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lunes, 15 de diciembre de 2014

IGNACIO AGRAMONTE LOYNAZ


proclamó la bastardía del Comunismo en 1862

DEDICATORIA.- Al matancero de pro, exiliado, escritor y luchador por la Libertad de Cuba, HUGO BYRNE, sobrino-nieto del poeta e igualmente patriota Bonifacio Byrne (el autor del emotivo poema “Mi Bandera”, cuyas estrofas le arrancó divisar la enseña nacional desde el buque en el que regresaba de la Emigración a la Patria recién independizada). De Hugo Byrne ha brotado el llamamiento a que “mientras lata un corazón cubano, juremos rescatar nuestra bandera, pasándola al morir ¡de mano en mano!”(1). Hugo Byrne, con cuyas colaboraciones se siguen honrando las columnas de opinión de varios medios de comunicación pública, especialmente en la prensa gráfica en español de los EE.UU. y en la Red, es Veterano de las Fuerzas Armadas de los EE.UU., en cuyas filas ingresó motu proprio (es decir, por la vía del voluntariado) en 1963, sirviendo en el Tercer Pelotón de la Compañía B4-1, en Fort Jackson, Carolina del Sur. 

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Al comienzo de la sexta década del siglo XIX, la juventud y el profesorado de la Real y Literaria Universidad de La Habana –sita desde 1728 en el antiguo Convento de San Juan de Letrán, en la calle Obispo, de La Habana Vieja- compartían unos sólidos conocimientos, que incluían su puesta al día permanente en el estudio de las doctrinas sociales y políticas de la época.

Entre ellos se encontraba Ignacio Agramonte y Loynaz.

En el expediente académico de Agramonte consta así su trayectoria de estudios superiores:

En 14 de septiembre-57 matricula primer semestre de filosofía; en primero febrero-58 matricula el segundo semestre. En 24 septiembre-58 matricula el primer semestre del cuarto año de filosofía y en primero febrero-59 matricula el segundo semestre del cuarto año. 

En 8 de julio de 1858 examina todas las asignaturas de tercer año de filosofía y obtiene nota de sobresaliente. 

En 16 de mayo-58 consta que asistió al repaso extraordinario de filosofía que explicó el catedrático supernumerario Joaquín García Lebredo durante el primer semestre de aquel año. 

Consta, certificado primero julio-59, que asistió a todas las asignaturas correspondientes al cuarto año de filosofía. El primero de julio-59 solicita el grado de bachiller por haber cursado los cuatro años de filosofía, y asistido a la clase do extraordinario. En 6 de julio sufre examen y obtiene el título de bachiller en artes con nota de sobresaliente. 

Matricula jurisprudencia en 2 de septiembre-59. En 4 de julio-60 examina todas las asignaturas de primer año de jurisprudencia con notas de sobresaliente, lo que certifica Laureano Fernández Cuevas. 

En 2 de julio-61 examina todas las asignaturas del segundo año de jurisprudencia, obteniendo nota de sobresaliente. 

En 2 de julio-62 examina tercer año de jurisprudencia: sobresaliente; todas las asignaturas. 

Asistió a todas las asignaturas del cuarto de jurisprudencia. 

En 17 de junio de 1863 "habiendo cursado los cuatro primeros años de jurisprudencia y asistido al curso extraordinario" pide el grado de bachiller en jurisprudencia, teniendo lugar en primero de julio el exámen, en el que obtuvo sobresaliente. 

En 2 de noviembre de 1863 se matricula en procedimiento judicial, derecho político y derecho penal, asignaturas del período de la licenciatura la primera, y del bachillerato la segunda. 

Ramón de Armas certifica en 31 de octubre de 1863 que le ha admitido en su estudio, en calidad de practicante al bachillerato en jurisprudencia. 

Solicita, en 25 de noviembre de 1864, que se agreguen al expediente certificaciones de asistencia al estudio de Ramón de Armas. 

En 3 y 4 de junio de 1864 obtiene sobresaliente en Derecho Penal y Teoría de los Procedimientos. 

Le señalan el examen de grado de Licenciado para el 8 de junio de 1865 en que obtiene sobresaliente. 

El grado de Licenciado en Derecho Civil y Canónico le fue discernido a Agramonte el 13 de junio de 1865 por “el Excmo. Sr. Gobernador Superior Civil de la Isla, por haber hecho constar su suficiencia ante la Universidad de la Habana”.

Los jueves y sábados de cada semana se celebraban sesiones, que se conocían respectivamente como “juevinas” y “sabatinas”, en las que a los alumnos se les fijaba el cometido de dictar una disertación.

En 1913, en el discurso conmemorativo del 40º aniversario de la caída en combate del Mayor General, Antonio Zambrana dijo que “en uno de los ejercicios que sostenían un día de la semana en el aula magna los estudiantes de cada facultad, leyendo el elegido para el caso una disertación a que otros, también designados por el catedrático a quien tocaba hacerlo, presentaban objeciones y reparos, leyó Ignacio Agramonte… un discurso vibrante, eléctrico, elocuentísimo, en que, a propósito de un tema de administración, habló de los derechos menospreciados de Cuba y de su pésimo gobierno”.(2)

De esa velada también se conservan otras impresiones del mismo Antonio Zambrana: "Aquello fué como un toque de clarín. El suelo de todo el viejo Convento de Santo Domingo, en el que la Universidad estaba entonces, se hubiera dicho que temblaba, el catedrático que presidía el acto dijo que si hubiera conocido previamente aquel discurso no hubiera autorizado su lectura; los que debían hacerle objeciones llenaron sólo de una manera aparente su tarea y yo, que allí me encontraba, concebí desde entonces por aquel estudiante, que antes de ese día no había llamado mi atención, la amistad apasionada, llena de admiración y fidelidad, que me unió con él hasta su muerte." (3)

En el discurso pronunciado ante el Rector y el Claustro de la Universidad, Agramonte afirmó que “La Asamblea Constituyente francesa de 1791 proclamó entre los demás derechos del hombre el de la resistencia a la opresión…

“La centralización llevada hasta cierto grado, es por decirlo así, la anulación completa del individuo, es la senda del absolutismo; la descentralización absoluta conduce a la anarquía y al desorden. Necesario es que nos coloquemos entre estos dos extremos para hallar esa bien entendida descentralización que permite florecer la libertad a la par que el orden.

“La centralización no limitada convenientemente, disminuye, cuando no destruye la libertad de industria, y de aquí la disminución de la competencia entre los productores, de esta causa tan poderosa del perfeccionamiento de los productos y de su menor precio, que los pone más al alcance de los consumidores.

“La administración, requiriendo un número casi fabuloso de empleados, arranca una multitud de brazos a las artes y a la industria; y debilitando la inteligencia y la actividad, convierte al hombre en órgano de transmisión o ejecución pasiva.

“La centralización hace desaparecer ese individualismo, cuya conservación hemos sostenido como necesaria a la sociedad. De allí al comunismo no hay más que un paso; se comienza por declarar impotente al individuo y se concluye por justificar la intervención de la sociedad en su acción destruyendo su libertad, sujetando a reglamento sus deseos, sus pensamientos, sus más íntimas afecciones, sus necesidades, sus acciones todas.(4)

“Si me fuera permitido mayor extensión yo aglomeraría más razones y los hechos que apoyan una concentración bien entendida del poder, porque es una organización dictada por los sanos y eternos principios y confirmada por la experiencia; pero fuerza es que concluya esta parte y lo haré copiando un trozo de Maurice Lachatre: “Así como los antiguos romanos no usaban de la dictadura sino por cortos intervalos y solamente cuando la patria corría grandes peligros, es necesario tener en ellos una acumulación tan enorme de poder, como la de una máquina que permite a un solo hombre atar una nación y someterla a su voluntad. En tiempo de paz, la centralización (limitada como lo hemos hecho nosotros), es el estado natural de un pueblo libre y cada parte de su territorio debe gozar de la mayor suma de libertad, a fin de que siempre y por todas partes, los ciudadanos puedan adquirir el desenvolvimiento normal de todas sus facultades”.

“El Estado que llegue a realizar esa alianza será modelo de las sociedades y dará por resultado la felicidad suya, y en particular, de cada uno de sus miembros; la luz de la civilización brillará en él con todo esplendor, la ley providencia del progreso lo caracterizará y perpetua será su marcha hacia el destino que le marcó la benéfica mano del Altísimo.

“Por el contrario, el Gobierno que con una centralización absoluta destruya ese franco desarrollo de la acción individual y detenga la sociedad en su desenvolvimiento progresivo, no se funda en la justicia y en la razón, sino tan sólo en la fuerza; y el Estado que tal fundamento tenga, podrá en un momento de energía anunciarse al mundo como estable e imperecedero, pero tarde o temprano cuando los hombres, conociendo sus derechos violados, se propongan reinvindicarlos, irá el estruendo del cañón a anunciarle que cesó su letal dominación.”



Es impresionante (por su calidad de profético) el razonamiento de Ignacio Agramonte sobre el carácter aniquilador de la libertad de pensamiento que entraña el ideario comunista, y que lo expresase en un discurso de estudiante pronunciado ante el claustro de una universidad en un país colonial, donde además imperaba la censura más férrea, desde que en 1825 se le habían conferido al gobernador y capitán general de la Isla las atribuciones de jefe de plaza sitiada y podía encarcelar e incluso deportar a quien quisiera.

Agramonte, quien tras el Grito de Yara demostró ser un gran líder militar a la vez que un consumado demócrata en la República en Armas, tuvo una diáfana visión del comunismo como enemigo de las libertades y disolvente de la sociedad.


(2) Ese trabajo fue reproducido en la Revista de la Facultad de Letras y Ciencias, Habana, 1912, vol. XV, p. 28-36, en cuyo final aparece apostillada la fecha “Febrero 8 de 1862”.

(3) Citadas por Juan J.E. Casasús en su “Vida de Ignacio Agramonte”, Libro Segundo.

(4) La presciencia expresada con el rechazo por parte de Agramonte del comunismo no tuvo que deberse, necesariamente, a que tuviera a su disposición “El Manifiesto Comunista” redactado por Marx y Engels en 1848 –porque la primera edición en español no se produjo sino en 1887 en Madrid- ni tampoco pudiese tener a la vista el entonces todavía inédito “El Capital” de Karl Marx –que no fue publicado, y para eso en alemán, hasta 1867-.

Pero el ideario comunista europeo ya había sido objeto de considerable estudio y su difusión había recibido un impulso notable a raíz de la publicación por Marx, en 1847, en idioma francés, de “La Miseria de la Filosofía” –un ataque a fondo contra Proudhon, el revolucionario francés que prohijó el movimiento anarquista junto con Kropotkin y Bakunin, y a quien Marx acusó de “charlatanismo”-.

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