Estimado Miguel Ángel, la relación entre béisbol y política en Cuba está bien documentada desde los inicios de la nación. Al leer su libro sobre Fischer —y al pensar en la suerte reciente de grandes maestros cubanos como Leinier Domínguez o Lázaro Bruzón, hoy en el exilio—, parece que el ajedrez no se ha quedado atrás.
Tal vez no con el mismo grado del béisbol, pero sí existe una línea continua entre ajedrez y política. Tanto es así que, si seguimos el anecdotario del ajedrez, el primer viaje de Colón fue propiciado por una partida entre el Rey Fernando y Juan Rodríguez de Fonseca, de manera que esa vinculación viene desde los orígenes mismos del Descubrimiento, aunque quizás nada más sea en el campo de la ficción.
Otro ejemplo fue el juego de ajedrez que las tropas españolas encontraron en las alforjas de unos mulos escapados de Carlos Manuel de Céspedes, y que no le devolvieron por considerar que serviría para planificar estrategias de combate. Céspedes era un consumado jugador y tradujo del francés el primer libro importante de ajedrez que se publicó en Cuba, la obra de Laubordonnais Noveau Traité du Jeux des echecs.
Otro hecho histórico conocido fue la clausura del Club de Ajedrez de La Habana en 1896, por la sospecha de que servía como sitio de reunión y propagación de ideas independentistas. El Club fue reabierto a instancias de una figura política de mucha importancia en Cuba entonces, Don Celso Golmayo, que como antiguo juez principal del Tribunal de lo Contencioso y en ese momento gobernador de Matanzas, puso toda su fuerza y credibilidad política para hacer que el Club fuera reabierto, a pesar de las acusaciones de hervidero revolucionario.
Siguiendo esa misma línea histórica, un suceso muy poco conocido es que el match de 1957 por el Campeonato de Cuba entre Juan González, oficial médico de la Marina de Guerra, y Eleazar Jiménez, fue convertido por amigos de este último, como Luis Más Martín, del Partido Socialista Popular (PSP), o Giraldo Mazola, del M-26-7, en una competición entre el 26 de Julio y Batista, en el que Eleazar representaba a las fuerzas revolucionarias y González al Gobierno batistiano.
Por otra parte, los torneos Capablanca a partir de 1962, y de manera especial la Olimpiada de 1966, tenían un trasfondo de propaganda política muy acentuado, especialmente porque no había entonces en Cuba eventos deportivos de trascendencia universal y el ajedrez, con su carácter global, ayudaba a que el nombre del país apareciera en la prensa internacional como sede de un evento significativo. En ese sentido, la Olimpiada de Ajedrez resultó una gran fuente de propaganda para La Habana.
Más allá, el Gobierno cubano ha utilizado muy eficazmente la imagen de Ernesto Guevara como aficionado al ajedrez, otra evidencia de la relación entre política y ajedrez en la Isla. Las simultáneas masivas, celebradas lo mismo en La Habana que en otras ciudades del país, perseguían igualmente una idea política que vincula la masividad con el apoyo recibido por el juego.
De manera que sí, efectivamente, hay una relación documentada de vinculación entre ajedrez y política en Cuba que no escapa a la figura de Capablanca, cuyo padre, a pesar de ser oficial del ejército español, devino agente secreto de los independentistas.
George Steiner, fallecido hace unos días, rememoraba la comunión que, en sus años de estudiante en Cambridge, se formaba alrededor de los tableros de ajedrez. ¿Hubo comunión entre los soviéticos y Fischer en esa Olimpiada celebrada en el Habana Hilton, en plena Guerra Fría?
En La Habana de 1966 no hubo comunión entre soviéticos y norteamericanos. Todo lo contrario. El evento estuvo a punto de fracasar cuando se produjo la retirada del equipo de Estados Unidos en la fecha inicial del match contra los soviéticos. Aunque las entretelas del asunto no han sido publicadas, no me quedan dudas de que hubo una gran presión política por parte de las más altas esferas (léase Fidel Castro) para que ese encuentro se realizara, lo cual ocurrió. En cambio, sí hubo varias manifestaciones de afecto personal entre Fischer y Tahl, por una parte, y entre Fischer y Spassky por otra, documentadas en el libro.
Regresando al tema de la propaganda y la comunión, el Gobierno cubano fue muy afortunado cuando en 1965 el Departamento de Estado impidió a Fischer viajar a La Habana, lo cual dio pie al hecho inédito de que éste jugara en el Capablanca de ese año por medio de un teletipo, desde el Marshall Chess Club de Nueva York. Fue entonces cuando se produjo el famoso intercambio de cartas entre Fischer y Fidel Castro, en el que Fischer amenazó con abandonar la competencia si Castro no se retractaba de las supuestas declaraciones de que estaba contento de que Fischer no recibiera permiso de viaje. Castro negó que hubiera hecho tales declaraciones y Fischer participó en el Capablanca a larga distancia, un hecho sin precedentes, como ya dije, en la historia del ajedrez.
La Olimpiada de Ajedrez de 1966 es el primer evento celebrado en Cuba en que participa un equipo magistral de Estados Unidos; no un grupo de estudiantes universitarios, sino los mejores en una modalidad, con la característica muy especial de que no existía definición entre profesionales y aficionados. En Cuba, a partir de 1962, la población nunca supo que existían premios en efectivo para los ganadores de los torneos Capablanca, e incluso para los participantes. El pago más alto lo recibió Fischer cuando, por tomar parte a larga distancia en el Capablanca de 1965, obtuvo tres mil dólares, según cuenta su biógrafo Frank Brady, una persona muy respetada en los círculos de ajedrez de Estados Unidos.
La decisión de ocultar que los torneos Capablanca eran en esencia una competencia profesional se tomó a raíz de que Fidel Castro decretara el fin del profesionalismo deportivo en Cuba. Resultaba muy difícil explicar que, en el ajedrez, al menos en los torneos Capablanca, esa pauta política no se seguía. En eso Cuba copió la receta soviética de 1925, cuando para lograr un triunfo de propaganda el Kremlin autorizó a que ese año se pagaran cinco mil dólares a Capablanca por asistir al torneo de Moscú, hecho que fue documentado por el New York Times.
Los soviéticos eran entonces claros favoritos en la Olimpiada, además de aliados ideológicos del Gobierno cubano. Usted estuvo allí. ¿Cómo fue la relación de la gente en Cuba con Fischer y al revés, la de éste con sus anfitriones?
Fischer fue durante gran parte de su vida una figura atormentada, una especie de Van Gogh del ajedrez. Pero ese estado suyo de crispación parecía desaparecer en La Habana. En 1956, cuando la visitó por primera vez, siendo entonces un niño de 12 años, llegó a jugar pelota callejera con otros niños de la barriada de Cuatro Caminos, que fue donde se alojó con su madre, en casa de Ramón Bravo, directivo del Club Capablanca, exactamente en el número 1162 de la calle Belascoaín.
Más tarde, cuando volvió en 1966, Fischer tuvo un comportamiento muy correcto. Firmó autógrafos y elogió la iluminación del salón de juego y de manera especial las mesas, que se fabricaron especialmente para la Olimpiada. Es decir, su comportamiento en Cuba fue diferente al que se le conoce en otros sitios. Incluso hubo un acercamiento entre él y Fidel Castro, lo cual no le valió de nada cuando desde una cárcel en Tokio, en 2002, solicitó a Cuba asilo político, llamado que quedó sin respuesta.
Algo que se hace patente en su libro es el entusiasmo y el nivel del ajedrez cubano de la primera mitad del siglo XX, la fuerza de la sociedad civil, con el Club Capablanca lo mismo ejerciendo de anfitrión que visitando clubes de Estados Unidos…
El Club de Ajedrez de La Habana consiguió lo que ninguna nación del continente, excepto Estados Unidos. Logró celebrar dos campeonatos mundiales en momentos en que Cuba era una provincia de ultramar de España, o una colonia, como se le conoce. No es que existiera una masividad en la práctica del juego, pero sí la existencia de varios socios acaudalados que contribuían a costear esos eventos y a invitar a los mejores jugadores de la época a jugar en La Habana, al extremo que el entonces campeón del mundo, Wilhem (William) Steinitz, llamaba a La Habana "El Dorado del ajedrez".
Ya en 1892 la práctica del juego se había extendido bastante, según el propio Steinitz, comparado con lo que observó durante su primera visita a la Isla, en 1883.
Luego, en los años de la República, se produjeron varios brotes de interés por el juego, el primero en 1912, como consecuencia del triunfo de Capablanca en el torneo de San Sebastián de 1911, y más tarde, por las propias participaciones de Capablanca en giras por el interior del país. Tras el fallecimiento del campeón mundial cubano, en 1942, el Club Capablanca, fundado por el presidente Grau en 1947, fue el principal promotor del ajedrez en la Isla. Como señalas, invitaba a maestros a La Habana y organizaba giras por Estados Unidos.
Mario Figueredo, que era la principal figura del club, fue quien logró el financiamiento para su construcción y quien, además, consiguió un fondo presupuestario para la organización en 1952 del más importante evento individual de ajedrez en toda América Latina hasta entonces, el Torneo Cincuentenario de la República, de 1952, con figuras como Samuel Reshevsky, Miguel Najdorf, Svetozar Gligoric, Erik Eliskases, Carlos Guimard y Arturo Pomar, entre otras. Aclaro lo de evento individual, pues la Olimpiada de Buenos Aires en 1939 fue otro gran hito, aunque a nivel de países.
Fisher no fue un niño prodigio, pero sí un adolescente brillante. ¿Cuánto evolucionó su estilo con los años? ¿Fue la agresiva partida que con apenas 12 años disputó ante el cubano Florido, en su primer duelo fuera de los EEUU, un vestigio de lo que vendría, de esa búsqueda permanente de la iniciativa y la victoria, incluso con las piezas negras?
Fischer fue un niño prodigio a su modo. No como Capablanca, que a los cuatro años fue capaz de mostrar la profundidad estratégica de un adulto de amplios conocimientos, o como un Samuel Reshevsky, que a los ocho jugaba y vencía a rivales en simultáneas. Fue a partir de ese viaje a La Habana de 1956 que el levantón de Fischer resultó tremendo, increíble. Fischer fue el primer jugador que se hizo Gran Maestro a la edad de 15 años, cuando ese título tenía aún verdadera relevancia. A esa edad, se convirtió en el candidato al Campeonato Mundial de Ajedrez más joven de la historia.
Un acierto del libro son las fichas biográficas de los rivales de Fischer. Gilberto García, Eldis Cobo, Eleazar Jiménez; al parecer, todos los cubanos le jugaron bien, sobre todo Jiménez, que estuvo a una movida de derrotarlo, y se equivocó… ¿Cuál consideraría la mejor partida cubana del norteamericano, y por qué?
Durante el torneo Capablanca de 1965, las partidas de Fischer contra todos los jugadores cubanos fueron de gran nivel, con posibilidades tácticas interesantes para los que representaron a Cuba. Gilberto García, por ejemplo, consiguió una posición que, aunque inferior, era muy dinámica, y en un momento determinado tuvo la posibilidad de un agudo contrajuego que no percibió. Sin embargo, la mejor victoria de Fischer contra los del patio fue frente a Eleazar Jiménez durante la Olimpiada de 1966, la única vez que Fischer consiguió derrotarlo en las cuatro ocasiones en que se enfrentaron. Creo que esa es la mejor partida de Fischer contra cubanos, pues se enmarcó en el gran resultado que Fischer logró en la Olimpiada, donde derrotó a jugadores del calibre de Portisch, Gligoric, Najdorf, Pachman, Olafsson y Pomar.
En el libro están comentadas todas las partidas oficiales o formales de Fischer en Cuba, más una en una exhibición de simultáneas contra José Arango. Para esos comentarios se utilizaron dos de los tres mejores programas de ajedrez que existen hoy en día, además de análisis aparecidos en diferentes épocas sobre esos mismos juegos. El trabajo de análisis estuvo bajo el cuidado del Maestro Internacional Luis Sieiro, que conoce y ha seguido muy de cerca las evoluciones de la teoría de las aperturas en el ajedrez, y de Jesús Suárez, que ya de niño tenía fama de gran teórico y buen preparador, al extremo de que un jugador del calibre de Eleazar Jiménez lo utilizaba en sus entrenamientos.
Fischer perdió en su carrera una sola partida formal contra un cubano. De hecho, su única derrota en la gira del Log Cabin Chess Club de 1956 fue contra Néstor Hernández, ya de regreso a EEUU, en Tampa. Lamentablemente, todavía no hemos podido encontrar esa partida, pero en el libro sí aparece la victoria que a duras penas logró Fischer contra José R. Florido, el primer maestro de ajedrez que derrotó en su larga y exitosa carrera. Es la primera vez que la partida Florido-Fischer de 1956 aparece en la literatura ajedrecística.