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jueves, 1 de octubre de 2020

Bienvenidos a Pensamiento

MI CASA

Foto tomada de: allbiz

Mi casa está pintada 
de un color especial; 
de pasiones, ilusiones 
y amores felices. 

En ella florecen los besos, 
las caricias y las ternuras. 
Vuelan los gorriones 
en el sencillo mundo de los árboles y las brisas. 

Ella está llena
del canto de los pájaros;
con una alcoba caliente y segura 
para el sueño y el amor. 

En esa casa solamente mía
te quisiera tener,
para embriagarme en sueños remotos, 
donde siempre estés tu. 

Miré mi casa
y vi que la puerta estaba abierta. 
y al abrirla,
te encontrabas tú. 

René León(†) 

Sucedió este Mes en la Historia - October 24, 1793

Calendario republicano francés

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El calendario republicano francés (en francés: Calendrier républicain) es un calendario propuesto durante la Revolución francesa y adoptado por la Convención Nacional, que lo empleó entre 1792 y 1806. El diseño intentaba adaptar el calendario al sistema decimal y eliminar del mismo las referencias religiosas; el año comenzaba el 22 de septiembre, coincidiendo con el equinoccio de otoño en el hemisferio norte.

El calendario republicano fue diseñado por el matemático Gilbert Romme, miembro de la Convención, con la ayuda de los astrónomos Joseph Jerôme de LalandeJean-Baptiste Joseph Delambre y Pierre-Simon Laplace, aunque se le suele atribuir notable participación al poeta Fabre d'Églantine, quien dio los nombres a los meses y días.

Nació así por decreto de la Convención Nacional Francesa del 5 de octubre de 1793, y el calendario fue adoptado por la Convención Nacional controlada por los jacobinos el 24 de octubre de 1793. Se fijó su inicio el 22 de septiembre de 1792, coincidiendo con la proclamación de la República en el Jeu de Paume. De ese modo, el calendario comenzó un año antes de ser finalmente adoptado, el día del inicio de la nueva era de Francia, al punto que el periodo de septiembre de 1792 a septiembre de 1793 fue denominado «Año Uno de la Revolución».

El calendario fue de aplicación civil en Francia y sus colonias americanas y africanas hasta que Napoleón abolió su uso oficial el 1 de enero de 1806 (de hecho este día correspondió a la medianoche del 10 de nivoso del año XIV, es decir, el 31 de diciembre de 1805, poco más de doce años después de haber sido introducido) como una manera oportuna de eliminar los signos del delirio republicano.

Napoleón se había autoproclamado Emperador de los franceses en diciembre de 1804 y había creado la nueva nobleza imperial durante el año 1805. Ambos conceptos eran incompatibles con la naturaleza de este calendario. Además, tras la abolición del calendario republicano y la vuelta al gregoriano, se reconcilió con los católicos y el papado, de los que consiguió una cierta tolerancia al devolver las festividades civiles y religiosas de la Iglesia católica; por otra parte, consideró asimismo cuestiones prácticas, tales como las ventajas de utilizar el calendario gregoriano, que casi todo el resto de Europa empleaba entonces.

Calendario republicano de 1794.

Este calendario se volvió a implantar brevemente tras el derrocamiento de Napoleón en 1814, y fue usado también por la efímera Comuna de París de 1871

Los meses del año[editar]

En el calendario republicano, los años siempre empezaban en el equinoccio de otoño, tenía doce meses de treinta días cada uno. Los meses se dividen en tres décadas de diez días (desaparecen las semanas). No coinciden exactamente con los meses del calendario gregoriano, al empezar siempre la cuenta de los meses con el inicio astronómico de las estaciones, tal y como se hace también con el zodiaco griego. Los nombres de los meses adoptan denominaciones de fenómenos naturales y de la agricultura:

Una copia del Calendario Republicano Francés en el Museo Histórico de Lausanne.

Otoño (terminación -ario, -aire):

  • Vendimiario (Vendémiaire, del latín vindemia, 'vendimia'), a partir del 22, 23 o 24 de septiembre.
  • Brumario (Brumaire, del francés brume, 'bruma'), a partir del 22, 23 o 24 de octubre.
  • Frimario (Frimaire, del francés frimas, 'escarcha'), a partir del 21, 22 o 23 de noviembre.

Invierno (terminación -oso, -ôse):

  • Nivoso (Nivôse, del latín nivosus, 'nevado'), a partir del 21, 22 o 23 de diciembre.
  • Pluvioso (Pluviôse, del latín pluviosus, 'lluvioso'), a partir del 20, 21 o 22 de enero.
  • Ventoso (Ventôse, del latín ventosus, 'ventoso'), a partir del 19, 20 o 21 de febrero.

Primavera (terminación -al):

  • Germinal (del latín germen, 'semilla'), a partir del 20 o 21 de marzo.
  • Floreal (Floréal, del latín flos, 'flor'), a partir del 20 o 21 de abril.
  • Pradial (Prairial, del francés prairie, 'pradera'), a partir del 20 o 21 de mayo.

Verano (terminación -idor):

  • Mesidor (Messidor, del latín messis, 'cosecha'), a partir del 19 o 20 de junio.
  • Termidor (Thermidor, del griego thermos, 'calor'), a partir del 19 o 20 de julio.
  • Fructidor (del latín fructus, 'fruta'), a partir del 18 o 19 de agosto.

La mayoría de los nombres de meses son neologismos derivados de palabras similares en francés, latín o griego. Las terminaciones de los nombres están agrupadas según la estación.

Cada uno de los diez días de las décadas se llaman sencillamente primididuoditridiquartidiquintidisextidiseptidioctidinonididécadi.

Los cinco días (seis en años bisiestos) que hacen falta para completar el año se empleaban como fiestas nacionales al final de cada año. Al principio estos días fueron conocidos como les Sans-Culottides, pero después del año III (1795) fueron conocidos como les jours complémentaires o días complementarios:

Los años bisiestos en el calendario republicano fueron un punto muy polémico, debido a los requerimientos de comenzar el año en el equinoccio otoñal, así como de añadir un día cada cuatro años (como en el calendario gregoriano). Aunque los años III, VII y XI fueron considerados años bisiestos, y los años XV y XX también se planificaron como tales, nunca se desarrolló un algoritmo para determinar los años bisiestos después del año XX, porque el calendario fue abolido. Véase como referencia el informe y proyecto de decreto presentados por G. Romme, el 19 de floreal, año III:

Una regla de intercalación levantará todos los inconvenientes. La que nos proponen los astrónomos conduce a tres correcciones indispensables: una cada cuatro años, la segunda cada cuatrocientos años; la tercera cada treinta y seis siglos, o por más conveniencia, cada cuatro mil años. Llamando franciades esos tres periodos sucesivos, todo el sistema de la computación francesa se encierra en esos seis resultados:
  • Diez días forman una década;
  • Tres décadas forman un mes;
  • Doce meses y cinco días forman un año;
  • Cuatro años y un día forman una franciade;
  • Cien franciades simples, menos tres días, forman una franciade secular;
  • Diez franciades seculares, menos un día forman una franciade milar.

José Martí y su artículo titulado “A la Raíz”

Por:Víctor Pérez-Galdós Ortíz


José Martí, 1960, Eduardo Abela, Óleo sobre madera, 41 x 34 cmn

 

  Desde que creara el periódico Patria en marzo de 1892 y durante varios años José Martí utilizó esta publicación para exponer conceptos de gran significación y también detallar valoraciones sobre la situación existente en Cuba.

Incluso hizo referencia a figuras relevantes de la guerra por la independencia de Cuba, como era Antonio Maceo y Grajales.

  Patentizó, además, otras cuestiones asociadas con la trascendencia que le atribuía al hecho que nuevamente se combatiese con el objetivo supremo de alcanzar la liberación de su tierra natal del yugo colonial español.

Precisamente acerca de ello comentó en su trabajo titulado “Nuestras ideas”, reflejado en la edición inicial  de este periódico el 14 de marzo de 1892.

En dicho material expuso: “Para juntar y amar, y para vivir en la pasión de la verdad, nace este periódico”.

  Y otro de sus trabajos más significativos reflejados en Patria fue el titulado “A la Raíz”, que salió publicado en la edición correspondiente al 26 de agosto de 1893.

En la parte inicial de este trabajo señaló que los pueblos, como los hombres, no se curan del mal que les roe el hueso con menjurjes de última hora, ni con parches que les muden el color de la piel.

  Precisó que a la sangre hay que ir, para que se cure la llaga y también resaltó: “No hay que estar al remedio de un instante, que pasa con él, y deja viva y más sedienta la enfermedad. O se mete la mano en lo verdadero, y se le quema al hueso el mal, o es la cura impotente, que apenas remienda el dolor de un día, y luego deja suelta la desesperación.”

Martí planteó que no ha de irse mirando como vengan a las consecuencias del problema y fiar la vida, como un eunuco, al vaivén del azar y añadió que hombre es el que le sale al frente al problema, y no deja que otros le ganen el suelo en que ha de vivir y la libertad de que ha de aprovechar.

  Fue categórico al definir la actitud y labor de los seres humanos en general al patentizar: “Hombre es quien estudia las raíces de las cosas. Lo otro es rebaño, que se pasa la vida pastando ricamente y balándoles a las novias, y a la hora del viento sale perdido por la polvareda, con el sombrero de alas pulidas al cogote y los puños galanes de los tobillos, y mueren revueltos en la tempestad.”

  Martí igualmente enfatizó que se busca el origen del mal y se va derecho a él, con la fuerza del hombre capaz de morir por el hombre.

  Para él los egoístas no saben de esa luz, ni reconocen en los demás el fuego que falta en ellos, ni en la virtud ajena sienten más que ira, porque descubre su timidez y avergüenza su comodidad.

  Y aseguró seguidamente: “Los egoístas, frente a su vaso de vino y panal, se burlan, como de gente loca o de poco más ó menos, como de atrevidos que les vienen a revolver el vaso, de los que, en aquel instante tal vez, se juran a la redención de su alma ruin, al pie de un héroe que muere, a pocos pasos del panal y el vino, de las heridas que recibió por defender la patria.”

  Como se puede apreciar Martí estableció una marcada diferencia entre aquellos que desde una posición cómoda y sin principios pretendían enjuiciar y criticar a los que en forma consciente estaban dispuestos a entregarlo todo, hasta sus propias vidas, en el empeño de lograr que Cuba fuese libre e independiente.

  En disímiles ocasiones desde las páginas de Patria y también, con antelación, en varias de sus intervenciones ante los emigrados cubanos residentes en distintas ciudades norteamericanas, Martí se refirió a este tema y en todo momento reiteró el compromiso que tenía con lo que constituyó uno de sus grandes sueños: la reanudación de la lucha por la independencia de Cuba.

  En el propio trabajo titulado “A la Raíz” Martí resaltó cómo cada cubano que moría en ese empeño se convertía en un símbolo al precisar: “Cada cubano que cae, cae sobre nuestro corazón. La tierra propia es lo que nos hace falta. Con ella ¿qué hambre y qué sed? Con el gusto de hacerla buena y mejor, ¿qué pena que no se atenúe y cure? Porque no la tenemos, padecemos. Lo que nos espanta es que no la tenemos. Si la tuviésemos, ¿nos espantaríamos así? ¿Quién, en la tierra propia, despertará con esta tristeza, con este miedo, con la zozobra de limosnero con que despertamos aquí?”

  Y concluyó el trabajo con este principio que mantiene una gran significación y vigencia: “A la raíz va el hombre verdadero. Radical no es más que eso: el que va a las raíces. No se llame radical quien no vea las cosas en su fondo. Ni hombre, quien no ayude a la seguridad y dicha de los demás hombres.”

FUENTE DE LA INDIA O DE LA NOBLE HABANA

posted by Derubin Jacome in CUBA EN LA MEMORIA
La Fuente de la India fue la primera imagen captada por un fotógrafo en la ciudad.

Esta fuente fue colocada originalmente, en 1837, en la Puerta este del antiguo Campo de Marte en sustitución a la de Carlos III. Cuatro años después fue situada donde en estos momentos se encuentra, pero en 1863 resultó trasladada al Parque Central, identificado entonces con el nombre de Isabel II. En 1875 el monumento fue ubicado nuevamente donde se aprecia en la actualidad pero la cara de la estatua se situó en dirección hacia el oeste. En 1928 al inaugurarse el Parque de la Fraternidad, la Fuente de la India fue dejada en ese sitio, aunque le cambiaron su orientación, ya que ahora mira en dirección norte.

Fue diseñada por el arquitecto italiano Giuseppe Gaggini bajo el mandato del Conde de Villanueva, don Claudio Martínez de Pinillos. Construida con mármol blanco de Carrara y tiene una altura de tres metros. Este escultor es también autor de la Fuente de los Leones en la Plaza San Francisco de La Habana.

La Fuente de la India o de la Noble Habana, es una representación donde figura la imagen de la mítica india “Habana”, esposa del cacique “Habaguanex”, regente de la zona antes de la llegada de Colón y de la cual se cree que toma el nombre la capital de Cuba.

Está inspirada en una leyenda de una bella aborigen que recibió en el siglo XVI a los navegantes españoles que realizaban el bojeo a Cuba, en 1509. Según los cronistas de la época, al llegar los españoles al actual puerto de La Habana una india sentada sobre una colosal roca los observaba en silencio y luego se acercó a ellos con cautela. Con un gesto circular de sus manos la india hizo referencia a la espaciosa bahía y al monte virgen y pronunció la palabra “habana”. Uno de los marinos trazó enseguida un boceto de la nativa sentada sobre la roca y la llamó “La Habana”.

La estatua guarda en su mano derecha el escudo de la ciudad con una llave que representa la posición estratégica de La Habana y las tres torres que simbolizan las primeras fortalezas existentes en la capital cubana. En su mano izquierda sostiene una cornucopia con frutas criollas coronadas por una piña. La estatua está rodeada por cuatro delfines de cuyas bocas solían emanar chorros de agua. Una gran concha rodea el pedestal y encima de éste, sobre una roca artificial, yace sentada la preciosa estatua. Corona su cabeza un turbante de plumas y lleva al hombro izquierdo un carcaj lleno de flechas.

Algunos historiadores afirman que La Fuente de la India fue la primera imagen captada por un fotógrafo en ciudad, se cree que tal “hazaña” fue realizada por el fotógrafo daguerrotipista italiano Antonio Rezzonico en la cuarta década del siglo XIX.

Lo que si no queda dudas es, que en 1841, Antonio Rezzonico llegó a La Habana para introducir la moda neoyorquina de las miniaturas al daguerrotipo, pero se encontró que ya lo habían hecho en La Habana unas semanas antes. Por si esto fuera poco, las calles donde instaló su galería, primero en la calle de Vives y después en Muralla, no tenían el mismo atractivo que la otra galería, ubicada en Obispo, la arteria más céntrica y elegante de la ciudad y donde acudía la aristocracia habanera.

Rezzonico no se desanimó y pensó en la posibilidad de reproducir la naturaleza y la arquitectura cubana, pues sabía que una de las tres cámaras que trajo era idónea para poder hacer esos daguerrotipos. Y decidió tomar una foto, pero su plan era complicado porque las placas de daguerrotipo había que prepararlas momentos antes de exponerlas y revelarlas inmediatamente después. No obstante pensó que si preparaba la placa y recorría rápidamente las trescientas varas que separaban su vivienda de la calle Muralla hasta la Fuente de la Noble Habana, símbolo de la ciudad, podría lograr la imagen.

Rezzonico recogió la cámara, el trípode y la placa que acaba de sensibilizar en un improvisado laboratorio armado en su domicilio, y se fue por la calle de la Muralla, atravesó la puerta del mismo nombre en la cortina de piedras que rodeaba la vieja ciudad, y entró al paseo del Campo de Marte, en el trono de la hermosa fuente. Allí, tolerando la curiosidad de los que paseaban por los alrededores, colocó la cámara sobre el trípode, se sumergió debajo del paño oscuro, enfocó la imagen y expuso con nerviosa paciencia los largos minutos necesarios para impresionar la placa. Inmediatamente regresó con mayor prisa al laboratorio y la reveló con un resultado asombroso.

Si esta fue o no la primera foto tomada en Cuba no podemos afirmarlo..

Emilio Bobadilla

Emilio Bobadilla
Retrato de Emilio Bobadilla, del Conde de los Llanos.jpg
Retratado por el Conde de los Llanos
(La Esfera, 1916)
Información personal
Nacimiento24 de junio de 1862 Ver y modificar los datos en Wikidata
Cárdenas (Cuba)
Fallecimiento1 de enero de 1921 Ver y modificar los datos en Wikidata (58 años)
Biarritz (Francia)
Información profesional
OcupaciónPoetanovelistaperiodistacrítico literario y escritor Ver y modificar los datos en Wikidata
SeudónimoFray Candil Ver y modificar los datos en Wikidata

Emilio Bobadilla y Lunar (Cárdenas, 24 de julio de 1862-Biarritz, 1 de enero de 1921) fue un escritor, poeta, crítico literario y periodista hispanocubano, vinculado al naturalismo. Firmó artículos con el seudónimo de Fray Candil.

Con la guerra de 1868, a causa de que su padre era concejal y profesor universitario, tuvo que emprender un largo viaje migratorio en un recorrido que incluyó BaltimoreVeracruzMadrid y otra vez La Habana. En la universidad de esta última ciudad comenzó estudios de leyes. Comenzó a colaborar en El Amigo del País. Fue director de los semanarios satíricos El Epigrama (1883) y El Carnaval (1886), donde hizo famoso el seudónimo de Fray Candil. Colaboró además en La Habana CómicaRevista HabaneraEl MuseoLa Habana EleganteRevista CubanaEl RadicalEl FígaroLa Lucha.

Viajó por Europa y vivió mucho tiempo en París y en Madrid, donde se estableció en 1887. Allí, en la Universidad Central, se graduó de doctor en Derecho Civil y Canónico (1889). Al estallar la guerra del 95 estuvo unido, en París, a los emigrados cubanos. Viajó por Holanda, Italia, Bélgica, Dinamarca, Inglaterra, Colombia, Venezuela, Puerto Rico, Panamá, Nicaragua. En Madrid, sus trabajos aparecieron en Madrid CómicoEl LiberalEl ImparcialLa LecturaNuestro TiempoLa Esfera. En París colaboró en La Nouvelle RevueLa Revue BleueLe FigaroLa Revue de RevuesLa Renaissance Latine y Le Gil Blas. Colaboró además en Athenaium, de Londres, La Prensa Libre, de Viena, y en La Estrella de Panamá.

En 1909 volvió a Cuba por dos años. Fue nombrado cónsul de Cuba en Bayona y más tarde en Biarritz. Era miembro de la Academia de Historia de Cuba y de la Academia Nacional de Artes y Letras. Dejó inéditos los libros La ciudad sin vértebras y De canal en canal, y su bosquejo cómico-serio en un acto y en prosa Don Severo el literato. Su novela A fuego lento fue traducida al francés en 1913 por Glorget. Escribió varias obras teatrales que no fueron impresas, pero sí representadas. Utilizó los seudónimos Dagoberto MármaraPausaniasPerfecto y otros.

De temperamento agresivo, mordaz y desenfadado, fue también muy culto y poseía un estilo muy personal, fuerte y vigoroso. Sus ataques como crítico a Aniceto Valdivia, a Enrique José Varona y a Sanguily, no nacen sino de un afrancesamiento excesivo y un poco aldeano a pesar de todo, pues sostuvo numerosas y enconadas polémicas periodísticas y se retó a duelo incluso algunas veces, una de ellas con otro crítico, el también novelista Leopoldo Alas «Clarín». El duelo fue el 21 de mayo de 1892. Según Clarín, batirse con Fray Candil «sería coser y cantar», pero el combate se suspendió cuando Bobadilla le produjo dos tajos a Alas, uno en la boca y otro en el brazo. Se cuenta que, al terminar, Bobadilla cantaba. Ante la recriminación de un asistente la respuesta de Fray Candil fue: «El pronóstico de Clarín se ha cumplido, a él lo están cosiendo, mientras yo canto».

Como crítico fue un detractor del modernismo. Como narrador siguió los postulados del naturalismo, con el cual se avenía su talante; sin embargo, la calidad de su estilo y su poder de observación son muy superiores a los de la mayoría de los escritores de esta corriente.

Su mejor novela[editar]

Su obra maestra como narrador es sin duda A fuego lento, Barcelona, 1903, un roman à clef fundado en experiencias autobiográficas. La primera parte de la novela transcurre en algún lugar caribeño que, bajo el despectivo nombre de Ganga, oculta en realidad la ciudad colombiana de Barranquilla, donde Emilio Bobadilla residiera algunos meses de 1898 y de donde salió peleado con todo el mundillo literario. Su posterior expulsión del país por el presidente José Manuel Marroquín (1827-1908) no contribuyó precisamente a apaciguar su ánimo, de ahí que respondiera a los ataques como mejor sabía: escribiendo.

El cuadro que traza es esperpéntico y Bobadilla, enrolado en el positivismo naturalista, no desperdicia la ocasión para resaltar irónicamente todo lo que ve. A fin del siglo XIX Barranquilla había pasado a ser vertiginosamente de un pobre asentamiento ribereño a puerto principal de Colombia. Pese al analfabetismo, las revoluciones y el ir y venir de las facciones políticas, para los exaltados locales merecía calificativos altisonantes como "La Nueva York de Colombia", "La Nueva Barcelona", "La Nueva Alejandría". Tenía varios cines, e incluso las compañías de ópera italianas y las de teatro españolas se presentaban allí antes de emprender giras al interior del país. A ese lugar azotado por aguaceros prodigiosos y pegajosos calores tropicales llega el doctor Eustaquio Baranda, un exiliado dominicano que ha estudiado medicina en París. Como proviene de una civilización refinada resulta atractivo para las notabilidades locales, las mismas que no tardan en buscar su caída despechadas por su aparente frialdad y por el hecho de que el doctor ha conquistado los favores de Alicia, una atractiva y sensual mestiza apetecida por uno de los prohombres lugareños. Esta circunstancia lo obliga a volverse a París –con Alicia–, donde transcurren la segunda y tercera parte. Allí los excesos tropicales se transforman en explosiones ocultas: el apetito social de Alicia –exaltado por el dinero y las joyas y bajo la influencia provinciana y de mal gusto de los antiguos conocidos de Ganga, también emigrados a París– frustran el deseo del doctor de ser un parisino más, lo que termina por enfermarlo y provocar su muerte a pesar de la presencia balsámica de "la otra", una francesa fina, culta, delicada y distinguida a la que el doctor Baranda renuncia por no tener el valor de separarse de Alicia. Así muere "a fuego lento", y de ahí el título de la novela.

El Conquistador (Cuento)

Luz Argentina Chiriboga Guerrero

      Roberto Salvador, seguro de la simpatía que inspiraba, hacía derroche de los atractivos físicos que la naturaleza le habia dotado. El timbre claro y seductor de su voz, una afirmación en el tono, un algo armonioso y vibrante que penetraba, conmovía y acariciaba el corazón. El parecía escucharse y sentia deleite. Persuasivo, encantador, tan perspicaz para disimular sus defectos como hábil para poner de realce sus propias virtudes. No permitía la rudeza ni que le venciera la cólera. Se propuso vivir su destino con grandeza y casi lo consiguió.

Tenía fe en el amor libre, navegante sin naufragio, en el amor con la claridad de un astro, con el perfil de un pájaro en un jardín abierto. Le daba lástima cuando un hombre se quitaba la vida por una mujer. No tenía clara la razón que pudiera asisitirles a esos locos de amor y de desengaño. El era un amante apasionado, admirador del arte oriental en sus técnicas eróticas, enamorado de sus sueños, sensual, dispuesto siempre a los goces de la vida. Goloso, hallaba placer en cambiar de féminas, lo que le hizo ganarse el mote de El Conquistador.

Trabajaba en una compañía petrolera. Las funciones que desempeñaba le dieron la fortuna que le permitió entrar al mundo que le daba derecho de aparecer como un ejecutivo de talento. Su familia estaba contenta. Aquel hijo que fue mal estudiante y que llegaba, con frecuencia, con la ropa manchada de hierba y arena –evidencias de que se había revolcado en cualquier parte– y que volvía a casa con las claras del día siguiente, solo alcanzó a graduarse de bachiller, y eso, gracias a las numerosas novenas que su madre le hizo a San José y por las influencias que el padre de Roberto, El Conquistador, tenía en la ciudad. Había comenzado con éxito en su carrera, con un buen sueldo y trasladándose de un lugar a otro en un vehículo lujoso.

Para ese entonces, Roberto Salvador había cumplido cuarenta años y aún no se decidía a tener novia, cada vez más se le arraigaba el hábito de seducir muchachas solo para abandonarlas, de modo que la idea del matrimonio no estaba programada. Con sus obligaciones en el trabajo tenía el remedio para curar las heridas que cada mujer le abría, a pesar de todo, en el corazón. Todas veían en él, el bálsamo para solucionar los problemas del alma; las mujeres, como niñas grandes, aspiraban a cumplir hermosos sueños con Salvador.

A eso dedicaba el tiempo libre: conquistar a las jóvenes era el dulce sacrificio de sus fines de semana, esa obra de gusano de seda. Sus amantes eran la recopensa a su arduo trabajo. Desde que tuvo uso de razón aprendió que lo mejor es estar enamorado de las mujeres. Había dormido en lechos excelentes, Buenos, regulares, malos, angostos, paupérrimos, sin embargo, su única quimera consisitía en pasar aunque fuera un momento feliz, y esa quimera huía siempre. Su pasion había crecido por todos aquellos suplicios desconocidos y había recorrido los inmensos placeres del gozo. Se aprovechaba de los beneficios que le brindaba su aspecto físico para llevar adelante con esplendor sus locuras amorosas. No estaba completamente recompensado con el placer que experimentaba con ellas, exigía cada vez más.

Le bastaba llevar a una de sus admiradoras a su casa, una mansión ubicada en uno de los barrios más elegantes de la ciudad, para  llegar a la certidumbre de que, con cada encuentro, obtenía más fuerza vital y más experiencia, pero dejando siempre espacio para el asombro. Acostumbraba matar los sentimientos para aceptar el martirio de las pasiones, conservaba una especie de lucidez engañosa del amor, una emoción que estremecía. Era imposible reconocer lo que era real  en sus fantasias caprichosas. Roberto vivía la ardiente dulzura de sus visiones.

Antes de concluir la cita amorosa, desempeñaba el oficio de guía turístico. Tomadas las manos con la joven de turno, pasaba a informarle los beneficios que brindaba la mansión: era fresca, agradable, con jardines, piscina. Al despedirla, le susurraba al oído que muy pronto iría a buscarla.

Para esa época Roberto Salvador nunca había necesitado cortejar en serio a ninguna mujer; era cierto, admitía, que todas tenían su estilo de insinuarse, pero él se eximía de reflexionar en nombre de sus goces y envuelto en la indiferencia se dejaba arrastrar por el placer. Jamás fue un amante  generoso, por eso, después de lo que le sucedió, las mujeres se asombraban de su cambio, de su corazón tan nuevo y tan henchido de gratitud.

Juana Montaño era quien más frecuentaba la mansion de Roberto. Ella intentaba superar su aspect esmirriado tiñéndose el cabello de rubio ceniza, le regalaba una sonrisa bondadosa, parecía sufrir de pobreza y no rechazaba la altivez de Salvador. Ese día miró con expresión de inquietud un revólver sobre la mesa de noche; luego él pasó a demostrar sus habilidades amorosas y se jactó de haber puesto en práctica su virtuosa cualidad de conquistador.

* * *

Tenía en el fondo temor, un enigma escondido, alguna hoguera no apagada, era preciso confirmar su impotencia, había que comenzar por el esperar más esperar, es decir, esperar desesperado. Por primera vez llamóa Juana. Camino a casa, le parecióque conducía demasiado rápido, se sintió cansado, debía evitar cualquier comentario, ya advertía una horrible verguenza de sí mismo y no quería ni detenerse a pensar en si fallara en el intento. Se preguntaba cómo pudo sucederle eso si jamás él había padecido de aquello, por qué esa repentina decision de la que consideraba la parte más importante de su cuerpo.

Se arrepintió de haber citado a la joven, cambió de parecer y consideró aplazar el encuentro. Lentamente la neurosis le hace tener miedo de las mujeres. El horror a no poder se volvía cruel y despiadado, no podia borrar fácilmente su problema. Quedó inevitablemente  enredado en la malla del terror, se repetía que era un error insisitir en lo mismo. Ya había fracasado con las curanderas, con los hechiceros, con los médicos, sin hallar cura. Se volvió impotente. El recuerdo de sus repetidos fracasos amorosos le tenía en vilo, solo se reconfortaba con intentar volver valientemente al pasado, para pretender olvidar el presente. Pero era imposible retroceder ante el poderoso fracaso, había envejecido.

            Visiblemente nervioso, al estacionar el coche se dijo que había alcanzado lo que otros no han podido conseguir; él impuso sus caprichos de amante professional, sin embargo su tremenda, su feroz y angustiosa batalla no terminaba. Sentía miedo de otro fracaso y de que, después corto tiempo, comenzara a comentarse lo sucedido y que su hombría estuviera expuesta a comentarios maledicientes. Su desesperación no tenía límites, todo le parecía sombrío, todo helado con el frío de la muerte.

            Escuchó el timbre, era Juana. Le temblaron las manos, le volvió la inquietud, y entre sombras de cavilaciones pensó sacar una excusa. Estaba envuelto en un mar de tormentas. Fingió no estar preocupado, contestó con amabilidad las preguntas de Juana y bebieron vino mientras escuchaban canciones de Los Panchos y de Toña la Negra.

Para él constituyó un momento horrible cuando pasaron al dormitorio. Sintió disminuido su orgullo, se volvió hacia la joven con aire indefinible, la inquietud afloraba en su voz, opaca y sin la pasión de antes. Ella se mostró cariñosa y él se fingió enojado, desdeñoso, luego, su actitud con Juana fue altanera y arrogante, le acusaba a ella  de haber perdido las claves del amor. Roberto cerró los ojos en espera que el mal rato pasara, sentía que le arrancaban la existencia, lloró, estaba preso de una idea fija, habían huido los gozos del amor. Juana guardó silencio, él había cambiado de carácter, su vanidad caía aplastada al desprenderse de una de las funciones de la vida, ya no sentía valor para seguir viviendo, sería mejor suicidarse.

Él había sido feliz con tantas mujeres que se atravesaron en su camino. Ahora se sentía humillado: no podia hacer el amor y tenía que colmar de obsequios a las damas para que mantuvieran el secreto. Temía al rumor callejero. Juana trató de consolarlo, su nerviosismo había llegado a grado tan extremo que, orgulloso como era, tomó el revolver para matarse. Ella con grandes gritos y mayor agilidad, desvió el disparo.                           

Luz Argentina Chiriboga Guerrero,
novelista, poetisa, relatista, ensayista y ecóloga,
Quito, Ecuador