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lunes, 15 de diciembre de 2014
Entrevista a la escritora cubana Mireya Robles POR LUIS DE LA PAZ
Segunda Parte
"No sé cuál será el alcance de mi obra
en este espacio de tiempo en el que me ha tocado vivir"
Usted ha dicho: “El tiempo es el formador de nuestra existencia”. ¿Cómo es su existencia ahora tras el paso del tiempo?
Así es, por eso un poemario mío lleva el título de Tiempo artesano. Somos un lapso de tiempo materializado en el espacio que nos toca vivir. A través del tiempo se dan las experiencias que nos forman. Hoy mi actitud ha cambiado. Me siento más mía, menos sujeta a presiones de trabajo, no sujeta a presiones de una familia que lamentablemente, ya no está. En mi adolescencia y juventud me sentía más dependiente del amor de otra persona. Pero a pesar de una actitud cambiante que se va adaptando a las distintas circunstancias que nos toca vivir, quiero pensar que aun existe una corriente interior que vertebra y me conecta con aquella niña que fui en el pueblo de Caimanera.
Su obra tiene una gran vigencia, posee valores que la sitúan a usted como una de las escritoras cubanas más importantes. Sin embargo es usted en general poco mencionada y de pocas presentaciones públicas. ¿A qué le atribuye usted esa incongruencia?
Pues no lo sé. Por mi parte, soy una persona a quien no le interesan ni la notoriedad ni la fama. Jamás he añorado una popularidad superficial. Sin embargo, lo más importante para el ser humano es la aceptación y siento un profundo agradecimiento cuando alguien me dice: “Me acompaña tu obra”. Me alegro por los personajes creados por mí, que de alguna forma entren en la vida de otros seres que los acepten, porque sería como si aceptaran esa parte de mí que fue capaz de darles vida y que desde lejos, casi escondida tal vez, los vea vivir en un mundo que si ya bien no me pertenece, por otra parte, no deja de ser un poco mío.
Podría decirte también, que si bien quisiera que mi obra tuviera un núcleo grande de seres que la compartan, lo esencial es que la obra está creada, que el número de lectores no aumenta ni disminuye su valor y que las obras de arte y los libros, como las personas, tienen su destino y su momento. El ejemplo más evidente es el de Van Gogh. Vendió solamente un cuadro en su vida y eso fue gracias a que su hermano Theo tenía una galería de arte. Tal vez este “fracaso” lo llevó al suicidio, en un momento en que ni siquiera se le ocurriría pensar que por sus obras llegarían a pagar millones de dólares. Cuando estuve en Francia visité los hospitales donde sufrió sus crisis: el Hôtel Dieu en Arles y el Asilo Saint Paul de Mausole, en Saint Rémy de Provence, así, como otros lugares que recogió en sus obras. Quiero pensar que aun en sus momentos de mayor desesperación, supiera, piel adentro, que esas obras eran las mismas, cuando salieron de sus manos que en el instante en que algún millonario las quiso comprar.
No sé cuál será el alcance de mi obra en este espacio de tiempo en el que me ha tocado vivir. Sí puedo decirte que agradezco que se hayan interesado en ella incluyéndola en tesis de Master y de Doctorado en la Universidad de Bergen, Noruega; en la Universidad de Tennessee, Knoxville; en la Universidad de Natal, Durban, Sudáfrica. Mi agradecimiento a las revistas literarias que me han acogido en unos 20 países; estudios sobre mi obra y entrevistas que se han publicado en Polonia, Sudáfrica, España, Estados Unidos, Venezuela, Israel. Agradezco especialmente las entrevistas que me hizo Tania Spencer, periodista y escritora sudafricana, publicadas en UN Focus, revista de la Universidad de Natal en Pietermaritzburg, South Africa. Agradezco que las portadas de mis libros se hayan visto acompañadas por los collages de Maya Islas (La muerte definitiva de Pedro el Largo, publicada en México y Una mujer y otras cuatro, publicada en Puerto Rico); una pintura de Fernando Botero (Hagiography of Narcisa the Beautiful, traducida por Anna Diegel, publicada en Londres); una obra del pintor mexicano Julio Galán (Hagiografía de Narcisa la bella, primera edición, New Hampshire). Agradezco el libro titulado Las pinturas de Mireya Robles/The Paintings of Mireya Robles, editado en Nueva Zelanda por Anna y Olaf Diegel, impreso en Sudáfrica. Agradezco las excelentes traducciones que Susan Griffin ha hecho de mis novelas, publicadas en inglés en Estados Unidos: Combinado del Este, One Woman and Four Others; The Definitive Death of Peter the Long y de mis libros de narraciones cortas: Eastern Freezer y Trisagion of Death. Conocí a Sue en Sudáfrica y ahora vive en Estados Unidos. Agradezco al destino que me haya permitido publicar en español, en los dos últimos años, nuevas ediciones de las cuatro novelas, los dos libros de narraciones cortas (Trisagio de la muerte y Frigorífico del Este), un libro de ensayos titulado Artículos y el Diario de Sudáfrica. En la portada de todos estos libros, aparecen mis pinturas.
Qué aportó a su vida los años que vivió en Sudáfrica.
Llegué a Sudáfrica el 13 de julio de 1985, cuando el país, bajo la presidencia de P. W. Botha, estaba en pleno apartheid. En los mapas se marcaban las secciones de las playas para usuarios de cada color de piel: blancos, indios, mulatos, negros. Los autobuses de línea azul cielo eran para los blancos. Los autobuses verdes, popularmente llamados “mambas”, como las serpientes sudafricanas, transportaban a todos los que no eran blancos. Con frecuencia temíamos que estallara una revolución.
Enseñé durante diez años en la entonces llamada Natal University, en Durban, conocida hoy bajo el nombre africanizado de University of KwaZulu-Natal. Allí viví este período de apartheid, la transición hacia la democracia multipartidista y multirracial propuesta por el presidente F. W. de Klerk, y parte del gobierno de Nelson Mandela. Puedo decir que esos diez años constituyen el período más querido de mi vida, porque, como digo en el Diario de Sudáfrica, allí, encontré mi lugar. En cuanto llegué quise ir a Phoenix, donde Gandhi fundó el asentamiento en el que vivió su sueño de paz. Cuando pude ir ya había sido arrasado por oleadas de negros que incendiaron el sitio dejando solamente los cimientos de su casa, la imprenta que él fundó y algún edificio más. Nunca supe el porqué de esta destrucción. Se comentaba que era por rebeldía de los negros, porque a los indios (mal llamados “hindúes”), el gobierno les dejaba ejercer derechos que a ellos les eran negados.
En la Universidad de Natal conocí a Anna Diegel, a quien dedico el Diario de Sudáfrica. Con ella recorrí el país. Uno de los lugares inolvidables fue Nieu Bethesda, donde fui en busca de la huella de Helen Martins, una huraña escultora que dejó, en el llamado Patio de los camellos, en la Casa de los Búhos en la que vivía, todo un mundo de personajes hechos de cemento, en peregrinaje, dirigiéndose a la Meca. Pude entrevistar a personas que la conocieron y que aparecen en la obra de teatro de Athol Fugard, Road to Mecca. El suicidio de Helen Martins, que logró ingiriendo salfumán, permanece en el misterio.
En una segunda visita a Nieu Bethesda, con Anna Diegel y Maya Islas, entrevisté a Kool Malgas, un mulato que durante algunos años la ayudó en la creación de las esculturas. Cito lo que escribí en elDiario: “Llegamos a la casa de Koos, a las afueras del pueblo. Nos recibieron él y su familia hablando afrikaans, invitándonos a pasar, amistosos y regocijados, al oírnos mencionar el nombre de Helen Martins. A pesar de sus ojos vivaces, había en Koos una tranquilidad provocada tal vez por el cigarrillo de marihuana que estaba fumando. Su hijo Johannes se dispuso a servirnos de intérprete, a explicarnos en inglés lo que Koos le decía en afrikaans mientras que nos rodeaban la mujer de Johannes y varios niños. La mujer de Johannes, de pie, tenía en la mano derecha un cigarrillo de marihuana y con la izquierda abrazaba a un niño como de un año de edad, pegado a su cuerpo en posición vertical, que sujetaba un pecho de su madre empuñándolo con las dos manos para llevarlo a la altura de su boca y chupárselo como si fuera un mango”.
Un par de veces entrevisté a brujas africanas llamadas “sangomas”, experiencias que anoté en elDiario.
Volví a Estados Unidos en 1995, no solamente porque mi madre, entrada en años me necesitaba aquí, sino también porque todo tiene un ciclo y el de mi estancia allí, se había cumplido. Antes de irme a Sudáfrica, vivía yo en Sunnyside, Queens. Un día vi en el New York Times el anuncio de una vacante para enseñar en la Universidad de Natal. Me atrajo la idea de irme a África. Solicité el puesto y después de varios intercambios de conferencias telefónicas y trámites en el consulado sudafricano en New York, me vi en el aeropuerto Kennedy. Cuando caminaba en la rampa hacia el avión, me di cuenta de que me iba a un mundo totalmente desconocido para mí pero también supe que era ése el lugar donde yo tenía que estar. Ya en el vuelo de Johannesburg a Durban, la música de “La guantanamera” invadió el avión. Lo tomé como una bienvenida que me daba este país. Y así fue.
Usted también se desempeña como pintora, ¿qué puede expresar con la pintura que no consigue con las palabras?
En la pintura se crean personajes en movimientos estáticos, es decir, en movimientos que, solamente se sugieren para transmitir la idea de una acción. Pueden hacernos sentir que estamos ante personalidades profundas que guardan una historia insondable, pero permanecen fijos en el mismo gesto. Por eso, Pedro el Largo, atrapado en un dibujo de Van Gogh, en el instante exacto del llanto, desobedece al pintor, dándose él mismo, el movimiento necesario para salir del cuadro y convertirse en el personaje literario que ya libre, puede irse al río Guaso para ver pasar su propia vida. En la pintura se capta un instante. En la novela se cuenta toda una historia.
Son medios distintos de creación. Lo que encontré en la pintura fue el éxtasis ante la explosión de colores que dominaban con su fuerza, hasta los personajes más sombríos.
IGNACIO AGRAMONTE LOYNAZ
proclamó
la bastardía del Comunismo en 1862
DEDICATORIA.- Al matancero de pro, exiliado, escritor y luchador por la Libertad de Cuba, HUGO BYRNE, sobrino-nieto del poeta e igualmente patriota Bonifacio Byrne (el autor del emotivo poema “Mi Bandera”, cuyas estrofas le arrancó divisar la enseña nacional desde el buque en el que regresaba de la Emigración a la Patria recién independizada). De Hugo Byrne ha brotado el llamamiento a que “mientras lata un corazón cubano, juremos rescatar nuestra bandera, pasándola al morir ¡de mano en mano!”(1). Hugo Byrne, con cuyas colaboraciones se siguen honrando las columnas de opinión de varios medios de comunicación pública, especialmente en la prensa gráfica en español de los EE.UU. y en la Red, es Veterano de las Fuerzas Armadas de los EE.UU., en cuyas filas ingresó motu proprio (es decir, por la vía del voluntariado) en 1963, sirviendo en el Tercer Pelotón de la Compañía B4-1, en Fort Jackson, Carolina del Sur.
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Al comienzo de la sexta década del siglo XIX, la juventud y el profesorado de la Real y Literaria Universidad de La Habana –sita desde 1728 en el antiguo Convento de San Juan de Letrán, en la calle Obispo, de La Habana Vieja- compartían unos sólidos conocimientos, que incluían su puesta al día permanente en el estudio de las doctrinas sociales y políticas de la época.
Entre ellos se encontraba Ignacio Agramonte y Loynaz.
En el expediente académico de Agramonte consta así su trayectoria de estudios superiores:
En 14 de septiembre-57 matricula primer semestre de filosofía; en primero febrero-58 matricula el segundo semestre. En 24 septiembre-58 matricula el primer semestre del cuarto año de filosofía y en primero febrero-59 matricula el segundo semestre del cuarto año.
En 8 de julio de 1858 examina todas las asignaturas de tercer año de filosofía y obtiene nota de sobresaliente.
En 16 de mayo-58 consta que asistió al repaso extraordinario de filosofía que explicó el catedrático supernumerario Joaquín García Lebredo durante el primer semestre de aquel año.
Consta, certificado primero julio-59, que asistió a todas las asignaturas correspondientes al cuarto año de filosofía. El primero de julio-59 solicita el grado de bachiller por haber cursado los cuatro años de filosofía, y asistido a la clase do extraordinario. En 6 de julio sufre examen y obtiene el título de bachiller en artes con nota de sobresaliente.
Matricula jurisprudencia en 2 de septiembre-59. En 4 de julio-60 examina todas las asignaturas de primer año de jurisprudencia con notas de sobresaliente, lo que certifica Laureano Fernández Cuevas.
En 2 de julio-61 examina todas las asignaturas del segundo año de jurisprudencia, obteniendo nota de sobresaliente.
En 2 de julio-62 examina tercer año de jurisprudencia: sobresaliente; todas las asignaturas.
Asistió a todas las asignaturas del cuarto de jurisprudencia.
En 17 de junio de 1863 "habiendo cursado los cuatro primeros años de jurisprudencia y asistido al curso extraordinario" pide el grado de bachiller en jurisprudencia, teniendo lugar en primero de julio el exámen, en el que obtuvo sobresaliente.
En 2 de noviembre de 1863 se matricula en procedimiento judicial, derecho político y derecho penal, asignaturas del período de la licenciatura la primera, y del bachillerato la segunda.
Ramón de Armas certifica en 31 de octubre de 1863 que le ha admitido en su estudio, en calidad de practicante al bachillerato en jurisprudencia.
Solicita, en 25 de noviembre de 1864, que se agreguen al expediente certificaciones de asistencia al estudio de Ramón de Armas.
En 3 y 4 de junio de 1864 obtiene sobresaliente en Derecho Penal y Teoría de los Procedimientos.
Le señalan el examen de grado de Licenciado para el 8 de junio de 1865 en que obtiene sobresaliente.
El grado de Licenciado en Derecho Civil y Canónico le fue discernido a Agramonte el 13 de junio de 1865 por “el Excmo. Sr. Gobernador Superior Civil de la Isla, por haber hecho constar su suficiencia ante la Universidad de la Habana”.
Los jueves y sábados de cada semana se celebraban sesiones, que se conocían respectivamente como “juevinas” y “sabatinas”, en las que a los alumnos se les fijaba el cometido de dictar una disertación.
En 1913, en el discurso conmemorativo del 40º aniversario de la caída en combate del Mayor General, Antonio Zambrana dijo que “en uno de los ejercicios que sostenían un día de la semana en el aula magna los estudiantes de cada facultad, leyendo el elegido para el caso una disertación a que otros, también designados por el catedrático a quien tocaba hacerlo, presentaban objeciones y reparos, leyó Ignacio Agramonte… un discurso vibrante, eléctrico, elocuentísimo, en que, a propósito de un tema de administración, habló de los derechos menospreciados de Cuba y de su pésimo gobierno”.(2)
De esa velada también se conservan otras impresiones del mismo Antonio Zambrana: "Aquello fué como un toque de clarín. El suelo de todo el viejo Convento de Santo Domingo, en el que la Universidad estaba entonces, se hubiera dicho que temblaba, el catedrático que presidía el acto dijo que si hubiera conocido previamente aquel discurso no hubiera autorizado su lectura; los que debían hacerle objeciones llenaron sólo de una manera aparente su tarea y yo, que allí me encontraba, concebí desde entonces por aquel estudiante, que antes de ese día no había llamado mi atención, la amistad apasionada, llena de admiración y fidelidad, que me unió con él hasta su muerte." (3)
En el discurso pronunciado ante el Rector y el Claustro de la Universidad, Agramonte afirmó que “La Asamblea Constituyente francesa de 1791 proclamó entre los demás derechos del hombre el de la resistencia a la opresión…
“La centralización llevada hasta cierto grado, es por decirlo así, la anulación completa del individuo, es la senda del absolutismo; la descentralización absoluta conduce a la anarquía y al desorden. Necesario es que nos coloquemos entre estos dos extremos para hallar esa bien entendida descentralización que permite florecer la libertad a la par que el orden.
“La centralización no limitada convenientemente, disminuye, cuando no destruye la libertad de industria, y de aquí la disminución de la competencia entre los productores, de esta causa tan poderosa del perfeccionamiento de los productos y de su menor precio, que los pone más al alcance de los consumidores.
“La administración, requiriendo un número casi fabuloso de empleados, arranca una multitud de brazos a las artes y a la industria; y debilitando la inteligencia y la actividad, convierte al hombre en órgano de transmisión o ejecución pasiva.
“La centralización hace desaparecer ese individualismo, cuya conservación hemos sostenido como necesaria a la sociedad. De allí al comunismo no hay más que un paso; se comienza por declarar impotente al individuo y se concluye por justificar la intervención de la sociedad en su acción destruyendo su libertad, sujetando a reglamento sus deseos, sus pensamientos, sus más íntimas afecciones, sus necesidades, sus acciones todas.(4)
“Si me fuera permitido mayor extensión yo aglomeraría más razones y los hechos que apoyan una concentración bien entendida del poder, porque es una organización dictada por los sanos y eternos principios y confirmada por la experiencia; pero fuerza es que concluya esta parte y lo haré copiando un trozo de Maurice Lachatre: “Así como los antiguos romanos no usaban de la dictadura sino por cortos intervalos y solamente cuando la patria corría grandes peligros, es necesario tener en ellos una acumulación tan enorme de poder, como la de una máquina que permite a un solo hombre atar una nación y someterla a su voluntad. En tiempo de paz, la centralización (limitada como lo hemos hecho nosotros), es el estado natural de un pueblo libre y cada parte de su territorio debe gozar de la mayor suma de libertad, a fin de que siempre y por todas partes, los ciudadanos puedan adquirir el desenvolvimiento normal de todas sus facultades”.
“El Estado que llegue a realizar esa alianza será modelo de las sociedades y dará por resultado la felicidad suya, y en particular, de cada uno de sus miembros; la luz de la civilización brillará en él con todo esplendor, la ley providencia del progreso lo caracterizará y perpetua será su marcha hacia el destino que le marcó la benéfica mano del Altísimo.
“Por el contrario, el Gobierno que con una centralización absoluta destruya ese franco desarrollo de la acción individual y detenga la sociedad en su desenvolvimiento progresivo, no se funda en la justicia y en la razón, sino tan sólo en la fuerza; y el Estado que tal fundamento tenga, podrá en un momento de energía anunciarse al mundo como estable e imperecedero, pero tarde o temprano cuando los hombres, conociendo sus derechos violados, se propongan reinvindicarlos, irá el estruendo del cañón a anunciarle que cesó su letal dominación.”
Es impresionante (por su calidad de profético) el razonamiento de Ignacio Agramonte sobre el carácter aniquilador de la libertad de pensamiento que entraña el ideario comunista, y que lo expresase en un discurso de estudiante pronunciado ante el claustro de una universidad en un país colonial, donde además imperaba la censura más férrea, desde que en 1825 se le habían conferido al gobernador y capitán general de la Isla las atribuciones de jefe de plaza sitiada y podía encarcelar e incluso deportar a quien quisiera.
Agramonte, quien tras el Grito de Yara demostró ser un gran líder militar a la vez que un consumado demócrata en la República en Armas, tuvo una diáfana visión del comunismo como enemigo de las libertades y disolvente de la sociedad.
(2) Ese trabajo fue reproducido en la Revista de la Facultad de Letras y Ciencias, Habana, 1912, vol. XV, p. 28-36, en cuyo final aparece apostillada la fecha “Febrero 8 de 1862”.
(3) Citadas por Juan J.E. Casasús en su “Vida de Ignacio Agramonte”, Libro Segundo.
(4) La presciencia expresada con el rechazo por parte de Agramonte del comunismo no tuvo que deberse, necesariamente, a que tuviera a su disposición “El Manifiesto Comunista” redactado por Marx y Engels en 1848 –porque la primera edición en español no se produjo sino en 1887 en Madrid- ni tampoco pudiese tener a la vista el entonces todavía inédito “El Capital” de Karl Marx –que no fue publicado, y para eso en alemán, hasta 1867-.
Pero el ideario comunista europeo ya había sido objeto de considerable estudio y su difusión había recibido un impulso notable a raíz de la publicación por Marx, en 1847, en idioma francés, de “La Miseria de la Filosofía” –un ataque a fondo contra Proudhon, el revolucionario francés que prohijó el movimiento anarquista junto con Kropotkin y Bakunin, y a quien Marx acusó de “charlatanismo”-.
Leyenda Histórica: Manuel Antonio “El Peregrino”
René León
Miembro de la Academia de la Historia de Cuba (Exilio)
La ciudad de San Cristóbal de La Habana, está tranquila. El ajetreo de los carretones de mulas transportando las mercancías va cesando. Las señoritas se van asomando a los ventanales, vestidas a la usanza del país. Su pelo en largas trenzas, otras con una peineta de Carey en su pelo. Alguno que otro esclavo camina por las calles. Se ven algunos vendedores ambulantes ofreciendo su mercancía.
El cielo de la tarde derrama su claridad sobre las mansas aguas de la bahía, que van formando pequeñas olas, al deslizarse los botes de remo, que transportan los pasajeros, de un lado a otro de la bahía, y dejan sus huellas en las espumas del mar.
A lo lejos se ven las alturas de Atares, las edificaciones de la villa de Guanabacoa, la elevación de la Cabaña, el pueblo de Casa Blanca, y un poco más cerca el caserío de pescadores de Regla. La soledad de la tarde, y el silencio que reina por lo normal, es interrumpida por las olas que baten los farallones y el sonido de la campana del santuario de Regla, que avisa a sus fieles que recen sus oraciones. Es un tañido, de las campanas, melancólico. Las gaviotas vuelan, los rayos del sol van desapareciendo en el horizonte.
Nunca nadie supo de donde vino, ni su país de origen. Ni como había llegado al caserío de Regla. Respondía por nombre de Manuel Antonio, sin apellido. Pero todos lo llamaban “El Peregrino”. Decía que había estado en los santuarios de Palestina. Su nombre era el símbolo de su tránsito por la vida. Hablaba de sus viajes por tierras lejanas. Lo que si llamaba la atención a los vecinos, era cada vez que había un enfermo, allí él estaba, y se quedaba hasta el siguiente día atendiéndolo. Su vida era un misterio. ¿Era un hipócrita? Su fe, era Dios, al que mencionaba en todos sus actos.
Sólo se sabía que era carpintero. Había hecho voto de levantar un santuario a Nuestra Señora de Regla. El lugar escogido por él, no resultó del agrado de otros en el caserío. El carpintero Francisco del Águila, le persuadió que el mejor lugar era un solar vacío propiedad de don Pedro Recio Oquendo, que era dueño del ingenio “Guaicanimar”, rico propietario habanero. Este se ofreció a darle el solar, a condición de que le ayudara a reparar los techos de varios barracones de su propiedad. El 3 de marzo de 1687, alcanzó el permiso para construir la ermita. Levantó su pajizo techo, paredes y terminó su altar. Los vecinos del caserío y pescadores lo ayudaron. La labor fue dura. Al fin quedó terminada, pero en el año de 1692, la derribó la tormenta de “San Rafael”, para que “El Peregrino” la volviera levantar. Los vecinos hablaban de milagros y de curas, él mantenía una vida aparte, vivía en un bohío afuera del caserío, compartía su comida con muchos marineros que se quedaban en la ciudad de La Habana, y venían al caserío a recibir su ayuda.
El 8 de septiembre de 1694, se celebró la primera fiesta en el Santuario, presidida por el Obispo don Diego Evelino de Compostela, el Lcdo. López Ruiz de Salazar, que fue el que juro por patrona de la bahía a Ntra. Sra. de Regla, la imagen había sido traída de España, por el Sargento Mayor Pedro de Aranda La escuadra del general don Antonio de Chavéz, surto en el puerto hizo disparar sus cañones. Flameaban las banderas. El pueblo en la calle. Multitud de barquichuelos engalanados con sus humildes adornos. El pueblo en la playa. Los esclavos de las propiedades cercanas, descansaron ese día. Fue proclamada patrona de Regla, el 23 de diciembre de 1714.
Todos se preguntaban dónde estaba “El Peregrino” que no aparecía por ninguna parte. El alcalde, el Obispo, todos le buscaban. Desde temprano en la mañana había desaparecido. Según los documentos de los archivos de Regla, después de aquel día desapareció sin volver más.
Se supo al pasar de los años que había estado en Bayamo, cuando se presentó la “Peste”. Luego lo vieron en Santiago de Cuba, más tarde se dijo que lo habían visto en Veracruz. “El Peregrino” dejó como constancia, su trabajo en levantar el santuario de la Virgen de Regla, que ha perdurado hasta los días de hoy.
Fotos de: absolut-cuba.com
Las increíbles esculturas metálicas hechas con chatarra de John Lopez
Articulo tomado de: Todo Graphi Design
John Lopez es un escultor estadounidense nacido en un pequeño rancho de Dakota del Sur. Tras una exitosa carrera en el mundo de la escultura de bronce, y a raíz de la muerte de un familiar, este artista descubrió una nueva manera de dar vida a sus creaciones: la chatarra metálica. John fue el encargado de construir un mausoleo familiar en el rancho de su difunta tía. Ante la falta de materiales y debido a que dicho rancho se encontraba muy lejos de la ciudad más próxima, este artista decidió utilizar restos de chatarra para finalizar su mortuorio proyecto. Así comenzó la pasión de John Lopez por la escultura realizada a base de chatarra, dando lugar a toda una serie de esculturas híbridas de animales en las que los objetos cotidianos se mezclan con piezas de fundición de bronce de edición limitada con un resultado simplemente espectacular.
Esculturas metálicas hechas con chatarra de John Lopez
DULCE MARÍA LOYNAZ: JARDIN DESAFIANTE
En mi verso soy libre: él es mi mar.
Mi mar ancho y desnudo de horizontes...
Dulce María Loynaz.
Jose A. Albertini
Esta es la historia incoherente
y monótona de una mujer y un jardín. Con estas palabras la poeta y escritora cubana Dulce María Loynaz, premio
Cervantes de Literatura en el año 1992 y fallecida en abril de 1997, encabeza el
preludio de su novela Jardín;
concluida en la ciudad de La Habana un atardecer de junio de 1935.
Según palabras de José Lezama Lima esta novela es un arquetipo. Y luego de leer la obra, años después de haber sido
escrita, pienso que al oportuno calificativo también se le puede añadir el de
profética.
En el Jardín de Dulce María se
encierra una tragedia pasada, presente y tal vez futura que ella, como creadora
de ficción, no fue capaz de avizorar en toda su magnitud venidera y tectónica
pero que quizá, de manera impensada, roza cuando en más de una oportunidad
durante el transcurso de la narración, sin motivo aparente, se repite la frase:
Algún día...algún día...
Bárbara, personaje central de la trama, mora en un caserón vetusto;
enclavado en medio de una propiedad que permanece rodeada de vegetación
lujuriante y opresiva, circundada por muros y rejas que no permiten el contacto
con el mundo exterior.
Bárbara pasa los días vagando en un tiempo que se atrapa en fotografías
añosas y cartas amarillas de un amante adolescente y enfermo que dirige sus
reclamos amorosos a otra Bárbara que antecedió a la nuestra pero que, sin
embargo, se confunde con la actual y llega a ser parte integral del ser que late, respira y como en
sueños recorre los senderos de su jardín inmutable y paradójicamente
desconocido que, en la historia de su flora, atrapa a generaciones completas de
seres que fueron y concibieron a la primera Bárbara.
Y allende a los muros, que revientan de jardín, está el mar. Mar que sus
sentidos, a veces, percibe hostil: Él
(el mar) no tiene respeto a los muertos;
juega con ellos como los niños juegan con las pelotas y cuando se cansa, los
tira sobre la tierra y se busca otros nuevos.
Bárbara, que es naturaleza viva, una tarde descubre en el jardín un
pabellón derruido por un incendio y el tiempo. Lo que resta de piso y paredes
permanecen cubiertos de papeles y periódicos viejos que en letras mayúsculas
resaltan la palabra LIBERTAD. Vocablo
que Bárbara no conoce en su cabal significado pero que la conturba al extremo
de acelerar los latidos de su corazón.
Es posible que Bárbara o la misma Dulce María, en premonición futurista,
intuyeron el peligro que sobre el jardín se cernía si el término libertad caía
en labios inescrupulosos que desterrarían del vergel la tradición de los
muertos y a pavesas reducirían la historia contenida en el ámbito.
Pero un buen día, a las playas
cercanas, arriba un barco con nombre de ópera alemana; heroica y romántica: el Euryanthe. El apuesto capitán del navío
despierta la pasión de Bárbara que, una noche, inquieta de amor escapa del
jardín para correr a la orilla del océano, donde la espera el galán de espuma y
salitre. Y atrás, la tierra, los árboles, las flores y hasta el aire de los
ensueños rehúsan prescindir de su presencia.
No obstante, urgida de satisfacción carnal zarpa rumbo a un mundo
desconocido, en el que supo de la maternidad y el olor nauseabundo de la guerra,
que algunos llaman accidente de la
civilización.
Discurren los años y, en fecha determinada, cumplida su misión creadora, el
marino para complacerla, regresa a las costas que guardan la remembranza activa
del jardín y el caserón solariego. Ahora el barco que desanda el océano no es
el Euryanthe, si no uno mucho más
moderno que en honor a ella se bautiza
con el nombre, también heroico y romántico, de Santa Bárbara. ¿Premeditación de la escritora o simple
coincidencia?; ya que la santa católica, en la Mayor de las Antillas, asimismo
es Chango, deidad africana que encuentra arraigo en los isleños y sus creencias
sincréticas.
La noche de la llegada, mientras el esposo descansa en espera del alba para
desembarcar, Bárbara, incontenible, toma un bote y sola rema hasta la costa.
Cuando rodeada de tinieblas pone pie en tierra firme, no encuentra la
vetusta mansión en la que vivió, ni rastros de su jardín. La vegetación; una espesura
distinta se ha posesionado de todo y tergiversa el paraje. Únicamente, un
pescador joven que se desdibuja en la noche, a la luz mortecina de un farol, la
guía al encuentro de su principio. ¿Acaso no es éste pescador el adolescente
atormentado y enfermo que vio en fotografías maltrechas y tantas cartas de amor
delirante le escribiera a la otra Bárbara?
Hoy, a muchas décadas de concluida esta novela, que considero visionaria,
el espíritu creativo, obstinado y siempre libre de Dulce María Loynaz, prosigue
desafiando a los plumíferos pusilánimes y genuflexos para, asumiendo el rol de
la Bárbara eterna, parapetarse detrás de los muros de su vergel habanero y así
no permitir que la ola de infamia totalitaria mancille las flores creativas del
jardín. Jardín; origen y refugio de todos.
Y más allá de la casona, el parque y el cercado de Dulce María está el mar.
El mar con playas de arenas blancas donde los mulatos de Virgilio Piñera, los
de La isla en peso, murieron en
ofrenda prematura de lo que sería la época más oscura de la ínsula caribeña.
Lola Cruz, mujer y mito
Publicado en Mar Desnudo. Revista cubana de arte y literatura (http://mardesnudo.atenas.cult.cu) [Versión condensada]
Uno de los personajes femeninos más famosos del siglo XIX cubano fue Dolores Cruz Vehil (Matanzas, 20.9.1840- Ídem, 1913). En una época de prohibiciones para la mujer, “Lola” Cruz sobresalió sin transgredir las reglas, pero reafirmando continuamente su recia personalidad y su axiomática devoción por la patria chica. Dentro de los moldes sociales en que se desenvolvió, la adornaron virtudes como una erudición amplia y bien cimentada y un pensamiento liberal que solía manifestar en el trato próximo y humanizado que confería a sus esclavos, así como en la simpatía que mostraba respecto a las causas, socialmente justas. Dominaba varios idiomas, en particular el inglés, el francés y el italiano, tocaba el piano con una habilidad superior al de las jóvenes aficionadas de su clase y compartió con su esposo -el acaudalado José Manuel Ximeno- la pasión por el arte pictórico.
Entre las fuentes que hacen referencia a la personalidad de Lola Cruz la más profusa en información es Aquellos tiempos…Memorias de Lola María, estimada un clásico en su género. En esta obra, publicada en dos tomos (1928 y 1930), Dolores María Ximeno Cruz, hija de aquella, retrata la ciudad y dedica innumerables páginas a tributar a su madre. Matanzas y Lola Cruz, se erigen, en mi consideración, en las protagonistas de estas memorias, donde la autora convoca a incontables personajes del siglo XIX, incluidos aquellos que solo conoció por las narraciones de su progenitora y de otros miembros de la familia. Debido a ello una buena parte de los sucesos aquí referidos fueron tomados de esa fuente, amén de la utilidad de otras como las contenidas en el Archivo Parroquial de la Iglesia San Carlos Borromeo (actual Catedral) de Matanzas y en el Fondo Familias Ilustres de la Oficina del Historiador de La Habana.
Conocida tempranamente por el seudónimo de “Lola Cruz”, María de los Dolores Joaquina creció en la casona familiar, situada en Gelabert (Contreras) No. 35, esquina al callejón de la iglesia, uno de los inmuebles significativos de la arquitectura doméstica matancera y en cuyo espacio se levanta hoy un centro comercial. Allí construyó su mundo, en medio de la opulencia y de un orden aparentemente inamovible. Ese entorno y el que se extendía puertas afuera fue el marco en el que transcurrió la mayor parte de su existencia. Amó a Matanzas como se ama a una suerte de madre tutelar. En pos de la ciudad su labor benefactora fue constante y se vinculó, de una forma u otra, a todos los grandes sucesos y personajes artísticos que en esta población nacieron o se forjaron. Fue incluso más allá, pues haciendo empleo de su influencia social y de su carisma pudo intervenir en ciertas discordias políticas, intercediendo a favor de aquellos condenados desafectos del tutelaje español que “por empeños unas veces y por ruegos otras […] arrancó del patíbulo”
También trabaría amistad con la escritora Gertrudis Gómez de Avellaneda, a quien recibió en su casa en noviembre de 1861, cuando la cantora arribó a la “Atenas” cubana, acudiendo al llamado de la dirección del Liceo Artístico y Literario, de presidir los primeros Juegos Florales convocados por la institución. “Tula” residía con su familia en la península, desde el segundo lustro de la década de 1830. Tras recorrer varias ciudades de Francia y España, se estableció en Madrid (1840), donde llegó a ser uno de los nombres más respetados dentro del círculo de escritores españoles de la época.
Lola María se casa con José Manuel Ximeno, Abogado de la Real Audiencia Pretorial, Comendador de la Real Orden de Isabel la Católica y Consejero de la Administración de la Isla. Hombre culto, fue además un admirador de la pintura y de otras artes afines, afición que lo llevó a organizar una de las pinacotecas más importantes de Cuba y a tratar con artistas e intermediarios que regularmente contribuían a engrandecer su colección.
Para la fecha de su matrimonio con Lola Cruz -19 de noviembre de 1862- ya era considerado uno de los herederos más ricos de Matanzas. Después del enlace, Lola Cruz pasó a residir en la casa de Ximeno, ubicada en Gelabert, No. 16, muy próxima al teatro Esteban, cuya construcción estaba por concluir y donde llegaron a ser propietarios de uno de los palcos, mejor situados del coliseo. en una época en que la elegante presencia de Lola Cruz, despertaba la curiosidad de todos los asistentes.
El buen trato que la familia Ximeno-Cruz confería a los esclavos es una peculiaridad, que está descripta no solo en las referidas Memorias.., sino en otros textos que aluden al hecho de que “en plena esclavitud se desterró de su casa el castigo corporal impuesto entonces, como medio de corrección á los infelices que la sufrían. Lola y su esposo, benignos con sus siervos, la primera los adornaba con sus joyas, el segundo los inclinaba al placer del teatro, donde podían aprender á cultivar su inteligencia”
Durante esta época, la “Perla del Yumurí” es testigo de sucesos menos venturosos, vinculados a la Guerra de los Diez Años. Estos irán cambiando en ella su percepción del sistema colonial. Su sentido de lo cubano que nace, será más fuerte, a la postre, que la herencia española y que todos los privilegios de que gozara por su condición clasista. Como tantos coterráneos, es testigo, del fusilamiento de varios jóvenes matanceros, una parte de ellos egresados del Colegio la Empresa , propiedad de sus amigos, los hermanos Antonio y Eusebio Guiteras, cuyo credo independentista había motivado, en 1869, su clausura por parte del gobierno, que tildaba el centro de “nido de víboras”.
Aquel propio año, es fusilado el conspirador independentista Eleuterio, Tello, Lamar y Valera, al que se le habían ocupado armas, en su finca de Santa Ana. Lola sufre la noticia y no halla respuestas a sus preguntas. Su desazón e inseguridad aumentan, cuando asiste a las exequias de Carlos de Jesús Verdugo Martínez, uno de los ocho estudiantes de medicina ejecutados injustamente, en 1871, por el despiadado régimen español. El joven fusilado se hallaba en su casa de Matanzas, el día en que supuestamente un grupo de ellos había burlado, en la capital, la tumba del periodista español Gonzalo Castañón. Cursaba el primer año de la carrera y era hijo de de Inés Martínez y de Pedro Isidoro Verdugo, uno de los médicos de mayor reputación y clientela de la ciudad, de quienes Lola Cruz y Ximeno eran grandes amigos. Alrededor de la casa de Gelabert, No. 64, hogar de los Verdugo, un largo cortejo de coches reflejaba lo que en el interior de esas paredes se vivía. Años más tarde, Lola Cruz contaría a su hija el relato sombrío de lo allí acontecido.
La ciudad entera estaba allí y contábame mi madre […] que cubanos y españoles a una, allí concurrieron: españoles intransigentes, sorprendidos, adoloridos y avergonzados, para con ellos sentir el horrible trance […] Y el hidalgo caballero y buen doctor, hosca y huraña la expresión, expresión que nunca lo abandonaría ya más […]
Hacia esta época, muchas de las fortunas del occidente de la Isla - sostén económico de la Guerra de los Diez Años- comenzaron a resquebrajarse, en parte, por los impuestos y contribuciones que el poder español les obligaba a pagar con el fin de respaldar el conflicto. La familia de Lola Cruz fue una de ellas. Pronto el status quo de esta estirpe fue transformándose, sin que los Ximeno parecieran muy conscientes de ello. Así, a inicios de la década de 1880 comenzaron a aflorar los problemas y la familia se vio sensiblemente afectada.
La familia no pudo saldar sus compromisos financieros y junto a Gelabert, 16 perdieron otros inmuebles en distintos puntos de la urbe.
El 3 de octubre de 1883 muere su compañero de dos décadas. Contaba Ximeno cincuenta y nueve años y ninguna enfermedad perceptible causó aquel suceso inesperado, aunque en el acta de defunción se mencionara una afección, hasta ese momento desconocida en su organismo. En pocos términos, la melancolía terminó venciéndolo, igual que lo había hecho, en circunstancias diferentes, con su primo José Jacinto Milanés, el gran poeta romántico.
Lola Cruz asume entonces la mayor parte de las responsabilidades familiares. El hijo continuará sus estudios y residirá un tiempo en la capital. Allí se casa, más tarde, con María Antonia de la Torriente y Scott-Jenckes. Concluía el año de 1888. Poco después se restablecerá definitivamente en su natal Matanzas, donde nacerá el único hijo del matrimonio.
Viviendo en medio de una relativa austeridad, Lola Cruz continuó con su rol de filántropa, ya fuera al frente de la Junta de Maternidad o del Asilo de Ancianos. Apoyó, más que nunca las causas nobles y desarrolló una estimable labor en pos del independentismo. Cuando años después, en 1896, Valeriano Weyler se hizo cargo de la Capitanía General y dictó el Bando de Reconcentración, obligando a los campesinos a establecerse en los pueblos ocupados por los españoles, ella fue una de las matanceras que ofreció su casa para acoger a una familia de reconcentrados. No obstante su origen de clase, se mantuvo a la altura de los acontecimientos y del lado de los más preteridos por la historia, tal como lo había hecho desde su juventud.
La aureola que esta mujer dejó en la historia cubana del siglo XIX no pudo pasar por alto a la sensibilidad de un músico como Ernesto Lecuona Casado. El pianista y compositor le dedicó la afamada zarzuela, en dos actos, Lola Cruz. Con libreto de Sánchez Galarraga. Esta seria estrenada, con gran éxito, en el teatro Auditorium – actualmente Teatro Auditorium Amadeo Roldán– el 13 de septiembre de 1935. Los roles protagónicos fueron desempeñados por Caridad Suárez y por la entonces debutante Esther Borja, Pedro Hernández y Rafael de Grandy.
LA CANTINA
Una interesante foto de 1898, acompañada de un significativo y curioso texto, en su parte inferior, es lo ha motivado la publicación de hoy. Siempre pensé que “comer de cantina” era una solución más “moderna”, producto de la incorporación de la mujer al trabajo lo que la limitaba a realizar sus labores en el hogar y alimentar su familia. Con el servicio de cantina se resolvía el problema. Pero al parecer, según el texto, ya era algo habitual y muy solicitado a finales del Siglo XIX.
Los diccionarios nos dan varias definiciones relacionadas con el término “cantina” a la que me refiero, pues sabemos que también se utiliza para nombrar a las tabernas y otros establecimientos donde se expenden bebidas alcohólicas.
Inicialmente se llamó “mesón” a toda casa de familia que en la planta baja disponía de una gran mesa de madera rústica con bancas o taburetes a su alrededor, y que funcionaban como establecimiento para el expendio de vinos solamente. Cuando las bebidas alcohólicas hicieron su aparición para ser vendidas al público, se conoce por mesón al sitio con dichos fines. Con el paso del tiempo y el surgimiento de los ricos aguardientes, aparece un nuevo establecimiento que recibió como nombre “taberna”. Estaba provisto de un mostrador ante el cual se situaban los clientes de pie y brindaba vinos y aguardientes, atendido por el tabernero o la tabernera, dueños del lugar.
Respondiendo a la demanda de las bebidas surge la “barra”, lugar de más amplitud que el anterior y que debe su nombre a la pieza de metal de forma cilíndrica, colocada ante el mostrador con el propósito de que los clientes apoyen sus pies. Posteriormente se le llamará “”cantina”, porque así se nombraba un establecimiento situado en las cercanías de los cuarteles, donde las tropas acudían a comprar bebidas: LA CANTINA. Y así se comenzó a llamarse cantina a todos los sitios que cumplían las mismas funciones de expendio.
Ya después le comenzaríamos a llamar BAR (del inglés bar, barra) al establecimiento comercial donde sirven bebidas alcohólicas y aperitivos, generalmente para ser consumidos de inmediato en el mismo establecimiento en un servicio de barra. La persona que atiende el bar suele estar de pie, tras la barra, y en el mundo anglosajón se le conoce tradicionalmente con el nombre de barman o bartender. Nosotros le llamamos cantinero.
Volviendo a nuestra cantina, la de esta publicación, encontramos:
1. f. Caja de madera, metal o corcho, cubierta de cuero y dividida en varios compartimentos, para llevar las provisiones de boca.
2. f. Col. Recipiente de forma cilíndrica con boca de diámetro igual o menor que el del cuerpo y provisto de tapa, que se utiliza para guardar y transportar leche.
3. f. pl. Estuche doble con fiambreras y divisiones a propósito para llevar en los viajes las provisiones diarias.
Con variaciones en cuanto a la forma, todas coinciden que es un recipiente para guardar y trasladar alimentos.
Otras definiciones se acercan aún más a la nuestra :
4. f. Vasija metálica de forma cilíndrica, provista de tapa y agarraderas, que se utiliza para guardar y transportar leche recién ordeñada.
5. f. Recipiente de plástico o metal que se cierra herméticamente y sirve para conservar o transportar alimentos, en especial comida cocinada.
El uso de servicio de cantina en nuestro país fue tan común en la década de los años 50, que la Orquesta Aragón hizo muy popular un chachachá con el título “La Cantina” que decía:
…ya llegó la cantina/, ya llegó la cantina
…ya llegó la cantina/, ya llegó la cantina
a que tú no me adivinas lo que viene arriba
a que tú no me adivinas lo que viene abajo
a que tú no me adivinas dónde está el tasajo
Ya llegó la cantina
a que tú no me adivinas lo que viene abajo
a que tú no me adivinas dónde está el tasajo
Ya llegó la cantina
Este utensilio estuvo indisolublemente vinculado a las fondas, pues eran muchos los sitios de este tipo que llevaban la comida a domicilio según los pedidos y al gusto de los clientes, transportando los alimentos en recipientes de aluminio, cuya cantidad dependía de los diversos tipos de comida que se pidieran, para evitar que se mezclaran entre sí.
Ponían los recipientes uno encima del otro, disponiendo de una pieza que los unía y permitía cerrarlos herméticamente y además servía para portarlos sin derramar su contenido. Era común que la comida que se ofertara fuera típica cubana: Carne, arroz, yuca, plátanos maduros fritos y frijoles negros.
Jorge Mañach en su ensayo de 1926 “Las estampas de San Cristóbal” escribe: “Pasaban los peninsulares de las fondas con sus cantinas de vasijas superpuestas: la comida de la digna pobreza.” Nos imaginamos que esto fuera la solución de alimento para muchos que llegaban solos, y solteros, en busca de mejoría económica.
Pero la existencia de las cantinas también generó trabajo a muchos que realizando la labor de repartidores, de cantineros, resolvieron sus problemas económicos y los de su familia. Baste citar solo a personajes y artistas tan conocidos por todos como nuestros grandes Benny Moré y Lázaro Ros.
De los extranjeros citaré solo uno:
César Rodríguez, quien fuera fundador y presidente de El Corte Inglés, la mayor firma comercial en la historia de España, se fue a Cuba con 14 años, en 1896, destino a La Habana. Cuando arribó a la ciudad se alojó en una pensión a cambio de limpiar y barrer. Al día siguiente ya había "prosperado" porque consiguió un empleo como repartidor de comida de una cantina del barrio de La Habana Vieja.
Repartir cantinas, al parecer, puede ser un buen comienzo.…
CUBA EN LA MEMORIA 23/09/2014
CUBA EN LA MEMORIA 11/09/2014 EL PARQUE CENTRAL –HABANA
Nota: Las fotos que ilustran esta publicación, son de las más antiguas que conozco. Consideré que eran más interesantes que ilustrar con otras más conocidas. En la superior, al fondo se puede observar el Morro y la antigua Cárcel, a la derecha el Teatro Villanueva. En la foto inferior, a la derecha se encuentra la fachada del Teatro Tacón.
(Publicado por D. Jácome)
El Parque Central está ubicado en las márgenes del centro histórico de la capital cubana, en la Habana Vieja y lo conforman las calles Prado, Zulueta, Neptuno y San José. Es el primer parque que se construyó fuera de las murallas, como continuidad del paseo de Isabel II, más tarde llamado del Prado o Martí. Pero no siempre fue tal como lo recordamos.
En sus inicios fue solo una plazoleta arbolada en la Alameda de Isabel II, donde se erigió, en 1875, la estatua de dicha reina española que le dio su nombre al paseo. Al parecer, ya desde la segunda mitad del siglo XIX, se le conocía popularmente como “parque central” por su ubicación al centro de la ciudad, entre la Habana intramuros y extramuros. A lo largo de los primeros años de existencia, debido a su estratégica posición se convirtió en punto obligado de descanso y reunión para visitantes y pobladores. En poco tiempo se convirtió en el sitio más frecuentado por los habaneros, desplazando incluso a la Plaza de Armas, que hasta ese momento había disfrutado de la mayor popularidad.
Con la urbanización de la zona, a finales del siglo XIX, el parque adquirió las actuales dimensiones y quedó finalmente definido por las calles que conocemos, separando los dos extremos del Paseo del Prado. Fue uno de los parques menos arbolados y de mayor proporción de pavimento. A finales de los años 20, con la construcción del Capitolio, desaparecería el tramo final del paseo, quedando solamente el que va desde el Malecón hasta la calle Neptuno. .
Alrededor del parque estaban los teatros Tacón, Payret y Albisu, así como los cafés de la popular Acera del Louvre y el Hotel Inglaterra, el más antiguo de la ciudad, construido alrededor de 1875, todo lo que lo convertía en un centro importante para la sociedad habanera de la época.
Con el comienzo de la etapa republicana, a principios del siglo XX, se convirtió en el corazón de la ciudad que, no obstante de su crecimiento hacia otras zonas, éste continuó siendo el más emblemático de sus espacios abiertos. Durante esta etapa se realizaron diversas obras de embellecimiento que lo dotaron de esculturas, fuentes y asientos de mármol.
Una vez concluida la dominación española, surge la lógica propuesta de erigir una estatua que sustituyera a la de Isabel II, y mediante una encuesta realizada entre la población habanera por el semanario “El Fígaro”, se determinó que fuera la del Apóstol José Martí. No me detendré en comentarles sobre el proceso para erigir este primer tributo levantado a su memoria y las características del monumento, porque ya dediqué una publicación con todos los detalles relacionados con el tema.
A partir de la existencia del monumento, ubicado al centro del parque, obra de José Villalta de Saavedra y primera que se le erigió en Cuba, el carácter patriótico que adquirió el lugar lo convirtió, durante la época republicana, en el escenario de las más importantes ceremonias oficiales y de los desfiles escolares que se celebraban cada 28 de enero, en conmemoración del natalicio de Martí, así como escenario de asambleas políticas y protestas populares, especialmente en los períodos presidenciales de Gerardo Machado y Fulgencio Batista.
En este período ocurrió el ultraje, a la estatua del apóstol, cometido por marines norteamericanos, lo que hizo intervenir a las fuerzas policiales para poder salvarlos de la indignación popular. Este hecho dio lugar a la “marcha de las antorchas” que a partir de entonces realizó el estudiantado, en la noche de cada 28 de enero, partiendo de la escalinata de la Universidad de La Habana hasta la base del monumento.
Con el tiempo, el Parque Central se rodeó, aun más, de otros edificios importantes y significativos que formaron parte de las distintas etapas de su desarrollo. En una de sus diagonales se destacó el Capitolio Nacional, inaugurado el 20 de mayo de 1929 y que puede observarse, con su enorme cúpula y su escalinata, desde cualquier punto del parque. Frente al Capitolio se encuentra el Teatro Payret, uno de los más grandes de la ciudad y que anteriormente fuera un popular teatro.
También dos impresionantes construcciones con fines sociales, como lo fueron el Centro Gallego, levantado en 1915, que albergó en su interior al antiguo Teatro Tacón, con el nuevo nombre de Teatro Nacional; y el Centro Asturiano, inaugurado en 1928 sobre los restos de una construcción anterior en la que radicaban el Teatro Albisu y el Colegio Jovellanos, para hijos de sus socios.
Y todo un acontecimiento como lo fue el edificio de la Manzana de Gómez, construido para comercios y oficinas, con sus exclusivas galerías interiores que lo atravesaban diagonalmente. Sin olvidar los hoteles Inglaterra, Telégrafo y Plaza, considerados de gran renombre en la época.
En cuanto a la jardinería y el trazado del parque, también mejoro mucho su aspecto. Un considerable aumento de canteros y árboles, donde destacan las 28 palmas reales, en alusión al día del natalicio del Apóstol. Se realizaron además nuevos senderos que desembocan en pequeñas plazas interiores, con bancos de piedra y canteros, y adornadas con fuentes y esculturas. Un detalle que quizás desconozcan son las ocho tumbas simbólicas, en forma de canteros o jardineras, como tributo a los estudiantes de Medicina injustamente fusilados el 27 de noviembre de 1871.
Sin dudas nuestro Parque Central es punto de encuentro y referencia para los cubanos, siempre vivo, porque es cruzado día a día en todas sus direcciones por miles de personas. Su verdadero espíritu, su esencia, es la gente que lo puebla día y noche, más allá de su historia, de sus fuentes y edificios que le rodean.
Los que deciden sentarse a conversar, a descansar, a leer o simplemente a pasar el tiempo, lo hacen sentados en sus bancos, a la sombra de los árboles, y se están allí horas completas disfrutando del sonido del canto de los pájaros mezclado con el bullicio de transeúntes y el tráfico constante…