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lunes, 15 de septiembre de 2014
Emilio Roig de Leuchsenring: eterno y paradigmático Historiador de La Habana
Emilio Roig de Leuchsenring, en la ciudad de Trinidad, durante la celebración del VI Congreso Nacional de Historia, en 1947. |
- Detalles
- Escrito por Celia María González Rodriguez
Publicado el 20 Agosto 2014
El Historiador de la Ciudad, Eusebio Leal Spengler, dejó inaugurada la exposición «Emilio Roig de Leuchsenring: eterno y paradigmático Historiador de la Ciudad», hoy viernes 22 de agosto, víspera del 125 aniversario del natalicio de aquel a quien debemos «algunas de las páginas más brillantes del análisis de la historia contemporánea de Cuba».
El onomástico de Emilito, como lo llamaban sus familiares y amigos, fue celebrado en el Palacio de Lombillo, ese pedazo de entresuelo que está ligado a su memoria y a su obra, por haber radicado allí, a partir de 1947, la sede de la Oficina del Historiador de la Ciudad, que él fundara en 1936.
Leal Spengler evocó la labor de su predecesor en esta y otras instituciones de la época, como la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales; la Comisión de Monumentos, Edificios y Lugares Históricos y Artísticos Habaneros; la Junta Nacional de Arqueología y Etnología y el Museo de la Ciudad. Estos centros —explicó— surgieron como una necesidad para defender una ciudad creciente y desafiada por una modernidad que comenzaba a acercarse al corazón de lo que fue su punto fundacional y que amenazaba con demoler edificios emblemáticos. De ahí la importancia del esfuerzo de Roig por lograr la declaratoria de Monumento Nacional para el conjunto de la Plaza de la Catedral, o su batalla por preservar la Iglesia de Paula.
En este, al igual que en otros empeños, Roig contó con el apoyo de sus amigos, «que fueron capaces de acompañarle en los Congresos Nacionales de Historia y en las tertulias semanales, en las cuales se debatía, sin aviso previo, un tema histórico. Esos grandes maestros de la historia, algunos de los cuales hoy ya nadie recuerda». Entre otros intelectuales, destacó a Enrique Gay-Calbó, «el más conocedor de los símbolos nacionales»; José Luciano Franco, «cuyo origen obrero había sido la base de sus estudios y de su vocación por Antonio Maceo»; Raquel Catalá, «una temprana luchadora por los derechos de la mujer», así como el matrimonio formado por Hortensia Pichardo y Fernando Portuondo.
Antes de finalizar, Leal Spengler destacó la enorme valía de la exposición «Emilio Roig de Leuchsenring: eterno y paradigmático Historiador de la Ciudad», que muestra «los papeles y las fotografías que un día recibí de María Benítez», su compañera inseparable, así como «los libros con las dedicatorias, desde la muy bella, sencilla pero profunda que le hiciera Julio Antonio Mella a Emilito». Recalcó, además, que «la exposición ha sido preparada amorosamente por mis colaboradores de la Biblioteca Histórica, la Fototeca y el Archivo, particularmente por su especialista, la historiadora Natacha Moreira».
Según quedó manifestado por Leal Spengler, al inaugurar la muestra, esta exposición cobrará un carácter permanente, uniendo al Palacio de Lombillo con el Museo de Arte Colonial y otros espacios relacionados con el quehacer de Emilio Roig de Leuchsenring, «quien ha prevalecido más allá de la muerte y el olvido».
Vista de la inauguración de la exposición «Emilio Roig de Leuchsenring: eterno y paradigmático Historiador de La Habana», en el Palacio de Lombillo. Sobre estas líneas, imagen derecha: el actual Historiador de la Ciudad, Eusebio Leal Spengler, en la inauguración de la muestra por el 125 aniversario del natalicio de su predecesor.
Piratas: Dueños de los Mares
Henry Morgan |
Por: Diana
Bocco
A
lo largo de este siglo XX, la idea de lo que es la piratería ha ido
atravesando profundos períodos de cambio, hasta convertirse en una
de las “profesiones” más romantizadas de la historia. Prueba de
ello son, por ejemplo, las películas épicas que convirtieron en
héroe a Errol Flynn.
La
imagen de un ser completamente libre, con una vida colmada de
intensas aventuras y una poderosa facilidad para vencer sin miedo a
sus enemigos, aún despierta sentimientos de envidia alrededor del
mundo.
Para
quienes compartieron aquella época con ellos, no obstante, la
realidad era otra. Tanto ante la ley (que los castigaba casi
invariablemente con ejecución pública, por lo general en la horca)
como a los ojos e la sociedad civil, eran considerados poco más que
despiadados ladrones y asesinos, un ejemplo común” a toda
humanidad.
Sus
crímenes iban mucho más allá del saqueo a barcos. Como
consecuencia a sus actos salvajes, muchas importantes rutas marítimas
habían sido cerradas o se habían vuelto intransitables, causando
hambre y muerte en pueblos y ciudades. Decenas de piratas pagaron con
su vida por la desaparición de poblaciones enteras a las que jamás
se acercaron.
El
pirata no es un “personaje” exclusivo de este milenio. Su primer
aparición documentada data del 3000 a.C., y fue hecha por los
Sumerios, quienes por años soportaron los violentos ataques de un
grupo de piratas llamados Guti. Desde entonces, y sobre el transcurso
de siglos, la piratería se volvió una fuerza tan poderosa que
muchas civilizaciones, en lugar de combatirla, la adoptaron como
filosofía de lucha y conquista.
Civilización
Micénica: (siglo
XIV a,C) no sólo los Micenas forjaron su poderosa civilización a
base de batallas contra piratas de islas cercanas, sino que luego
adoptaron tácticas similares en su conquista a través del
Mediterráneo.
Al
ser invadidos por los Dorian, los micenos se vieron forzados a
emigrar. Luego de un breve paso por Egipto, donde no fueron bien
recibidos, se asentaron en la Península Itálica. En ella, con el
correr de los siglos, una de las civilizaciones más poderosas de la
historia: el Imperio Romano.
Con
el descubrimiento de América, piratas europeos encontraron en el
Caribe la oportunidad de volverse, en cierta forma, sedentarios. No
fue hasta 1600 que España comenzó a verse seriamente amenazada por
los frecuentes y en general sangrientos ataques a sus barcos.
El
Apocalipsis de la piratería comenzó a mediados del siglo XIX. Con
los numerosos avances científicos de la época (como la aparición
de la radio y la máquina de vapor, por ejemplo) la eficiencia en la
protección de las rutas marítimas no tenían forma de vencer a los
navíos de acero que ya surcaban los mares. Víctimas de su propio
pasado, los una vez reyes de los mares fueron sucumbiendo hasta
desaparecer.
En
la memoria ha quedado sólo una parte de sus intensas vidas. Tal vez
es tiempo de darles en nuestra historia el lugar que les corresponde.
Tomado
de: PENSAMIENTO
Publicación Literaria e Histórica, Vol. 3 Número 1, Marzo-Mayo
1997
A Antonio A. Acosta
Distinguido compatriota, consumado pedagogo y avezado poeta:
Como habitual seguidor de las composiciones debidas a su pluma y que aparecen con regularidad en los medios de prensa en nuestro idioma, he leido, con una complacencia que resulta en cada ocasión novedosa, el poema "A Cuba", que inserta el periódico LIBRE en la página 14 de su edición del 12 de agosto de 2014.
La lectura de sus versos es siempre motivo de deliquio para aquella parte de nuestra alma que aloja el conocimiento sensible, en su doble vertiente de la emoción estética y el sentimiento acendrado del lar por antonomasia -que es la Patria-.
En el caso de este poema, se produce por su parte otro tratamiento acertado más de la décima espinela, con el esquema rítmico abbaaccddc, que desprende una intensidad inspirativa equiparable a la de Gaspar Núñez de Arce en "El vértigo" y a la de Pedro Calderón de la Barca en "La vida es sueño", y cuyo contenido reconduce nuestra indoblegable esperanza en el restablecimiento del Bien y de la Justicia en nuestra Cuba (reiterada en los versos "Buscando una solución para libertar a Cuba"), que trae el eco de la fervorosa aspiración que expresó admirablemente hace casi dos siglos José María Heredia, en las estrofas finales de "La Estación de los Nortes", cuando dijo
¡Patria dichosa! ¡Tú, favorecida
Con el mirar más grato y la sonrisa
De la Divinidad! No de tus campos
Me arrebate otra vez el hado fiero.
Lúzcame ¡ay! en tu cielo el sol postrero.
...
Junto a ti reclinado en muelle asiento,
En tus rodillas pulsaré mi lira,
Y cantaré feliz mi amor, mi patria,
De tu rostro y de tu alma la hermosura,
Y tu amor inefable y mi ventura.
Reciban usted y Ana el afectuoso saludo desde España de
-Roberto Soto Santana
Los tranvías de la calle O`Reilly
Michael González Sánchez |
lunes, 22 de octubre de 2012
Dentro de la red vial de los tranvías de La Habana las calzadas y avenidas eran las arterias fundamentales de la circulación citadina. En las calzadas de Jesús del Monte, del Cerro y de San Lázaro junto a las avenidas de Carlos III y Línea, todas con un importante peso demográfico, económico y social, el tráfico tranviario era intenso y posibilitado por la circulación en ambos sentidos. Sin embargo la calle O`Reilly, sin representar para nada una competencia con éstas pues sólo servía de asiento de los raíles tranviarios por escasamente tres cuadras, desempeñaba un importante papel en la movilidad al interior de la ciudad. ¿La razón? Porque hacia posible el acceso mediante el tranvía a un espacio vital en la dinámica urbana de la capital, la plaza de Armas con su Palacio de los Capitanes Generales (Palacio Presidencial hasta la década de los veinte del siglo pasado y sede del ayuntamiento hasta los sesenta), el Palacio del Segundo Cabo (sede del Senado en los primeros años de la República) y el edificio Horter (embajada de los Estados Unidos en la década de los cuarenta), por mencionar tres de sus principales enclaves históricos y arquitectónicos.
Los llamados elevados de San Pedro, un estructura metálica que permitía el paso de los carros eléctricos sin molestar el tránsito y las labores de la Aduana en la Avenida de San Pedro. Los elevados se enlazaban con el principio de la calle O`Reilly, importante corredor comercial habanero que concluía en la plazuela de Albear.
A la calle O`Reilly los tranvías llegaban por los elevados de San Pedro, una importante obra de ingeniería construida por la Havana Electric Railway and Company a principios del siglo XX y que estuvieron en uso hasta el año 1942, cuando por decreto presidencial fueron demolidos. Los elevados permitían acceder al segundo nivel del edificio de la Lonja del Comercio, erigido en el año 1909 según proyecto del arquitecto valenciano Tomás Mur. Pasaban sobre la plaza de San Francisco, que tomó su nombre por el convento fransciscano allí establecido hasta mediados del siglo XIX y tenían además una parada reglamentaria en ese lugar, al cual se llegaba por una escalera.
Los tranvías circulaban en la intersección de los elevados de San Pedro con la calle O`Reilly, por una doble vía y una estructura especial que sujetaba las catenarias.
Los elevados, también con doble vía al igual que las calzadas y avenidas, llevaban a los pasajeros hasta la misma entrada de la calle O`Reilly, justo a un costado del Templete, pequeño edificio conmemorativo neoclásico que rememora el acto de fundación de la ciudad en el lejano año de 1519. En la imagen puede verse el vagón del tranvía a la izquierda, y el Templete puede reconocerse facilmente por la enorme ceiba en su entrada, un árbol típico de los paisajes cubanos urbanos y rurales de simbólico valor para los orígenes de La Habana.
Entrando por la calle O`Reilly el tranvía está listo para pasar junto a la Plaza de Armas y el Castillo de la Real Fuerza, otrora fortaleza vital del sistema defensivo militar español en la Isla de Cuba.
Luego de pasar al lado del Templete, ya en la calle O`Reilly, los carros eléctricos se encontraban con la explanada del Castillo de la Real Fuerza, otra importante edificación de los alrededores de la Plaza de Armas construida en la segunda mitad del siglo XVI y que tuviera diferentes usos (cuartel militar, archivo, biblioteca) a lo largo del siglo XX. En la actualidad es un museo dedicado a la arqueología subacuática y a la historia de la construcción naval habanera perteneciente a la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana.
Ya terminando su breve paso el tranvía por la calle O`Reilly, al costado de la plaza de Armas, quedaba aún por encontrarse con el Palacio del Segundo Cabo, construido a finales del siglo XVIII y junto al Palacio de los Capitanes Generales, pilares del poder político colonial español en la Isla de Cuba. El Palacio del Segundo Cabo, actualmente en proceso de restauración arquitectónica, será un importante centro cultural sobre la influencia europea en la vida y cultura cubana y en el Palacio de los Capitanes Generales radica desde el año 1968 el Museo de la Ciudad.
Entonces para finalizar, en la intersección con la calle Tacón los raíles torcían a la derecha para desembocar en los alrededores de la plaza de la Catedral, alejándose cada vez más del corredor O`Reilly, pasaje breve pero preciso en la geografía habanera y una vez escenario privilegiado del tranvía eléctrico en la capital.
Breve Historia sobre el Guaguancó
René
León
Para
hallar la verdadera génesis del ritmo afrocubano conocido por
Guaguancó
hay que investigar seriamente en la producción musical de fines del
siglo XIV en la Cuba colonial de entonces. El Guaguancó
tiene raíces africanas que sembradas en el surco cubano dieron como
fruto el ritmo sordo producido por cajones y timbales de cuero, que
es la mejor forma de tocar el Guaguancó.
Su
temática es variada aunque predomina el desengaño y la denuncia
social. Los primeros guaguancoceros que se conocieron en la época
colonial pertenecían a la Sociedad Africana “Abakuáa” conocida
también por ñáñigos. Estos músicos improvisados se inspiraron en
hechos de la vida real. El primer Guaguancó
fue escuchado en las galeras del Castillo de El Príncipe a fines del
siglo XIX, pero no se puede alegar que ese ritmo musical quejumbroso,
tuvo su nacimiento en la Isla de Chafarinas donde iban a purgar su
delito de ser “abakúas” los miembros de esta secta africana que
tenían vida cultural y social en la Cuba colonial, y que estuvieron
perseguidos por las autoridades coloniales desde el año 1887. Ser
condenado a Chafarinas era ser enterrado en vida. La Isla de
Chafarinas no tenía prisiones coloniales sino un castillo colonial
pequeño, en donde vivía la guarnición local. Los reclusos eran
enviados a los barracones que estaban en el centro de la isla, en
donde se morían por inanición y devorados por fiebres tropicales.
Chafarinas era una isla más cercana de África que de Europa que
mantenía España, como prisión al igual que las islas de Ceuta y
Fernando Poo.
Muchos
cubanos blancos que expresaban su descontento contra las autoridades
coloniales fueron enviados a Chafarinas y allí se reunieron cubanos
con ansias de libertades políticas y “abakúas” con deseos de
libertades sociales. Negros y blancos se unieron en el cautiverio y
fue gracias a la llegada de algunos cubanos con conocimientos y
educación musical que se pudo salvar a tiempo esta producción que
hoy conocemos con el nombre de Guaguancó.
Don
Fernando Ortiz, etnólogo de fama internacional, en su libro Ensayos
etnográficos,
dice : “Al ñañiguismo, que aún vive en Cuba, debemos la
supervivencia del diablito,
y todavía suele verse por la vía pública en ocasiones de comparsas
y entierros, y aún puede asegurarse que en el propio presidio de la
República a veces se ha “bailado ñáñigo” con diablito
y todo,
como dicen los penados”. p.62.
Fiesta del Día de Reyes |
Escolástico
Gallardo refiriéndose a los desfiles, :”…no se os antoja que
estáis mirándole bailar el ó, ñaña-ó con aquellas contorsiones
semí frenéticas, que vuelven la cabeza muchedumbre de negritos
haraposos que se agitan á par suyo imitándole los movimientos y
acompañado con infernal y discordante coro al canto monótono y
salvage con él que compasa sus meneos”. Faro
Industrial de La Habana (6 de enero de1843.
En
Chafarinas se podía escuchar todas las noches los cantos
quejumbrosos de los negros cautivos que cantaban su dolor y su pena
por haberlos separado de los suyos que habían quedado atrás en la
Isla de Cuba. Los blancos cubanos escuchaban aquellos cantos tristes
y se unían en la manifestación del dolor a sus hermanos negros.
Cuando la dominación española llegó a su fin en Cuba, luego de la
Guerra de Independencia, algunos datos tomados por Don Luis de
Echegaray y Mendoza, trinitario-cubano de nacimiento, fueron salvados
y traídos a la tierra patria, en estos apuntes se hacía mención de
estos cantos afrocubanos a los cuales los negros mismos llamaron
Gua-Guan-Coo, sonido onomatopéyico producido por los propios
cantadores. Escribe Don Echegaray de esta forma:
Chafarinas,
1879, Año del Señor…
…anoche
tuvimos fiesta en los barracones… los negros que están cumpliendo
prisión en la isla entonaron sus quejumbrosos cantos al ritmo de
tambores improvisados hechos de cajones de madera y latas de
aceite…al principio del canto un solo cantador entona el ritmo y el
estribillo es repetido por los demás. Hay varios solistas que
participan en la improvisación, son como poetas que buscan en su
dolor la fuente de su inspiración… Es un canto triste. A ese aire
musical los negros le llaman Gua-Guan-Coo. Recuerdan en su canto
sucesos de la vida real ocurridos aquí o en la distante Patria.
El
investigador Raúl Martínez Rodríguez, en su estudio sobre la Rumba
y el Guaguancó,
dice que: “La rumba cubana, compuesta por toques, cantos, bailes y
pantomima surgió durante el colonialismo español mientras se
producía la expansión azucarera… Sus principales protagonistas
fueron los negros libres y sus descendientes, pertenecientes a
distintas étnicas africanas como la lucumí, ganga, arará y quizás
la más significativa de todas: la ganga, arará. De ellas se tienen
referencias históricas asociadas a esta música bailada desde los
siglos XVIII y XIX en sitios como barracones, dotaciones y caseríos
cercanos a los ingenios o fábricas”.La
Rumba,
La jiribilla, Año IV, mayo 21-27 de 2005
La
conocida escritora Fredrika Bremer nacida en Finlandia, en 1801, su
familia deciden trasladarse a Estocolmo, Suecia. Escritora de gran
talento y defensora de los derechos de las mujeres y de los esclavos.
En sus viajes alrededor del mundo, llegó a Estados Unido y se
asombró del trato de los negros y como las mujeres eran olvidadas y
tratadas. Por problemas d Salud decide viajar a Cuba, que sus
amistades en Charleston le recomiendan que la Isla es la mejor
medicina que ella podía tener. Llega a La Habana, Cuba. Le encantan
las comidas cubanas, y viaja a Pinar del Río, come con los
trabajadores cultivadores del tabaco, ve la vida de todos ellos donde
no existía separación. De La Habana va de visita a Matanzas. En
ella se queda asombrada del trato de los esclavos.
Ella
en sus cartas a su hermana Agatha le dice como era Cuba y lo
agradecida que estaba al clima y vida allí, pero le dice que en una
visita a una fiesta de bailes de los negros, saltando y bailando al
compás de los tambores, una pareja, un hombre saltarín y la esclava
que lo seguía con sus pasos rápidos. El sonido de los tambores.
Ella dice que le llamaban Rumba. Ella le comenta a su hermana:
“...los bailes de los negros libres del Cerro y el sonido brutal de
los tambores y sufre comenta tristemente, sobre la vida de los
esclavos hacinados y carecen de toda enseñanza religiosa”.
Don
Fernando Ortiz, habla de la descripción que Frederica Bremer, hace
de una rumba en la ciudad de Matanzas:
“El
baile se ejecuta siempre entre un hombre y una mujer, y representa
una relación de cortejo y coquetería, en la cual el amante expresa
sus sentimientos, en parte con un temblor tan grande en las
extremidades, que parece deshacerse, mientras da vueltas alrededor de
su dama como un planeta en torno al sol, y en parte con atrevidos
saltos y vueltas, muchas veces rodeando a su dama con ambos brazos,
pero sin tocarla”. Frederika
Bremer, Impressions
of America, New
York, 1853, vol.II, p.326. René
León.
Sensualidad y Musicalidad en la poesía afrocubana de , José Z.
Tallet. “La Rumba” y “Quintín Baraona”.
Según
Martínez Rodríguez, :” También existían otras danzas en parejas
muy eróticas nombradas de macuta o de yuka las que posiblemente
fueron la base de otros estilos de la rumba como el antiguo yambú y
el actual guaguancó de carácter más urbano”. (2)
Ya
en este siglo, en las abovedadas galeras del Castillo de El Príncipe,
los “abakuás” que cumplían prisión por delitos graves también
entonaban sus propios Guaguancó,
y daban rienda suelta a sus penas interiores. Recuerdo mis años de
preso político en Isla de Pinos en las Circulares, como algunos
negros y blancos presos se ponían a tocar en cubos canciones
africanas recuerdos de su niñez, y juntos todos allí participamos
en ese momento de alegría y tristeza a la vez en la prisión. Uno de
muy conocido y que se popularizado y que llegó hasta el exterior de
ese mundo de tinieblas, que es el presidio político, es el que
sigue:
Alalalaaa
Alalaaa.
Que
te vayas, que te vayas, que te vayas
No
vaya a ser, que se siente un penado
y
el se sienta envenenado
por
el veneno de tus lágrimas ramera…
No
me jures por tu madre que está muerta…
Quítate
tu disfraz carnavalesco oooooo.
Que
mujeres como tú canalla infame.
Sin
molestarme como a perra la despreciooo
Sin
molestarme como a perra la despreciooo
Alalalaa
Alalaaa
Que
te vayas, que te vayas, que te vayas…
Años
más tarde los que hicieron del Guaguancó
un
ritmo popular ciento por ciento fueron los matanceros. En Matanzas
hubo y hay una orquesta conocida por los Muñequitos
los cuales cantaban diferentes Guaguancó popularizando algunos,
cuyos títulos fueron conocidos por la radio-audiencia cubana: Los
Muñequitos, El Río Almendares, Ven aquí todos los meses, Mercedes,
etc.
Este
ritmo no se baila, más bien se escucha porque sus pasos son
extremadamente complicados. Sin embargo, hay bailadores de Guaguancó.
Sus pasos son completamente diferentes a los bailes de la rumba, el
cha-cha-cha o el son. El Guaguancó
ha perdido poco a poco su popularidad pero no está definitivamente
muerto, vive en el alma y la inspiración de muchos compositores
cubanos que viven en el exilio forzoso que todos compartimos. Su
origen es africano y su ambiente inicial fue el presidio,
primeramente en Chafarinas y más tarde en el Castillo de El Príncipe
y las Circulares de Isla de Pinos.
Tomado de: El Blog de Pedraza Ginori |
En Tiempo de la República: El dedo de Cristóbal Colón
René León
Dentro de unos días se va a conmemorar otro año más del Descubrimiento del Nuevo Mundo; no podemos decir de América, sencillamente porque así sería llamada años después. Y la fecha nos trae muchos recuerdos. Pero la historia de la que voy a escribir hoy es muy poco conocida; quizás son muy pocas las personas que tienen alguna referencia de ella, o quizás hoy, entre los vivos, ninguna.
Allá por los primeros años de nuestra joven República, la Plaza de Armas o Plaza de la Iglesia, como era conocida, era donde se encontraba el Palacio Municipal. Anteriormente en tiempos de la colonia, fue la antigua Casa de Gobierno, residencia de los Gobernadores Generales de la Isla.
Por un acuerdo del Cabildo del 13 de septiembre de 1577 se disponía que dicha Plaza de Armas se erigiese en ese lugar, por ser el centro de San Cristóbal de la Habana, como fue conocida en sus principios. Según los historiadores el Palacio Municipal en ese tiempo, estaba considerado el mejor edificio dejado por la colonia. Lugar donde se daban las fiestas fastuosas que los Capitanes generales ofrecían. Fue el lugar donde nuestro primer Presidente Don Tomás Estrada Palma, fue a vivir en sus primeros años.
Durante el día la Plaza se transformaba en lugar de movimiento inusitado. Vendedores ambulantes, las oficinas municipales, la antigua Lonja del Comercio, el bullicio de los comercios cercanos, las oficinas públicas, los cercanos muelles y embarcaderos. Desde que daba comienzo el día, hasta por la tarde todo era bullicio. Al llegar la noche la quietud invadía sus alrededores.
Algún que otro pájaro nocturno que revoleteaba, el maullido de un gato hambriento o en celo, el ladrido de un perro, el chirriar de las cigarras. El ruido de los autos que pasaban, o el tranvía, que en esas horas de la noche daba su recorrido habitual. Alguna pareja de enamorados que se sentaban en los bancos de la Plaza, alumbrados por la luna y las estrellas, y el fresco del mar caribe.
En la Plaza había una estatua del Rey Fernando VII, y en el patio interior del Palacio Municipal, había otra del Almirante Cristóbal Colón, que se mantenía fiel vigilante del edificio o sabe Dios de qué. La estatua aparecía con la figura de Colón parado, con la mano extendida y un dedo muy significativo señalando algo. Una noche ya bien tarde el Rey Fernando VII, fue a saludar al Almirante como hacía cuando el tiempo se lo permitía, y extrañado de unos tiros que se habían oído dentro del edificio. Al verlo Colón le contó la historia de lo que le había pasado:
-No quiero que su Majestad se preocupe por esto. Me han tratado de curar lo mejor que ellos han podido. Lo único que el dedo era de mármol y el de ahora es de yeso, hasta que encuentre otro parecido. Se nota algo por el color. Pero ya los visitantes ni se fijan en mí, muchas veces.
El monarca preocupado, indagó sobre el ultraje, cómo pudo haber pasado. Colón, tranquilamente le contó la historia:
-Majestad, una noche llegó a altas horas de la madrugada, el hijo del Presidente de la República, parece había tomado demasiado y empezó a ofenderme y hablar de los reyes. Cómo es natural traté de pararlo. Extrajo su revólver, que llevaba en la cintura, y cogió mi dedo como lugar de práctica y me dijo que estaba cansado de él. Sencillamente me cortó el dedo de un tiro, y como se reía. A los pocos días se dieron cuenta, los policías de guardia no habían dicho nada por miedo a perder el trabajo, por ser el hijo del Presidente.
Ordenaron mi cura. Y aquí estoy, con un dedo de yeso y mármol. Creo que nadie se ha enterado del caso. La juventud de hoy, no es respetuosa como la de antes. El Embajador español no ha venido a investigar el caso.
Después de oír la historia y ver Fernando VII, que ya el día empezaba a clarar, corrió a su pedestal. Colón se quedó con su dedo de yeso, hasta que al año le hicieron un injerto de mármol parecido. Y asunto concluido. No me vayan a decir ahora que sabían la historia. Un tío mío fue el que le puso el dedo de yeso primero y luego el de mármol, y las autoridades le advirtieron que no dijera nada. El secreto quedó en la familia, que ahora que ya me estoy poniendo viejo, no me importa que lo demás lo sepan.
Así, era la vida en aquellos años.
René León
Miembro de la Academia de la Historia de Cuba (Exilio)
Editor de Pensamiento, Publicación Literaria e Histórica. Editor de Pensamiento Digital.
Miembro del Círculo de Cultura Panamericano, Miembro del Colegio Nacional de Periodistas Cubanos en el Exilio, de la Academia Poética de Miami, Club Cultural “Atenea” de Miami, Cepi y otras.
Es colaborador frecuente de medios periodísticos tales como Enfoque Metropolitano, Informativo Latino, Arroyo Molino, La Información, Libre Publicación Digital de Miami.
Ha publicado libros y numerosos ensayos sobre historia, literatura y poesía.
Entre los numerosos premios y menciones de honor recibidos, destacan: Segundo Premio en ensayo literario, 1976, Revista Entre Nosotros: Sigma Delta Pi. CEPI, Nueva York, Tercer y Segundo Premio de Ensayo en 1996 y 1999 respectivamente. Premio “Enrique José Varona” de Tampa. Primer Premio de Estampa Costumbrista en 1993 y 1994. Amigo Dilecto de Calíope en 1996. SPACCE CLASIC, 1999, por su labor como ensayista de la historia de Cuba, y otros.
Fresco y frescura
Tomado de: Opus Habana |
- Detalles
- Escrito por Emilio Roig de Leuchsering
- Publicado el 01 Diciembre 2010
Y, sin embargo, observando el espectáculo realmente curioso e inexplicable que en verano ofrece nuestra capital, he llegado a figurarme que a la mayor parte de los habaneros les agrada el calor.
Escribo —con permiso de Uds. —en pijamas. Que es horrible, insoportable, desesperante, el calor que reina en esta «muy ilustre y fidelísima» ciudad de la Habana.
Simum del Sahara, lava ardiente del Vesubio, el Etna, el Cotopaxi, el Kamchatka, fuego de Sodoma y Gomorra, ¡benditos seáis!
Y no es en la puerta del Infierno, sino en lo más alto de la Farola del Morro, donde deba grabarse aquella pavorosa inscripción de que nos habla el Dante en su poema inmortal.
«Per me si va nella citta dolente (…) Lasciate ogni speranza voi che».
En efecto; ríome yo de los sufrimientos y dolores que padecen los súbditos de Pedro Botero. Somos nosotros, los míseros mortales que nos vemos obligados a permanecer en la Habana durante el estío, los que debemos renunciar para siempre a la esperanza.
Y, sin embargo, observando el espectáculo realmente curioso e inexplicable que en verano ofrece nuestra capital, he llegado a figurarme que a la mayor parte de los habaneros les agrada el calor, pues, en vez de pasarse, terminado el trabajo del día, las horas de la tarde y de la noche al aire libre, se encierran en sus viviendas, esas típicas casas que tanto abundan en esta ciudad: pequeñas, estrechas, ahogadas e insalubres. Tan solo una o dos veces a la semana, el sábado y el domingo, abandonan sus moradas, para dar entonces, algunos, dos o tres vueltas por el Prado y el Malecón, prefiriendo los demás achicharrarse un par de horas en esos verdaderos hornos que han dado en llamar teatros y cines.
¿A qué se debe esto?
A que la Habana es todavía una aldea grande. Sus habitantes hacen vida de labriegos; se recogen temprano: a las once de la noche solo quedan en la calle los trasnochadores empedernidos; no pasean mas que los días de fiesta, a toque de campana, como rebaño obediente sumiso; y prefieren soportar los rigores de la estación, antes que cambiar su norma de vida, monótona, metódica y rutinaria.
Aunque el veranear es para nosotros una imperiosa necesidad, no se ha convertido aún en costumbre. Al extranjero solo emigran las familias pudientes o los afortunados que viajan a costa del Estado.
A nuestras playas y pueblos del interior van muy pocos temporadistas. San Diego, Madruga, Santa María del Rosario, Cojimar, Mariano, Varadero, son los lugares más concurridos.
Pero a ninguno de estos sitios acude nunca el obrero: que él, todo el año, toda la vida debe consagrarla al trabajo, al intenso bregar. Bueno sería que del mismo modo que existen entre nosotros, como leyes obligatorias, el cierre a las seis y el descanso dominical, existiese también una ley general de veraneo. El descanso es tan necesario al hombre como el trabajo. Y en Cuba solo descansan los brujas soperas o los chiquitos de casa rica. De ahí que el veranear sea un lujo que muy pocos, unos cuantos escogidos, pueden permitirse.
Todo ello es residuo de la pésima, detestable educación colonial. Nos acostumbraron a trabajar desde por la mañana hasta altas horas de la noche, como bestias de carga, inconscientes y sufridas. Poco a poco hemos ido rompiendo con estos hábitos funestos, no sin oír las protestas, torpes y necias, de los que aún se figuran que en el Palacio de la Plaza de Armas reside un Capitán General. Y es curioso que la Intervención y la República ateas hayan sido las que convirtieran en ley del Estado el famoso precepto de santificar las fiestas que, como letra muerta, existía. . . en el Catecismo cuando aquí gobernaba —felices tiempos— S. M. Católica.
En Inglaterra y en los Estados Unidos, descansan y veranean los ricos y los pobres. Y no puede tacharse a esos pueblos de poco trabajador es ni laboriosos. ¿Porqué nosotros no hemos de procurar hacer lo mismo? Debe facilitarse la comunicación entre la Habana y las poblaciones inmediatas, procurar que en las oficinas del Gobierno y en las particulares existan, debidamente organizadas, vacaciones de verano; hacer que el obrero tenga, cerca de la capital, por módico precio, sitios donde la vida, durante el estío, sea cómoda, saludable; necesitamos grandes parques, paseos y jardines.
Permanecer en la Habana durante los meses de verano es uno de los más atroces suplicios que puede sufrir el hombre en la tierra. Los días se deslizan lentos, monótonos, aburridos, asfixiantes. Casi todos los teatros se encuentran cerrados, y aquellos que permanecen abiertos, nos obsequian con películas de largo metraje, capaces de poner, por lo sangrientas, los pelos de punta al más empedernido criminal.
Se levanta uno todas las mañanas con esta idea fija: ¿Qué haré hoy? Y casi siempre al acostarse no ha podido encontrar todavía una respuesta satisfactoria.
Después del indispensable y delicioso baño matutino, nos lanzamos, bajo un sol de fuego, a la calle. Pero, ¿a dónde ir? . . . Ya estamos sudando… Nos dirigimos —no hay otro sitio— a la Playa de Marianao; y allí, al fresco, arrullados por el murmullo de las ondas, entretenidos con la charla de encantadoras muchachas, se olvida uno durante dos o tres horas, que vive bajo el reinado de la canícula.
Pero llega la tarde. En vano se recorren Prado y Malecón —nuestros únicos paseos—. Ni un alma. Nos sentamos en la tentativa de parque del Malecón. Ya que no otra cosa, siquiera hay fresco. Dos o tres extranjeros hablan ruidosamente en jerga ininteligible: son alemanes.
Una señora, joven y hermosa, acompañada de una niña y una criada, pone, con su traje de colores llamativos y su original sombrero napoleónico, una pincelada fuerte, rara, impresionista, en aquel cuadro de pesados tonos. De un automóvil se bajan discutiendo acaloradamente, varios políticos; el sol, rojo, como una bola de fuego, se va sepultando lentamente, allá en el horizonte.
Por la noche, volvemos a recorrer «Prado arriba, Prado abajo…». Nos sentamos en el Inglaterra. Damos más tarde una vuelta en automóvil por los nuevos repartos.
Los sábados, la moda y el calor nos llevan a la Playa de Marianao. Entramos en el muelle del Yacht Club. Aristocráticas damas y correctos caballeros vestidos de blanco discurren por doquier, amables y sonrientes las unas, galantes y conquistadores los otros. De un grupo nos llama una encantadora chiquilla de ojos picarescos, enigmáticos y provocativos, y con ella nos enfrascamos en charla deliciosa, mientras una banda militar deja oír alegres melodías y piezas bailables. Es el verano, el tema principal de nuestra conversación.
—No me explico, — dígole yo a mi bella compañera, cómo hay pueblos que adoran al Sol. Solo debe rendirse culto al Agua. Gracias a ella podemos «vivir muriendo» durante el estío. Ella nos consuela, nos conforta, nos da la vida, nos salva. ¡Bendita sea!
¡Y pensar que en muchos países apenas se conoce el baño! Todavía en cierto pueblo europeo existe como único sistema higiénico el zahumerio. Y en esa misma nación vió la luz, hace poco, una novela que lleva por título: El demonio de la voluptuosidad. Ese demonio que provoca el asombro, las murmuraciones y las iras de toda una población, no es otro que un cuarto de baño que en su casa tiene una mujer, cuidadosa de su cuerpo y de su belleza.
En Cuba, antes de la Primera Intervención, era largo y penoso el procedimiento hidroterápico que teníamos. En medio del cuarto, se colocaba una bañera de latón que a cubos van llenando los criados. Después, era indispensable templar el agua. Todo esto, como se comprende, solo podía hacerse una o dos veces a la semana. Hoy, aunque existen aún personas que llegan en su sibaritismo a tener la biblioteca en el baño... porque no utilizan éste, no puede negarse que la Habana es una de las poblaciones más limpias del mundo. No hay casa que no tenga su ducha, y es la ducha el invento del siglo.
Lo que parece increíble es que no se haya generalizado ya entre nuestras damas, la costumbre de bañarse en la playa.
—Eso estaría mal visto,— nos dice nuestra linda amiga.
—Por qué?,—le contestamos. ¿No es más encubridor un traje de baño que muchos de esos trajes aéreos, vaporosos, más que traslúcidos, transparentes, que para suplicio y condenación de los hombres ha impuesto esa moderna serpiente infernal que se llama La Moda?... Los rayos del sol, no son siempre discretos, hacen de rayos X… Y nos otros tenemos que ver, impasibles, ¡tantas cosas! . . . Y no es solo el calor, entonces, lo que nos ahoga, nos asfixia...
Acudan, pues, Udes. sin temor a la playa. Entréguense a la caricia voluptuosa de las ondas. Que yo por mi parte te confieso, que si logro verte, lo único que haré es lamentar no ser agua.
«y que en mis olas, que en mis olas vinieras a bañarte, para poder, como lo sueño a solas, al mismo tiempo por doquier besarte».
(Artículo de costumbres tomado de Carteles, 5 de julio 1925)
Emilio Roig de Leuchsenring
Historiador de la Ciudad desde 1935 hasta su deceso en 1964.
Historiador de la Ciudad desde 1935 hasta su deceso en 1964.
TURISTA EN LA HABANA: "¿QUIÉN DICE QUE TODO ESTÁ PERDIDO?"
Tomado de: La Habana Elegante
Ofrecemos al curioso impertinente lector una crónica sobre la ciudad de La Habana que nos ha enviado el amigo y colega Manolo Castellón, el cual se desempeña como profesor en la ciudad de Nueva Orleáns. Aprovechamos la oportunidad para invitar a quienes hayan visitado la ciudad, a enviarnos sus respectivas crónicas habaneras. Si lo desean -y lo creemos conveniente por razones obvias- pueden acompañarlas con las fotos que hayan hecho. Estamos empeñados en recuperar la frescura de inmediatez que solían tener no pocas de las crónicas y libros de viajes del siglo XIX. Queremos volver a hacer de la ciudad, una que preserven la curiosidad y la arquitectura de la mirada.
La Redacción
He vuelto de La Habana. Y la tengo toda en los ojos del alma. Fui dispuesto a ver una ciudad en absoluta dilapidación, y aunque hay demasiados predios abatidos por la desidia y pobreza impuestas, aún hay mucho, muchísimo por admirar.
Propio de una ciudad con cinco siglos de existencia-- fundada en 1519 ante el Atlántico y bajo umbrosas y sacras ceibas— La Habana posee varios niveles históricos visibles a través de su rica y multiforme arquitectura. En una clasificación somera, lo más evidente es la ciudadela colonial española, el caserío moderno (iniciado a partir de la época isabelina o tardo-colonial) y el de época republicana (entre 1902 y el inicio de la Revolución, en 1959). Sin duda hay que creer a quienes dicen que es una de las más fascinantes ciudades del mundo, tanto por su ayer de azúcar, esclavos y piratas, cuanto por su extraño abatimiento presente. Y es en extremo vasta, a notarse en el largo trayecto que el taxi debe recorrer para llevarme del Aeropuerto al centro. Se atraviesa el anillo de verde agricultura que, a mediados de los sesenta, trazara uno de los gobiernos de la Revolución con el objetivo de hermanar campo y ciudad. Eso es lo que me dice mi culto taxista, uno de los muchos profesionales o universitarios que el gobierno ha recolocado en el servicio taximóvil para paliar el desempleo causado por recientes reajustes económicos.
El taxista, digo, me muestra algunos de los núcleos que, entre 1900 y 1950, fueron surgiendo a medida que las funciones del viejo casco histórico se desplazaban hacia nuevas zonas, creándose así una variedad de sub-centros. Atrás dejo el Vedado, con sus pre-revolucionarios palacetes y quintas, el suntuoso barrio--hoy fatalmente desmoronado--que habla de un pasado de baja y confortable densidad urbana, cuando una numerosa clase media servía toda ella a la aristocracia azucarera que apilaba dólares, se vestía en Nueva Orleans o en Nueva York y sorbía cócteles a ritmo de mambo, mientras elStudebaker estaba listo para escapar a Varadero. Por supuesto, al parecer no era todo del mismo color rosáceo en las zonas rurales del país, donde las cifras de analfabetismo, mortalidad infantil y ausencia de servicios básicos daban razón a quien definió La Habana como "la capital superdesarrollada de un país subdesarrollado."
De aquella época es testimonio ese skyline que remite a principios de los 50, coronado por el edificio Foxa, cuando la ciudad, en un proceso insolidario de la economía general, conoció una efímera norteamericanización en hoteles, casinos y lujosas torres de apartamentos. La Revolución se empeñó--no sé cuán eficazmente--en poner fin a aquella y otras desproporciones, intentando más bien potenciar el agro cubano. El caso es que la ciudad ignoró cualquier plan restrictivo y creció hasta alcanzar hoy los casi tres millones de almas con sus respectivos cuerpos.
Recuerdo haber continuado después por la Avenida Allende- Simón Bolívar, con un tramo al que aún se conoce por Carlos III. A lo largo de los últimos años, una pintura de enérgicos colorines--más bien digna de Dakar o Bahía--ha intentando en vano paliar la brutal decadencia de gráciles columnatas, finas yeserías, balconajes. Hasta hace poco, el bajo presupuesto, (aunque se dice que también la ideología), había circunscrito el área de restauraciones a la mera ciudadela colonial, postergando reparar los conjuntos urbanos de la época republicana.
Alguien, no yo, ha querido interpretar ideológicamente ese establecer de prioridades: es decir, se dejará para quién sabe cuándo el remozamiento de una arquitectura exponencial del proscrito protagonismo burgués. Piedad inspiran estos palacetes, cuya argamasa ha resistido mal la llamarada del viento salobre, la aguda carestía de medios, la desidia y el mal trato, el tiempo. Pero por fin, parece que las tareas de salvamento se van ampliando poco a poco hacia estos núcleos de los siglos XIX y XX, donde se ven todas las variantes de la modernidad: ensanches racionalistas; elegantes bulevares como el Prado, el cual enlaza el corazón de la ciudad con la hermosa bahía; hábitats lineales, en sus días servidos por tranvías... En cuanto a estilos, por supuesto castigadísimos, abundan los beaux-arts, art-nouveaux y modernismos catalanes, los regionalistas españoles y "remordimientos," los décos,bauhaus y funcionalismos, etc. De la ópima era del azúcar son el Palacio Presidencial, los rivales Centros Asturiano y Gallego y, sobre todo, el soberbio Capitolio que, si no en dimensiones, supera al de Washington en el refinamiento de su general factura y majestad de líneas, en su egregio interior, en los motivos ornamentales. A propósito, salvo brevísimas épocas, dicho Capitolio apenas sirvió a su específico propósito de foro democrático. ¡Quién sabe si algún día! En fin, ahí está hoy, oscuro y deslucido en su grandeza, necesitado de un masivo maquillaje para que se aprecien sus mármoles, caobas y bronces.
Tras el Palacio Presidencial, frente al que se exhibe varado el viejo yate Granma--reliquia venerada por el castrismo--, se extiende la vieja ciudadela colonial, limitada por la larga calle de Monserrate. Dicha calle es marca de la desparecida muralla de tierra. Del lado de lo que fue extramuros se hallan los fuertes de Atarés, La Punta y El Príncipe; a intramuros quedan los conventos, iglesias y palacios barrocos, las viejas casas patricias de frescos patios. La Catedral, de estilo jesuita, preside una plaza más bien recoleta, pero animadísima de turistas, quienes bajo los toldos aparecen suavemente ebrios de mojitos y sones. De dónde son los cantantes, pues no tengo ni idea ("palestinos," como han dado en llamar a los pobres immigrados de la provincia oriental, me aclara alguien). Del público, en cambio, sí sé decir que hay mayoría de italianos y españoles. A casi todos nos ha cabido el honor de tener huéspedes locales. La gente no sólo es curiosa y culta, sino amable y agradable en extremo. ¡Ya se cansarán algún día de tanto turista! Y es que esto no ha hecho más que empezar. Por ahora, dado que el turismo es fenómeno reciente, los habitantes buscan el rostro del forastero, cual ansiosos de romper no tantos como cien, pero sí los muchos años de soledad que impusieron una triste incomunicación con los mundos de allende la mar.
No lejos de allí está la hermosa Plaza de Armas, presidida por los macizos Palacios de los Capitanes Generales y del Segundo Cabo, en los que culmina el barroco cubano. Ambos edificios, junto al próximo Castillo de la Real Fuerza, así como el Morro y la Cabaña al otro lado de la Bahía, completan la viva impresión de esplendor colonial. En un cercano rincón se alza el neoclásico Templete, reliquia cívica sombreada por una ceiba, construida a mediados del XVIII para conmemorar la fundación de la ciudad. En fin, es aquí donde avanza un dinámico plan de restauraciones que financian la Unesco y algunos países amigos.
He decidido caminarme despacio todas esas calles--Peña Pobre, Chacón, Tejadillo, O'Reilly, Obispo, Obra Pía..., que de pronto se me vuelven todas entrañables, porque en todas alquien me llama, me requiere, me pide algo, me pregunta quién y de dónde, se deja invitar a un café y me abre un amable corazón. Aquí todo el mundo es tan pobre como digno. Nadie ventea demasiado sus necesidades, y sin embargo, a lo que parece, deben ser acuciantes. La calle es un vivaz escenario costumbrista: mujeres
apoyadas en los quicios, escrutando delicadamente al que pasa; una manisera que deja ver su innegable poso de señora elegante, sin duda espécimen de una clase venidísima a menos; un transportista cuyo carrito tira una dócil cabra; una cola de gente que quiere llenar botellas de un refresco amarillento; un mercado de verduras bajo elegante arcada decimonónica; una florista morena rodeada de encendidos girasoles; un mocito churrero que hace
churros exactamente como los de Madrid; una oronda africana que te lee las cartas mientras se fuma un veguero; una quinceañera de fino ébano, vestida de organdí blanco y rosa, saliendo de la Catedral tras su presentación a la Virgen; un informado disidente que me cuenta interesantes entresijos del sistema y de sus notables; puestos de viejos libros bellamente encuadernados, sin duda restos de ricas bibliotecas del pasado. Hablando de libros, los que se expenden en las librerías tratan, más que nada, de literatura cubana e hispánica, en general acorde con la filosofía heroica del actual sistema político.
Mientras estoy sentado en un tranquilo parque, un beodo con aliento de ron me pregunta si tengo "algún regalo" para él. Como pretendo no hacerle caso, en un descuido se lleva mi panamá. Cuando me apercibo del hurto me quejo a una pareja de policías, quienes con suma eficacia localizan al caprichoso en menos de veinte minutos. Me dicen que es uno de los voluntarios que, por lo que fuera, regresaron trastornados del episodio cubano en Angola. Nos llevan a comisaría para levantar acta del suceso. El hombre asegura con cínica cachaza que todo ha sido una broma, y que yo bien podría tener mejor sentido del humor. Los policías me instan amablemente a que formule una denuncia en regla, con lo que tendrían pretexto--me dicen--para someter al individuo a sesiones de re-educación. Yo rehuso. Contrariados, pero siempre corteses, los policías respetan mi negativa. Con todo, me parece que retienen al pobre sujeto, para amonestarlo o quién sabe para qué.
Tal es todo el sobresalto que, hoy por hoy, pueda suceder en la calma Habana. Tampoco es una ciudad de excesivo tráfico rodado, como se puede suponer por razón de la escasez de gasolina que--dicen--determina el bloqueo. Por eso, hay multitud de plácidos rincones: calles solitarias, plazas umbrosas de framboyanes y gomeros, con estatuas que piensan y niños que juegan (alrugby, por supuesto).
Hay cines inmensos, de la época en que el cine era fenómeno de verdaderas masas. Entro en uno de ellos, donde el enmohecido olor y la raída tapicería no eclipsan la vetusta magnificencia de la decoración interior. Olvido que el techo puede desplomarse sobre todos nosotros, como ya ocurriera con el Teatro Cuatro Caminos, y me dedico entonces a gozar de la actuación de esa soberbia actriz que es Daisy Granados-- alguien de la raza de Lola Flores, Fernanda Montenegro o Ana Magnani--en "Las profecías de Amanda": peripecias de una vidente y sus choques con el estamento psiquiátrico. Cine desenfadado y crítico, sin duda capaz de satisfacer a una población culturalmente exigente y desengañada; industria cinematográfica cuyas cotas de calidad, ciñéndonos al ámbito latinoamericano, quizá sólo hallen parangón en la brasileña. Es ya cine de maestros, con nombres como Gutiérrez Alea, Nestror Almendros, Pastor Vega, Ramón Tabio...
Al llegar a mi hotel, ya de noche, de los arbustos me surge un individuo ofreciéndome algo que se llama "PPG," y yo, algo paranoico tras varios años de residencia en los EE.UU., inmediatamente supongo que se trata del inevitable traficante de sustancias psicotrópicas. Rehuso, por supuesto, y a la mañana siguiente consigo que alguien me explique lo que es el dichoso "PPG": no más que uno de los milagrosos inventos de la nueva farmacología cubana, un remedio poli-terapéutico cual en viejos días el famoso hongo chino. En fin, una ocasión más para verificar la inocencia en la que viven los vecindarios de la extensa capital cubana.
El barrio donde pernocto, distrito Playa, es característico de la burguesía vanguardista de los años 50: bien trazado y arborizado, con amplias y ajardinadas viviendas de estilo bungalow, en bastante buen estado, lo cual se debe tanto a lo relativamente reciente de la construcción cuanto al tenor de vida de los vecinos, muchos de ellos parte de la nomenklatura o extranjeros del cuerpo diplomático. ¡Qué diferencia con la vieja ciudad y sus rincones de devastación! ¿Cuántos años serán precisos para restaurar la Plazoleta del Cristo, el Prado (que dicen que una vez tuvo laureles); la Plaza de las Ursulinas; la Muralla...?
Pero aun así, no sé por qué, la ciudad posee un vigoroso genio, quizá más que eso: un resistente ángel tutelar. Hay todavía mucha belleza que no se ha desplomado. Tarde ya, el sol y yo nos retiramos. El, esplendorosamente, sobre buenos y malos; yo, nostálgico, camino de mi alojamiento, bordeando el mar, por la Avenida de Maceo, hermosa a pesar de lo derrumbada y triste. El último día de mi estancia observo que que el Malecón aparece, por fin, limpio de "jineteras" o prostitutas ocasionales. Dicen que el gobierno, bien por el clamor universal de los que abominan del llamado "turismo sexual," bien por oponerse a que un grupo de mujeres gobiernen tanto sus propios cuerpos como sus propias finanzas, ha decidido poner coto a lo que ya era una afrentosa marea. El pretexto que daban esas pobres muchachas--casi todas desesperadas provincianas--son las insufribles condiciones económicas que atraviesa el pueblo, víctima tanto del "período especial" o súbito fin del comercio con los países del viejo bloque socialista, cuanto del absurdo bloqueo impuesto por los EE.UU., como todo el mundo sabe.
A pesar de dichas condiciones, a pesar de la llamada "distribución de la pobreza," estamos ante uno de los pueblos más cultos y dignos de las Américas, donde todo se debate lúcidamente, dónde la voluntad de cambio no ceja, donde funcionan la solidaridad y donde no hay drogas que hayan destruido el tejido social, creando legiones de desamparados como en Nueva Orleáns, Nueva York o San Francisco; o abandonado niños como en Río, Caracas, Bombay o Manila. A los niños, feliz germen del mañana, más bien los he visto distraer sus horas no lectivas en centros y bibliotecas infantiles.
Hay mucho en La Habana, mucho de bello y de ideal, que todavía no se ha desplomado. No tengo por qué abogar por la persistencia de este
sistema de triste y frugal Arcadia, pero me pregunto qué es lo que sí, en efecto, se desplomará cuando sobrevengan, ineluctables, el sistema de capitalismo y libre mercado, la ávida bestia de la globalización. ¿Será posible que algún día volvamos y añoremos la realidad de hoy? Nosotros, los turistas "libres," quizá sí, pero el problema es que este pueblo está harto de sufrir carencias de todo tipo. "Nada puede ser peor que lo que hay," dicen sin ambages. No hablé con nadie que, aun afirmando que no debe renunciarse a los existentes logros sociales, no se mostrara hastiado de la realidad tal cual se ve, ansioso de que la ciudad y la nación entera atrapen por la cola a una modernidad que se les escapa.
Manuel García-Castellón
Universidad de Nueva Orleáns
La Charada China y su Americanización
Tomado de La Habana Elegante |
Emilio
J. León Cuba (†)
Es
de imaginar que la figura de la tan popular CHARADA
CHINA, toda rodeada
de atributos terrenales, como si fuesen ofrendas religiosas a un dios
generoso con los números y el dinero, sin sobrepasar, los números
del 1 al 36, otras tantas representaciones de animalitos que conviven
con nosotros, fue introducida en Cuba por los inmigrantes chinos
–arribados bajo contrato- dedicados la mayoría a las labores del
tren de lavado, la verdura, la bodeguita, como cocinero de una
señorona o en las labores en el campo. (Nota del editor: Entraron en
Cuba por contrata engañados por los esclavistas españoles y cubanos
desde 1845 hasta 1854, para trabajar en el corte de caña de azúcar
y tabaco. Más tarde, al pasar los años, en labores menos rudas,
pero la gran mayoría sin beneficios, y siempre discriminados).
Era
un caso muy peculiar…A ese dios popular ataviado con su invariable
quimono no había que rendirle tributo, no castigaba, no se le hacían
ofrendas y la fecha de su santificación humana se celebraba los 365
días del año en forma de apuestas diarias…Jugadas que podían
hacerse desde los $0.05 ó $1.00 o más, según la potencia económica
del Sacerdote-banquero que se valía del dios de La
Charada para
acumular bienes en su bolsa sin que jamás vistiera con un nuevo
quimono al dorado Chino.
El
dios de La Charada
era amado en silencio por el pueblo…Nunca lo llenaron de
improperios, porque el chinito recibía, pero también daba… Hoy a
uno; mañana a otro…Sin embargo, algunas personas que no se
sacaban ciertas cantidad con la jugada de la charada, en vez de
insultar al Chino, ponían de cabeza al santo católico de su
devoción dentro de un cubo lleno de agua, al cual le había hecho su
petición y no lo había oído…Al Chino jugando y al santo
castigando.
El
dios de La Charada
poseía don de gentes…Caía simpático al cubano y al
extranjero…Alto, con su impecable quimono en el negro y blanco de
la imprenta, con sus brazos extendidos a lo largo de su figura,
sosteniendo en su mano izquierda un delicioso pescado; en la derecha
una Cachimba y dentro de la boca abierta, un gato…Leyenda que pasó
como vox populi de que “los chinos comen gato”, cosa que era
cierta y que dieron a conocer a los Curas de Guanabacoa, que fueron
los primeros en gustarlos.
Los
chinos fueron los primeros en “tirar” la bolita.
Con
posterioridad los sesudos cubanos elevaron la numeración de La
Charada a 100…A
partir del 37 los números fueron bautizados con el nombre de una
entidad específica: objeto, animal, cosa, santo, o todo aquello que
cuadrara a la ambientación de su tierra, o en el caso específico de
la ciudad de Nueva York, con el número 87, como un remache cerebral
de poder visitarla tan pronto la oportunidad se presentara.
El
China de La Charada
de 36 números descendió a una escala de dios menor…Pero, el dios
nuevo, el de las 100 cifras, conservó como un patrimonio el nombre
de Charada
(enigma) Cubana…Así,
limpia, sin figura que la presidiera como el simpático dios Chino de
La Charada
China…Quizás es
por ello que llamó poco la atención.
Después,
bueno, muchos años después, el progreso económico hizo aparecer a
los “grandes banqueros de la bolita”, como Castillo y Campanario.
Con
el decursar de los años el gobierno constitucional
aprobó la Ley de la Lotería Nacional, imprimiéndose los “billetes”
de la lotería, con gran demanda tanto en lo nacional como en lo
mundial.
Siguieron
corriendo los años y surgió un aborto gubernamental -sietemesinos-
al que le pusieron por nombre el de BOLETOS, que se vendían
diariamente, cuya hoja de 10 fracciones de un número individual
salía a un precio de $1.00, con un premio de $400.00 los boletos, o
$40.00 un pedacito, que tenía un precio de $0.10.
Otro
“sesudo” Banquero, en forma colateral con los Boletos y con la
“vista gorda” de las autoridades, comenzó a tirar lo que se
conoció por La
China…Al fin, el
dios menor, el inmigrante, el chino de La
Charada China había
conseguido La China.
En
nuestra Isla, aún cuando quisieron relegar al Chino de La
Charada a la boca
del Caimán, siguió teniendo tanta popularidad como cuando en un
tren de lavado de ropa se tiró la primera Bolita con el Chino
presidiendo la jugada, con su figura vestida con el quimono.
Con
los años adquirió dos ciudadanías, si pudiéramos llamarlas así:
la criolla y la cubana.
Con
la llegada de las hordas comunistas apoderándose de Cuba, el Chino
de La Charada,
montado en su famoso Pescado Grande –el 10- atravesó el Estrecho
de la Florida, convirtiéndose pasados algunos años en
Cuban-American, impulsor de la Millonaría
Señora “La Gran Lotto de la Florida”.
Con
su sabiduría de siglos, El
Chino de la Charada,
continúa recibiendo a sus innumerables devotos –con la
correspondiente ofrenda- en el casco del Gran Miami, haciendo más
impetuosa la esperanza de muchos exiliados cubanos.
Lo
que si se sabe es que al verse obligado a cambiar de país, dejó de
“comer gato” hartándose ahora de perro caliente, hamburguesa y
maní.
Tomado de: victorandson.com |
©
1990 La suerte está en ti, por Emilio J. León
Carta de amor de un soldado español
Estamos en una España (1921) donde la población era en su mayoría analfabeta. Sin embargo muy pocas veces habremos leído una carta de amor de tanta belleza, de tantas emociones contenidas, de tanta sinceridad y transparencia en los sentimientos.
En la primavera de 2012, en excavaciones en lo que antaño fue el fortín español de Monte Arruit (a unos 30 km de Melilla) apareció el cuerpo momificado de un soldado español.
Según cuentan los arqueólogos y antropólogos, las condiciones climáticas de la zona han hecho posible la buena conservación del cuerpo así como la de alguna de sus pertenencias y restos del uniforme.
Entre sus pertenencias destaca una pitillera de cuero y metal con las iniciales P.G., una foto de una mujer joven, una pequeña moneda de plata con la efigie de Alfonso XIII y una extensa carta todavía legible.
Todos los indicios, y sobre todo por el lugar del hallazgo y datación de la carta, apuntan a que este hombre fue una de las víctimas de la matanza de españoles acaecida el 8 de agosto de 1921 en Monte Arruit. Es uno de los episodios más lamentables ocurridos en la Guerra del África .
Restos de un soldado amarrado por las manos.
Todo induce a pensar que fue atado y debió de morir lenta y cruelmente.
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Los investigadores quedaron asombrados al leer la carta que portaba este soldado. El papel amarillento, compuesto por dos páginas y doblado por la mitad estaba metido en un sobre. Los datos personales no han sido revelados por las fuentes investigadoras.
En el sobre dice:
Hermano de armas, si lees esto será porque yo habré muerto. Por favor, cumple la última voluntad de este soldado español que ha caído por la Patria y haz llegar esta carta a María […] que vive en Málaga en la calle […]. Sus padres se llaman Manolo y Antonia.
En la carta se puede leer:
Mi dulce María,
Nunca pensé escribir esta carta, pero lo preocupante de la situación me lleva a ello. Llevamos días atrincherados y defendiendo Monte Arruit, apenas tenemos agua y comida. Los moros nos cercan y nos hacen fuego, cada día tenemos nuevas bajas, ya sea por causa enemiga o por efecto del calor, y no tenemos medicamentos ni medios de asistencia sanitaria. Según dicen, el General Berenguer le ha prometido a Navarro que mandarán refuerzos desde Melilla, pero la ayuda nunca parece llegar. Hay descontento y pesar entre los hombres aquí. Hay rumores fiables de que se negociará la rendición de la plaza, pero no sabemos mucho más al respecto. No sé qué pasará, hemos pasado muchas penurias en esta maldita guerra, pero como la de Monte Arruit no la he vivido. Ya se sabe como actúan los moros y tengo mucho miedo por lo que pueda pasar, estamos prácticamente a su merced y no creo que podamos resistir mucho más el hostigamiento al que nos someten. En el campamento tratamos de animarnos los unos a los otros; por su parte, día tras día, los oficiales nos recuerdan lo que implica ser un soldado español con arengas patrióticas, pero lo que más nos reconforta, dentro de lo que se puede, es la camaradería que hacemos todos en estos difíciles momentos. La verdad que no sé por qué te estoy contando esto, supongo que por egoísmo al desahogarme con este papel. No quiero robarte más líneas, ya que esta carta es para ti: la dulce niña de mis ojos, mi morena, mi malagueña, mi razón de vivir, mi anhelo, la estrella que me guía en las noches, la única persona por la cual suspiro día tras día y me reconforta pensar que pronto te veré, que pronto te abrazaré, que pronto te besaré y que pronto me casaré contigo. Dios sabe lo mucho que te quiero. Aún me acuerdo de la primera vez que te vi, con aquel vestido azul, tu pelo negro azabache recogido en un coco, esos ojos verde esmeralda que son capaces de cegar más que este sol africano y convertir a cualquier hombre en estatua de sal con sólo regalarle una mirada tuya. Me acuerdo de la canasta de mimbre llena de pescado que llevabas pues venías del mercado y como yo, apoyado en la pared de la calle de mi casa, quedé absorto ante tu belleza. Te eché un piropo cuando pasaste por delante mía, no pensé que me hicieras caso, ya que tal hermosura tiene que estar acostumbrada a que te los digan, pero giraste tu preciosa cara, me miraste y me sonreíste. Bendito piropo aquel. Te pedí acompañarte a casa para hablarte por el camino y me lo permitiste. Desde entonces fuimos inseparables, me costó que tu padre me aceptara, pero ya sabes que la insistencia siempre ha sido mi virtud. Aún me tiemblan las piernas cuando me acuerdo de aquel primer beso que te robé en la puerta de la casa de tu tía, se nos paró el mundo alrededor en ese instante. En fin, hay tantas cosas que podría contar… Seguro que mientras lees esto estás esbozando una sonrisa. En estas líneas que llevo hablando de ti se me ha olvidado momentáneamente todo lo que estoy pasando aquí. Siempre serás mi mejor medicina y el remedio de todos mis males. Ya sabes que al comienzo de esta carta te dije que nunca pensé escribirla. Es de despedida, mi amor. Si recibes esta carta será porque yo ya no estaré. No quiero ser egoísta y por ello te pido que no me guardes luto, que no te apenes por mí, que rehagas tu vida lo más pronto posible y que no me eches en falta pues yo siempre estaré contigo en cada momento de tu vida. Que seas muy feliz y que hagas realidad todos tus sueños, ya que los míos se cumplieron cuando me dejaste amarte. Quiero que sepas que mis últimos pensamientos son para ti y que siempre te querré y cuidaré allá donde esté. Monte Arruit a 8 de agosto de 1921.
De tu soldadito,
Pedro.
Según narran las fuentes investigadoras, el 9 de agosto el General Navarro parlamentó la entrega de Monte Arruit con los jefes tribales marroquíes. Las condiciones fueron que los españoles entregaban las armas y saldrían del fortín sin hostigarles y, además, se proporcionaría transporte a los heridos.
Así pues, los soldados españoles desarmados comenzaron a salir de Monte Arruit en columna, pero al poco tiempo los moros, de manera inesperada, atacaron a los españoles desde distintos flancos produciéndose una enorme matanza. De un contingente de 3000 hombres, sólo 60 lograron sobrevivir.
Foto: Manuel Henestrosa. |
Antonio, un nieto de ésta mujer ha contado que su abuela, aunque se casó años después de lo acontecido en Monte Arruit, siempre tuvo en su mesita de noche la foto de un joven soldado con un rosario sujeto en la esquina del marco. Durante muchos de años, incluso ya casada y con hijos, día tras día acudía al puerto de Málaga con la esperanza de que llegara el barco que habría de traerlo.
Mi abuelo siempre respetó a mi abuela y supo que jamás ocuparía el puesto de aquel primer novio. No obstante, fueron un matrimonio feliz.
Falleció en 1987, a la edad de 85 años. Pidió ser enterrada con la foto de su primer amor y el rosario entre las manos.