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jueves, 1 de junio de 2017

La glorificación del solterón profesional


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Escrito por Emilio Roig de Leuchsenring
 Publicado el 28 Marzo 2011
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¡Pobres seres incomprendidos son los solterones!

La humanidad ha reconocido en todos los pueblos y a través de todas las épocas que es el martirio sufrido en defensa o para mantener una idea, creencia o doctrina, la más elevada ofrenda que puede el hombre tributar como testimonio de la sinceridad del ideal que profesa o de su adhesión a una causa; y tan es así, que las religiones elevan a la categoría de santo al que muere en defensa de su credo, y los pueblos colocan entre los grandes hombres de la patria a los que por ella ofrendaron su sangre y su vida.
Hasta ahora los solterones profesionales, empedernidos o recalcitrantes no habían glorificado su antimatrimonismo con la palma del martirio. Su solteronía no pasaba de ser una doctrina o sistema de vida que no gozaba en realidad de numerosos prosélitos, y era en cambio objeto de la censura de muchos hombres y de todas las mujeres.
Suele ser el solterón un tipo raro, excéntrico, difícil de encontrar en nuestra sociedad, mal visto por ella porque va en contra de la corriente general, tachado de egoísta, porque no quiere constituir familia, acusado de casasola porque se resiste a formar su hogar y prefiere vivir sol o y aislado.
Tiene el solterón profesional que resistir a diario las indirectas y directas de cuantos te tratan:
—¿Por qué no te casas? No seas egoísta.
—Vas a morir solo, sin tener quien te cuide en tus últimos años…
—Elige una muchacha buena y hacendosa, para que te acompañe. ¿Quieres que te la busque?
Si encuentra a algún amigo al que hace tiempo no vé, éste le dispar:
¿Ya te casaste?
Y al contestarle que no, le replicará en tono de regaño:
—¡Hombre! ¿Para cuando esperas? Mira que te estas poniendo viejo y cuando te resuelvas a casarte, querrás hacerlo con una chiquilla que pueda ser tu hija, por la edad, y te expones… bueno… viejo que se casa con una niña, ya sabe lo que ocurre.
Esa es la vida del solterón profesional, empedernido o recalcitrante.
Conviene determinar bien cuándo se es solterón. No es tal, el que ocasionalmente está soltero porque no ha encontrado la mujer que le agradaba, o tuvo algún fracaso amoroso; o nó se casa por dificultades económicas o aversión marañónica a la mujer.
No. Solterón es el hombre que en el pleno uso y desarrollo de todas sus facultades físicas y mentales, esencia y potencia, después de larga y profunda meditación, basándose en la historia y en la observación directa, e inconforme con las normas políticas, sociales y familiares que aún rigen la humanidad, toma la resolución inquebrantable de no contraer matrimonio. Para que pueda ser considerado solterón profesional, debe pasar, además, de los treinta y cinco años.
Por lo pronto, a lo menos que tiene derecho el solterón es a que se
respete su manera de pensar y de actuar, su vida, aunque ésta para algunos tenga por lemas aquellos célebres de Los Civilizados, de Farrere: «el máximun de goce y el mínimun menor confianza, porque en seguida de esfuerzo»; «hay que parecer sabios de día y locos de noche»; «nuestra vida es un viaje en paquebote; hay que divertirse durante le viaje.
Ese respeto para sus ideas y su vida, no lo logra el solterón profesional. Los hombres lo miran mal, por envidia y por rabia de no haber permanecido solteros. Raras veces, algún momento de expansión y de sinceridad, echándole el brazo al hombro a algún solterón amigo, un casado arrepentido y desgraciado se atreve a exclamar:
—Tú sí entiendes la vida! No te cases, viejo, no vale la pena. Te lo digo por triste experiencia.
Las mujeres dicen horrores de los solterones, primero por la imposibilidad de trabarlos, y después, por el mal ejemplo que dan a los demás hombres.
Las madres de familia con hijas casaderas o colocables, procuran alejarlos de la casa, para que no entretengan a sus niñas y les hagan perder el tiempo, ahuyentándoles, además a algún «buen partido» que venga con «intenciones honradas».
De corrompido, suele también ser considerado el solterón profesional, porque no vive «como Dios manda». Es por ello la comidilla de las mujeres que tratan de averiguarle con quién sale a paseo o de parranda, a qué horas se acuesta y levanta…
Algunas muchachas o señoras que conocen de vista nada más a algunos solterones profesionales, o de oídas, por todos los chismes y malos antecedentes del caso, cuando un buen día le es presentado alguno, qué sorpresa suelen recibir al encontrarse que no es tan fiero el león como lo pintan, y que el solterón puede ser un hombre agradable, de charla amena, larga experiencia, conocedor del corazón femenino, tolerante con las opiniones de los demás, complaciente con los gustos ajenos, no tímido, pero tampoco atrevido, que ha tenido un tacto especial para celebrar aquello que, precisamente otros no habían celebrado nunca; que es capaz de guardar un secreto y no es lengua larga como tantos chiquillos a los que no se les puede permitir la caricia inoportuna; que son capaces de hacerle un favor y sacarla de un trance apurado, sin querer cobrar la comisión en fin, que es una lástima esa obsesión en permanecer solteros. ¡Tan simpáticos! En fin—y este es el mejor elogio que creen hacerle —¡hasta podrían ser los grandes maridos!
¡Pobres seres incomprendidos son los solterones! Ni siquiera les favorece el tener a su favor el ejemplo elocuentísimo que les dejó el propio fundador del matrimonio, Cristo, no queriendo probar lo que era la sagrada institución y no casándose, a pesar de los coqueteos que con el tuvieron Marta y María, prefiriendo morir soltero en una cruz antes que vivir con la cruz acuesta del matrimonio.
Ni siquiera el que sea Cristo el santo patrono de los solteros les sirve para ser mejor considerados por sus semejantes.
Tal vez de aquí en adelante se les tenga en mejor concepto o al menos se respeten sus ideas, porque ya la solteronía tiene un mártir muerto trágicamente en defensa del celibato perpetuo. Verán ustedes.
En uno de los últimos números de La Voz de Madrid, aparece este cable que copio al pie de la letra:
BERLIN 14 (2 t.)—Despachos de Naugard (Pomerania) dan cuenta de un extraño suceso.
El domingo por la mañana debía celebrarse en dicha población el matrimonio de un joven llamada Frantz.
Habían sido invitadas a él más de 200 personas, las cuales se dirigieron a 1a iglesia.
Puntualmente llegaron los padres del novio, los de la novia, ésta y los testigos.
Pero el novio no parecía por parte alguna.
En vista de su tardanza salieron a buscarle, y lo hallaron ahorcado de un árbol de una granja próxima.
En uno de sus bolsillos encontraron un papel donde había escrito con lápiz:
«Durante la última noche he estado pensando qué me convendría más: si casarme o ahorcarme, y me he convencido de que esto último es lo que más me conviene. Por lo tanto, me ahorco.
La novia, al enterarse, sufrió un ataque».
San Frantz, apóstol y mártir del celibato, enemigo del matrimonio que preferiste la muerte antes que faltar a tus creencias, los solterones profesionales, empedernidos y recalcitrantes, de todo el mundo te glorifican y adoran y cantan en honor estas letanías:
«San Frantz, ayúdanos.
Santo protector de los solterones, protégenos.
Mártir del ideal, consérvanos la fe en nuestras creencias.
Apóstol divino, líbranos de caer en las redes de las niñas casaderas y madres casamenteras.
¡San Frantz, aleluya, aleluya!»
¡Hosanna a San Frantz, en las alturas!

(Artículo de costumbre publicado en Carteles, 15 enero de 1928).

Emilio Roig de Leuchsenring
Historiador de la Ciudad desde 1935 hasta su deceso en 1964.

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