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domingo, 19 de junio de 2016
miércoles, 15 de junio de 2016
El tenorio de correspondencia secreta
- Detalles
- Escrito por Emilio Roig de Leuchsenring
- Visitas: 1275
«Señora distinguida, con algún capital, viuda y cansada de su soledad, desea encontrar caballero serio y de regular posición, o perteneciente a la industria o comercio, para casarse con él. Contestar a X. X. Lista de Correos».
Gorón, el famoso jefe de policía de París, considera en sus Memorias, al hablarnos sobre la estafa por medio del matrimonio, la correspondencia secreta de los periódicos, como el procedimiento más usual que se emplea para cometer esta clase de delitos, ya directamente por la persona que pretende realizarlos, ya por mediación de las agencias matrimoniales, ya también por los mismos periódicos que insertan esos anuncios.
Es preciso dice, «haber estado durante algunos años encargado de seguir a los estafadores, para saber qué mágico influjo ejerce en los hombres y las mujeres la palabra matrimonio, y que sentimientos tan innobles despierta a veces en las almas. Es preciso reconocer además que en este género de estafa, como en casi todos, los estafados no suelen ser más dignos de consideración que los estafadores».
Uno de estos listos, o alguno de los ganchos de la Agencia, insertan en la sección de Correspondencia Secreta, un suelto redactado, más o menos en los siguientes términos:
«Señora distinguida, con algún capital, viuda y cansada de su soledad, desea encontrar caballero serio y de regular posición, o perteneciente a la industria o comercio, para casarse con él. Contestar a X. X. Lista de Correos».
«Caballero de cuarenta años fino y bien educado, jefe casa comercio, aburrido soltería, contraerá matrimonio con señorita o viuda sin hijos. No es exigente en dote, ni detalles de belleza, pues busca cariño y hogar. Dirigirse a Leante, Apartado 777».
Al reclamo de cualquiera de estos anuncios, acuden los incautos,.. sinvergüenzas, que sin reunir las condiciones exigidas, esperan ser ellos los que den el mico al anunciante. Comienza entonces una verdadera lucha entre compañeros de profesión, de la que resultará vencedor el más listo o el más afortunado. En otras ocasiones, hay infelices que caen en la red, atraídos por la bella perspectiva de un matrimonio de capital, y resultan miserablemente estafados.
Por último, existen periódicos —fuera de Cuba ¡por supuesto!— que tienen entregada su sección de correspondencia secreta a agentes, que explotan esa clase de anuncio como un negocio, publicando falsas solicitudes ya de matrimonios, ya de relaciones de cualquier otra clase, con el fin de que el publico acude al reclamo y se gaste el dinero insertando en la sección sus respuestas. El agente, como no le cuesta, hace que el aspirante sostenga larga correspondencia con la fingida dama o caballero. El importe de lo recaudado se distribuye, por partes iguales, entre la administración del periódico y el agente. ¡Y pensar que quienes realizan tales estafas, pretenden, cínicamente, seguir encauzando, come Cuarto Poder, la opinión pública, y erigirse en árbitros de la moral y honradez de los demás.
Hay, desde luego, muchas de estas correspondencias que son ciertas: novios y novias, que bien por oposición de las familias o por encontrarse distantes, no tienen otra manera de comunicarse. En nuestro archivo conservamos algunas muestras verdaderamente interesantes. Véanse estas tres: «Adolfo: Dígame si los paseos que da por frente a mi casa son por mí o por mi prima. María». «Reina: Hoy por la tarde pasaré por tu casa, procura estar en el portal, que si las circunstancias nos son favorables podemos hablar unos minutos.—Mongo». «Alicia. Vida mía, no he podido aun olvidar aquella noche. Quiero venir pasado mañana. Aleja guardiana. Automóvil esperar á sitio acostumbrado. Lleva pantalón rosa. Ricardo».
En otras correspondencias, se desenvuelven numerosas intrigas matrimoniales, que tiene por base el famoso triángulo, como puede verse por las siguientes fichas que poseemos: «Ernesto es demasiado pronto para ese paso. Deja siquiera que pase clásica luna. No seas impaciente. Todo se andará. — Consuelo». «Apenado fiebre, consecuencia agitación y emociones excesivas ayer. Espero ansioso domingo. Deseo prolongue ausencia individuo. Granizado».
Facilita, así mismo, la correspondencia secreta, el modo de verse, comunicarse o darse cita dos amantes. Véanse las muestras, bastante expresivas: «Tirso. Conforme De cuatro a seis.—Elena» —«Jainto. Aprovecha esta noche, porque mañana voy a confesarme. Nena». —«M. S. Sigo mal. Busca manera enviar recursos, pues Coronel no ha venido. Contesta vía Sultana». —«Laura. Sube a las cinco. Desde aquí te veo con los gemelos. Tu puedes hacer lo mismo; no tengas cuidado; cuando yo vea que otra persona los tome, me ocultaré tras el muro. Mario».
—«Nena: Recibí carta. Imposible. Piensa serenamente. Escríbeme hoy. Tengo carta, no puedo mandarla. Necesito verte solo una hora convencerte injusticia resolución. Contesta otra vía temprano. Ten mucho cuidado. Pensaba en tí solamente. Rubini».
—A veces, que la vida es así, esas correspondencias dejan adivinar pavorosos dramas, hondas tragedias, de dolor y pobreza. Zamacois, en una de sus últimos artículos comenta el siguiente suelto que apareció en un periódico español: «Joven huérfana, educación esmerada, sabiendo tocar el piano, desea protección caballero respetable. Lista correos» ¡Qué intensa novela, llena de dolorosas y tristes enseñanzas, se oculta en esas líneas! .Alguna de esas señoritas de «educación esmerada», inútiles para la vida, víctima de un sistema de enseñanza familiar, tan hipócrita como funesto, que de la noche a la mañana queda huérfana, en la miseria, sin saber valerse y busca en el protector desconocido, un alivio a su desgracia. Es el primer paso hacia un abismo que terminará probablemente en la sala de un hospital. ¡Y sus padres, descansarán «en el seno del Señor», satisfechos de haber dado a la hija amada, en el más aristocrático colegio de religiosas, una «esmerada educación».
El tenorio de correspondencia es el gracioso de esta comedia humana. Así como hay conquistadores que utilizan, para atraer a las mujeres, su caída de ojos, su automóvil, sus llamativos chalecos, sus saludos de largo metraje, el vistoso solitario o la cadena de dos ramales y hasta el lunar más o menos asturiano que adorna y embellece su rostro, el tenorio de correspondencia, se va de ésta para realizar estragos entre damas y damitas.
Los hay de dos tipos.
Uno, es el señor acomodado, casi siempre de aspecto respetable, que en el tranvía, en el paseo o en el teatro, al divisar alguna mujer que le agrada y quiere hacer víctima suya, se dirige hacia ella, y ceremoniosa y correctamente, le dice casi al oído.
—Perdone mi atrevimiento— pero hágame el favor de leer mañana la correspondencia secreta de tal Periódico. Allí podrá darse cuenta de la pasión que usted me inspira.
Al día siguiente, la dama con esa invencible curiosidad femenina, busca el periódico indicado, y encuentra efectivamente lo siguiente:
«Dama desconocida. Ayer la vi y quedé rendido de amor y admiración ante sus plantas. Mi corazón late ardorosa y precipitadamente, la amo! Soy hombre de posición acomodada, grandes relaciones, fino, cariñoso. Ofrezco hacerla la mas feliz de las mujeres. ¿Quiere usted que entablemos relaciones?»
Es preciso dice, «haber estado durante algunos años encargado de seguir a los estafadores, para saber qué mágico influjo ejerce en los hombres y las mujeres la palabra matrimonio, y que sentimientos tan innobles despierta a veces en las almas. Es preciso reconocer además que en este género de estafa, como en casi todos, los estafados no suelen ser más dignos de consideración que los estafadores».
Uno de estos listos, o alguno de los ganchos de la Agencia, insertan en la sección de Correspondencia Secreta, un suelto redactado, más o menos en los siguientes términos:
«Señora distinguida, con algún capital, viuda y cansada de su soledad, desea encontrar caballero serio y de regular posición, o perteneciente a la industria o comercio, para casarse con él. Contestar a X. X. Lista de Correos».
«Caballero de cuarenta años fino y bien educado, jefe casa comercio, aburrido soltería, contraerá matrimonio con señorita o viuda sin hijos. No es exigente en dote, ni detalles de belleza, pues busca cariño y hogar. Dirigirse a Leante, Apartado 777».
Al reclamo de cualquiera de estos anuncios, acuden los incautos,.. sinvergüenzas, que sin reunir las condiciones exigidas, esperan ser ellos los que den el mico al anunciante. Comienza entonces una verdadera lucha entre compañeros de profesión, de la que resultará vencedor el más listo o el más afortunado. En otras ocasiones, hay infelices que caen en la red, atraídos por la bella perspectiva de un matrimonio de capital, y resultan miserablemente estafados.
Por último, existen periódicos —fuera de Cuba ¡por supuesto!— que tienen entregada su sección de correspondencia secreta a agentes, que explotan esa clase de anuncio como un negocio, publicando falsas solicitudes ya de matrimonios, ya de relaciones de cualquier otra clase, con el fin de que el publico acude al reclamo y se gaste el dinero insertando en la sección sus respuestas. El agente, como no le cuesta, hace que el aspirante sostenga larga correspondencia con la fingida dama o caballero. El importe de lo recaudado se distribuye, por partes iguales, entre la administración del periódico y el agente. ¡Y pensar que quienes realizan tales estafas, pretenden, cínicamente, seguir encauzando, come Cuarto Poder, la opinión pública, y erigirse en árbitros de la moral y honradez de los demás.
Hay, desde luego, muchas de estas correspondencias que son ciertas: novios y novias, que bien por oposición de las familias o por encontrarse distantes, no tienen otra manera de comunicarse. En nuestro archivo conservamos algunas muestras verdaderamente interesantes. Véanse estas tres: «Adolfo: Dígame si los paseos que da por frente a mi casa son por mí o por mi prima. María». «Reina: Hoy por la tarde pasaré por tu casa, procura estar en el portal, que si las circunstancias nos son favorables podemos hablar unos minutos.—Mongo». «Alicia. Vida mía, no he podido aun olvidar aquella noche. Quiero venir pasado mañana. Aleja guardiana. Automóvil esperar á sitio acostumbrado. Lleva pantalón rosa. Ricardo».
En otras correspondencias, se desenvuelven numerosas intrigas matrimoniales, que tiene por base el famoso triángulo, como puede verse por las siguientes fichas que poseemos: «Ernesto es demasiado pronto para ese paso. Deja siquiera que pase clásica luna. No seas impaciente. Todo se andará. — Consuelo». «Apenado fiebre, consecuencia agitación y emociones excesivas ayer. Espero ansioso domingo. Deseo prolongue ausencia individuo. Granizado».
Facilita, así mismo, la correspondencia secreta, el modo de verse, comunicarse o darse cita dos amantes. Véanse las muestras, bastante expresivas: «Tirso. Conforme De cuatro a seis.—Elena» —«Jainto. Aprovecha esta noche, porque mañana voy a confesarme. Nena». —«M. S. Sigo mal. Busca manera enviar recursos, pues Coronel no ha venido. Contesta vía Sultana». —«Laura. Sube a las cinco. Desde aquí te veo con los gemelos. Tu puedes hacer lo mismo; no tengas cuidado; cuando yo vea que otra persona los tome, me ocultaré tras el muro. Mario».
—«Nena: Recibí carta. Imposible. Piensa serenamente. Escríbeme hoy. Tengo carta, no puedo mandarla. Necesito verte solo una hora convencerte injusticia resolución. Contesta otra vía temprano. Ten mucho cuidado. Pensaba en tí solamente. Rubini».
—A veces, que la vida es así, esas correspondencias dejan adivinar pavorosos dramas, hondas tragedias, de dolor y pobreza. Zamacois, en una de sus últimos artículos comenta el siguiente suelto que apareció en un periódico español: «Joven huérfana, educación esmerada, sabiendo tocar el piano, desea protección caballero respetable. Lista correos» ¡Qué intensa novela, llena de dolorosas y tristes enseñanzas, se oculta en esas líneas! .Alguna de esas señoritas de «educación esmerada», inútiles para la vida, víctima de un sistema de enseñanza familiar, tan hipócrita como funesto, que de la noche a la mañana queda huérfana, en la miseria, sin saber valerse y busca en el protector desconocido, un alivio a su desgracia. Es el primer paso hacia un abismo que terminará probablemente en la sala de un hospital. ¡Y sus padres, descansarán «en el seno del Señor», satisfechos de haber dado a la hija amada, en el más aristocrático colegio de religiosas, una «esmerada educación».
El tenorio de correspondencia es el gracioso de esta comedia humana. Así como hay conquistadores que utilizan, para atraer a las mujeres, su caída de ojos, su automóvil, sus llamativos chalecos, sus saludos de largo metraje, el vistoso solitario o la cadena de dos ramales y hasta el lunar más o menos asturiano que adorna y embellece su rostro, el tenorio de correspondencia, se va de ésta para realizar estragos entre damas y damitas.
Los hay de dos tipos.
Uno, es el señor acomodado, casi siempre de aspecto respetable, que en el tranvía, en el paseo o en el teatro, al divisar alguna mujer que le agrada y quiere hacer víctima suya, se dirige hacia ella, y ceremoniosa y correctamente, le dice casi al oído.
—Perdone mi atrevimiento— pero hágame el favor de leer mañana la correspondencia secreta de tal Periódico. Allí podrá darse cuenta de la pasión que usted me inspira.
Al día siguiente, la dama con esa invencible curiosidad femenina, busca el periódico indicado, y encuentra efectivamente lo siguiente:
«Dama desconocida. Ayer la vi y quedé rendido de amor y admiración ante sus plantas. Mi corazón late ardorosa y precipitadamente, la amo! Soy hombre de posición acomodada, grandes relaciones, fino, cariñoso. Ofrezco hacerla la mas feliz de las mujeres. ¿Quiere usted que entablemos relaciones?»
Emilio Roig de Leuchsenring
Historiador de la Ciudad desde 1935 hasta su deceso en 1964.
Historiador de la Ciudad desde 1935 hasta su deceso en 1964.
Apuntes para la historia del reloj en Cuba
Detalles
- Escrito por Arturo A. Pedroso Alés
- Visitas: 3806
A lo largo del siglo XIX, numerosas relojerías se establecieron en La Habana. Ellas contribuyeron a que sus habitantes tuvieran una real dimensión del tiempo... eso que miden los relojes.
De la anterior cita debemos aclarar que la ciudad a la que se hace alusión es Biel (en francés, Bienne), situada en el noroeste de Suiza, en el cantón de Berna, considerada en la actualidad un importante centro relojero. Por el propio Enrique Schoechlin, quien tuvo su
primera relojería en la calle Mercaderes No. 10, conocemos sobre una de las más importantes marcas que se comercializaron en Cuba. Nos referimos a los relojes Sol, famosos por su precisión y acabado, sobre los que afirma: «esta casa, como poseedora de una fábrica de relojes en Bienne y con establecimiento en la Habana, está en el deber de recomendar los relojes marca Sol. Ellos ofrecen iguales garantías que los relojes Bachschmid Patent, como relojes de oro corrientes, ofrecen un resultado tan completo que
bien puede decirse que todo aquel que posee un reloj de esa marca, está completamente satisfecho».9
Schoechlin se trasladaría luego para la más comercial de nuestras arterias habaneras: la calle Obispo. Y al referirse a esa relojería en su obra Directorio Criticón de la Habana, el periodista Juan Franqueza no escatima elogios para con ella: «la magnífica joyería y relojería El Bon Marché del apreciable señor Enrique Schoechlin, que ha agradecido a su ciudad su fortuna dotándola con tan elegante tienda, que se distingue por los costosos kioscos traídos de Europa. Merece un aplauso este caballero suizo y no se lo escatimamos».10
Una de las más afamadas relojerías que se conociese en La Habana fue la firma habanera Cuervo y Sobrinos, fundada en 1882 y considerada «uno de los más grandes orgullos mercantiles de la ciudad». Tuvo instalados sus almacenes y despacho en la calle Muralla No. 37 ½, altos. En 1892, deseando ampliar más la esfera de sus negocios, adquirió un nuevo establecimiento, situado en la calle Teniente Rey No. 13.
Es justamente por esta época que algunas de las más afamadas relojerías abandonan definitivamente La Habana Vieja para establecerse en importantes arterias comerciales como Galiano, San Rafael o Neptuno. Tal vez los ejemplos más llamativos sean la antes mencionada firma Cuervo y Sobrinos, y la prestigiosa joyería y relojería El Gallo de Sandalio Cienfuegos y Compañía, quien cierra sus almacenes de la calle Obrapía No. 39 para establecerse en la calle San Rafael entre Industria y Amistad, corredor este donde se asientan importantes relojerías como La Casa Rotary, La Esmeralda y La Casa Martull, entre otras.
Diseñada en 1920 por el célebre arquitecto norteamericano George Duncan, la torre del reloj se levantó entre los años 1921 al 1924 en piedra de Jaimanitas, y fue financiada por el susodicho «Pote», accionista del Banco Nacional y propietario de la famosa librería La Moderna Poesía. En sus cuatro campanas aparece grabado su nombre.
Al referirse a ello, el periodista Luis Sexto nos dice en un interesante artículo: «fue otra de las obras con las que el empresario intentaba convertir al antiguo potrero en un oasis para los potentados».
Se afirma que el majestuoso reloj es un ejemplar único y fue fabricado en los Estados Unidos.
El 3 de noviembre de 1993, la Asamblea Nacional del Poder Popular aprobó que la torre del reloj fuera el símbolo del Municipio Playa, ya que su origen coincide con el nacimiento del Reparto Miramar.
Durante la primera mitad del siglo XIX varios ayuntamientos de la Isla promueven suscripciones voluntarias para la compra de relojes públicos y solicitan la aprobación de las autoridades para su colocación.
Uno de los relojes públicos emblemáticos de La Habana es el que fuera colocado en la fachada principal del Palacio de los Capitanes Generales, todo hace indicar en 1860, durante las modificaciones que se hicieran a esa edificación, construida en 1791. En las imágenes aquí reproducidas, dicho reloj es testigo de las dos épocas en que se escinde la historia de Cuba: al fin del colonialismo español, durante una de las dos intervenciones Norteamericanas (nótese la bandera en la foto superior), y en la actualidad, cuando la enseña nacional engalana el actual Museo de la Ciudad. |
El arribo a Cuba de los primeros relojes, esos imprescindibles instrumentos para la medición del tiempo, tuvo lugar una vez colonizada nuestra isla por la Corona española. Muy poco conocemos de la forma, dimensiones y procedencia de las máquinas introducidas
durante los siglos XVI al XVIII.
Existe constancia de un exponente que databa de 1817, sobre el cual señaló el escritor y periodista Antonio Iraizoz y del Villar: «el venerable reloj de sol que se mantiene sobre un lienzo de pared de San Ambrosio es un cuadrante vertical no declinante. Expertos técnicos españoles lo fijaron con tanta precisión, que en su honor debemos decir que nunca ha sido errónea la sombra de su estilo. Invariable como el astro a que obedece, exacto como los cálculos astronómicos y geométricos que le originaron, desde 1817 sin que haya merecido
reproche alguno».1
De gran antigüedad también, aunque situado fuera de la ciudad amurallada y con una accidentada vida, hallamos un reloj fabricado en Ginebra que fue instalado, el 4 de octubre de 1839, en el campanario de la Iglesia Parroquial Mayor de Guanabacoa. Refiriéndose a esa desaparecida pieza, señaló el historiador Gerardo Castellanos en su Ensayo de Cronología Cubana:
«Con el importe de una suscripción hecha por Pedro Mantilla y Estrada y el regidor Pablo Hernández, se adquirió un gran reloj, que en este día fue colocado en el campanario de la parroquia de Guanabacoa. Un temporal lo destrozó en octubre de 1926 y por eso hace años que la villa no tiene hora pública».2
Precisamente sobre las circunstancias y pormenores que motivaron la adquisición por el Ayuntamiento y los vecinos de la villa de Guanabacoa de un nuevo reloj para su localidad, localizamos dos expedientes en el Fondo Gobierno Superior Civil del Archivo Nacional que arrojan cuantiosa información.
Por estas fuentes documentales conocimos que en cabildo extraordinario, celebrado el 11 de septiembre de 1839, se decide, por el alcalde y una comisión encargada de colectar fondos, la compra de un nuevo reloj de uso público por hallarse en mal estado y parado el que hasta ese momento existía en la parroquial de la villa.3
Una vez puesta en marcha la nueva máquina suiza en la torre de la iglesia, un nuevo obstáculo económico surgía: ¿quién sufragaría los gastos de arreglos y conservación del nuevo y excelente reloj? ¿Quién abonaría el salario de ocho pesos fuertes a su encargado? Estas interrogantes fueron objeto de atención de un cabildo ordinario, toda vez que los fondos parroquiales no podían erogar más que cuatro pesos para contratar al relojero.
Luego de algunas opiniones contrapuestas —entre ellas la del regidor Antonio Alvarado, quien expuso: «hace más de un siglo que fue puesto el antiguo reloj y jamás ha sido necesario que el fondo público se halle gravado para su sostenimiento»—,4 se logró allanar el camino y obtener el presupuesto necesario para mantener su funcionamiento.
Durante la primera mitad del siglo XIX varios ayuntamientos de la Isla promueven suscripciones voluntarias para la compra de relojes públicos y solicitan la aprobación de las autoridades para su colocación. Estos relojes casi siempre se instalan en iglesias o edificios gubernamentales.
Dentro de las solicitudes encontramos peticiones de toda Cuba, algunas formuladas por las tenencias de gobierno de importantes ciudades como Matanzas, Puerto Príncipe, Trinidad o Cienfuegos, y en otros casos, de poblaciones de menor rango como Güines, Manzanillo, Jaruco, San Antonio de los Baños, Guáimaro... por sólo citar algunas.
Por esta fecha, en La Habana existían varios relojes públicos que regían la agitada vida de una urbe en pleno crecimiento, determinado en primer lugar por el esplendor de su economía de plantación y por las libertades comerciales establecidas por el monarca Fernando VII. De acuerdo con Francisco González de Valle:
«Los habitantes de La Habana murada podían saber, lo mismo los que estaban en la calle como en sus casas, las horas en que vivían, por existir relojes públicos con campanas. Pueden citarse los que había en 1841: los de la Aduana, el Castillo de la Fuerza, la Catedral
y de las iglesias del Espíritu Santo y del Cristo; y fuera de las murallas, el del Arsenal, cuya campana apenas se oía. Como se carecía de otros relojes públicos, se pedía su colocación en la Parroquia de Guadalupe, en la de Jesús María, en el Campo Militar, y en la iglesia nueva de San Lázaro, según se decía en 19 de julio el folletinista del D. H., quien, además, daba la noticia de estarse arreglando el reloj de la parroquia del Espíritu Santo, de costo como de $ 800».5
En 1855, durante su segundo mandato en la Isla (1853-1859), el gobernador y capitán general José Gutiérrez de la Concha dirige una circular a los municipios en la que da a conocer una resolución con fecha 24 de julio para que se comprendan en los presupuestos municipales los gastos que causen los relojes públicos desde que dejen de satisfacerse por
los fondos de la Iglesia. A partir de este momento las autoridades coloniales corrieron con el sustento de los citados relojes.
Años más tarde, la ciudad incorpora un nuevo reloj público; éste no podría tener otra ubicación que el Palacio de los Capitanes Generales, también Casa del Cabildo. La fecha exacta de su instalación no la conocemos, aunque fue posterior a los años 40, ya que no es mencionado por Francisco González del Valle en su ya citada obra La Habana en 1841.
Documentalmente tenemos constancia que en 1860 este reloj se encontraba funcionando, y no resulta aventurado pensar que su colocación formó parte de las mejoras y reformas acometidas en este edificio durante ese propio año.
Antes de concluir el siglo, en muchas de nuestras ciudades existía más de un reloj de uso comunal. Ellos regían la vida de pueblos y ciudades con sus campanadas, además de embellecer los edificios públicos de mayor prestancia. De cierta manera llegaron a simbolizar el poderío de sus ayuntamientos.
El oficio de relojero adquirió gran reconocimiento social, al extremo que en ciudades como Matanzas, en 1870, existió un reglamento con las obligaciones del relojero de la Casa Capitular y su Parroquial Mayor. Uno de sus artículos prescribía:
«El relojero estará a las órdenes del Señor Gobernador Presidente como empleado municipal (…) gozará de treinta pesos de sueldo al mes y no podrá salir de la población, sin dejar relojero que lo sustituya bajo su responsabilidad previo aviso por escrito al señor Gobernador».6
Hasta aquí sólo hemos hecho mención de los relojes públicos. Mientras tanto, durante los siglos XVIII y buena parte del XIX, las familias nobles y los grandes hacendados adornaron sus palacios con lujosos relojes de mesa o de pared; más tarde, llegarían los relojes de pie o de caja alta.
Muchas de estas máquinas eran mandadas a fabricar a Europa o Norteamérica por sus futuros propietarios, que hacían grabar sus nombres en el interior de las mismas. Afortunadamente, algunos de estos relojes hoy se conservan en nuestra red de museos como testigos materiales de épocas pasadas, facilitándonos en muchos casos una valiosa información sobre sus fabricantes, antigüedad y dueños.
También existe constancia documental de estos primeros relojes en las testamentarias de las grandes familias habaneras. Recientemente el acucioso investigador Carlos Venegas Fornias, en su artículo «Un conde habanero en el Siglo de las Luces», al intentar reproducir parte del ambiente material que rodeó a la condesa de Merlín y su padre, Joaquín María Nicolás de Santa Cruz y Cárdenas, conde de Santa Cruz de Mopox y de San Juan de Jaruco, ofrece una tasación de los objetos suntuosos quedados al fallecimiento de este último, ocurrido en La Habana, el 5 de abril de 1807. Entre los objetos mencionados hay «dos relojes de mesa con figuras de bronce», probablemente de origen francés.
durante los siglos XVI al XVIII.
Existe constancia de un exponente que databa de 1817, sobre el cual señaló el escritor y periodista Antonio Iraizoz y del Villar: «el venerable reloj de sol que se mantiene sobre un lienzo de pared de San Ambrosio es un cuadrante vertical no declinante. Expertos técnicos españoles lo fijaron con tanta precisión, que en su honor debemos decir que nunca ha sido errónea la sombra de su estilo. Invariable como el astro a que obedece, exacto como los cálculos astronómicos y geométricos que le originaron, desde 1817 sin que haya merecido
reproche alguno».1
De gran antigüedad también, aunque situado fuera de la ciudad amurallada y con una accidentada vida, hallamos un reloj fabricado en Ginebra que fue instalado, el 4 de octubre de 1839, en el campanario de la Iglesia Parroquial Mayor de Guanabacoa. Refiriéndose a esa desaparecida pieza, señaló el historiador Gerardo Castellanos en su Ensayo de Cronología Cubana:
«Con el importe de una suscripción hecha por Pedro Mantilla y Estrada y el regidor Pablo Hernández, se adquirió un gran reloj, que en este día fue colocado en el campanario de la parroquia de Guanabacoa. Un temporal lo destrozó en octubre de 1926 y por eso hace años que la villa no tiene hora pública».2
Precisamente sobre las circunstancias y pormenores que motivaron la adquisición por el Ayuntamiento y los vecinos de la villa de Guanabacoa de un nuevo reloj para su localidad, localizamos dos expedientes en el Fondo Gobierno Superior Civil del Archivo Nacional que arrojan cuantiosa información.
Por estas fuentes documentales conocimos que en cabildo extraordinario, celebrado el 11 de septiembre de 1839, se decide, por el alcalde y una comisión encargada de colectar fondos, la compra de un nuevo reloj de uso público por hallarse en mal estado y parado el que hasta ese momento existía en la parroquial de la villa.3
Una vez puesta en marcha la nueva máquina suiza en la torre de la iglesia, un nuevo obstáculo económico surgía: ¿quién sufragaría los gastos de arreglos y conservación del nuevo y excelente reloj? ¿Quién abonaría el salario de ocho pesos fuertes a su encargado? Estas interrogantes fueron objeto de atención de un cabildo ordinario, toda vez que los fondos parroquiales no podían erogar más que cuatro pesos para contratar al relojero.
Luego de algunas opiniones contrapuestas —entre ellas la del regidor Antonio Alvarado, quien expuso: «hace más de un siglo que fue puesto el antiguo reloj y jamás ha sido necesario que el fondo público se halle gravado para su sostenimiento»—,4 se logró allanar el camino y obtener el presupuesto necesario para mantener su funcionamiento.
Durante la primera mitad del siglo XIX varios ayuntamientos de la Isla promueven suscripciones voluntarias para la compra de relojes públicos y solicitan la aprobación de las autoridades para su colocación. Estos relojes casi siempre se instalan en iglesias o edificios gubernamentales.
Dentro de las solicitudes encontramos peticiones de toda Cuba, algunas formuladas por las tenencias de gobierno de importantes ciudades como Matanzas, Puerto Príncipe, Trinidad o Cienfuegos, y en otros casos, de poblaciones de menor rango como Güines, Manzanillo, Jaruco, San Antonio de los Baños, Guáimaro... por sólo citar algunas.
Por esta fecha, en La Habana existían varios relojes públicos que regían la agitada vida de una urbe en pleno crecimiento, determinado en primer lugar por el esplendor de su economía de plantación y por las libertades comerciales establecidas por el monarca Fernando VII. De acuerdo con Francisco González de Valle:
«Los habitantes de La Habana murada podían saber, lo mismo los que estaban en la calle como en sus casas, las horas en que vivían, por existir relojes públicos con campanas. Pueden citarse los que había en 1841: los de la Aduana, el Castillo de la Fuerza, la Catedral
y de las iglesias del Espíritu Santo y del Cristo; y fuera de las murallas, el del Arsenal, cuya campana apenas se oía. Como se carecía de otros relojes públicos, se pedía su colocación en la Parroquia de Guadalupe, en la de Jesús María, en el Campo Militar, y en la iglesia nueva de San Lázaro, según se decía en 19 de julio el folletinista del D. H., quien, además, daba la noticia de estarse arreglando el reloj de la parroquia del Espíritu Santo, de costo como de $ 800».5
En 1855, durante su segundo mandato en la Isla (1853-1859), el gobernador y capitán general José Gutiérrez de la Concha dirige una circular a los municipios en la que da a conocer una resolución con fecha 24 de julio para que se comprendan en los presupuestos municipales los gastos que causen los relojes públicos desde que dejen de satisfacerse por
los fondos de la Iglesia. A partir de este momento las autoridades coloniales corrieron con el sustento de los citados relojes.
Años más tarde, la ciudad incorpora un nuevo reloj público; éste no podría tener otra ubicación que el Palacio de los Capitanes Generales, también Casa del Cabildo. La fecha exacta de su instalación no la conocemos, aunque fue posterior a los años 40, ya que no es mencionado por Francisco González del Valle en su ya citada obra La Habana en 1841.
Documentalmente tenemos constancia que en 1860 este reloj se encontraba funcionando, y no resulta aventurado pensar que su colocación formó parte de las mejoras y reformas acometidas en este edificio durante ese propio año.
Antes de concluir el siglo, en muchas de nuestras ciudades existía más de un reloj de uso comunal. Ellos regían la vida de pueblos y ciudades con sus campanadas, además de embellecer los edificios públicos de mayor prestancia. De cierta manera llegaron a simbolizar el poderío de sus ayuntamientos.
El oficio de relojero adquirió gran reconocimiento social, al extremo que en ciudades como Matanzas, en 1870, existió un reglamento con las obligaciones del relojero de la Casa Capitular y su Parroquial Mayor. Uno de sus artículos prescribía:
«El relojero estará a las órdenes del Señor Gobernador Presidente como empleado municipal (…) gozará de treinta pesos de sueldo al mes y no podrá salir de la población, sin dejar relojero que lo sustituya bajo su responsabilidad previo aviso por escrito al señor Gobernador».6
Hasta aquí sólo hemos hecho mención de los relojes públicos. Mientras tanto, durante los siglos XVIII y buena parte del XIX, las familias nobles y los grandes hacendados adornaron sus palacios con lujosos relojes de mesa o de pared; más tarde, llegarían los relojes de pie o de caja alta.
Muchas de estas máquinas eran mandadas a fabricar a Europa o Norteamérica por sus futuros propietarios, que hacían grabar sus nombres en el interior de las mismas. Afortunadamente, algunos de estos relojes hoy se conservan en nuestra red de museos como testigos materiales de épocas pasadas, facilitándonos en muchos casos una valiosa información sobre sus fabricantes, antigüedad y dueños.
También existe constancia documental de estos primeros relojes en las testamentarias de las grandes familias habaneras. Recientemente el acucioso investigador Carlos Venegas Fornias, en su artículo «Un conde habanero en el Siglo de las Luces», al intentar reproducir parte del ambiente material que rodeó a la condesa de Merlín y su padre, Joaquín María Nicolás de Santa Cruz y Cárdenas, conde de Santa Cruz de Mopox y de San Juan de Jaruco, ofrece una tasación de los objetos suntuosos quedados al fallecimiento de este último, ocurrido en La Habana, el 5 de abril de 1807. Entre los objetos mencionados hay «dos relojes de mesa con figuras de bronce», probablemente de origen francés.
RELOJERÍAS Y RELOJEROS EN LA HABANA DEL SIGLO XIXEn 1832 se publica en el Diario Noticioso Mercantil de La Habana un anuncio sobre una relojería situada en la calle de Santa Teresa No. 81 (actual calle Teniente Rey), propiedad del señor Juan Luis Dubois, ciudadano presumiblemente de nacionalidad suiza o francesa. Quizás constituya éste uno de los primeros avisos comerciales sobre un acreditado relojero de nuestra ciudad.
De acuerdo con la información que aporta ese rotativo, y al coincidir la calle donde se encuentra situada esa casa comercial, así como el apellido del relojero, nos hace pensar que ese establecimiento no puede ser otro que la famosa relojería de Dubois, la misma a la que hace mención Cirilo Villaverde en el capítulo XII de su novela Cecilia Valdés o La Loma del Ángel.
Según relata Villaverde, una tarde del año 1831, cuando doña Rosa Sandoval de Gamboa transita por una relojería de la calle Teniente Rey, su dueño —de apellido Dubois— le enseña unos relojes de repetición que acababa de recibir de Suiza, precisándole que eran los primeros llegados a La Habana directamente desde Ginebra. Por veinte onzas de oro, ella le compra uno de esos relojes para su hijo Leonardo Gamboa como regalo de pascuas.
Aunque en La Habana existieron muchas relojerías, no es hasta 1892 que en el Diario Mercantil de La Habana aparece una relación detallada de todos esos establecimientos. No obstante, hay evidencias de la presencia cada vez mayor de relojeros extranjeros a lo largo de toda esa centuria, entre ellos algunos suizos como es el caso de don Eduardo Groz, quien solicita se le despache carta de domicilio, el 8 de noviembre de 1843.
Un año más tarde, llegan los también suizos Esnert y Alban Dubois, y el francés Eugenio La Ferres. En 1845 lo hacen John M. Rirk, natural de Inglaterra, y el alemán don Francisco Javier Vogt, al que seguirían sus coterráneos Andrés Glauz y Martin Meyer, los que declaran haber introducido 500 pesos cada uno en efectos de relojería en la Isla.7
Nombres imprescindibles son William y Enrique Schoelchlin, este último relojero fabricante y alumno del Colegio del Gran Ducado de Baden, región alemana donde se crea una importante industria productora de relojes de pared durante el siglo XVII. A él debemos la traducción del alemán al español de un importante folleto titulado Relación histórica del arte de la relojería.
Al referirse a tan distinguido maestro, Enrique Schoelchin afirma: «William Schoechlin, que por espacio de muchos años ha estado en este país, y que se retiró para establecer la fábrica que hoy posee en Bienne (Suiza), estudió durante su permanencia aquí cuantos defectos tenían los relojes que mandaban a este mercado, y ha procurado salvar todos los inconvenientes fabricando sus relojes exentos de defectos y tan perfeccionados que compiten con ventajas con todos cuantos se conocen hasta hoy».8
De acuerdo con la información que aporta ese rotativo, y al coincidir la calle donde se encuentra situada esa casa comercial, así como el apellido del relojero, nos hace pensar que ese establecimiento no puede ser otro que la famosa relojería de Dubois, la misma a la que hace mención Cirilo Villaverde en el capítulo XII de su novela Cecilia Valdés o La Loma del Ángel.
Según relata Villaverde, una tarde del año 1831, cuando doña Rosa Sandoval de Gamboa transita por una relojería de la calle Teniente Rey, su dueño —de apellido Dubois— le enseña unos relojes de repetición que acababa de recibir de Suiza, precisándole que eran los primeros llegados a La Habana directamente desde Ginebra. Por veinte onzas de oro, ella le compra uno de esos relojes para su hijo Leonardo Gamboa como regalo de pascuas.
Aunque en La Habana existieron muchas relojerías, no es hasta 1892 que en el Diario Mercantil de La Habana aparece una relación detallada de todos esos establecimientos. No obstante, hay evidencias de la presencia cada vez mayor de relojeros extranjeros a lo largo de toda esa centuria, entre ellos algunos suizos como es el caso de don Eduardo Groz, quien solicita se le despache carta de domicilio, el 8 de noviembre de 1843.
Un año más tarde, llegan los también suizos Esnert y Alban Dubois, y el francés Eugenio La Ferres. En 1845 lo hacen John M. Rirk, natural de Inglaterra, y el alemán don Francisco Javier Vogt, al que seguirían sus coterráneos Andrés Glauz y Martin Meyer, los que declaran haber introducido 500 pesos cada uno en efectos de relojería en la Isla.7
Nombres imprescindibles son William y Enrique Schoelchlin, este último relojero fabricante y alumno del Colegio del Gran Ducado de Baden, región alemana donde se crea una importante industria productora de relojes de pared durante el siglo XVII. A él debemos la traducción del alemán al español de un importante folleto titulado Relación histórica del arte de la relojería.
Al referirse a tan distinguido maestro, Enrique Schoelchin afirma: «William Schoechlin, que por espacio de muchos años ha estado en este país, y que se retiró para establecer la fábrica que hoy posee en Bienne (Suiza), estudió durante su permanencia aquí cuantos defectos tenían los relojes que mandaban a este mercado, y ha procurado salvar todos los inconvenientes fabricando sus relojes exentos de defectos y tan perfeccionados que compiten con ventajas con todos cuantos se conocen hasta hoy».8
En las casas-museos del Centro Histórico se conservan ejemplares de relojes de pie o caja alta, que demuestran el poder adquisitivo de sus propietarios, quienes mandaban a grabar sus nombres y apellidos en el interior de esas máquinas fabricadas en Europa o Norteamérica. |
primera relojería en la calle Mercaderes No. 10, conocemos sobre una de las más importantes marcas que se comercializaron en Cuba. Nos referimos a los relojes Sol, famosos por su precisión y acabado, sobre los que afirma: «esta casa, como poseedora de una fábrica de relojes en Bienne y con establecimiento en la Habana, está en el deber de recomendar los relojes marca Sol. Ellos ofrecen iguales garantías que los relojes Bachschmid Patent, como relojes de oro corrientes, ofrecen un resultado tan completo que
bien puede decirse que todo aquel que posee un reloj de esa marca, está completamente satisfecho».9
Schoechlin se trasladaría luego para la más comercial de nuestras arterias habaneras: la calle Obispo. Y al referirse a esa relojería en su obra Directorio Criticón de la Habana, el periodista Juan Franqueza no escatima elogios para con ella: «la magnífica joyería y relojería El Bon Marché del apreciable señor Enrique Schoechlin, que ha agradecido a su ciudad su fortuna dotándola con tan elegante tienda, que se distingue por los costosos kioscos traídos de Europa. Merece un aplauso este caballero suizo y no se lo escatimamos».10
Una de las más afamadas relojerías que se conociese en La Habana fue la firma habanera Cuervo y Sobrinos, fundada en 1882 y considerada «uno de los más grandes orgullos mercantiles de la ciudad». Tuvo instalados sus almacenes y despacho en la calle Muralla No. 37 ½, altos. En 1892, deseando ampliar más la esfera de sus negocios, adquirió un nuevo establecimiento, situado en la calle Teniente Rey No. 13.
MERCADERES: CALLE DE GRANDES RELOJERÍASQuizás sea la calle Mercaderes donde se asentara el mayor número de los más acreditados relojeros y relojerías de la ciudad durante el siglo XIX.
La primera de esas tiendas aparece en el Directorio de Comercio e Industria de la Habana correspondiente a 1860, en el que se anuncia el abundante surtido de la relojería situada en Mercaderes No. 6, entre Obispo y Obrapía, propiedad de Juan Merming. Allí se ofertaban relojes de bolsillo de las mejores fábricas europeas, así como relojes de campanas colgantes
y de sobremesas, relojes con música y despertador, e incluso relojes para torres de iglesias e ingenios.
En 1870, el Almanaque Mercantil, entre sus anuncios, destaca la relojería de Enrique Fisher, establecida en Mercaderes No. 12. Esta casa importaba un variado surtido de relojes de las mejores fábricas de Alemania, Inglaterra, Francia y Suiza.
Valiosa información nos brinda el Indicador Habanero en su edición de 1880, al relacionar los establecimientos situados en dicha calle. El primero de ellos es la prestigiosa casa de Gustavo Jensen y Cía., en Mercaderes No. 11, donde se oferta una gran variedad de los acreditados relojes de A. Lange & Söhne Dresden, dos de las más encumbradas casas europeas. Continuando por la misma acera, aparecía la relojería de Bonnet y Cía., seguida por la de José Gavard, situadas en las casas marcadas con los números 13 y 15, respectivamente.
En la cuadra siguiente, comprendida entre las calles de Lamparilla y O’Reilly, en la casa marcada con el número 23 estaba situada la relojería de Francisco Menéndez. Cerraba esta sucesión de establecimientos la ya mencionada relojería de Enrique Schoechlin, ubicada en Mercaderes No. 10. En esta última sede se establecerían los comerciantes vascos Zarrabeitía y Azurmendi, quienes se anunciaban como sucesores de Gustavo Jensen, ofertando relojes de buena calidad. Lo sabemos porque así quedó registrado en el Directorio Mercantil de la Isla de Cuba (1892), cuando ya Schoechlin se había trasladado para la calle Obispo en pos de atraer nuevos clientes.
Otras relojerías ubicadas en la calle Mercaderes fueron la de Guillermo Reutlinger (No. 11 ½), la de Joaquín Díaz y, por último, la sociedad Santa María, Bermúdez y Cía. (No. 17).
La primera de esas tiendas aparece en el Directorio de Comercio e Industria de la Habana correspondiente a 1860, en el que se anuncia el abundante surtido de la relojería situada en Mercaderes No. 6, entre Obispo y Obrapía, propiedad de Juan Merming. Allí se ofertaban relojes de bolsillo de las mejores fábricas europeas, así como relojes de campanas colgantes
y de sobremesas, relojes con música y despertador, e incluso relojes para torres de iglesias e ingenios.
En 1870, el Almanaque Mercantil, entre sus anuncios, destaca la relojería de Enrique Fisher, establecida en Mercaderes No. 12. Esta casa importaba un variado surtido de relojes de las mejores fábricas de Alemania, Inglaterra, Francia y Suiza.
Valiosa información nos brinda el Indicador Habanero en su edición de 1880, al relacionar los establecimientos situados en dicha calle. El primero de ellos es la prestigiosa casa de Gustavo Jensen y Cía., en Mercaderes No. 11, donde se oferta una gran variedad de los acreditados relojes de A. Lange & Söhne Dresden, dos de las más encumbradas casas europeas. Continuando por la misma acera, aparecía la relojería de Bonnet y Cía., seguida por la de José Gavard, situadas en las casas marcadas con los números 13 y 15, respectivamente.
En la cuadra siguiente, comprendida entre las calles de Lamparilla y O’Reilly, en la casa marcada con el número 23 estaba situada la relojería de Francisco Menéndez. Cerraba esta sucesión de establecimientos la ya mencionada relojería de Enrique Schoechlin, ubicada en Mercaderes No. 10. En esta última sede se establecerían los comerciantes vascos Zarrabeitía y Azurmendi, quienes se anunciaban como sucesores de Gustavo Jensen, ofertando relojes de buena calidad. Lo sabemos porque así quedó registrado en el Directorio Mercantil de la Isla de Cuba (1892), cuando ya Schoechlin se había trasladado para la calle Obispo en pos de atraer nuevos clientes.
Otras relojerías ubicadas en la calle Mercaderes fueron la de Guillermo Reutlinger (No. 11 ½), la de Joaquín Díaz y, por último, la sociedad Santa María, Bermúdez y Cía. (No. 17).
SIGLO XX
Al iniciar este siglo, La Habana cuenta con 46 relojerías, muchas de ellas situadas en el actual Centro Histórico; no obstante, existen ya algunas que se ubican en importantes arterias comerciales como las calzadas de Galiano y de Jesús del Monte (actual calzada de 10 de Octubre), o en calles secundarias de las barriadas del Cerro y Centro Habana.
Esta tendencia a abandonar la parte más vieja de la capital en busca de zonas de mayor centralidad se incrementará durante las primeras décadas de la nueva centuria. A partir de los años 20, un gran número de relojerías son propiedad de ciudadanos cubanos, cuyo dominio es casi absoluto. Ello contrasta con lo ocurrido en el siglo anterior, cuando una buena parte de las mejores relojerías habaneras pertenecían a ciudadanos extranjeros, muchos de ellos de nacionalidad suiza o inglesa.
Curiosamente, entre los años de 1906 a 1912, formando parte del auge constructivo que emprende la ciudad una vez concluida la primera ocupación norteamericana (1898-1902), se inicia la construcción de un grupo de obras de carácter civil, las cuales incorporan relojes en sus frontones o fachadas.
Cabe mencionar, en orden cronológico, el edificio que levantó en 1906 la sociedad en comandita Casteleiro y Vizoso para almacén de ferretería; la Lonja del Comercio, ecléctico inmueble construido en 1909 para estimular las transacciones comerciales y, por último, la majestuosa edificación erigida en noviembre de 1912 por la compañía norteamericana Snare Triest para sede de la Terminal de Ferrocarriles de La Habana, conocida como la Estación Central. La iniciativa de adosar un reloj a la fachada principal sería retomada en los años 50 en el edificio masónico de Belascoaín y Salvador Allende.
Precisamente por esos años comienza a descollar una importante casa comercial: la firma Cuervo y Sobrinos. Esta empresa había surgido hacia finales del pasado siglo y, para entonces, gozaba de gran reconocimiento público como importadora de joyería, relojería y brillantes.
Por el Libro Azul de Cuba en su edición de 1917, conocemos que esta sociedad mercantil era la única importadora hacia Cuba de las afamadas marcas de relojes Roskopf y Longines, consideradas por entonces las de más renombre a nivel internacional. Además, traían directamente sus mercancías de los Estados Unidos y Europa.
En los años 30, esa firma abandona sus almacenes de la calle Muralla, y fija su nueva residencia en la céntrica calle San Rafael No. 19, entre Águila y Amistad. Allí afianzaría su prestigio durante las décadas de 1940 y 1950, al punto de grabar su nombre en la esfera de los relojes, ganando con ello más reputación y fama.
«El sólo hecho de que —al igual que Tiffany, en Nueva York, o Cartier, en París—, Cuervo y Sobrinos grabara su nombre en las esferas de los relojes junto al productor de los mismos, ya da cuenta del prestigio y solidez que alcanzó la empresa habanera (…) esa “doble marca” confiere hoy garantía y rareza a los ejemplares conservados (...) verdaderas joyas no solo por la exactitud mecánica sino también por la belleza de diseño y formas».11
Transcurridas tres décadas, el número de relojerías en la ciudad casi duplica a las existentes en 1900, entre otras razones porque la industria relojera se ha tecnificado de manera notable, de modo que la producción seriada desplaza a la fabricación artesanal vigente durante varios siglos.
Al iniciar este siglo, La Habana cuenta con 46 relojerías, muchas de ellas situadas en el actual Centro Histórico; no obstante, existen ya algunas que se ubican en importantes arterias comerciales como las calzadas de Galiano y de Jesús del Monte (actual calzada de 10 de Octubre), o en calles secundarias de las barriadas del Cerro y Centro Habana.
Esta tendencia a abandonar la parte más vieja de la capital en busca de zonas de mayor centralidad se incrementará durante las primeras décadas de la nueva centuria. A partir de los años 20, un gran número de relojerías son propiedad de ciudadanos cubanos, cuyo dominio es casi absoluto. Ello contrasta con lo ocurrido en el siglo anterior, cuando una buena parte de las mejores relojerías habaneras pertenecían a ciudadanos extranjeros, muchos de ellos de nacionalidad suiza o inglesa.
Curiosamente, entre los años de 1906 a 1912, formando parte del auge constructivo que emprende la ciudad una vez concluida la primera ocupación norteamericana (1898-1902), se inicia la construcción de un grupo de obras de carácter civil, las cuales incorporan relojes en sus frontones o fachadas.
Cabe mencionar, en orden cronológico, el edificio que levantó en 1906 la sociedad en comandita Casteleiro y Vizoso para almacén de ferretería; la Lonja del Comercio, ecléctico inmueble construido en 1909 para estimular las transacciones comerciales y, por último, la majestuosa edificación erigida en noviembre de 1912 por la compañía norteamericana Snare Triest para sede de la Terminal de Ferrocarriles de La Habana, conocida como la Estación Central. La iniciativa de adosar un reloj a la fachada principal sería retomada en los años 50 en el edificio masónico de Belascoaín y Salvador Allende.
Precisamente por esos años comienza a descollar una importante casa comercial: la firma Cuervo y Sobrinos. Esta empresa había surgido hacia finales del pasado siglo y, para entonces, gozaba de gran reconocimiento público como importadora de joyería, relojería y brillantes.
Por el Libro Azul de Cuba en su edición de 1917, conocemos que esta sociedad mercantil era la única importadora hacia Cuba de las afamadas marcas de relojes Roskopf y Longines, consideradas por entonces las de más renombre a nivel internacional. Además, traían directamente sus mercancías de los Estados Unidos y Europa.
En los años 30, esa firma abandona sus almacenes de la calle Muralla, y fija su nueva residencia en la céntrica calle San Rafael No. 19, entre Águila y Amistad. Allí afianzaría su prestigio durante las décadas de 1940 y 1950, al punto de grabar su nombre en la esfera de los relojes, ganando con ello más reputación y fama.
«El sólo hecho de que —al igual que Tiffany, en Nueva York, o Cartier, en París—, Cuervo y Sobrinos grabara su nombre en las esferas de los relojes junto al productor de los mismos, ya da cuenta del prestigio y solidez que alcanzó la empresa habanera (…) esa “doble marca” confiere hoy garantía y rareza a los ejemplares conservados (...) verdaderas joyas no solo por la exactitud mecánica sino también por la belleza de diseño y formas».11
Transcurridas tres décadas, el número de relojerías en la ciudad casi duplica a las existentes en 1900, entre otras razones porque la industria relojera se ha tecnificado de manera notable, de modo que la producción seriada desplaza a la fabricación artesanal vigente durante varios siglos.
Anuncio de la prestigiosa joyería y relojería «El Gallo» de Sandalio Cienfuegos y Cía., la cual se trasladó de la calle Obrapía No. 39 para establecerse en San Rafael, entre Industria y Amistad. |
EL GALLO DURANTE LOS AÑOS 20
A pesar del éxodo, muchas relojerías continuaban afincadas en La Habana Vieja. Un ejemplo de ello lo constituía la calle Teniente Rey, donde en 1932 se registran seis relojerías, algunas con nombres muy pintorescos como El Cronómetro Suizo, El Primer Cronómetro o La Suiza. A ello se suma la presencia de relojeros que gozaban de gran respeto y simpatía entre sus clientes como es el caso de José Andrés, conocido como «Pepe Andrés», cuya relojería estaba ubicada en la calle Aguacate No. 66, entre Obispo y Obrapía.
Durante toda la República, la industria relojera de los Estados Unidos mantuvo una amplia y variada oferta de relojes en Cuba. Marcas como Hamilton mantenían una eficaz publicidad al anunciarse con gran regularidad en revistas y publicaciones seriadas como «El reloj de calidad de las Américas». No obstante, los relojes suizos mantuvieron su presencia
distinguida en el mercado cubano. Las marcas Rolex, Rodana, Certina y Omega continuaron siendo de la preferencia de muchos clientes, avaladas claro está por su tradición, precisión y extraordinaria calidad.
A partir de los años 60 y hasta principios de los 90, los relojes de fabricación soviética dominaron el mercado cubano. Todavía hoy son recordadas las marcas Poljot, Slava, Raketa o Zaria, por sólo mencionar algunas.
En los 80 se dan a conocer los relojes de cuarzo, comercializados desde 1969 por la firma japonesa Seiko. A partir de los 90, una amplia gama de relojes de las más diversas procedencias se ofertan en la red de tiendas: Seiko, Casio, Citizen, Orient...
A pesar del éxodo, muchas relojerías continuaban afincadas en La Habana Vieja. Un ejemplo de ello lo constituía la calle Teniente Rey, donde en 1932 se registran seis relojerías, algunas con nombres muy pintorescos como El Cronómetro Suizo, El Primer Cronómetro o La Suiza. A ello se suma la presencia de relojeros que gozaban de gran respeto y simpatía entre sus clientes como es el caso de José Andrés, conocido como «Pepe Andrés», cuya relojería estaba ubicada en la calle Aguacate No. 66, entre Obispo y Obrapía.
Durante toda la República, la industria relojera de los Estados Unidos mantuvo una amplia y variada oferta de relojes en Cuba. Marcas como Hamilton mantenían una eficaz publicidad al anunciarse con gran regularidad en revistas y publicaciones seriadas como «El reloj de calidad de las Américas». No obstante, los relojes suizos mantuvieron su presencia
distinguida en el mercado cubano. Las marcas Rolex, Rodana, Certina y Omega continuaron siendo de la preferencia de muchos clientes, avaladas claro está por su tradición, precisión y extraordinaria calidad.
A partir de los años 60 y hasta principios de los 90, los relojes de fabricación soviética dominaron el mercado cubano. Todavía hoy son recordadas las marcas Poljot, Slava, Raketa o Zaria, por sólo mencionar algunas.
En los 80 se dan a conocer los relojes de cuarzo, comercializados desde 1969 por la firma japonesa Seiko. A partir de los 90, una amplia gama de relojes de las más diversas procedencias se ofertan en la red de tiendas: Seiko, Casio, Citizen, Orient...
EL RELOJ DE LA QUINTA AVENIDA
Antes de concluir sería imperdonable omitir un emblemático reloj de nuestra ciudad, con algo más de 80 años de existencia. Me refiero a la conocida torre del reloj de Quinta Avenida, o también como le llamaron los viejos habaneros: «el reloj de Pote», en alusión al emprendedor emigrante gallego José López Rodríguez, conocido con ese mote y dueño de los terrenos donde se fomentó el Reparto Miramar.
Antes de concluir sería imperdonable omitir un emblemático reloj de nuestra ciudad, con algo más de 80 años de existencia. Me refiero a la conocida torre del reloj de Quinta Avenida, o también como le llamaron los viejos habaneros: «el reloj de Pote», en alusión al emprendedor emigrante gallego José López Rodríguez, conocido con ese mote y dueño de los terrenos donde se fomentó el Reparto Miramar.
Reloj de Quinta Avenida, o también como le llamaron los viejos habaneros: «el reloj de Pote», en alusión al emprendedor emigrante gallego José López Rodríguez, dueño de los terrenos donde se fomentó el Reparto Miramar. |
Al referirse a ello, el periodista Luis Sexto nos dice en un interesante artículo: «fue otra de las obras con las que el empresario intentaba convertir al antiguo potrero en un oasis para los potentados».
Se afirma que el majestuoso reloj es un ejemplar único y fue fabricado en los Estados Unidos.
El 3 de noviembre de 1993, la Asamblea Nacional del Poder Popular aprobó que la torre del reloj fuera el símbolo del Municipio Playa, ya que su origen coincide con el nacimiento del Reparto Miramar.
1 Véase «El decano de los relojes cubanos». Disponible en www.guije.com/cosas/cuba/relojes.htm
2 Gerardo Castellanos: Panorama Histórico. Ensayo Histórico de Cronología Cubana. La Habana, 1934, t. 1, p. 400.
3 Archivo Nacional de Cuba. Fondo: Gobierno Superior Civil, leg. 80, exp. 4 394.
4 Ibídem, exp. 4 398. En esta cita no respetamos la ortografía original.
5 Francisco González del Valle: La Habana en 1841 (obra póstuma ordenada y revisada por Raquel Catalá), La Habana, 1947-1948, 2 t., pp. 92-93.
6 Archivo Nacional de Cuba. Fondo: Gobierno Superior Civil, leg. 442, exp. 21 403.
7 Ibídem. Fondo: Miscelánea de Libros, libro 11 910.
8 Enrique Schoechlin: Relación histórica del arte de la relojería. La Nacional, Matanzas, 1881, p. 48.
9 Ídem.
10 Juan Franqueza: Directorio Criticón de la Habana, pp. 26 y 27.
11 «Cuervo y Sobrinos», en Revista Opus Habana, Vol. VI, No.1, 2002, pp. 58-63.
Arturo A. Pedroso AlésHistoriador
Tomado de Opus Habana Vol. XI / No. 2 nov. 2007/abr. 2008
La Muerte y el Hijo del Rey
Julio A. León (†) y René León
Copyright ® 1975
Para el poeta africano, para el griot africano y en general para el africano, la muerte, como fenómeno natural siempre tiene un fondo de castigo divino. No consideran la muerte como algo natural e irremisible, puesto que su mitología recoge la existencia de hombres con más de cien años; longevo. La misma mitología yoruba dice que el primer rey de Oyó (ciudad yoruba) llamado Shango-Dei duró 350 años y que tuvo cerca de 190 hijos varones.
La muerte es un ser que llega de improviso y viene reclamando la vida de alguien en la aldea. No escatima medios de transfiguración –según la mitología yoruba- puede presentarse bajo la forma de un ave, una bestia, o bajo una inocente figura de anciana. La muerte utiliza todo tipo de disfraces para poder llegar dentro del hogar de su víctima. Los yorubas son muy desconfiados de los recién llegados o de aves exóticas nunca vistas en su aldea. Viven presionados bajo el constante temor de morir. Es así, que sus obras de teatro con máscaras de rostros horribles representando la muerte, son el temor suyo llevado al plano del arte plástico. El nombre yoruba para designar la Muerte es: Iku. A este personaje temido se le rinde un culto privado y un culto público. El propio temor les hace inventar danzas para congratular a la muerte, poesía alagando a la muerte, máscaras representando a la muerte que se ponen en las puertas de las casas de los yorubas. Dormir inclusive con el rostro pintado con tintes vegetales para despistar a la muerte, en caso que esta venga buscándolo a uno. Como tema cultural, literario y teatral, la temática de la muerte ocupa un lugar principal.
Sonido de Sonaja o Maruga.
Narrador.
El hijo de un Rey de Oyó, había salido a
cazar y llevaba un arco y tres flechas.
Y en una calabaza seca y ahuecada, llevaba
miel, arrancada a un panal de abejas de oro.
Al llegar a la orilla del río, de su calabaza
sacó unas gotas de miel y al río
le dio a beber tal dulce licor y así cantó.
Voz Masculina.
(canto yoruba)
Baraí la guiro mío
Barai la guiro mío
Oddú ma má
Guiro nío
Barai la guiro nío.
El Río. (voz femenina)
Oh Hijo mío, me has dado de beber miel,
dulce como la misma que la abeja produce.
Oh hijo mío, te he de contar un secreto.
Cuando te encuentres con un negro muy grande en tu camino,
él cual tiene el rostro tatuado con cicatrices a la tuyas.
¡no te detengas y sigue tu camino!
Oh hijo mío, no te detengas, porque no es
negro, sinó Ikú, es la Muerte.
Oh hijo mío, no es negro, sino la Muerte,
Es ikú, hijo mío.
Voz masculina
(canto yoruba)
Ikú guoko melán
Ikú guoko melán
Ikú chiribí
Ikú guiko melán
Ikú baroni
Iku guoko melún
Narrador
Y el hijo del Rey continuó su camino.
Al poco rato, en el recodo de un sendero,
se encontró con un reptil que tenía su
cuerpo herido y se hallaba tendido en la
orilla del río, tomando los rayos del sol
y así curar su herida.
El Hijo del Rey, sacó de la calabaza miel
y la untó sobre la herida del reptil.
El Reptil.
(voz femenina)
Oh hijo mío, me has aliviado, con la dulce miel.
Oh hijo mío, cuando te encuentres con un
negro de profundas cicatrices y grande
como un árbol de ramas torcidas, no te detengas.
Oh hijo mío, no te detengas.
No es un negro, hijo mío, es Ikú, es la
Muerte.
Voz Masculina
(canto yoruba)
Odú Ma a má
Guiro nío
Barai la guiro nío
Oúnso Orúla
Lése umbo kichofo Ouó
Oúnso Orúla
Lése umbo kichofo oúo
Narrador.
El hijo del Rey, continuó su camino.
Y en el recodo del río, en un lugar
muy oscuro, un negro grande se tropezó.
Iku
(voz masculina.) (en cólera.)
¡Quítate de mi camino!, que soy un Rey
vecino y muy poderoso, que viene a este
reino a buscar esclavos!
¡Quítate de mi camino!
Voz Masculina,
(canto yoruba)
Ikú guomelan Ikú
Ikú barani
Ikú guomelan Ikú
Ikú guomelan Ikú
Ikú baraní
El Hijo del Rey.
(voz masculina)
No ves que soy yo, el que ha tomado primero
esté sendero. Sólo tú debes quitarte de mi
camino.
Ikú
(voz masculina.) (en cólera)
Veo que eres porfiado y reclamas lo que es
mío.
Veremos quién gana en esta discusión.
Pero si eres tan valiente y tratas de hacerme
abandonar éste sendero, tienes que apostar
conmigo algo y si pierdo abandonaré
éste sendero.
Soy un Rey vecino muy poderoso, que ha nacido
Con la Noche, y tú sólo eres el Hijo de un
Rey desconocido.
Apóstemos pues…
Ikú.
(voz masculina.)
Te crees con poder suficiente, y piensas
echarme de éste lugar. ¿No es así?
Pero veamos, así que llevas arco y flecha1
O vas a la guerra o sales a cazar.
¿Dime tu valiente guerrero, puedes acaso
con tus flechas detener el curso del viento?
Yo apuesto a que no. Y si pierdo te doy
mil esclavos cargados de sal. Pero si gano,
reclamo tu vida.
El Reptil.
(voz femenina.)
Oh hijo mío, no discutas, que no es un negro,
Que es IKú, que es la muerte.
Rl Hijo del Rey
Envía pues tus esclavos cargados de sal, al
Reino de mi Padre, que el viento y su fuerza
con una sola flecha yo detendré.
Narradora.
Y dio esto, sacó la más corta de sus flechas
Y en su punta afilada, le untó miel,
la montó en el arco y disparó su flecha al viento.
Voz Masculina
(canto yoruba)
Osá loró Osá
Omí Osá loró
Omí Osá
Osá loró Osá loró
Omí Osá
Jekuá loró Osá loró
Jekí Jekí Jekí
Omí Osá
Narradora
Y el viento detuvo su loca carrera y se
puso a beber de la miel que llevaba en
su punta y la flecha lanzada por el Hijo
del Rey. Y el viento así le habló:-
Sonido de Sonaja o Maruga.
El Viento
(voz masculina.)
Oh hijo mío, soy Osá tu dios, el que refresca
tu frente, el que mece tus plantas.
Soy Osá, el viento.
No discutas con ese negro, Oh hijo mío…
Ese negro es Ikú, es la Muerte.
Narradora.
Y el Hijo del Rey, ganó su primera apuesta
contra la muerte.
Ikú.
(vos masculina.)
No me convence aún tu poder. Repito mi reto.
Si detienes el curso del ciclo lunar y con
tu habilidad o poder, haces que la Luna deje
de salir por espacio de un tiempo, te daré
mucho marfil y plumas de bello color,
arrancadas a aves exóticas que viven en mi reino.
Pero si pierdes, reclamaré tu vida, que para
mi es más valiosa que todos mis tesoros.
Tú dirás, pues…
El Río.
(voz femenina.)
Oh hijo mío, no detengas tu andar y sigue
raudo tu camino.
Ese negro es Ikú, es la Muerte, y tu alma
quiere arrebatar
El Hijo del Rey.
Acepto de nuevo tu reto. La Luna detendré en
su carrera por el espacio y haré que se oculte.
Narradora.
Tomó el Hijo del Rey las dos últimas flechas
y a una le untó miel y a la otra le untó hiel.
Voz Masculina.
(canto yoruba.)
Oshúwaro oshúwaro
Cunsó
Oshúwaro Oshúwaro
Cunsó
Oshúwaro Oshúwaro
Cunsó
Oshúwaro Oshúwaro
Cunsó.
Narradora.
Preparó su poderoso arco el Hijo del Rey
y aprovechando que el viento se había detenido
sobre la superficie del río, a éste le pidió
que en sus manos de polen llevase las dos flechas
hasta los labios de la Luna.
Partió veloz el Viento con sus flechas en la mano.
Sonido de Cencerro Percutiendo.
Narradora.
La luna probó la flecha que untada
estaba con hiel. Su rostro se contrajo en amargura,
y ésa noche y muchas noches su arrugado
rostro no se dejó ver.
Voz Masculina.
(canto yoruba.)
etá epó po mí
etá epó mí
Eyeee
etá epó mí
etá epó mí
Eyeee
Narradora.
Durante muchas noches llovió intensamente.
Los ojos de la Luna vertían lágrimas de
amargura que hincharon el vientre de los
ríos y las lagunas. Y mientras esto sucedía
su rostro no se dejaba ver en el cielo.
Voz Masculina.
(canto yoruba.)
etá epó po mí
etá epó mí
Eyeee
etá epó po mí
etá epó po mí
Eyeee
Narradora.
Durante muchas noches llovió intensamente.
los ojos de la Luna vertían lágrimas de
amargura que hincharon el vientre de los
ríos y las lagunas. Y mientras esto sucedía
su rostro no se dejaba ver en el cielo.
Sonido de Cencerro Percutiendo.
(voz masculina.)
Ollouró olló
Ollouró olló
Omí ollouró
Omí ollouró
Ollouró olló
Ollouró olló
Narradora.
La luna probó la segunda flecha que untada
estaba de miel. Y su rostro se alegró
y dejó de llover sobre la tierra.
Voz Masculina.
(canto yoruba.)
Achemenillé
Achemenillé
Oúnsó Orúla
Lese Umbo
Quichofo
Oúnso só
Orúla
Lése Umbo
Quichofó Ouó
Narradora.
Por mucho tiempo dejó la Luna de asomar
su rostro en el cielo…
Y el Hijo del Rey había vencido a la Muerte.
Narrador.
Y viendo Ikú, que es la Muerte, que no
podía vencer al Hijo del Rey, entregó lo
prometido en marfil y preciosas plumas al
vencedor y dándole la espalda, voló Ikú
hacia sus reino de oscuridad y silencio,
al lugar dónde nunca sale ni el Sol ni la Luna.
Voz Masculina
(canto yoruba.)
Odú mamá guiro nío
Baraí la guiro nío
San Cristóbal de La Habana: Siglo XVI y XVII
Dr. E Pamiés Raventos (†)
Por primera vez en mi dilatada carrera de ensayista, voy a tratar de aquilatar el meritorio esfuerzo bibliográfico de René León, autor de San Cristóbal de La Habana, siglo XVII, publicadas en 1990. Bien documentados los libros, demostrando su incansable afán investigador a través de sus pesquisas históricas que comienzan con el pionero desembarque de Cristóbal Colón en la Bahía de Puerto Padre (Oriente, Cuba) octubre de 1492, y terminan con la gobernación de don Diego de Córdoba.
A sabiendas que la narrativa histórica de todos los historiadores suele padecer de informativa cansonas, causada por la enumeración de fechas y lugares en que se desenvuelven los acontecimientos más dignos de exponer o de las derrotas disimuladas que se suelen comenzar cuando la bandera del autor fuera ultrajada por piratas, o lobos de mar procedentes de Holanda, Inglaterra y Francia.
Para relatar historia existen varias tendencias: una que se compone de fechas y lugares: otra que trata de glorificar a su raza, etnia o nacionalidad, y tenemos por ejemplo la historia de Inglaterra, en la que sólo se reflejan las victorias y no le dan prestigio a los rivales. En los libros de historia de los Estados Unidos de América que se distribuyen a los alumnos en toda la nación, la gran epopeya suele comenzar con los “pilgrims” que desembarcan del “Mayflower” en tierras del actual Massahussets. Se menciona a un italiano llamado Colombus que descubriera América, pero desde aquel 1492 saltan al siglo XVII para no tener que subrayar que los españoles descubrieron, exploraron y colonizaron casi todo el continente del Nuevo Mundo durante el siglo XVI , época en que ya Magallanes tratara de dar la primera vuelta al mundo con sus cinco naves (que fueron incendiadas por los filipinos en la bahía de Manila. (Añado también que Balboa había descubierto el mar Pacífico). Muriendo el almirante Magallanes, pero un lugarteniente llamado Sebastián Elcano, logró salvar un navío de las llamas y proseguir su itinerario atravesando el Océano Indico y subiendo la enorme costa occidental de África para llegar al puerto de salida de Cádiz, cinco años después de haber zarpado.
Estas historias que casi parecen imaginarias por su magnitud y gran valentía, no aparecen en los libros redactados en el idioma inglés.
El profesor René León describe elegantemente la fundación de San Cristóbal de La Habana. En su narrativa no se mencionan abusos ni crueldades españolas contra los nativos ni contra los posteriores esclavos. Tampoco asume la posición del juez que condena a unos para bendecir a los otros. Hace una descripción detallada de los primeros años en el poblado primero y luego villa. Menciona las construcciones que se van levantando, el castillo, el tráfico marítimo. Los ataques que sufre de manos de los piratas, luego los holandeses.
Al final del primer tomo hay una lista de los primeros vecinos que aparecen en las actas del cabildo de la villa.
En los días y años que completan los dos primeros siglos de la Colonia no se pueden mezclar los ánimos que enaltecían a los posteriores patriotas del siglo XIX en Cuba. De analizar el origen del criollo blanco, veríamos que todos descienden del mal llamado “gallego” o sea, que de no ser indio o negro, desde el mestizo hasta del mulato lleva sangre española en sus venas. Desde Simón Bolívar hasta José Martí vemos como los independentistas americanos eran todos descendientes españoles.
El inmortal José Martí nunca odió al pueblo español, pero si el sistema gubernamental que imperaba en su tiempo. Siendo hijo de padre valenciano y madre isleña de Canarias. Martí anhelaba una Cuba sin influencia española y sin participación norteamericana
Leer San Cristóbal de La Habana, fue llevarme a una época muy lejana, donde aquel grupo de seres humanos de ambos sexos unieron sus esfuerzos en levantar los cimientos de la ciudad que fue considerada LA LLAVE DEL NUEVO MUNDO ANTEMURAL DE LAS INDIAS.
Bueno, queridos lectores, aquí termina mi modesta opinión sobre las dos extensas y bien documentadas obras escritas por el historiador Don René León.
El Cristo de la Misericordia
René León
En tiempo de la colonia en Cuba, el gobernador de La Habana, General Manzaneda, decide fundar una villa en un lugar conocido por Matanzas, que se encontraba entre dos grandes ríos de gran caudal; el San Juan y el Yumurí. La villa tomaría el nombre de San Carlos y San Severino de Matanzas. Su fundación data de 1693. Se establecieron 35 familias isleñas. Sus medios de vida eran la crianza de puercos y pequeños cultivos. Uno de ellos siendo de los primeros que lo hicieron, el trigo, pero con el tiempo desapareció.
El lugar estaba rodeado de árboles de gran belleza, palmas, guayabales y frutos menores. Los naturales del país habían desaparecido con la conquista (exterminados), Tres docenas de bohíos y alguna casa de mejor construcción, era lo que se podía llamar villa. Un pequeño bohío que hacía de iglesia, donde un padre bastante mayor daba los servicios religiosos, en aquel lugar. Todo era tranquilidad y felicidad.
Cuenta la historia que… en una noche de invierno de aquellas en Cuba, que cuando soplaba el viento y había humedad, todos llamaban frío. Venía caminando un hombre que traía su cabeza cubierta por una capota raída y vieja. Parecía que venía dando tumbos. Buscaba un lugar donde descansar. Por sus ropas parecía un extranjero, de aquellos que desembarcaban de los galeones e iban por la vida sin rumbo fijo. Al ver una lámpara encendida en una casa, se dirigió a ella. En las tinieblas de la noche llamó a la puerta. Era la casa de doña María Salinero, mujer piadosa y una de las primeras pobladoras de Matanzas, y con ciertos recursos económicos. El desconocido pidió que lo dejara dormir. La hospitalidad de la mujer cubana venía de épocas remotas. Ella le dijo al peregrino que se podía quedar en una habitación que daba al patio.
¿Cuál es su oficio? –preguntó ella-
-Señora, soy carpintero… pero sin trabajo ahora –dijo-. No sé cómo pagarle.
- Lo puede hacer, si pudiera hacer una imagen del Señor. Nuestra iglesia es bien pobre y no podemos comprar un Santo Cristo. ¿Lo puede hacer?
El forastero la miraba, y le prometió pagar su hospedaje con la imagen del Cristo Crucificado.
Ella le trajo algo de comer y un poco de vino, y lo dejo sólo. El peregrino se encerró en su cuarto, que tenía una puerta al patio, y a la calle (según cuenta la historia que se va perdiendo en el pasado). El lugar se encontraba cerca de lo que era la Plaza de la Vigía. Nadie volvería a saber del peregrino, por tres días. Nadie oía ruidos en su cuarto. Los vecinos pensaron si era carpintero. La señora Salinero se encontraba preocupada. Empezó a llamar a la puerta. Procedió a abrir la puerta con la ayuda de un vecino. El cuarto se encontraba vació. Pero en un rincón del cuarto se veía, con los brazos abiertos y las manos ensangrentadas, un admirable Cristo de gran belleza, sin peana ni cruz, pero por lo demás, no le faltaba ninguna de las características de Dios Hombre crucificado.
El asombro fue general en la pequeña villa, los vecinos se dirigían al bohío a ver al Cristo, declararía a él alcalde y autoridades la señora Salinero. Nunca nadie había llevado madera alguna a la casa, ni herramientas para tallar al Cristo de gran belleza. Nadie sintió dar un martillazo, ni un golpe. Todos se preguntaban cómo era que aquel peregrino había podido tallar la imagen. Todos lo que iban a la casa caían de rodillas ante el Cristo, que sería llamado desde aquel día Señor de la Misericordia.
Cuenta la historia, que al pasar los años sería trasladado para la Catedral de San Carlos, donde todavía se venera por los vecinos creyentes ( los comunistas no CREEN ni en su madre). Los vecinos decían que desde su llegada hizo muchos milagros.
Del peregrino que llegó, nada se volvió a saber. Se perdió en la noche y el tiempo, como había llegado, dejando en la ciudad de Matanzas, hasta los días de hoy, el Cristo llamado Señor de la Misericordia
Editorial: A todos los periodistas independientes cubanos. Por Tania Quintero
mayo 26, 2014 /mayo 27, 2014 • Zoé Valdés ¡Libertad y Vida!
Estimados colegas, de la isla y del exilio:
Nuestro enemigo son los Castro, pero también lo es Yoani Sánchez, una mujer a la que llevan más de seis años inflando y que a golpe de talonario, “premios”, “libros”, “invitaciones” y “viajes” promovidos por patrocinadores que no muestran sus caras, se ha propuesto omitir la historia de veinte años del periodismo independiente cubano.
Ante los intentos de menosprecio y ninguneo, por parte de una mujer sin curriculum disidente ni periodístico, los periodistas independientes cubanos, muchos de los cuales hemos estado horas, días, semanas, meses o años encarcelados; hemos sufrido interrogatorios, mítines de repudio y represiones, y muchos vamos a terminar nuestros días en los países que nos han dado asilo político, no podemos permitir que Yoani Sánchez ni nadie nos pretenda ignorar, ningunear, menospreciar y mucho menos acallar.
Desde dentro o desde fuera de Cuba, los periodistas independientes llevamos veinte años reportando la realidad de nuestra patria, la mayoría sin demasiados recursos, pero con dignidad y humildad. Y eso ni Yoani Sánchez ni sus patrocinadores, con todo el dinero e influencia que puedan tener, lo pueden borrar porque les salga de sus narices.
Entre mis colegas de La Habana existe un gran malestar hacia ella, por su ego y forma autoritaria de ser. Sé que casi ninguno quiere ‘quemarse’ diciéndolo públicamente. Los entiendo. Porque se habla de democracia y libertad de expresión… de dientes pa’fuera. Porque si a uno de los medios con los cuales ellos colaboran envian un trabajo crítico sobre Yoani Sánchez o sus proyectos, no se lo publican. Y para casi todos, los dólares que pagan por cada colaboración publicada les hacen falta para vivir.
Pero eso también hay que denunciarlo, al Comité para la Protección de los Periodistas, Reporteros sin Fronteras, Sociedad Interamericana de Prensa y el resto de organizaciones de periodistas existentes en el mundo. No debemos autocensurarnos ni tener miedo a los cartelitos que enseguida te quieren colgar, de que si ‘el enemigo’, si ‘la unidad’… Y que en 55 años lo que han creado es hipocresía y doble moral.
Pero tampoco debemos permitir que medios que dicen defender la libertad de prensa, censuren un texto por ejercer nuestro derecho a criticar. Si abiertamente criticamos a Fidel y Raúl Castro, nadie nos puede impedir que critiquemos también a Yoani Sánchez.
No vale arrancarle la tira del pellejo a puertas cerradas: hay que decirlo por Radio Martí, que pertenece al gobierno de Estados Unidos y, por eso mismo, se supone que es una emisora abierta, tolerante y democrática. O escribirlo y enviarlo al medio con el cual habitualmente colaboremos. Y si no lo publican, se sube a un blog la denuncia y el texto. Y así queda constancia en internet.
No permitamos que nadie, absolutamente nadie, por muy famoso y poderoso que sea, llámese como se llame, trate de arrancar de cuajo las miles y miles de cuartillas que en estos veinte años hemos escrito los periodistas independientes cubanos.
Desde Lucerna les envío mi más sincero abrazo,
Tania Quintero Antúnez
26 de mayo de 2014
26 de mayo de 2014
Postdata.- Esta carta nadie me la sugirió ni con nadie la consulté, es una iniciativa personal. Si hace 40 años, cuando en 1974 empecé a escribir como periodista, nunca pedí permiso, ahora, a mi edad y viviendo en Suiza, menos lo voy a hacer.
Leyenda Cubana la Cruz de Sal
René León
La leyenda de la que voy a escribir hoy nos viene de los tiempos de la
colonia, allá en la bella provincia de Camagüey, Cuba. En los países hispanos, podemos rastrear
las leyendas y tradiciones que nos dejaron nuestros antepasados, todas ellas
llenas de recuerdos de los tiempos de la Conquista y Colonización, alguna de
procedencia hispana, otras indias, africanas, pero la mayoría de origen cubano
En tiempo de la colonia había un padre de la orden Franciscana, conocido
por el padre Valencia, figura venerable en la provincia de Camagüey. Cuenta la
leyenda que una vez unos pescadores en su lucha diaria con el mar, encontraron
en unas salinas cerca de Santiago de Cuba una “cruz de sal”. La recogieron y se la dieron a un señor muy creyente llamado don Pedro
Alcántara Correoso, que más tarde se la regalaría
a
su gran amigo el padre Valencia.
Valencia llevaría la cruz con mucho cuidado a Puerto Príncipe y la
colgarían en una urna de cristal cerca del Altar Mayor del Asilo de San Lázaro.
Todos los creyentes cuando iban a la iglesia, le rezaban y pedían por sus
familias.
El padre Valencia hizo correr la voz de que mientras que aquella “cruz
de sal” se encontrara allí, sólo traería cosas buenas a todos, pero el
día que se deshiciera, ocurriría grandes tragedias, y que podría traer el fin
del mundo. Pasaban los años y la cruz permanecía intacta, siendo visitada por
los vecinos y por aquellos que pasaban por el Asilo.
Al pasar los años, un día cuando nadie lo esperaba al entrar un padre
para oficiar los servicios diarios, se
encontraron que la “cruz de sal” se había desbaratado, sin que nada ocurriera. Se
dieron misas pidiendo a Dios que perdonara al pueblo de cualquier castigo. Pasó
el tiempo y nada sucedió, pero había quedado el recuerdo de la cruz. Se dijo
que vecinos de otro pueblo se la habían llevado y vendida fuera de Cuba.
Pero la verdad fue que la “ cruz de sal” se deshizo y nada
pasó. Pero la leyenda había quedado hasta nuestros días, y el recuerdo del
padre Valencia permanece imborrable en la historia de Camagüey.