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- Escrito por Roberto Salas San Juan
- Tomado de: Opus Habana
Además del simbolismo que sugiere el estar a una mayor altura, al ser claramente visible, esa práctica debió funcionar como referencia inmediata para agrupar a los miembros de una misma «nación», o distinguirlas a unas de las otras.
Los zancos se emplean desde hace miles de años, pero difícilmente se pueda conocer con exactitud cuándo fueron introducidos en Cuba. Dado el protagonismo que adquirieron durante las fiestas del Día de Reyes, hay constancia de que ya eran utilizados a mediados del siglo XIX. Sin embargo, no hay por qué excluir la posibilidad de que se usaran con anterioridad a esas celebraciones afrocubanas, de las que no se conoce la fecha exacta de sus inicios, pero sería lógico suponer que comenzaran tras la fundación del primer cabildo de «nación», en 1598.
Según la investigadora Martha E. Esquenazi, «los cabildos eran asociaciones constituidas, en su mayoría, por negros horros o libres; por ley debían agrupar negros de una sola “nación” —o sea, de un mismo origen étnico—, pero generalmente estaban integrados por varias etnias y tomaban el nombre del grupo mayoritario. Dichas instituciones ejercían una función social de socorro y ayuda mutua. Además, en ellas se mantenían los cultos a sus deidades, aunque para ello debían preservar, como fechas festivas, las autorizadas por los gobernantes y la Iglesia».1
La costumbre de andar o bailar sobre zancos fue practicada por los integrantes de esos cabildos afrocubanos, aunque no debe descartarse la posibilidad de que algunos españoles radicados en Cuba también hicieran uso de ellos. Durante la baja Edad Media, los zancos eran un juego tradicional de gran aceptación en toda Europa, donde también estuvieron integrados a espectáculos y fiestas callejeras.
Sin embargo, no hemos encontrado referencia a los zancos en las festividades religiosas que se celebraban en las villas fundacionales de la Isla, aunque sí hay un dato curioso relacionado con la celebración del Corpus Christi en Barcelona: algunos documentos sugieren que los gigantes —esas enormes figuras de cartón y madera— estaban representados por un hombre subido a unos altísimos zancos, al menos en sus inicios.
Según la investigadora Martha E. Esquenazi, «los cabildos eran asociaciones constituidas, en su mayoría, por negros horros o libres; por ley debían agrupar negros de una sola “nación” —o sea, de un mismo origen étnico—, pero generalmente estaban integrados por varias etnias y tomaban el nombre del grupo mayoritario. Dichas instituciones ejercían una función social de socorro y ayuda mutua. Además, en ellas se mantenían los cultos a sus deidades, aunque para ello debían preservar, como fechas festivas, las autorizadas por los gobernantes y la Iglesia».1
La costumbre de andar o bailar sobre zancos fue practicada por los integrantes de esos cabildos afrocubanos, aunque no debe descartarse la posibilidad de que algunos españoles radicados en Cuba también hicieran uso de ellos. Durante la baja Edad Media, los zancos eran un juego tradicional de gran aceptación en toda Europa, donde también estuvieron integrados a espectáculos y fiestas callejeras.
Sin embargo, no hemos encontrado referencia a los zancos en las festividades religiosas que se celebraban en las villas fundacionales de la Isla, aunque sí hay un dato curioso relacionado con la celebración del Corpus Christi en Barcelona: algunos documentos sugieren que los gigantes —esas enormes figuras de cartón y madera— estaban representados por un hombre subido a unos altísimos zancos, al menos en sus inicios.
Este grabado de Frédéric Mialhe (1853) es un referente para el rescate de la tradición del Día de Reyes en el Centro Histórico, en cuyos diferentes entornos reaparecen los personajes de esa fiesta afrocubana. Abajo, sobre zancos, miembros del Grupo Gigantería. |
En Cuba, el Corpus Christi organizó peregrinaciones desde 1520, a las que se sumaron los gigantes en el siglo XVII, que bien pudieron haber tenido características similares a los barceloneses.
De modo que la introducción de los zancos en nuestra Isla está asociada a los esclavos africanos. También gracias a ellos llegaron a destinos cercanos como Trinidad y Tobago, Haití, Jamaica o la antilla inglesa de Saint Kitts, donde «los negros, desde Nochebuena hasta Año Nuevo, bailan todos los días en la calle, ataviados con máscaras y trajes grotescos. Otros negros llevan cuernos, otros semejan indios, etc. Allí se ven hombres vestidos de mujer, y otros que andan en zancos».2
Los zancos alcanzaron esplendor el día Kimifé. Así llamaban los carabalís a las fiestas de Reyes: «Ese día vivían la ficción de una ansiada libertad, que les era escamoteada, en medio de un carnaval de indudable impronta orgiástica, que funcionaba como un mecanismo de desahogo y equilibrio social, y que, en sus tierras de origen, realizaban desde tiempos inmemorables».3
En aquellas jornadas, los cabildos invocaban la organización tribal de las naciones africanas; en procesión llevaban a sus reyes y dignatarios; repetían ritos que antaño habían practicado, y así se reencontraban con sus dioses, sus cantos, sus bailes, sus costumbres…
Una de estas tradiciones eran los zancos, que —al parecer— eran usados por los reyes de algunos cabildos. Más allá del simbolismo que sugiere el estar por encima de todos, según el rango o jerarquía superior, estos dignatarios adquirían algunas facilidades prácticas y se convertían en una referencia inmediata para agrupar a los miembros de una misma nación, o distinguirlas a unas de las otras, porque, al caminar sobre zancos y estar a mayor altura, eran claramente visibles y reconocibles, incluso desde lejos.
Sin llegar a especificar si, jerárquicamente, eran reyes o no, Fernando Ortiz se refiere a estos bailadores sobre zancos como diablitos; así nombró también a muchos de los atractivos personajes que reaparecían en aquellas fiestas. ¿Por qué les llamó así? Al parecer se hicieron analogías entre los abigarrados disfraces y el comportamiento de estas personas, con los diablitos que acompañaban las procesiones del Corpus Christi en Cuba, quienes iban abriéndose paso entre la multitud, haciendo sonar vejigas de vacas llenas de viento, con el propósito de espantar a la gente.
Dos ilustraciones de la época confirman la presencia de zanqueros en La Habana colonial. Una, muy conocida, fue realizada por el francés Frédéric Mialhe hacia 1853 y refleja un pasaje de aquel «carnaval de negros» en la Plaza de San Francisco de Asís, donde sobresale la figura de un enmascarado por encima de la multitud. Existe una versión en la que se distingue un listón de madera amarrado a su pierna, y una segunda, donde se insinúa que un hombre está cargando a otro sobre sus hombros.
Más claramente se observa al diablito sobre zancos en algunas litografías y pinturas del vasco Víctor Patricio de Landaluze. Alrededor de su prominente altura, la gente se dispone como puede, alegre y eufórica. Su apariencia no es precisamente la de un rey: su máscara puntiaguda y su vestuario sugieren que se trata de algún tipo de ireme o diablito ñáñigo, que representaba la aparición de un espíritu. Estos personajes eran interpretados usualmente por actores-oficiantes, quienes bailaban fuera de los templos, en las fiesta públicas, donde por puro divertimento simulaban el regreso de sus antepasados africanos.
El zanquero dibujado por Landaluze forma parte de una serie de estampas y pinturas que representa a varios de los fantásticos personajes que animaban las calles y plazas de la ciudad cada 6 de enero, durante la celebración del Día de Reyes.
No obstante, la cristiandad otorgaba un significado completamente diferente a esas celebraciones. Según el calendario litúrgico de los católicos, este día se conmemora el bautismo de Cristo en el río Jordán. Durante las fiestas de la Epifanía, «el ritual principal consistía en la consagración del agua en los templos, al sumergir la cruz en un recipiente que contenía este líquido. La festividad fue conocida popularmente como Día de Reyes, fecha en que los niños recibían sus regalos, supuestamente traídos por los Tres Reyes Magos».4 Como parte de las fiestas de Epifanía, el rey repartía dinero entre sus soldados y esclavos, lo que pudiera explica la razón por la cual los cabildos africanos iban hasta el Palacio del Capitán General para que el gobernador —en tanto representante del monarca— les diera un aguinaldo.
Era natural que los cabildos eligieran a sus reyes aquel día. Éstos se conocían también con el nombre de capataces o capitanes. Fernando Ortiz sugiere que dicha elección tiene un equivalente con la costumbre de los blancos, muy difundida en España y otros países de Europa, de elegir un Rey de Bobos en el día de Epifanía.
Los Congos, por ejemplo, elegían a sus reyes cada cuatro años, y no eran reelegibles. Se seleccionaban los candidatos en juntas, pero se escogían los reyes al azar. Éstos poseían un considerable poder en la vida legal de los cabildos, teniendo, entre otras cosas, que responder ante las autoridades españolas por las faltas de los suyos. Algunos se engalanaban durante la fiesta de Reyes a la usanza de los europeos, con grandes corbatas, camisas almidonadas, bandas sobre el pecho, sombreros de picos… Otros, en cambio, lucían sus atavíos ceremoniales y montaban sobre zancos.
Así los describe un visitante francés, Xavier Marmier: «De un extremo a otro de la ciudad, artesanos, obreros, criados, se reúnen en diferentes grupos, en torno a un negro que representa al jefe de sus tribus (…) Los jefes son espléndidos. Unos avanzan subidos en altos zancos, como los vascos, y cuando se fatigan de su aérea marcha, caen en brazos de sus seguidores, que los llevan cargados complacientemente, mientras que un tercero toma sus pesadas piernas de madera y las sostienen a sus espaldas, con tanto respeto como antaño las damas de honor portaban la larga cola de las grandes damas».5
Más adelante, Marmier se refiere a jefes cubiertos por un manto de fibras que imitaba la piel de un oso, mientras que otros llevaban en la cabeza un castillo de plumas o se cubrían con máscaras. «Bajo éstas, se escuchan gritos de lechuza, silbidos de víboras, ladridos de perro. Es la señal del baile. El jefe, montado en sus zancos, salta y cabriolea como un mono (…) Después, el séquito se pone en movimiento. Hombres y mujeres se sitúan unos delante de otros y bailan. No, bailar no es la palabra que puede dar idea de esta escena. Es un temblor de todos los miembros. Los cuerpos se agitan, se tuercen, se repliegan, se levantan, saltan como salamandras en el fuego».
Resulta natural que estos reyes, equivalentes de lo que antes fueron los líderes espirituales de cada pueblo, tuvieran una apariencia majestuosa y pintoresca. Ellos representaban a grupos étnicos diferentes, los cuales se distinguían por sus atuendos: los Congos y Lucumíes, con grandes sombreros de plumas; los Arará, con sus collares de caracoles y colmillos de perro o caimán; los Mandingas, con anchos pantalones y chaquetas cortas… Sin embargo, al salir a la calle, los diversos componentes culturales y religiosos se simultaneaban, fusionando los ritos que eran practicados en cada nación: cantos y danzas, divertimentos profanos, máscaras, hechiceros, zancos…
Pudiera dudarse razonablemente sobre la veracidad de los puntos de vista de Marmier, en el sentido de que era un extranjero que estaba de paso por estas tierras. ¿Acaso creyó que eran reyes quienes no lo eran, por el solo hecho de sobresalir por encima de la multitud?
No obstante, quince años después, al describir esas mismas fiestas, el periodista español Aurelio Pérez Zamora afirma: «los reyes negros tienen por vestidura una piel de carnero con cola, el rostro lo llevan matizado con colores vivos que le dan un aspecto aterrador; algunos empuñan en sus manos un gran báculo; otros se levantan sobre zancos como gigantes».6
Reyes o no —aunque es muy probable que algunos de esos recién elegidos capataces los montaran ocasionalmente—, lo que sí parece ser cierto es que quienes andaban sobre zancos llegaron a tener determinada celebridad en aquellas fiestas callejeras.
Pero, si los reyes eran elegidos entre los ancianos integrantes de los cabildos, ¿hasta qué punto aquellos hombres —los cuales ya habían sobrepasado el esplendor de sus capacidades físicas— podían aprender una técnica tan difícil?
No es que la vejez impida dominar los zancos; mas, se requiere de resistencia y un mínimo de habilidades para atenuar los peligros lógicos que se derivan de caminar o bailar sobre dos estrechas vigas de madera. Además del desgaste físico, el grado de dificultad está asociado al modo de cómo vencer el desequilibrio.
Dicho así parece sencillo, pero, antes de aprender a mantenerse estable en las alturas, se corre el riesgo de caer estrepitosamente al suelo una y otra vez. ¡Imagínese el resentimiento de los huesos en cada una de estas caídas! Otro inconveniente era que se trataban de zancos bastante rústicos, los cuales ofrecían poca seguridad cuando se amarraban a las piernas descalzadas.
Por todo ello, parece improbable que aquellos venerables ancianos iniciaran este tipo de práctica en el otoño de sus vidas. A no ser, y ésta es otra posibilidad, que aprendieran a montar zancos en sus años mozos. ¿Dónde? En sus naciones de origen.
En Los bailes y el teatro de los negros en el folklore de Cuba, Fernando Ortiz explica que los zancos eran muy conocidos en Camerún y otros pueblos de la costa occidental de África, donde eran usados en iniciaciones, funerales y ritos de fertilidad. Así, durante siglos, las danzas sobre zancos han formado parte de diversos aspectos de la vida social en ese continente. Todavía en algunas pequeñas tribus de Nigeria se realizan complejos movimientos a más de diez pies de altura.
De modo que la introducción de los zancos en nuestra Isla está asociada a los esclavos africanos. También gracias a ellos llegaron a destinos cercanos como Trinidad y Tobago, Haití, Jamaica o la antilla inglesa de Saint Kitts, donde «los negros, desde Nochebuena hasta Año Nuevo, bailan todos los días en la calle, ataviados con máscaras y trajes grotescos. Otros negros llevan cuernos, otros semejan indios, etc. Allí se ven hombres vestidos de mujer, y otros que andan en zancos».2
Los zancos alcanzaron esplendor el día Kimifé. Así llamaban los carabalís a las fiestas de Reyes: «Ese día vivían la ficción de una ansiada libertad, que les era escamoteada, en medio de un carnaval de indudable impronta orgiástica, que funcionaba como un mecanismo de desahogo y equilibrio social, y que, en sus tierras de origen, realizaban desde tiempos inmemorables».3
En aquellas jornadas, los cabildos invocaban la organización tribal de las naciones africanas; en procesión llevaban a sus reyes y dignatarios; repetían ritos que antaño habían practicado, y así se reencontraban con sus dioses, sus cantos, sus bailes, sus costumbres…
Una de estas tradiciones eran los zancos, que —al parecer— eran usados por los reyes de algunos cabildos. Más allá del simbolismo que sugiere el estar por encima de todos, según el rango o jerarquía superior, estos dignatarios adquirían algunas facilidades prácticas y se convertían en una referencia inmediata para agrupar a los miembros de una misma nación, o distinguirlas a unas de las otras, porque, al caminar sobre zancos y estar a mayor altura, eran claramente visibles y reconocibles, incluso desde lejos.
Sin llegar a especificar si, jerárquicamente, eran reyes o no, Fernando Ortiz se refiere a estos bailadores sobre zancos como diablitos; así nombró también a muchos de los atractivos personajes que reaparecían en aquellas fiestas. ¿Por qué les llamó así? Al parecer se hicieron analogías entre los abigarrados disfraces y el comportamiento de estas personas, con los diablitos que acompañaban las procesiones del Corpus Christi en Cuba, quienes iban abriéndose paso entre la multitud, haciendo sonar vejigas de vacas llenas de viento, con el propósito de espantar a la gente.
Dos ilustraciones de la época confirman la presencia de zanqueros en La Habana colonial. Una, muy conocida, fue realizada por el francés Frédéric Mialhe hacia 1853 y refleja un pasaje de aquel «carnaval de negros» en la Plaza de San Francisco de Asís, donde sobresale la figura de un enmascarado por encima de la multitud. Existe una versión en la que se distingue un listón de madera amarrado a su pierna, y una segunda, donde se insinúa que un hombre está cargando a otro sobre sus hombros.
Más claramente se observa al diablito sobre zancos en algunas litografías y pinturas del vasco Víctor Patricio de Landaluze. Alrededor de su prominente altura, la gente se dispone como puede, alegre y eufórica. Su apariencia no es precisamente la de un rey: su máscara puntiaguda y su vestuario sugieren que se trata de algún tipo de ireme o diablito ñáñigo, que representaba la aparición de un espíritu. Estos personajes eran interpretados usualmente por actores-oficiantes, quienes bailaban fuera de los templos, en las fiesta públicas, donde por puro divertimento simulaban el regreso de sus antepasados africanos.
El zanquero dibujado por Landaluze forma parte de una serie de estampas y pinturas que representa a varios de los fantásticos personajes que animaban las calles y plazas de la ciudad cada 6 de enero, durante la celebración del Día de Reyes.
No obstante, la cristiandad otorgaba un significado completamente diferente a esas celebraciones. Según el calendario litúrgico de los católicos, este día se conmemora el bautismo de Cristo en el río Jordán. Durante las fiestas de la Epifanía, «el ritual principal consistía en la consagración del agua en los templos, al sumergir la cruz en un recipiente que contenía este líquido. La festividad fue conocida popularmente como Día de Reyes, fecha en que los niños recibían sus regalos, supuestamente traídos por los Tres Reyes Magos».4 Como parte de las fiestas de Epifanía, el rey repartía dinero entre sus soldados y esclavos, lo que pudiera explica la razón por la cual los cabildos africanos iban hasta el Palacio del Capitán General para que el gobernador —en tanto representante del monarca— les diera un aguinaldo.
Era natural que los cabildos eligieran a sus reyes aquel día. Éstos se conocían también con el nombre de capataces o capitanes. Fernando Ortiz sugiere que dicha elección tiene un equivalente con la costumbre de los blancos, muy difundida en España y otros países de Europa, de elegir un Rey de Bobos en el día de Epifanía.
Los Congos, por ejemplo, elegían a sus reyes cada cuatro años, y no eran reelegibles. Se seleccionaban los candidatos en juntas, pero se escogían los reyes al azar. Éstos poseían un considerable poder en la vida legal de los cabildos, teniendo, entre otras cosas, que responder ante las autoridades españolas por las faltas de los suyos. Algunos se engalanaban durante la fiesta de Reyes a la usanza de los europeos, con grandes corbatas, camisas almidonadas, bandas sobre el pecho, sombreros de picos… Otros, en cambio, lucían sus atavíos ceremoniales y montaban sobre zancos.
Así los describe un visitante francés, Xavier Marmier: «De un extremo a otro de la ciudad, artesanos, obreros, criados, se reúnen en diferentes grupos, en torno a un negro que representa al jefe de sus tribus (…) Los jefes son espléndidos. Unos avanzan subidos en altos zancos, como los vascos, y cuando se fatigan de su aérea marcha, caen en brazos de sus seguidores, que los llevan cargados complacientemente, mientras que un tercero toma sus pesadas piernas de madera y las sostienen a sus espaldas, con tanto respeto como antaño las damas de honor portaban la larga cola de las grandes damas».5
Más adelante, Marmier se refiere a jefes cubiertos por un manto de fibras que imitaba la piel de un oso, mientras que otros llevaban en la cabeza un castillo de plumas o se cubrían con máscaras. «Bajo éstas, se escuchan gritos de lechuza, silbidos de víboras, ladridos de perro. Es la señal del baile. El jefe, montado en sus zancos, salta y cabriolea como un mono (…) Después, el séquito se pone en movimiento. Hombres y mujeres se sitúan unos delante de otros y bailan. No, bailar no es la palabra que puede dar idea de esta escena. Es un temblor de todos los miembros. Los cuerpos se agitan, se tuercen, se repliegan, se levantan, saltan como salamandras en el fuego».
Resulta natural que estos reyes, equivalentes de lo que antes fueron los líderes espirituales de cada pueblo, tuvieran una apariencia majestuosa y pintoresca. Ellos representaban a grupos étnicos diferentes, los cuales se distinguían por sus atuendos: los Congos y Lucumíes, con grandes sombreros de plumas; los Arará, con sus collares de caracoles y colmillos de perro o caimán; los Mandingas, con anchos pantalones y chaquetas cortas… Sin embargo, al salir a la calle, los diversos componentes culturales y religiosos se simultaneaban, fusionando los ritos que eran practicados en cada nación: cantos y danzas, divertimentos profanos, máscaras, hechiceros, zancos…
Pudiera dudarse razonablemente sobre la veracidad de los puntos de vista de Marmier, en el sentido de que era un extranjero que estaba de paso por estas tierras. ¿Acaso creyó que eran reyes quienes no lo eran, por el solo hecho de sobresalir por encima de la multitud?
No obstante, quince años después, al describir esas mismas fiestas, el periodista español Aurelio Pérez Zamora afirma: «los reyes negros tienen por vestidura una piel de carnero con cola, el rostro lo llevan matizado con colores vivos que le dan un aspecto aterrador; algunos empuñan en sus manos un gran báculo; otros se levantan sobre zancos como gigantes».6
Reyes o no —aunque es muy probable que algunos de esos recién elegidos capataces los montaran ocasionalmente—, lo que sí parece ser cierto es que quienes andaban sobre zancos llegaron a tener determinada celebridad en aquellas fiestas callejeras.
Pero, si los reyes eran elegidos entre los ancianos integrantes de los cabildos, ¿hasta qué punto aquellos hombres —los cuales ya habían sobrepasado el esplendor de sus capacidades físicas— podían aprender una técnica tan difícil?
No es que la vejez impida dominar los zancos; mas, se requiere de resistencia y un mínimo de habilidades para atenuar los peligros lógicos que se derivan de caminar o bailar sobre dos estrechas vigas de madera. Además del desgaste físico, el grado de dificultad está asociado al modo de cómo vencer el desequilibrio.
Dicho así parece sencillo, pero, antes de aprender a mantenerse estable en las alturas, se corre el riesgo de caer estrepitosamente al suelo una y otra vez. ¡Imagínese el resentimiento de los huesos en cada una de estas caídas! Otro inconveniente era que se trataban de zancos bastante rústicos, los cuales ofrecían poca seguridad cuando se amarraban a las piernas descalzadas.
Por todo ello, parece improbable que aquellos venerables ancianos iniciaran este tipo de práctica en el otoño de sus vidas. A no ser, y ésta es otra posibilidad, que aprendieran a montar zancos en sus años mozos. ¿Dónde? En sus naciones de origen.
En Los bailes y el teatro de los negros en el folklore de Cuba, Fernando Ortiz explica que los zancos eran muy conocidos en Camerún y otros pueblos de la costa occidental de África, donde eran usados en iniciaciones, funerales y ritos de fertilidad. Así, durante siglos, las danzas sobre zancos han formado parte de diversos aspectos de la vida social en ese continente. Todavía en algunas pequeñas tribus de Nigeria se realizan complejos movimientos a más de diez pies de altura.
Las procesiones actuales del Día de Reyes integran diferentes manifestaciones culturales: desde comparsas hasta agrupaciones de teatro callejero. Ellas remedan las llamadas «cuadrillas» que integraban los diferentes cabildos en su paso por las principales plazas y espacios públicos de la ciudad, como puede verse en esta pintura de Víctor Patricio de Landaluze. |
Generalmente estos bailes han sido entendidos como una mediación entre la vida y la muerte. También en las aldeas del pueblo Punu, dispersas entre el Congo y Gabón, se conoce de la existencia de bailarines altísimos que, en las ceremonias fúnebres de personas importantes, usan vistosas máscaras de madera y sobresalen por encima de las casas, representando así al «otro mundo».
Las máscaras constituyen otro elemento recurrente en las danzas rituales africanas, por la facilidad con la que trastocan la identidad de quienes las usan. Según Ramiro Guerra, «el baile sobre zancos es propio de las sociedades de máscaras ceremoniales, donde los acróbatas y los bufones de la misma son los encargados de efectuar estas danzas fuera del ritual mágico religioso. Se sientan en los techos de las casas con el propósito de hacer extrañas piruetas en un solo zanco, abriendo los brazos como alas, recorriendo las plazas en grandes zancadas para el disfrute de las comunidades de las aldeas».7 Al menos ésta es una costumbre de la etnia yoruba en la Costa de Marfil, y no sólo allí, sino que también se practica en Ghana, Malí, Angola, Tanzania, Sudán, Zimbawe…, entre otros países.
En Cuba, durante las fiestas del Día de Reyes, los zancos también fueron usados por cuadrillas de saltimbanquis y gimnastas. Al menos, en 1859, Ontiano Lorca habla de esas cuadrillas: pequeños grupos de personas que recorrían las calles de la ciudad, lideradas por diablitos, entretenidos en hacer «evoluciones, carreras, contorsiones, movimientos grotescos, suertes de zancos, bailar ruedas de gran diámetro y otras faenas por el estilo».8
El dato no deja de ser curioso, pues ubica a los zancos en un contexto completamente ajeno a los rituales sagrados y/o espirituales, en tanto son utilizados sólo por simple diversión. Es de suponer que esas cuadrillas deambulaban por La Habana luego del desfile de los cabildos por la Capitanía General, lo que reafirma que los zancos no estaban asociados únicamente a sus reyes.
Los diablitos sobre zancos formaron parte de una extensa y pintoresca galería de personajes fantásticos. También fueron muy populares: la culona, que vestía un ancho aro a la cintura con una saya de fibras vegetales; las mojigangas, verdaderos títeres callejeros y supuestos intermediarios del espíritu; los peludos y enanos, que se cubrían casi todo el cuerpo con un saco de harina; y también los Anaquillés, ídolos o figuras que permanecían fijos en el extremo de una vara y que se articulaban por medio de hilos. Ya fuese en zancos o no, el comportamiento libre de esos diablitos por la ciudad tenía un basamento teatral que evidenciaba las habilidades para el juego y la danza. Lo confirman estos versos publicados en El Faro Industrial de La Habana:9
Pues hoy la gente africana
Corre por toda La Habana
Dando gritos de placer,
Y entona cantos salvajes,
Grita, ríe, hace visajes,
Sin cesar en su correr (…)
Se ve en los zancos elevado
El diablito engalanado
Cual un feo mascarón:
Para él la calle es poco,
Se agita, se vuelve loco
Bramando como un león.
En un ensayo sobre los orígenes del teatro en Cuba, Osvaldo Cano enfatiza que, si bien «el inicio de nuestro teatro se localiza en las procesiones del Corpus y las fiestas del Día de Reyes, también es cierto que esas manifestaciones iniciales corresponden a lo que solemos llamar Teatro Callejero. Ahí está su génesis».10 Se conoce que estas fiestas se celebraban por todo el país, y que la última se realizó en 1880, año en que fue decretada la abolición de la esclavitud.11
Los zancos hoy forman parte de la vida cultural del Centro Histórico de La Habana. Ello se debe al empeño de un grupo de artistas para revitalizar una antigua tradición, una pequeña parte de nuestro patrimonio no tangible, una costumbre que antaño se practicó en África y en la otrora villa de San Cristóbal de La Habana.
Las máscaras constituyen otro elemento recurrente en las danzas rituales africanas, por la facilidad con la que trastocan la identidad de quienes las usan. Según Ramiro Guerra, «el baile sobre zancos es propio de las sociedades de máscaras ceremoniales, donde los acróbatas y los bufones de la misma son los encargados de efectuar estas danzas fuera del ritual mágico religioso. Se sientan en los techos de las casas con el propósito de hacer extrañas piruetas en un solo zanco, abriendo los brazos como alas, recorriendo las plazas en grandes zancadas para el disfrute de las comunidades de las aldeas».7 Al menos ésta es una costumbre de la etnia yoruba en la Costa de Marfil, y no sólo allí, sino que también se practica en Ghana, Malí, Angola, Tanzania, Sudán, Zimbawe…, entre otros países.
En Cuba, durante las fiestas del Día de Reyes, los zancos también fueron usados por cuadrillas de saltimbanquis y gimnastas. Al menos, en 1859, Ontiano Lorca habla de esas cuadrillas: pequeños grupos de personas que recorrían las calles de la ciudad, lideradas por diablitos, entretenidos en hacer «evoluciones, carreras, contorsiones, movimientos grotescos, suertes de zancos, bailar ruedas de gran diámetro y otras faenas por el estilo».8
El dato no deja de ser curioso, pues ubica a los zancos en un contexto completamente ajeno a los rituales sagrados y/o espirituales, en tanto son utilizados sólo por simple diversión. Es de suponer que esas cuadrillas deambulaban por La Habana luego del desfile de los cabildos por la Capitanía General, lo que reafirma que los zancos no estaban asociados únicamente a sus reyes.
Los diablitos sobre zancos formaron parte de una extensa y pintoresca galería de personajes fantásticos. También fueron muy populares: la culona, que vestía un ancho aro a la cintura con una saya de fibras vegetales; las mojigangas, verdaderos títeres callejeros y supuestos intermediarios del espíritu; los peludos y enanos, que se cubrían casi todo el cuerpo con un saco de harina; y también los Anaquillés, ídolos o figuras que permanecían fijos en el extremo de una vara y que se articulaban por medio de hilos. Ya fuese en zancos o no, el comportamiento libre de esos diablitos por la ciudad tenía un basamento teatral que evidenciaba las habilidades para el juego y la danza. Lo confirman estos versos publicados en El Faro Industrial de La Habana:9
Pues hoy la gente africana
Corre por toda La Habana
Dando gritos de placer,
Y entona cantos salvajes,
Grita, ríe, hace visajes,
Sin cesar en su correr (…)
Se ve en los zancos elevado
El diablito engalanado
Cual un feo mascarón:
Para él la calle es poco,
Se agita, se vuelve loco
Bramando como un león.
En un ensayo sobre los orígenes del teatro en Cuba, Osvaldo Cano enfatiza que, si bien «el inicio de nuestro teatro se localiza en las procesiones del Corpus y las fiestas del Día de Reyes, también es cierto que esas manifestaciones iniciales corresponden a lo que solemos llamar Teatro Callejero. Ahí está su génesis».10 Se conoce que estas fiestas se celebraban por todo el país, y que la última se realizó en 1880, año en que fue decretada la abolición de la esclavitud.11
Los zancos hoy forman parte de la vida cultural del Centro Histórico de La Habana. Ello se debe al empeño de un grupo de artistas para revitalizar una antigua tradición, una pequeña parte de nuestro patrimonio no tangible, una costumbre que antaño se practicó en África y en la otrora villa de San Cristóbal de La Habana.
1MARTA E. Esquenazi: «Fiestas de antecedente africano», en Fiestas populares tradicionales cubanas. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1998.
2Fernando Ortiz: La antigua fiesta afrocubana del Día de Reyes. Departamento de Asuntos Culturales, Ministerio de Relaciones Exteriores, 1960.
3Osvaldo Cano Castillo: «Teatro, calle y sociedad en Cuba colonial», en Una mirada callejera al teatro cubano. Ediciones Matanzas, 2005.
4Virtudes Feliu Herrera: Fiestas y Tradiciones cubanas. Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, 2003.
5Xavier Marmier: «Lettres sur l’ Amérique», en La Sociedad Secreta Abakuá narrada por sus adeptos. Ediciones C.R, Colección del Chicherekú, 1969.
6Aurelio Pérez Zamora: «El Día de Reyes en La Habana», en El Abolicionista español, 15 de enero de 1867.
7Ramiro Guerra: Teatralización del folklore y otros ensayos. Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1989.
8Ontiano Lorca: «Los diablitos y el día infernal en La Habana», en Prensa de La Habana, 6 de enero de 1859.
9Vicente: El Faro Industrial de La Habana, 6 de enero de 1842, citado por Fernando Ortiz en «La antigua fiesta afrocubana del Día de Reyes», op. cit., p. 51.
10Osvaldo Cano Castillo: op. cit., p. 54.
11Fernando Ortiz: op. cit., p. 50-52.
2Fernando Ortiz: La antigua fiesta afrocubana del Día de Reyes. Departamento de Asuntos Culturales, Ministerio de Relaciones Exteriores, 1960.
3Osvaldo Cano Castillo: «Teatro, calle y sociedad en Cuba colonial», en Una mirada callejera al teatro cubano. Ediciones Matanzas, 2005.
4Virtudes Feliu Herrera: Fiestas y Tradiciones cubanas. Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, 2003.
5Xavier Marmier: «Lettres sur l’ Amérique», en La Sociedad Secreta Abakuá narrada por sus adeptos. Ediciones C.R, Colección del Chicherekú, 1969.
6Aurelio Pérez Zamora: «El Día de Reyes en La Habana», en El Abolicionista español, 15 de enero de 1867.
7Ramiro Guerra: Teatralización del folklore y otros ensayos. Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1989.
8Ontiano Lorca: «Los diablitos y el día infernal en La Habana», en Prensa de La Habana, 6 de enero de 1859.
9Vicente: El Faro Industrial de La Habana, 6 de enero de 1842, citado por Fernando Ortiz en «La antigua fiesta afrocubana del Día de Reyes», op. cit., p. 51.
10Osvaldo Cano Castillo: op. cit., p. 54.
11Fernando Ortiz: op. cit., p. 50-52.
Roberto Salas San Juan,
dirige el grupo de teatro callejero Gigantería.
dirige el grupo de teatro callejero Gigantería.