Tomada de: Pinterest
Por René Leon
Caminaban cuesta abajo. La reverberación del sol molestaba a los ojos del campesino y del niño. Se traslucía un horizonte gris. Los dos iban pegados, montados cada uno en su caballo.
El campesino tendría alrededor de unos setenta
años. Su pelo blanco y su tez bronceada, de una persona acostumbrada a pasar el
día al sol. El muchacho de unos doce años, trataba de mantener la cabalgadura al
paso del otro animal.
-Abuelo, esa es la finca de la familia
Pérez.
El abuelo detuvo el caballo y miró hacia la
casa que se veía a lo lejos, junto a un pequeño puente de madera, ya viejo.
-Hijo, estos campos son testigos fieles de
un amor puro. El de Octavio y Sofía. Sus padres se oponían al noviazgo. Pero
más pudo el amor y la perseverancia.
El campesino se quedó pensativo mirando de
un lado a otro del campo. La brisa sacudía las ramas de los pocos árboles. En la
maleza desaparecía un jubo, los judíos, posados en los árboles, los
contemplaban.
-Octavio venía siempre por esa guardarraya
con su caballo blanco y su guitarra, entonando diferentes cantos a su amada. Recuerdo
que siempre al acercarse a la casa le cantaba:
Blanca paloma dormida
que silencio encuentro en tí,
ya no te acuerdas de mí
o te tienen escondida.
Cuéntame algo de tu vida
sí te tratan bien o mal
que yo te sabré buscar
un árbol donde te poses,
donde mi vida reposes
y alivio te pueda dar.
-Pobre de ella. Se ha de haber sentido abandonada.
Se habían hecho promesa de morir juntos, si no se podían casar. El viejo hizo una
pausa y siguió hablándole al niño:
-Octavio y yo éramos muy amigos. El me
contaba sus penas de amor. El la llamaba a ella "La Paloma". Ella era una muchacha de quince años, con los ojos humildes.
Si algo tenía bonito eran los ojos.
El viejo hizo caminar el caballo hacia la
casa vieja y abandonada, donde se veían unas gallinas engurruñadas como si
estuvieran durmiendo. Las paredes de la casa estaban grisosas, reflejaban la
luz del sol. Hacia años que no visitaba aquel lugar. Hallábase todo cubierto de
escobas amargas, y únicamente se veía la flor de algún rosal, ya marchitándose.
Contempló los alrededores ¡qué soledad y que silencio!
-Todavía se oyen por el camino de la Encrucijada,
el ruido de los cascos del caballo de Octavio, dicen los campesinos de los
alrededores. Solamente es el caballo que va y viene, cuando sale la luna llena.
Quedó unos segundos en silencio y le dijo al niño:
-Hijo, muchos han visto el caballo blanco
y han oído el canto del galán, entonando su "Blanca Paloma".
Por la puerta principal de la casa se
podía ver la sala amplia. Colgado de una de las paredes un cuadro vacío. Mas
allá un taburete viejo, reliquia de tiempos pasados.
-El amor de los jóvenes duró como tres años,
hasta que al fin los padres permitieron que se casaran. Se casaron y vivieron felices
durante varios años. Hasta que un día Octavio murió de un ataque al corazón. Dejando
seis hijos a la pobre Sofía. Ella al verse sola vendió la finca y se fue con los
hijos para la capital.
El niño miraba la vieja casa, que estaba
envuelta en una luz parda. El muchacho viró la cabeza rápidamente, al sentir unos
pies que se arrastraban.
-Buenas tardes Miguel, ¿qué te trae por aquí?
-Nada Genaro, éste es mi nieto y estaba interesado
en ver la casa y saber la historia de "Blanca Paloma".
-Le diré Miguel, que ayer el caballo
andaba por estos campos, y se oía a Octavio cantar con aquella voz tan sentimental.
¿Te acuerdas, Miguel?
-Sí, Genaro. Bueno, buenas tardes que
llego tarde al pueblo.
El viejo y el niño emprendieron el camino
de regreso al pueblo. En la mente del muchacho la fantasía empezó a trabajar.
Un caballo pasó al galope por el camino de la Encrucijada. Se oía el canto de los
gallos. Las ráfagas del viento sacudiendo las hojas, con el eterno aroma del campo.
El sol se había ocultado. Las sombras de la noche iba envolviendo el atardecer,
cubriendo la tierra. El niño se acordaba de lo que el viejo Genaro había dicho.
-Abuelo, ¿era ése el caballo blanco de Octavio?
El abuelo siguió el camino. Ya la noche
empezaba a estar alta. Comenzaron su carrera las estrellas fugaces. La noche se
iba adueñando del cielo. Siguieron cabalgando. A lo lejos por el camino de la Encrucijada,
se oía el paso de un caballo y una voz lejana entonaba una canción.
Blanca paloma dormida
que silencio encuentro en tí
ya no te acuerdas de mí
o te tienen escondida.
El niño volvió la cabeza, no era su imaginación.
Era Octavio que cantaba a su amada.
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