgustados, -dificultando las entrevistas entre su hija y el futuro yerno, hasta que al fin, el novio que ya mordió el anzuelo y no le es fácil soltarlo, o dar contramarcha, sucumbe, cede y pide oficialmente a la muchacha, mediante la gestión diplomáticocasamentera de los padres o de algún amigo de respetable, si el pobrecillo es huerfanito.
No creo pueda encontrarse en la produccion dramática de todos los tiempos. farsa, comedia. sainete, entremés, despropósito o astracanada, más llenos de enredos, mentiras, intrigas, trucos, engaños,
tramoyas y falsedades, que los que existen en esa otra comedia de la vida real, a diario representada en todas nuestras clases sociales, que lleva el nombre de relaciones.
Lógica y naturalmente, las relaciones amorosas entre un joven y una muchacha debían tener por
objeto y fin dar lugar a que los novios, antes de unirse en matrimonio, se conociesen suficientemente, averiguando y descubriendo, con la debida anticipación, si concuerdan sus caracteres, costumbres, gustos, etc., y no están expuestos a un fracaso y separación después de la boda.
Esto es la teoría, pero de la teoría a la realidad media un abismo. Y la práctica, los usos y las
costumbres han hecho que el verdadero fin de las relaciones no sea otro que, una vez capturado
el novio, impedir que se vaya o corra, logrando, en cambio, convertirlo, lo más rápida y seguramente
posible, en marido. Y, como para padres y familia y muchachas casaderas el fin justifica los medios, todo cuanto se haga durante las relaciones para alcanzar esa transformación del novio en esposo, está plenamente recomendado y justificado.
De ahí que en la casa donde hay un novio puede decirse que reinan como hadas protectoras o
dioses tutelares la hipocresía y la falsedad.
Y desde la muchacha comprometida hasta el último pariente o amigo íntimo, todos se dedicarán,
con fervor de cruzados, a entretener, halagar, engatusar y dormir al novio, de manera que no
se dé cuenta de los defectos de su novia, tanto morales como físicos, ni de los antecedentes, más o menos penales de la familia, situación económica actual, líos íntimos y otras circunstancias que
pudieran hacer pensar al presunto marido respecto a su futura esposa: «de tal palo tal astilla, dime
con quién andas y te diré quién eres, el que hereda no hurta, más vale estar solo que mal acompañado», y otros refranes que de seguro se le ocurrirían también al bueno de Sancho Panza.
Al mayor éxito de esta farsa contribuye la forma en que se llevan las relaciones: novio y novia
están siempre de visita de cumplido, y ella no se presenta jamás ante los ojos de aquél sino a horas determinadas, previa la preparación correspondiente y casi siempre a la vista de sus padres,
hermanas u otros parientes, lo cual hace que entre ambos no exista la debida confianza e identificación, y que al cabo de los años de relaciones, el día de la boda sean dos individuos tan separados espiritualmente uno de otro, aunque materialmente unidos, como pueden serlo dos ciudadanos que los azares de la casualidad ha unido en el mismo asiento de un tranvía Vedado-Muelle de Luz.
Ya en otros artículos publicados hace años hablé sobre los novios de ventana y los novios de
sillones: aquéllos, como costumbre de otros tiempos, ya casi desaparecida; éstos, como forma reglamentaria de las relaciones en nuestra patria.
Hoy, aunque los sillones hayan sufrido ligeras modificaciones, convirtiéndose, a veces, ya en butacas, ya en sofás, y de cuando en cuando hasta en chaise-longues, el espíritu del sistema no ha variado, o sea la farsa.
O si no, veamos cómo ésta se desenvuelve.
El novio ve a la novia a las horas previamente acordadas, que suelen ser las de prima noche. La
novia para esta visita se acicala, confiando al tocador y a su habilidad femenina, maternalmente
dirigida, el camouflage físico indispensable para que el novio crea que ella es más escultural, no ya que la Venus de Milo, la que tal vez no conocerán. Pero si que tal artista de bataclanesca presentación o cual estrella cinematográfica de moda, siguiendo en esto el plan comenzado a desarrollar para la captura del novio. El traje será el barómetro de la belleza de la muchacha, utilizándosele para realzar sus atractivos o disimular y tapar sus mataduras. Desde luego, que si la muchacha posee un cuerpo de playa o de bañista cinematográfica, perderán los padres oportunidad alguna para que la niña se sumerja en las ondas o tome baños de sol en la arena, junto a su novio, de manera que a éste se le haga la boca agua y se le despierte el apetito.
En cuanto al carácter, costumbres y hábitos de la muchacha, el sistema no variará, y ésta, durante
las horas de noviazgo, disimulará todos sus defectos, su mal genio, sus caprichos y malacrianza,
se mostrará dulce, bondadosa, angelical, excelente ama de casa, de manos inteligentes y hábiles
para el bordado y la costura, o para la alta repostería; o con excelentes aptitudes para la vida social más refinada... La familia no se mostrará menos simuladora. Desde luego se darán todos aire de grandes señores, con algún pariente lejano, más o menos noble; alardearán de ricos o de haber tenido en épocas pretéritas cuantiosa fortuna, que no tardarán de disfrutar de nuevo, cuando se
muera un tío millonario, de quien son los únicos herederos forzosos.
La familia del novio, y el novio mismo, no serán menos simuladores que la novia y su familia, y
unos y otros se darán careta de lo lindo...
Así pasarán los meses o los años hasta que los padres de la novia crean llegado el momento de darle
un empujoncito al novio para que se decida a ir al altar o a la notaría, empujoncito que consistirá
en indirectas encomendadas a parientes o amigos: «¿Cuándo es la boda?»; «Están ustedes perdiendo
el tiempo»; «¡Mira que tu novia está linda!» «¿A qué esperan?»; «Aprovéchese, hombre, aprovéchese ahora, que los años pasan!». Si el, novio, a pesar de ello, no se resuelve a fijar la fecha de la boda, la novia le habla, mimosamente de los deseos que tiene de que estén juntos, de lo felices que van a hacer, y otras mil tentadoras promesas de ensueños y delicias que con la boda se convertirán en maravillosa realidad.
Y el padre, o la madre, por su parte, como quien no quiere la cosa, declararán un día: «Cuando
ustedes se casen, como yo deseo que vivan con nosotros, les vamos a arreglar el cuarto tal, o les fabricaremos un departamento en cuál sitio de la casa... Y, al fin, no pudiendo el novio resistir tantas indirectas, insinuaciones, promesas, halagos y facilidades, anuncia que la boda podría fijarse para dentro de seis meses, indicándole a la novia que ya puede ir preparando su trousseau.
Ya el marido está casi construido. Sólo faltan los últimos detalles de la obra, sus retoques finales y la inauguración; todo lo cual se realiza mediante la boda, con sus correspondientes e inevitables detalles de padrinos, testigos, regalos, anuncio en las crónicas sociales y reparto de invitaciones.
Pero de todo esto, lector, no voy a hablarte, pues ya lo hice hace varias semanas en una de mis Habladurias que titulé Misión y trascendencia de los padrinos y testigos a las bodas. A este artículo te remito ahora, mientras te ofrezco describirte uno de estos días el apoteósico acto de la boda.
Emilio Roig de Leuchsenring
Historiador de la Ciudad desde 1935 hasta su deceso en 1964

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