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domingo, 15 de diciembre de 2013

Los Pregoneros

 Ileana Fleites-La Salle

Recuerdo a mi ciudad natal de Santa Clara, en la provincial de Las Villas, Cuba, como una gran ciudad, incluso capital de provincial, pero con un sabor pueblerino muy típico y exquisito. Y digo que era una gran ciudad porque en aquel entonces la población de Santa Clara contaba con cerca de 170,000 habitantes; pero eran estos mismos habitantes los que le daban a Santa Clara una personalidad de pueblo costumbrista.

He aquí un breve relato de una de las muchas costumbres y tradiciones que recuerdo con cariño porque fueron parte de mi niñez: los pregones.

Vivíamos tan sólo a tres cuadras del Parque Leoncio Vidal, situado en lo que podemos llamar el centro de la ciudad. Y pienso que quizás esta situación geográfica, tan céntrica y conveniente, era lo que atraía el paso de tantos y muchos de los vendedores ambulantes o a caballo que día a día pregonaban las maravillas y bellezas de sus vituallas a vender.

Uno en particular, el escobillero, tenía el pregón más musical de cuantos pasaban por mi casa. Este hombrecito de piel oscura y andar tambaleante traía siempre colgadas en la espalda y pecho varias escobas, escobillas, palos de balleta y otros similares escobillones cuyos nombres no recuerdo con exactitud; también colgaban de su cintura cepillos de diferentes tamaños y formas. Toda esta parafernalia colgada por medio de sogas de diferentes partes de su cuerpo. Su pregón se oía desde que venía por la calle Independencia o Luis Estévez y era siempre el mismo:

“Escobillero, escobillero
vendo escobas, escobillas y escobillones,
doy todo a mitad de precio, liquidando”

Aunque me es imposible transmitir la musicalidad de aquel pregón en el papel, todavía soy capaz de oír perfectamente las notas y la inflexión de aquel anunciar mañanero que era reconocido en toda Santa Clara; y si cierro mis ojos soy también capaz de ver en mi imaginación a aquel vendedor pequeño de estatura, que transmitía la emoción musical a aquel pregón tradicional, mientras que era identificado en toda la ciudad como “el hombre de los escobillones”.

Otro muy conocido era “el hombre del café”. Un señor relativamente joven, de camisa blanca y pantalones  azul Prusia que caminaba a paso muy acelerado con cuatro termos, dos en cada mano, vendiendo café. Su pregón era muy simple, como una confirmación concisa y ajustada a su producto pero con la plena convicción de la venta, que no ocurría tan frecuente como lo era su pregón. Sus muy simples palabras anunciadoras empezaban muy suave y de bajo tono, talmente parecía un murmullo o como algo dicho a “sotto voce”; pero a medida que no se le llamaba, su anunciar se hacía más cálido e insistente, el tono de voz iba en aumento, hasta terminar en un aullido vociferado e inflamatorio donde añadía algunos vocablos innecesarios. Aquí va el simple pregón:

Café…..café…….café……café…..cafecito…….c-ñ-  café
(Espero que el lector pueda imaginar la palabra diariamente utilizada por este pregonero sin tenerla que expresar explícitamente) – “Al buen entendedor, con pocas palabras (y en este caso letras) basta…”

Otro pregonero que recuerdo es aquel que pasaba a caballo vendiendo frutas y era el de las frutas y vegetales, el guajiro típico. Este era la estampa típica de lo que hoy en día yo definiría, estereotipadamente, como un guajiro. Vestía camisa azul de trabajo, de mangas largas, pantalones de trabajo, botas de campo y un gran sombre de yarey que nunca se quitaba. Su pregón era un tanto monótono aunque extremadamente musical:

Traigo frutas frescas del campo……
frutas y vegetales frescos yo traigo….”

Estaba también el naranjero, aquel que traía docenas de naranjas frescas, jugosas, amarillas y dulces en una “jaula”. La tal jaula era una especie de armazón cuyas paredes eran de malla de alambre. De esta forma se podían ver desde el exterior las naranjas que uno quería comprar (no porque las naranjas fueran tan salvajes que pudieran escaparse…).  Este hombre tenía también un aparatico con el cual le quitaba la cáscara a las naranjas como resultado del movimiento circular de una manivela. Los niños, y en especial las niñas adolescentes se disputaban aquellas cáscaras enrolladas para tirarlas al piso y ver qué letra formaban.; casi siempre formaban, (o se creían que formaban) la letra del nombre de alguien, que en el caso de las adolescentes equivalía a la inicial del “hombre con el cual te vas a casar….”

Este vendedor era un poquito cascarrabias y no le gustaba que la gente tocara las naranjas antes de comprarlas. Había entrenado a las amas de casa a que éstas simplemente le indicaran con el dedo las naranjas que querían comprar. Su pregón era muy simple:

               “Naranjas, naranjitas…
               Naranjas de china dulces,
               Naranjas frescas traigo yo…
               Yo traigo naranjas frescas

También recuerdo al amolador de tijeras, que aparecía por las tardes, después de la hora de la siesta (seguramente coincidiendo con la hora en que la mayoría de las amas de casa utilizaban para coser). Venía en bicicleta y su máquina de afilar era muy simple y la cargaba en la parte de atrás de la bicicleta. Consistía en una piedra de amolar conectada con una o dos ligas y correas a una manivela; cuando ésta se activaba, la piedra daba vueltas. Se afilaban así tijeras y cuchillos. El ruido de este afilar era suficiente pregón, su chirriar se oía en toda la cuadra. Su estilo era algo diferente al de los otros vendedores y pregoneros. Simplemente  tocaba a las puertas de las casas y preguntaba:

¿Tiene tijeras y cuchillos que afilar hoy?

Otro pregonero que todos recordamos en Santa Clara es el manisero, por lo simple y escueto de su pregón. El manisero era un hombre alto y corpulento que no sé por qué siempre me dio la impresión de que no había nacido para pregonar. Pasaba por las tardes y traía una especie de lata grande llena de cucuruchos de papel conteniendo los maníes. Cuando éramos pequeños, creíamos que aquella lata era mágica pues el maní siempre estaba caliente. Asumo hoy que tal magia era posiblemente una vela en la base de la lata, mantenida a distancia para que los cucuruchos de papel no se incendiaran.

El pregón del manisero era más bien dos gritos donde la primera palabra era clara y era aquella de “Maní”; con la segunda palabra este hombre retaba las leyes de la gramática española al omitir alguna sílaba de la palabra “Manisero” y convertirla en palabra aguda a voluntad. Y ésta se llegaba a entender más bien por natural asociación de ideas que por audición selectiva. Era muy peculiar este pregón, el cual se oía desde que venía de muy lejos:

“¡ Maní! ………¡Man-… ceró !                ¡ Maní! …… ¡Man- … ceró !”




También recuerdo al barquillero. Este vendedor ambulante pasaba siempre por mi casa cerca de las 6 de la tarde. De niña me preguntaba por qué pasaba tan tarde y tan cerca de la hora de la comida. A mí, como a la mayoría de los niños de mi edad, no nos dejaban comer golosinas a esa hora pues … era “muy cerca de la hora de la comida y después no comes”.

Este barquillero debe haber sido un hombre muy inventivo pues había convertido un viejo recipiente de leche de grandes dimensiones en un curioso juego para niños. Adentro de aquel recipiente de metal traía las barquillas las cuales y debido a su forma, se insertaban una adentro de la otra para que ocuparan menos espacio y poder traer mayor cantidad. La tapa redonda se había convertido en un tablero con números pintados en el borde, en rojo y azul. Los números, en cualquier orden iban del 1 al 5. Había una manecilla en el centro de la tapa, la cual giraba y paraba indicando uno de los números. Por 2 centavos se tenían tres chances para hacer girara a la manecilla y ver cuántas barquillas “nos habíamos ganado”. Este juego de suerte era muy atractivo para los niños que nunca sabíamos cuántas barquillas nos íbamos a comer.

Lo más curioso del barquillero era que no tenía pregón definido y no pasaba con regularidad. Nunca se sabía qué día iba a aparecer y cuando lo hacía siempre venía cantando una canción popular que interrumpía de vez en cuando para pregonar: “Barquillas……¡Barquillas!” y luego continuar con su canto del día.

Otro más de aquellos vendedores típicos que inundaban la cuadra de color y sonido en las mañanas de nuestra ciudad era “Vivito”, el pescadero. A este señor lo conocíamos desde que era joven y con pelo negro, el cual se fue encaneciendo y tornándose gris con el paso de los años. Vestía camisa y pantalones grises de trabajo, con grandes zapatos o botas como si estuviera todavía cerca del mar, pescando. Conocía a mi familia bien, de muchos años y si alguien enfermaba, se interesaba por la salud y recuperación del enfermo. Igualmente hacíamos con él y su familia. Su peculiar pregón era inconfundible:

               “Pescado fresco…
               Vivito, vivito…”

Con los años y experiencia en el trabajo, sabía exactamente qué familias cocinaban pescado, y el día de la semana en que lo preferían; asimismo sabía qué tipo de pescado era el preferido de cada familia y se esmeraba en obtener el mejor pescado y el más “vivito” de todos los alrededores. Era nuestro proveedor del plato principal de los viernes y durante Semana Santa su presencia jugaba un papel muy importante, tanto social como religioso. Cuando nos llegó la “salida de Cuba”, Vivito se despidió de nosotros como un familiar más. Él también quería abandonar el sistema imperante pero carecía de familiares o amigos en Estados Unidos que pudieran costearle y tramitarle la visa para salir por España. Nunca supimos qué fue de su vida o si estará todavía “vivito”.

Éstos y otros pregoneros formaban parte de las costumbres y tradiciones de Santa Clara, aquella ciudad con personalidad pueblerina que se levantaba orgullosa en el mismo centro de la isla más grande del Caribe. Aquella ciudad donde un sol casi tropical y las brisas provenientes de la loma del Capiro daban la bienvenida diaria a sus habitantes y a todos aquellos que afluían a la ciudad a ganarse la vida con la venta de sus productos, que eran anunciados a través de sus populares pregones.   




En 1998, la autora resultó ganadora del Primer Premio “Enrique José Varona” con Los Pregoneros en la categoría de Estampas Costumbristas

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