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domingo, 15 de junio de 2014

Bienvenidos a Pensamiento

Vacaciónes Felices


Monumento a Francisco de Albear y Lara



El 7 de noviembre de 1887, a pocos días de la muerte del Brigadier de Ingenieros Francisco de Albear, fallecido el 23 de octubre, el Ayuntamiento de La Habana acordó dar el nombre de Canal de Albear al Canal de Vento que el célebre ingeniero había construido. El 3 de agosto de 1891 el Cabildo resolvió consignar $ 6,000 para erigirle un monumento en el Cementerio Colón, idea que no fue concretada al decidirse luego levantarle una estatua en la plazuela de Monserrate, obra que se encargó al escultor cubano José Vilalta de Saavedra, quien lo ejecutó en Italia en 1893.

En 1894 El Fígaro publicó la primera maqueta del monumento a Albear que Vilalta presentó al Ayuntamiento de La Habana, proyecto que difiere del ejecutado finalmente, sobre todo en el tratamiento de la figura femenina, más hierática y esquematizada.


Para emplazar el nuevo monumento se diseñó un espacio diferente que, a modo de parque, luciría a partir de entonces un nuevo arbolado, en el que predominaban las palmas; diferentes tipos de luminaria, entre las que sobresalían cuatro farolas muy decoradas de cinco brazos ubicadas hacia la calle Monserrate, y dos estatuas femeninas de mármol, colocadas sobre pedestales detrás del monumento, que al igual que las farolas antes mencionadas adornaron por muy poco tiempo la plazuela. El sitio se elevó sobre el nivel de la calle, jerarquizando así el monumento y solucionando a la vez el desnivel de la antigua plazuela, deprimido hacia Bernaza. El material utilizado fue la piedra, presente en el pavimento, los escalones de acceso por la calle Obispo y en los muros que delimitan los jardines, los cuales a su vez sirven de asientos o bancos.

El conjunto fue inaugurado el 15 de marzo de 1895 con una ceremonia que devino gran acontecimiento en la época, a la que asistieron el alcalde de La Habana don Segundo Álvarez, acompañado por las autoridades civiles y militares de la Isla, el Obispo, los miembros de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana y la Sociedad Económica de Amigos del País, también la prensa y una multitud de agradecidos habaneros, acudieron a rendirle tributo a quien había entregado sus esfuerzos y sapiencia por el bien de los ciudadanos. Este monumento ha permanecido siempre en el lugar donde fue erigido, llamándose el sitio, a partir de entonces, plazuela de Albear.

La figura del ingeniero, realizada en mármol blanco de Carrara a tamaño natural, aparece de pie, de completo uniforme de gala e inclinado sobre su cuaderno de notas con una pluma en la mano. Se colocó en un pedestal que ocupa el centro de una gran taza circular rodeada de vegetación y circundada por tres medialunas con fuentecillas. Como era usual en la época, el monumento quedó protegido por una elaborada verja que descansa sobre el murete exterior del pilón. Los estanques que forman las fuentecillas fueron construidos bajo el nivel del pavimento, y su fondo fue decorado con roca artificial y surtidores labrados en forma de flor. El ingeniero Abel Fernández Simón, decía que, “a pesar de la modestia de estas fuentecillas, en cuanto a la obra en sí se refiere, tenían las mismas una sentimental significación, ya que por los constructores del monumento les había sido encomendada la grata tarea de mantener bañados los arranques del basamento de la estatua con aquellas aguas de los manantiales de Vento que con tanto amor y maestría supo captar y conducir a la población de La Habana el Ingeniero Albear, mediante la obra con la que obtuvo tan merecida gloria.” A los pies de la estatua de Albear se colocó una efigie femenina, también de tamaño natural, que simboliza a la ciudad y ofrece al insigne ingeniero un laurel en gesto de triunfo y memoria eterna a su obra.

El hecho de colocar tres fuentes pequeñas junto a la estatua de Albear, no solo alude a la obra del creador del acueducto, también rememora la continua presencia en el entorno de un surtidor. Muy cerca a las Puertas de Monserrate existió, desde el siglo XVII, una pila que abastecía a la ermita y los vecinos del lugar. Tres razones principales justificaban, aún a mediados del siglo XIX, la necesidad de mantener y aumentar las fuentes públicas que ya existían desde épocas anteriores: primero, gran parte de las calles carecían de cañerías maestras; segundo, el servicio de agua no era de carácter obligatorio, sino más bien restringido; y tercero, la pobreza de muchos de los habitantes los obligaba a tomar el agua de las pilas antes que pagar por el líquido consumido. La fuente de Monserrate, por tanto, fue una de las que se construyó con carácter utilitario, sin pretensiones artísticas, que generalmente estaban formadas por pilones de piedra dura, granito artificial o hierro colado y se distribuyeron por las principales plazas de la ciudad.

En 1916, Eugenio Sánchez de Fuentes a su juicio destacaba así los valores del conjunto: “Respecto de su valor artístico, puede afirmarse, desde luego, que en su composición no hay nada nuevo ni genial…bajo el punto de vista de su ejecución material, son admirables. En todos los detalles de los paños, y de los bordados de ambas figuras, así como en el modelado de las carnes, el cincel del escultor ha realizado una labor digna de aplauso, pudiéndose afirmar que estas esculturas, son a no dudarlo, las más acabadas que nuestra ciudad posee”.

Criterios más actualizados reconocen que la escultura de la Isla en la época colonial fue cubana más por el lugar de su emplazamiento que por sus autores, ya que los mismos eran en su mayoría extranjeros y el contenido de las producciones se ajustaba a las tendencias en boga en la Europa de entonces. Solo esta obra dedicada a Francisco de Albear, última escultura pública realizada en el siglo XIX, fue creada por un escultor cubano, aunque formado como artista primero en Canarias, luego en Carrara y Florencia y, por último, en Roma.

Harriet Tubman


René  León

  Harriet Tubman, nacida como Araminta Rose en 1820, falleció el 1º de Marzo de 1913. Luchadora contra la esclavitud en Estados Unidos. Su principal ayuda para rescatar a otros esclavos la encontró entre los guías del “Ferrocarril Subterráneo” y las “Casas Seguras” que pertenecían a los abolicionistas blancos. Luchó por el derecho de las mujeres al voto, viajando a diferentes ciudades en el país.
  A causa de una neumonía muere y fue sepultada con honores militares en el Cementerio de Fort Hill, en Auburn, por sus servicios en el ejército del Norte durante la guerra civil.

Harriet Tubman’s Personal Hymn Book, 1876
Harriet Tubman's Amazing Grace
La canción gospel "Swing Low, Sweet Chariot", que se encuentra en el libro de himnos, fue uno de los favoritos de Tubman.

Harriet Tubman gospel hymns
Los himnos de una mujer de "determinación asombrosa," dice el director NMAAHC Lonnie Bunch.



Para más informacióon: http://www.smithsonianmag.com/history-archaeology/Harriet-Tubmans-Amazing-Grace.html#ixzz2jsVGZUQ5 
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Esa sombra

Shadow Man
Tomado de: UK Human Rights Blog

Hilda Norma Vale (Argentina)

Esa sombra encorvada,
que ves pasar a veces,
la cabeza inclinada,
andar cansino y leve,
esa sombra es de alguien,
de alguien que aún te quiere.

Tomado del libro de Washington Irving,Cuentos de la Alhambra

Washington Irving
La Alhambra vista desde los jardines del Generalife. 
Al fondo el barrio del Albayzin.
“Hay dos clases de gente para quienes la vida es una fiesta continua: los muy ricos y los muy pobres. Unos, porque no carecen de nada; los otros, porque no tienen nada que hacer; pero no hay nadie que entienda mejor el arte de no hacer nada y de nada vivir, como las clases pobres de España .Una parte de ello se debe al clima y lo además al temperamento. Dadle a un español sombra en el verano y sol en el invierno, un poco de pan, ajo, aceite y garbanzos, una vieja capa parda y una guitarra, y ruede el mundo como quiera. ¡La pobreza! Para él no es una deshonra. La lleva consigo con elegante estilo, como la raída capa; porque él siempre es un “hidalgo’, aunque sea con harapos”.

  “Triste resultó en verdad la partida cuando me despedí de aquella buena gente y los vi descender lentamente las colinas, volviendo de vez en vez la cabeza para decirme su último adiós…Al caer la tarde llegué al sitio en que el camino serpentea entre montañas, y allí me detuve para dirigir una última mirada sobre Granada. La colina en que me encontraba domina un maravilloso panorama de la ciudad, la vega y los montes que lo rodean, y está situada en la parte del cuadrante opuesta a la Cuesta de las lágrimas, famosa por el “último Suspiro del Moro”. Ahora podía comprender algo de los sentimientos experimentados por el pobre Boabdil cuando dio su adiós al paraíso que dejaba tras él y contempló ante sí el áspero y escarpado camino que lo conducía al destierro.

  Como de costumbre, los rayos del sol poniente derramaban un melancólico fulgor sobre las rojizas torres de la Alhambra. Apenas podía distinguir la ventana de la torre de Comares, donde me había sumido en tantos y tan deliciosos ensueños. Los numerosos bosques y jardines en torno a la ciudad aparecían ricamente dorados por el sol, y la purpúrea bruma del atardecer estival se cernía sobre la vega. Todo era ameno y deleitoso, pero también tierno y triste a mi mirada de despedida. “Me alejaré de este paisaje –pensé- antes que el sol se ponga. Me llevaré su imagen revestida de toda su belleza”.
  Luego de este pensamiento, proseguí mi ruta entre montañas. Un poco más, y Granada, la vega y la Alhambra desaparecieron de mi vista. Así terminó uno de los más deliciosos sueños de una vida que tal vez piense el lector estuvo demasiado tejida de ellos.

Nota: Tomado del libro de Washington Irving, Cuentos del la Alhambra. Publicado en Londres en 1832 y New York (ampliada) en 1857. Fotos de Wikipedia




Recordando a Osvaldo Farrés

Osvaldo Farrés Rodríguez (1902-1985).Nació en Quemado de Güines, Provincia de Las Villas, Cuba

Comentario de Blanca M. Segarra

Mi amiga Blanca M. Segarra me cuenta sobre el homenaje dado el domingo 1 de abril del 2012 a Osvaldo Farrés. Ella me dice que fue una tarde muy emotiva, la agrupación ALBA ofreció un homenaje recordando a Osvaldo Farrés, el escenario lo ambientaron como se veía en Cuba en la TV el programa el Bar Melódico, con los músicos, el bar y las mesas alrededor de las cuales estaban los artistas. Siete cantantes interpretaron treinta canciones de Farrés. Pedro Román entregó medallones de reconocimientos hermosos a distintas personalidades del arte. La música estuvo a cargo del maestro Baserva Soler y su grupo. Martha Picanes y Pedro Román condujeron el evento en compañía de la Sra. Fina Farrés, los hijos y nietos de ella estaban en primera fila en el público que llenaba el Miami Dade County Auditórium.

Yo tuve el honor de estar en el escenario entre tantas glorias de Cuba, por una invitación especial sentada alrededor de una de las mesas que complementaban la ilusión de parecer en verdad aquel programa televisivo. Entre un cantante y otro se veían imágenes de Farrés y se le escuchaba como si estuviera entre nosotros. Disfruté a mi lado de la compañía de la Sra. Aleida Leal que muy gentilmente me invitó a su programa radial y en la mesa contigua estaba la gran Luisa María Güell.

Cuando le entregaron el medallón a Roberto Ledesma (él último cantante romántico) les comentaba a mis acompañantes de una anécdota de mi infancia por la diferencias de culturas: Vivía con mis padres en Miami (Ya saben que llevo 26 años en South Beach), ellos eran muy amigos de la familia Horta y una de las hijas era nuestra vecina en el edificio, llegaron dos de sus hermanos con Ledesma que formaban en aquel entonces el trío Martino, comenzaron las llamadas y nos reunimos como 15 personas, sonaron las guitarras y las maravillosas voces de los tres intérpretes, cuando más contentos estábamos nos tocaron a la puerta pidiendo silencio con la advertencia de llamar a la policía si continuaba “La Molestia”, en tres autos nos fuimos para el Bay Front Park y al amanecer llegó la policía y nos mandó a callar ¡En el parque!!!

Cuando terminó el homenaje a Farrés al salir nos encontramos con R. Ledesma y le dije:”Usted no me recordará porque era muy joven pero contaba hace unos instantes…No me dejo terminar, riéndose el concluyó la historia y hasta cantó un fragmento de la canción que feliz interpretaba aquel amanecer cuando llegó la policía, él nunca olvidó aquella vivencia.

Blanca M. Segarra


Flores para la Avellaneda

 
El 27 de agosto de 1872, ante el notario Mariano García Sancha, Tula hizo expreso en testamento el deseo de que sus cenizas reposaran junto a las de su último marido, Domingo Verdugo, en el panteón familiar en Sevilla. 

Sin dudar de sus sentimientos de cubanía, (1) luego de leer su autobiografía y las cartas a Ignacio Cepeda, pudiera pensarse que, desde el momento en que se propuso partir hacia la tierra de sus ancestros paternos, en la mente de la joven Gertrudis Gómez de Avellaneda (Puerto Príncipe, 1814-Madrid, 1873), estuvo el permanecer por siempre &#8211y hasta después de muerta&#8211 allá en Sevilla, lugar de nacimiento de su «noble, intrépido, veraz, generoso e incorruptible» (2)padre.
Es de presumir que esa idea fue la que primó en Tula cuando, muchos años después, el 27 de agosto de 1872, ante el notario Mariano García Sancha, hiciera expreso en testamento el deseo de que sus cenizas reposaran junto a las de su último marido, Domingo Verdugo, en el panteón familiar que está ubicado en la acera izquierda de la calle de la Fe, del cementerio sevillano de San Fernando. 
 Según narra la Avellaneda, los proyectos del padre antes de morir eran regresar a España y establecerse en Sevilla. «Éstos fueron sus últimos votos, y cuando más tarde los supe deseé realizarlos. Acaso éste ha sido el motivo de mi afición a estos países y el anhelo con que a veces he deseado abandonar mi patria para venir a este antiguo mundo».
Ve la materialización de estos sueños cuando, tras pasar algunos meses en Santiago de Cuba, ella y su familia zarpan hacia Burdeos &#8211con rumbo a España&#8211 el 9 de abril de 1836 en la fragata francesa Bellochan. Escribe entonces: «sentidas y lloradas; abandonamos, ingratas, aquel país querido, que acaso no volveremos a ver jamás». 
Por estar las tierras vascas dominadas por los carlistas, debieron viajar en barco hasta Galicia, y ya en Instalada, La Coruña, en casa de la familia del segundo marido de su madre &#8211el teniente coronel Gaspar Escalada&#8211 le parece infinito el tiempo transcurrido sin que pueda trasladarse a Constantina, Sevilla. 
De su impaciencia da fe en una carta a su prima Eloísa, escrita a dos meses de su llegada: «¡Ah, Eloísa! Por ser mujer y joven, no debo viajar sin compañía de personas de mayor edad y peso. Manolito se marcha mañana. Quedo yo aquí sin ver el sol ni la más leve esperanza. ¿No conoceré siquiera la tierra de mis ancestros paternos antes de la mayoría de edad? ¿Podré resistir casi tres años?»<strong<(3)
En realidad hubo de esperar menos... A las 12 de la noche del 18 de abril de 1838, o sea, dos años más tarde, arribaría en compañía de su hermano Manolo al muelle fluvial sevillano a bordo del vapor Península, veinte días después de salir de Galicia. 
Ubicada en las estribaciones de la Sierra Morena, ante los ojos de la muchacha, Constantina era una «villa grande, populosa, pero de calles sucias y tristes en medio de un paisaje de ensueño, con prados extensos, arboledas de frescura deliciosa, y mucho ganado mayor», según describe Tula en otra misiva a la misma prima. 
 Desde el primer momento, el tío Felipe, un afectuoso anciano, abrió los brazos a los sobrinos y hasta quiso casar a Gertrudis con un rico hacendado de la comarca, que le propuso matrimonio, pero la tía doña María demostró desde un inicio un rechazo manifiesto hacia los jóvenes intrusos que llegaban a querer compartir la herencia familiar. 
A los tres meses de estar en Constantina, Tula y su hermano Manolo regresarían a la ciudad de Sevilla, donde debieron hospedarse en una pensión hasta que la madre, doña Francisca de Arteaga, y los hermanos menores (Pepita, Emilio y Felipe Escalada) se les unieron para juntos trasladarse hacia una amplia vivienda, acorde con los requerimientos sociales de la época. 
Ciudad capital de la provincia de igual nombre en la comunidad autónoma de Andalucía, Sevilla se encuentra situada junto al río Guadalquivir, a unos 120 kilómetros de la costa atlántica; goza de un clima mediterráneo continentalizado: en el verano se alcanzan temperaturas bastante elevadas y las precipitaciones son escasas. Tiene un puerto fluvial que, en tiempos de la Avellaneda, era aún el más importante de España. 
Poco a poco, la familia se acostumbra a la rutina de la ciudad. Escasa en carruajes, madre e hija deben recorrerla a pie, casi a diario. A Tula no le son ajenos el palacio morisco Alcázar, la plaza del Duque, el paseo de Las Delicias... Llama especialmente la atención de las recién llegadas el edificio de La Lonja que, desde los tiempos de Carlos III y hasta nuestros días, acoge el Archivo de Indias. 
Indudablemente en Sevilla ocurrieron hechos muy significativos en la vida y obra de Gertrudis Gómez de Avellaneda. Allá, por ejemplo, experimentó la indescriptible sensación de ver su nombre impreso por vez primera. 
Tal como ella misma narra, sucedió que el señor José Bueno publicaba un semanario de literatura y bellas artes bajo el nombre de El Cisne. Al enterarse que Tula escribía versos, quiso conocer algunos; ella recitó uno, a él le gustó y se lo pidió. «¡Y ya ví, por primera vez, algo mío en letra de imprenta! Tengo dos recortes. Te envío uno con mis Versos escritos una tarde de verano en Sevilla», asegura a su prima Eloísa. 
Fue allí donde conoció a Ignacio de Cepeda, un hombre por el que sintió gran pasión y que marcaría su existencia por siempre. Especialmente para él escribe el «Cuadernillo», una suerte de autobiografía, con ayuda de la cual a su autora la «conocerá tan bien o acaso mejor que a sí mismo», según ella misma afirma. 
Pero le exige dos cosas. «Primera: que el fuego devore este papel inmediatamente que sea leído. Segunda: que nadie más que usted en el mundo tenga noticia de que ha existido». Él incumplió ambas peticiones. 
 También están las cartas en las que, además de reiterarle su pasión, le va narrando su vida cotidiana. Uno y otras fueron compilados y publicados por primera vez en 1907 con el título La Avellaneda. Autobiografía y cartas de la ilustre poetisa, hasta ahora inéditas, con un prólogo y una necrología por D. Lorenzo Cruz de Fuentes, Huelva (España), Imprenta de Miguel Mora. 
De las 53 misivas, 25 las envió desde Sevilla durante los años 1839 y 1840. Por esos textos conocemos cómo transcurrió su vida en aquella ciudad. Así, por ejemplo, en agosto de 1839 escribe: «Nada nuevo ocurre en Sevilla. Dícese que pronto comenzarán las óperas, pues ya vinieron los papeles que faltaban a la Compañía. También se corre que viene el famoso Carlos la Torre, pero no hallo a esta noticia la menor verosimilitud, pues Sevilla no puede sostener al mismo tiempo Compañía de verso y Compañía italiana».
Por las misivas conocemos de las obras literarias de su preferencia, las que ?propone a su amante? quisiera leer en su compañía. «En primer lugar, porque quiero que conozcas al primer prosista de Europa, el novelista más distinguido de la época, tengo en lista El pirata, Los privados rivales, El Wawerley y El anticuario, obras del célebre Walter Scott».
Le habla a Cepeda de su quehacer literario y artístico. Al leerlas, nos enteramos &#8211entre otras novedades&#8211 cuándo concluyó su traducción de la poesía de M. Lamartine «La Fuente» (Nuevas Meditaciones, 1823), o cuándo comenzó la de «Anniversario», de Millevoye, «poeta casi tan dulce como Lamartine, aunque menos profundo». 
La relación con Cepeda duró hasta 1840, aunque siete años después se aproximaron estando ella ya en Madrid, luego de haber enviudado de Pedro Sabater, y antes de la infeliz relación con Gabriel García Tassara, de la cual nació una niña enferma, que muy pronto murió. Se separaron, pero no dejaron de escribirse hasta 1854, año en que Cepeda se casó con María de Córdova y Govantes. 
En Madrid, la Avellaneda contraería segundas nupcias con Domingo Verdugo, un hombre que la llevó a recorrer España y Francia. De su mano también regresaría en 1859 a Cuba, donde vivió jornadas de felicidad al reencontrarse con sus orígenes, pero también de tristeza: como consecuencia de heridas recibidas durante un atentado en 1858 en Madrid, Verdugo fallecería en octubre de 1863 en Pinar del Río, uno de los sitios en los que cumplía obligaciones como representante del gobierno español en la Isla. 
Años después, en su testamento, Tula decidiría que sus cenizas descansaran en el panteón familiar y al lado de las de Verdugo, allá en el cementerio de San Fernando, en esa ciudad que llamó «soberbia» y «bella»: Sevilla. 


(1) Una muestra elocuente de su cubanía es el soneto «Al partir», Poesías, Madrid, 1841.

(2) Siempre que no se consigne la fuente, esta cita y los entrecomillados que siguen corresponden al libro La Avellaneda (Autobiografía y Cartas), de Lorenzo Cruz de Fuentes, segunda edición. Imprenta Helénica, Madrid, 1914.

(3) Mary Cruz cita estas cartas en su novela Tula. Editorial Letras Cubanas, 2001.

(4) Según consta en la nota 62 de La Avellaneda (Autobiografía y Cartas).

José A. Albertini y su Entierro del Enterrador


René León

  He vuelto a leer la novela El Entierro del Enterrador del conocido novelista cubano José A. Albertini, quien anteriormente publicó otras novelas de temas variados, entre ellas, Tierra de Extraños, A orillas del paraíso, Cuando la sangre mancha, y la última novela: Allá, Donde Los Angeles Vuelan,  todas ellas muy interesantes. Es miembro fundador del Pen Club de escritores cubanos en el exilio. Colabora en periódicos, revistas, páginas digitales de la Internet, en la radio y en la televisión con su programa dominical Cuba y su Historia. Reside en los Estados Unidos con su familia. Es oriundo de Santa Clara, provincia de Las Villas, Cuba.
  Albertini proyecta su ambiente geográfico en un plano universal al reflejar la realidad de naciones desangradas por las dictaduras. Ha recurrido aquí a experiencias geográficas que nos comparte en un contenido filosófico, sin entelequias ni sofismas. Desde el título del libro, él nos sugiere la muerte inexorable de un país estrangulado culturalmente. “Las revoluciones nacen y mueren en los cementerios”,  declara uno de sus personajes. El sepulturero Generoso entrena a su sucesor, Felipito, que está condenado a la lobreguez cívica y humana de las generaciones siguientes. Para enfatizar la perpetuación de la tragedia de la Isla, afligida por la revolución, el autor recurre a los recuentos literarios (flash-back) acerca del entierro de Generoso. El relato adquiere un matiz costumbrista al desenvolverse los personajes en un ambiente cuajado de la cultura isleña y de su folklore  autóctono. Las comidas, supersticiones, sacramentos, música, apariciones y fantasmas nos ubican en la región de las Antillas, con sus sabores, aromas, sonidos y visiones tropicales.
  La extraordinaria habilidad de este autor, al detallar cada “escena” del transcurrir comunal, transporta la imaginación a un mundillo peculiar pero trascendente. Las novelas radiales dramatizadas aportan el ingrediente que se convierte en el único medio de evasión escapista para dar un descanso o distracción de la zozobra diaria. El relato da la impresión única usada en el cine, cuando un cuadro pintado adquiere repentinamente movimiento humano y vida auténtica. Aun el ritmo pastoso y adormilado del efecto alcohólico en personajes desesperados por su destino imbuye la mente de una realidad fantástica. La lengua popular se transforma en el condimento del giro popular y de la expresión local metafórica. Incluso el título mismo de la novela es una trágica pero impactante metáfora de la realidad de su país y de la de toda nación que ha sufrido el grillete dictatorial. La narración es enfocada con una magistral deliberación literaria, en la que el autor no ceja de infiltrarnos en la pesadilla implacable que vive cada día un pueblo oprimido. La muerte de Susanita y de Inmaculada nos espera en cada rincón del devenir humano de la novela, para recordarnos la futilidad de una mínima esperanza. Albertini parece asomar, desde estas páginas, su mano agarrotada por un dolor patente, para asirse del corazón del lector, y ello sin un ápice de sentimentalismo ni de melancolía. El relato de estos acontecimientos dramáticos llega al lector con una semántica precisa e ingeniosa, que ilustra la estampa literaria de la página con agudeza insuperable. Para citar una frase al azar, y las hay en abundancia, “la vida se congela en los ojos” de un personaje que muere, en la novela. La muerte es un incidente vital dificilísimo de representar con mérito en literatura, sin caer en lo mórbido, lo efectista y lo chabacano, algo que está totalmente ausente de esta obra. Las aleaciones verbales ingeniosas como “lengüilarga”, “zoncera”, “flaquencia” etc., son otra muestra de su estilo peculiar. El giro idiomático sorprende porque va más allá de la frase hecha y combina vocablos con un acierto innovador.

  Es refrescante leer una novela acerca de un tema al que se recurre tanto, pero que se las ingenia para aparecer novedoso, a pesar de un aciago mensaje. Por fin, un autor que no escribe para otros autores ni intenta satisfacer modas ni fórmulas aceptadas. Comentamos una novela que se lee “de una sentada”, a pesar de su ambiente dolido y condenado a una diaria cadena perpetua. Su prosa es luminosa, sobreponiéndose a la tragedia de la Isla, por su tremendo poder ilustrativo. El lector se siente un observador alucinado por el destino de seres que no tienen tregua para recuperar la respiración, con un ritmo de aliento agitado por un devenir implacable y abrasador. Nos injerta en un mundo cruel, en que la tortura no solamente está en la cámara de los horrores, sino en la aberración histórica que significa la destrucción de la dignidad, en el envenenamiento de almas, y la corrupción del sentimiento humano. Saludemos una obra sobresaliente, de un autor que obviamente vive una pasión por nuestro rico idioma y por la representación artística de, tal vez, el más vituperable vía crucis de la condición humana.




J. A. Albertini: Nació en Santa Clara, Cuba (1944). Es escritor y periodista. Ha publicado las novelas: Tierra de Extraños (1983); A orillas del paraíso (1990); Cuando la sangre mancha (1995); El entierro del enterrador (2002) yAllá, donde los ángeles vuelan (2010). También es autor deMiami Medical Team: Testimonio de Humanidad (1992) yCuba y castrismo: Huelgas de hambre en el presidio político (2007); obras de entrevistas y relatos verídicos. Es fundador del PEN Club de Escritores Cubanos en el Exilio, y miembro del Instituto de la Memoria Histórica Cubana contra el Totalitarismo y del Círculo de Cultura Panamericano. Colaborador frecuente del periódico Enfoque3 y de la revista literaria Pensamiento que en la ciudad de Tampa Fl, edita el educador, historiador, poeta y escritor René León, así como de otros medios de prensa. Trabajó en Radio Martí por más de una década. Desde hace varios años conduce el programa televisivo Cuba y su Historia para la sección en español de WLRN-Canal 17, Miami-Dade.

PERIODISMO EN CUBA REPUBLICANA


ORTO Y OCASO DE LAS ORGANIZACIONES DE PROFESIONALES

            Roberto Soto Santana, de la Academia de la Historia de Cuba (Exilio)

Para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser buenos seres humanos. Las malas personas no pueden ser buenos periodistas. Si se es una buena persona se puede intentar comprender a los demás, sus intenciones, su fe, sus intereses, sus dificultades, sus tragedias. Ryszard Kapuscinski (1932-2007), periodista, historiador y poeta polaco
La Asociación de Repórters de La Habana fue fundada el 14 de abril de 1902. Tras sesenta años de actividad, fue refundida el 15 de julio de 1963 (a mediados del quinto año de la era castrista),  junto con la Asociación de la Prensa de Cuba y el Colegio Nacional de Periodistas, para que, simultáneamente con la intervención y disolución de todas, las reemplazara dentro del país la Unión de Periodistas de Cuba –la que a partir de entonces, con el monolitismo característico del control gubernamental en los países comunistas de todas las instituciones políticas y cívicas, engloba a todos los escribidores y profesionales gráficos de los distintos medios, de acuerdo con sus Estatutos,como expresión de la voluntad de los periodistas cubanos de organizarse para la defensa de la Revolución Cubana, la independencia nacional y el ejercicio de la profesión” (Artículo 1), y “hace suyos los preceptos de la Constitución de la República de Cuba, especialmente los contenidos del Artículo 5, donde se reconoce al Partido Comunista de Cuba como fuerza dirigente superior de nuestra sociedad y del Estado, y  del Artículo 53, donde se reconoce a los ciudadanos la libertad de palabra y de prensa conforme a los fines de la sociedad socialista, así como el carácter de propiedad social o estatal de los medios de comunicación masiva, que en ningún caso pueden ser objeto de propiedad privada, lo que asegura su uso al servicio exclusivo del pueblo trabajador y del interés de la sociedad” (el subrayado es nuestro).
       En abril de 1902, un mes antes de la proclamación de la República, se produjo la que terminó por ser la primera fundación de la Asociación de la Prensa de Cuba, en una tumultuosa asamblea eleccionaria en la que don Nicolás Rivero, dueño del ya entonces decano de la prensa diaria, el “Diario de la Marina”, resultó elevado a la presidencia de la Asociación, tras una maniobra electorera, por dos votos de diferencia (aportados fuera del plazo reglamentario por dos redactores de ese periódico) respecto de Alfredo Martín Morales –quien posteriormente se desempeñó como Jefe de Información de los periódicos “El Mundo”, “El Triunfo” y el propio “Diario de la Marina”. En 1909, el general José Miguel Gómez, a su arribo a la Presidencia de la República, lo designó Jefe del Despacho de las Oficinas del Palacio Presidencial, en cuyo cargo se hallaba cuando falleció, el 29 de mayo de 1921-.
       Ante el pucherazo de abril de 1902, muchos de los periodistas participantes en aquella reunión fundacional de la Asociación de la Prensa de Cuba –entre ellos, José M. Carbonell, Víctor Muñoz, Néstor Carbonell, Álvaro de la Iglesia, Manuel Márquez Sterling, Jesús Castellanos y Diego Vicente Tejera- publicaron una esquela en el periódico “El Mundo”, en repudio del fraude habido en la votación. Y la Asociación quedó nonata.
       En 1904 tuvo lugar la segunda y definitiva constitución de la Asociación de la Prensa de Cuba, bajo la presidencia de una Junta Directiva encabezada por Alfredo Martín Morales e integrada además por periodistas de la talla de Rafael Conte (un escritor todoterreno, que escribió sobre béisbol, boxeo, la actualidad política y social nacional, y fue corresponsal en el extranjero para el “Diario de la Marina”, de la Habana, “La Nación, de Buenos Aires, “El Heraldo”, de Puerto Rico, y el “Mercurio”, de Santiago de Chile), Manuel Márquez Sterling, Eduardo Varela Zequeira (que había sido Comandante del Ejército Libertador y en cuya carrera periodística se destacó por sus sensacionales crónicas de sucesos criminales), Ramón A. Catalá (comentarista de la actualidad en La Lucha, el Heraldo de Cuba y el Diario de la Marina, y fallecido el 10 de noviembre de 1941), Jesús Castellanos (columnista, caricaturista, novelista, abogado de oficio primero y después fiscal de la Audiencia de La Habana, fallecido en 1912 a la temprana edad de 33 años) Víctor Muñoz (quien, dándole impulso a una iniciativa planteada en Santiago de las Vegas encaminada a conmemorar un Día de las Madres anualmente, el segundo domingo de mayo, fue adoptada a propuesta suya el 27 de abril de 1921, por el Ayuntamiento habanero, en el cual Muñoz fungía como Concejal), Mariano Pérez de Acevedo y José Manuel Fuentecilla.
       A esta Junta Directiva fueron incorporados, como Vocales Natos, don Nicolás Rivero (director de Diario de la Marina), Antonio San Miguel (de La Lucha), Manuel María Coronado (de La Discusión), Wilfredo Fernández (de El Comercio), Abelardo Novo (de la Unión Española), Manuel S. Pichardo (de El Fígaro), Juan Gualberto Gómez, Ricardo del Monte y Raimundo Cabrera. El único director que rehusó formar parte de esa sección fue José Manuel Govín (de El Mundo).
     La Asociación de la Prensa de Cuba logró, entre otras cosas, la franquicia postal y la tasa telegráfica y el traslado de los restos del periodista Manuel de la Cruz (autor del libro Episodios de la Revolución Cubana) desde Nueva York a La Habana, y dio los primeros pasos para la creación del Retiro Periodístico y el Descanso Dominical.
     Volvamos a los avatares de la Asociación de Reportérs de La Habana, creada en 1902. Sus proponentes fueron José Camilo Pérez, de La Discusión, Ignacio Ituarte, de La Lucha, y Ramón S. de Mendoza, del Diario de la Marina. La reunión inicial se celebró en el domicilio de José Camilo Pérez, a la sazón reportero policíaco del diario La Discusión. El objetivo consignado en sus Estatutos, aprobados en la casa de Ignacio Ituarte, era el de “fomentar la unión y concordia [entre sus miembros] y prestarles toda clase de auxilios cuando se encuentren en desgracia, principalmente en casos de enfermedad”. Ramón S. de Mendoza presidió su primer Junta Directiva, la que tomó posesión el 27 de abril de ese mismo año.
     Posteriormente, esta entidad se convirtió en el Círculo Nacional de Periodistas, que se encargó de organizar los trabajos del Primer Congreso Nacional de Periodistas, efectuado en La Habana entre el 3 y el 6 de diciembre de 1941, en el que participaron delegados de cuarenta Asociaciones de periodistas y de la redacciones de los medios de prensa, congregados al efecto en la sede de la Asociación
     Los
delegados al Congreso, designados por las agrupaciones de periodistas y las redacciones de las publicaciones, se reunieron en el local de la Asociación de Repórters de La Habana, ubicado en la calle Zulueta casi esquina a la calle Neptuno. El 21 de junio de 1923 la Asociación recibió cuarenta mil pesos de manos del Dr. Alfredo Zayas Alfonso, Presidente de la República, destinados a costear la construcción del edificio donde alojar el domicilio social, que incluyó Biblioteca y Museo Periodístico.
     De consuno con la Asociación de la Prensa de Cuba, la Asociación de Repórters de La Habana logró que el 23 de agosto de 1935 el Presidente Carlos Mendieta y Montúfar promulgara el Decreto-Ley 172 (publicado en la Gaceta Oficial del día 27), de creación del Retiro Periodístico. En 1943, siendo Lisandro Otero Masdeu Presidente de los Repórters, se crearon el Colegio Nacional de Periodistas y la Escuela Profesional de Periodismo “Manuel Márquez Sterling”. A partir de los 24 miembros iniciales, esta entidad llegó a contar con ochocientos asociados.
     La liquidación del periodismo libre la llevó a cabo la trituradora castrista en dos direcciones: una, confiscando TODAS las empresas periodísticas; otra, posesionándose “revolucionariamente” –como se decía entonces- de las instituciones de profesionales y demás trabajadores del sector, hasta entonces orgánica e ideológicamente independientes. Así, el 25 de febrero de 1961, la Junta de Gobierno del Colegio Nacional de Periodistas, la dirección de la Asociación de Repórters de la Habana, la representación de la Milicia de Periodistas “Félix Elmuza” y la Junta de Gobierno del Colegio de Periodistas de La Habana, así como los representantes de los colegios provinciales de Camagüey, Las Villas y Matanzas, efectuaron una reunión conjunta en la que se acordó la instauración de un “Frente Revolucionario del Periodismo Nacional”, encargado de
- “integrarlo totalmente en la Revolución
     - “Liquidar, por ineficaces y obsoletos, los andamiajes legalistas y estatutarios que impiden el progreso de la obra revolucionaria en nuestra profesión, y acometer, además de las funciones específicas, las insoslayables tareas de defender a la Patria y hacer avanzar la Revolución”,
     - “Cambiar radicalmente la estructuración orgánica, y precisar las finalidades y tareas que deben ejercer plenamente los hombres revolucionarios de la prensa...
     - “Abogar ante las autoridades revolucionarias por la derogación de la Ley No. 10 de 1944, relativa a las profesiones no universitarias, y del precepto constitucional de la colegiación, concepto divisionista y discriminador que nos impedía nutrir nuestras filas con savia nueva
    - “Crear los Comités de Defensa de la Revolución en todos los centros de trabajo y en los organismos de la profesión”.
     Así se ha hecho un hiato –que dura ya más de cinco décadas- en el ejercicio de la libertad en la estructura profesional del periodismo cubano.
Auferre, trucidare, rapere falsis nominibus res publica, atque ubi solitudinem faciunt, pacem appellant.  En cristiano, “A la rapiña, el asesinato y el robo los llaman por mal nombre gobernar y donde crean un desierto lo llaman paz” (Frase de Tácito, en sus Annales)


            

Un Tesoro




René León


Según el Diccionario de la Real Academia, el significado en lengua española de la palabra “tesoro” es: “gran cantidad de oro, plata y otras cosas preciosas conservadas en un sitio oculto”.

Hay tesoros en monedas y piedras preciosas que se han podido rescatar debido a la casualidad, un sueño, un pronóstico o por aparecer entre las páginas de un libro antiguo, un pequeño pergamino o un pedazo de cuero ya maltratado por el tiempo, con las indicaciones donde buscarlo.

Para encontrarlo, por lo general, se tienen bastantes tropiezos, sustos y tembladeras de piernas. Muchas veces la resistencia del “muerto” de entregar lo que era de él, y después de la celebración de misas para darle gracias al “alma del penado”, por guardar tanta riqueza. La cantidad de un tesoro depende del envase escogido por el difunto: una botija, cofre, baúl o arca o arcón. Sus lugares para ocultarlo son variados. Un fogón, pared o piso de una casa, una playa tropical, una cueva, retrete, debajo de una Ceiba, etc.


Para muchos un “tesoro” sólo se compone de” oro, plata y piedras preciosas. Pero también hay tesoros como un libro antiguo, objetos de artes, campanarios, iglesias, armas, calzoncillos de piernas largas de tiempos de nuestros tatarabuelos y otras cosas más.

Para mí el “tesoro” encontrado fue algo muy íntimo. Buscando entre mis cajas de libros y papeles que tenía guardados, cayeron de una carpeta vieja y olvidada que ya hacía muchos años no veía. Eran simplemente fotos…Si, simplemente fotos, que datan de más de cincuenta años. De la bella y renombrada ciudad de Trinidad, de mi familia toda ya desaparecida, de mi niñez, retratado con mis hermanos Emilio (†) y Julio (†) de cacería, las otras más recientes de mis dos hijas, y mi esposa Fina (†) ya desaparecida.

Nunca pensé que al registrar aquella caja encontraría este dormido tesoro del ayer feliz. Allí, delante de mí, se encontraba toda mi vida, un pedazo de una Cuba que se va perdiendo en el tiempo, y mis seres queridos. Una felicidad interna batió todos mis poros, mis ojos permanecieron abiertos, de la sorpresa de aquel nuevo regalo para mí. Al ser humano le encanta lo fantástico, los sueños, las historias. Las imágenes vuelven a tener vida y te remontas al ayer, y todo adquiere vida por aquellas fotos olvidadas.

En este mundo de hoy, de estrés, triglicéridos y colesterol, “que es una nueva manera de dejar los bolsillos de uno vacíos”, estos pequeños regalos que nos hacemos dan a la vida un nuevo ánimo de seguir adelante, que todo no se ha perdido, que si hoy no somos felices, ayer si lo fuimos y tenemos que pensar en un futuro de tranquilidad y de amor al prójimo. Por eso bendigo hoy este día por este Dormido Tesoro.

domingo, 1 de junio de 2014

Bienvenidos a Pensamiento

Esta planta conocida como beso de novia (Psychotria elata) 
crece en las selvas de Colombia, Ecuador, Costa Rica y Panamá.

María Eugenia Caseiro

 

Promesa
Tomado del libro Arreciados por el éxodo



  Te buscaré en las vértebras
del hombre del retrato
por la espiral del tiempo
blanco hueso sin límite ni juicio
hasta el dintel de la muerte
con la última mirada de tu espejo.

  Te buscaré jugando en la intemperie
con la tarde que hoy es otra mujer
bajo el perfil de antaño
y el pelo de mi madre
haciendo largas ondas en los parques.

  Te encontraré de nuevo dibujado
ya sin prisa detrás de un abanico
donde habitó el calor
en un sillón de mimbre
meciéndote los ojos.


  Maria Eugenia Caseiro. Escritora cubana que desarrolla en el exilio una intensa vida literaria entre la narración y la poética, con libros publicados y múltiples actividades relacionadas con las letras y también ha recibido honrosos reconocimientos en países latinoamericanos, así como en Europa y en el Oriente Medio.

  En Arreciados por el éxodo, Caseiro fluye en alegorías que demuestran lo mucho que puede decirse con una economía de palabras. La esencia poética discurre por lo sustancial, emocional y verbalmente, y la espléndida articulación del conjunto.

José Mojica. Una Gloria de México

Fray José Francisco De Guadalupe Mojica 
 (San Gabriel (Jalisco), 1896- Lima 1974)

Rowland J. Bosch

México ha sido cuna de grandes cantantes, tenores y barítonos nacidos en el país azteca que han recorrido el mundo del arte dando a conocer sus cualidades. Podríamos citar entre otros tenores a manera de ejemplo, sin limitar a los nombrados a José Mojica, Alfonso Ortiz Tirado, Juan Arvizu, Nícolas Urcelay, Jenaro Salinas, Nestor Mesta y Pedro Vargas y entre los barítonos a Hugo Avendaño y Jorge Negrete, Entre los operísticos a Ramón Vargas que al presente canta en la opera Metropolitana de Nueva York y el tenor Francisco de Araiza, que se ha dedicado a la Opera Wagneriana y muchos más que haría interminable la lista y hay otros que no vienen a mi mente, pero los citados al principio componen una época que va desde la segunda década del siglo XX hasta bien entrado los años cincuenta.

Nació José Mojica en San Gabriel en el estado mexicano de Jalisco al oeste del país azteca cerca de su capital Guadalajara el 14 de septiembre de 1896 (en otros trabajos históricos aparece 1895) lo que no es de extrañar dadas las dificultades de inscripción natal en la época. Criado por su progenitora, su padre resultó un alcohólico consuetudinario. Siendo niño ingresó en el Colegio Saint Marie y luego en la Escuela Elemental # 3 y después en el Colegio de San Ildefonso. Se dispone a estudiar agricultura pero ve frustrados sus anhelos al estallar la Revolución Mexicana con el derrocamiento de Porfirio Díaz. Ante esta situación volvió sus ojos hacia el Conservatorio Nacional de Música que dirigía el famoso profesor de canto José Pierson, considerado el mejor profesor de canto del país en aquel entonces.

Allí confraternizó con varios de sus compañeros que después serían famosos y aprendió música. Debutó en el Teatro Ideal. Su primera actuación operística es en el “Barbero de Sevilla” de Rossini. En esta obra el primer acto es el más musical y se da a conocer cantando las arias “Se il mio nome” y “Eco ridente in celo”. Era el 5 de octubre de 1916 (apenas con veinte años de edad) Lo repitió después en el Teatro Abreu (ya desaparecido).

Mojica emigra a los Estados Unidos buscando como todo emigrante un mejor “modus vivendi” y llega a Nueva York donde comienza como lavador de platos. Por esa época el más famoso tenor de todos los tiempos Enrico Caruso lo conoce y le consigue un contrato en la ópera de Chicago. Allí simpatiza con la gran cantante escocesa Mary Garden y al ser nombrada ésta directora de la compañía, se le ofrece actual de primer tenor en varias óperas como “Fausto” de Goumod y Werther. Allí cantó junto a las grandes divas Lily Pons y Amelita Galli-Curcí.

Ya de ahí y habiendo adquirido justa fama encamina sus pasos a Hollywood para actuar en películas (ya recientemente sonoras) lo que lo ayuda a darse a conocer en toda la América Latina. Debuta con la cinta “Un beso loco’ (“One Mad Kiss”) junto a Antonio Moreno. Se mantiene en la meca del cine hasta 1938, aunque incursiona en recitales gloriosos por todo el continente. Es entonces cuando retorna a México definitivamente, con la fama a la altura de Nelson Eddy (el barítono americano). Ya en México filma “El Capitán Aventurero”; y dos años más tarde muere su madre (en 1940) pasión y amor de su vida. Esto lo lleva a una gran depresión mental. Después de este acontecimiento filma una sola película en la que canta “Solamente una vez” de Agustín Lara. La película es rodada en Argentina con el título de “Melodías de América”.

Poco después se deshace de todos sus bienes materiales, donándolos a los pobres en México y a instituciones de caridad e ingresa al seminario Franciscano del Cuzco en el Perú con el nombre de Fray José de Guadalupe Mojica, después es transferido al monasterio de San Antonio de la Recoleta y en 1947 es ordenado sacerdote. En 1950 escribe su libro confesión “Yo pecador”. Para reunir dinero con que aliviar a los pobres de su ministerio, emprende una misión artística por varios países e interpreta canciones en su mayoría religiosas. En La Habana, Cuba actúa en el Teatro “Blanquita” en 1950 y se presenta en la incipiente televisión del país.

Pasados los años, un mal cardíaco lo aqueja y recibe los cuidados de una anciana sordomuda. Muere en la más absoluta pobreza en el Perú en 1974.

La voz de Mojica de tenor lírico (más bien de tenorino de opereta) era una voz muy voluminosa y de gran alcance, aunque Mojica carecía de coloratura, a diferencia de sus dos buenos compatriotas y cantantes Juan Arvizu y Alfonso Ortiz Tirado, pero su voz era bella y emocionaba al público

En 1931 en el apogeo de su carrera artística viajó a La Habana en una de sus muchas actuaciones y cantó en el Teatro Nacional. El famoso compositor cubano Ernesto Lecuona le preparó un fastuoso homenaje y Mojica en reciprocidad le estreno su “María la O” de la zarzuela del mismo nombre, pieza musical escrita para voz de soprano; Lecuona hizo la transportación y libreto para que el cantante debutara con ella.

Hay una anécdota sobre su debut en La Habana. A la mitad del programa comenzó a sentirse en el teatro un olor nauseabundo que hizo que numeroso público abandonase momentáneamente la sala. Eran “bombitas de peste” confeccionadas con bisulfuro de carbono. Mojica se retiró del escenario pero 15 minutos después, disipado el mal olor Mojica reapareció en escena y continuó cantando como si nada hubiera sucedido. Entre las múltiples canciones que grabó recordamos “Gratia plena”; “Granada”, “Corazón Mejicano” y el aria “Salut’Dmeure” de la ópera Fausto. 

Las cintas cinematográficas en Hollywood: “One mad kiss (1930), “Cuando el amor ríe (1931), “Hay que casar al príncipe (1931), “Mi último amor” (1931), “El caballero de la noche” (1932), “El precio de un beso” (1933), “El rey de los gitanos” (1933), “La cruz y la espada” (1934), “El capitán de cosacos” (1934) y “La frontera del amor” (1934). En México: “El capitán aventurero” (1938), “La canción del milagro” (1940), “El pórtico de la gloria” (1953) como fraile, “Yo pecador” (1959), “Seguiré tus pasos” (1966). En Argentina: “Melodías de América” (1941).

En 1926 conoce en N. York a María Grever con la que entablo amistad y le estreno “Júrame”. A pesar de los años transcurridos esas grabaciones han permanecido disponibles para el público de su época y de las posteriores porque su voz única y de indiscutible calidad continuará escuchándose como un ejemplo de los grandes cantantes, que nos ha regalado el país mexicano.