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sábado, 15 de octubre de 2016

Bienvenidos a Pensamiento

Napoleon Bonaparte
15 Agosto 1769 – 5 Mayo 1821


  • 1815 Napoleon Bonaparte llega a la isla de St Helena para empezar su exilio.



Una ciudad en el recuerdo



Tengo una ciudad en un nicho de mi pensamiento, ha muerto. A veces, algún que otro domingo, le cambio las flores y la recuerdo como entonces, aquella joven atrevida, vestida de luces y sonrisas, con una blusa de comercios resistiendo a la embestida de un color epidemia, verde olivo. La ciudad aún dejaba ver abuelos con los bolsillos cargados de por favor y buenos días, pase usted señora y también, unos hermosos: Señora, por favor, tome usted mi asiento.
Llena de palabras y gestos gentiles, por entonces los hombres, al paso de una mujer se quitaban el sombrero.
Se amaba quizás más que hoy, las madrugadas se llenaban de gemidos y sudores, el hombre era impetuoso, masculino, defensor a ultranza de lo suyo, pero era algo más, era un caballero. Por aquellos días, un hombre tenía la riqueza más pura en la mirada de los otros hombres, su respeto, su honor, su lenguaje correcto, cada anciana era una abuela, cada mujer una madre, el hombre se arrodillaba para alcanzar un pañuelo caído de manos de mujer, cada niño era su hijo, cada habitante era algo más, era cubano. Se crecía para el honor de la familia, para ver la mirada de satisfacción en el padre y el abuelo.
Algún que otro domingo le cambio las flores a mi ciudad muerta, a veces la recuerdo. A veces me estremece su muerte, asesinada por la vulgaridad y un hombre enfermo, al que llamaron nuevo, pero si soy sincero, su muerte a veces la celebro, porque no hay castigo mayor para la infamia, que ver como su obra cumbre, una multitud de hombres indignos, una masa sin principios, vive ajena a lo que fueron sus abuelos.
                                                                                            R. Muñoz

Combate en Casilda: Los ingleses


René León

  Corría el año de 1797, en Casilda y Trinidad, se vivía una época de prosperidad y tranquilidad. Los ingleses no la habían amenazado por cierto tiempo. Pero pronto las cosas iban a cambiar. Otros vientos amenazaban a la ciudad de Trinidad y al poblado pescador de Casilda. El nuevo gobernador, el Teniente Coronel de Infantería D. Luis Alejandro Bassecourt, militar experto, nombrado el 20 de marzo de 1797, y fue trasladado a otra posición militar, el 22 de agosto de 1799. Militar experto y valiente, conocedor de la disciplina. Desde el primer momento organizo las milicias. Formado de unos 500 hombres entre los vecinos de Trinidad y Casilda, más de los alrededores de Trinidad.

  Los vigías  que estaban en la punta del puerto de Casilda, dieron el aviso que se aproximaban una fragata y dos bergantines ingleses. Era 19 de junio de 1,797. De Casilda fueron a avisar a los trinitarios, que organizados bajaron a defender a Casilda. Las milicias organizadas por Bassecourt bajaron preparadas para el combate. Un grupo de unos cien hombres cogieron rumbo a la playa de María Aguilar para evitar un ataque por esa playa. El resto se dirigió a Casilda, formado por más de 300 milicianos que dirigía Bassecourt. El 29 empezaron las hostilidades por parte de los ingleses. Dando comienzo en atacar un corsario casildeño, siendo apresado el barco por los ingleses. Otro barco francés que descargaba mercancía fue apresado. Los tiradores apostados en los manglares daban con sus trabucazos a los botes que los ingleses intentaban bajar a la costa. En el puerto en ese momento había tres goletas y un bergantín, pero no tenían cañones para responder el ataque de los ingleses y los marinos abandonaron sus naves. Bassecourt aprovecho en varias lanchas con hombres armados impedir a los ingleses apoderarse de las naves abandonadas, sufriendo los ingleses numerosas bajas retirándose a sus naves. Los milicianos bajo las órdenes de Bassecourt se apoderaron de las armas abandonadas por los ingleses. No hubo baja por parte de las milicias. Los barcos fueron recuperados. Por la parte de las milicia no hubo bajas, pero si una victoria que le daría a las milicias más seguridad en ellos mismos.

Recuerdos del Ayer: Los Boticarios


 René León

  Antes de morir mi amigo Pedro Conde, nos poníamos hablar de nuestra Cuba del Ayer. Aquellas tardes sentados en el portal de su casa. Una tarde de esas relajadas y el viento soplando, sin calor, nos pusimos a recordar a los “boticarios” en los pueblos pequeños. Él había ido en la mañana a una farmacia moderna “Drug Store” a buscar sus medicinas, la atención con él fue un desastre. No hay humanidad en este nuevo mundo. Tenemos que acostumbrarnos que los tipos de personas que realizaban un oficio antiguamente, van desapareciendo; muy pocos han sobrevivido a los cambios de la sociedad de consumo.
  En las boticas afuera en la pared del edificio, había por costumbre una luz roja de noche, que anunciaba que estaba de guardia. Cuando uno entraba en ellas por norma general había un escaparate grande, lleno de botellas de líquidos; verde, amarillo, azul, blanco. Potes de pomada y polvos. Medicinas, hiervas y raíces para un conocimiento; el farmacéutico tenía que conocer el uso de las plantas, y las clasificaba según su utilidad. Mucha miel de abeja, que era parte integrante de la farmacopea. En un lugar aparte, una camilla vieja, pero limpia, donde atendían a los enfermos.
  Recuerdo a Isidro Pujol en el Puerto de Casilda, en la costa Sur de Cuba. Un hombre que no descansaba. Siempre sirviendo a la comunidad. La mayoría de las veces, el pago de su servicio, era: con pollos, huevos, pescados, algunas veces un poco de dinero. Cuando se estaba muriendo una persona, lo atendía, hasta el último momento de su vida. Después de certificar su muerte. Esperar por el médico para que diera el certificado de defunción. Me parece que es un retrato fiel de aquellos años.
  Su vestimenta sencillas; las suelas de los zapatos o botas, se gastaban más rápido de lo esperado de caminar por todo el pueblo. Cuando tenía que atender algún vecino alejado; al principio tenía un caballo blanco, bien viejo; cuando se murió, se buscó una bicicleta y a dar pedales (le juro que no tenía Mercedes, Toyota o Honda. Sólo una bicicleta) En estos pueblos los personajes más conocidos, se distinguen al resto de los incontables ciudadanos de las grandes ciudades.
  Cuando este aire de melancolía me llega, los recuerdos azotan mi sensibilidad, me siento un poco abatido. Otra vez mi pensamiento vaga por el espacio y el tiempo, por donde físicamente no puedo caminar. El tiempo nos rememora la eternidad, y esta nos trae la visión de nuestra vida pasada.
  En unos minutos he reconstruido, cuarenta años de recuerdos. La vida se desliza sin sentir. El mundo se transforma. Y esa transformación es mirada por unos con tristeza y por otros con alegría.

Recordar es vivir.

3 Women In Body Paint Are In This Picture Of A Lone Wolf

Howl the hell?
 06/08/2016 05:51 pm ET | Updated Jun 08, 2016
JOHANNES STOTTER
This will give you paws.
A painting that appears to be of a howling wolf is actually three women covered in body paint. Artist Johannes Stötter has utilized a combo of body paint and shading to cleverly conceal a trio of models named Valeria Hasler, Nina Mur and Nina Rhomberg.
If you look closely at the picture, which is actually a moving sculpture, it’s hard to identify where the models are. You can kind of see the back of a woman acting as the wolf’s belly, and even a foot subbing in for a tail. But nothing can prepare you for the sculpture’s brain-melting deconstruction:
JOHANNES STOTTER
The reason why the Italian-born Stötter is so successful in his attempt to pack three ladies into an image of a lone wolf is because he’s pretty much a body-painting baller.
He’s made similar sculptures of a fishfrog and even camouflaged a few folks into a sculpture of a chameleon. He’s also tackled inanimate objects like rocks and stacks of wood.
According to The Telegraph, Stötter spends five months planning each creation and some take up to eight hours to complete.
But his hard work has paid off, in 2012 he won the title of Bodypainting World Champion, though, it seems some people never got the memo.
“I think most people don’t realize that this is a human being,” he joked on hisFacebook page about one of sculptures of a scarlet macaw. “Some of my closest friends are trying to find out why I posted the photo of a parrot.”

From HuffPost

COLABORACION DE ESPAÑA Y CUBA EN LA GUERRA DE INDEPENDENCIA DE LOS ESTADOS UNIDOS (Primera Parte)


Por: Dr. Salvador Larrúa-Guedes

 Antecedentes históricos 

Después de la victoria del Ejército Continental en la batalla de Saratoga, los gobiernos de Francia y España se percataron de que tenían una magnífica oportunidad para lograr la revancha del desastroso Tratado de París de 1763, que puso fin a la Guerra de los Siete Años (1756-1763) y que tanta amargura dejó a españoles y franceses. El reino de Francia, al cabo de unos meses de indecisión, firmó una alianza con Washington en febrero de 1778, brindando una apreciable colaboración por medio de financiamientos del erario primero y material de guerra y hombres después.

El reino de España comenzó a dar ayuda a los colonos rebeldes desde el primer momento con dinero, armas y municiones, pero se mostró cautelosa ante la posibilidad de la intervención directa, debido al temor de José Moñino y Redondo, Conde de Floridablanca, a las consecuencias de un conflicto armado; incluso aspiró a algo que, de momento, resultaba una verdadera utopía: la mediación entre los contendientes. Pero sus vacilaciones no duraron mucho tiempo y no tardó en orientar la política exterior de Carlos III hacia un fortalecimiento de la posición española frente a Inglaterra, motivo por el que decidió apoyar a Washington en la Guerra de Independencia de los Estados Unidos y declaró la guerra en 1779. Mientras se iniciaba la importante colaboración española, la Guerra de Independencia pasaba por diversos altibajos.

Después de 1778, la lucha se trasladó al sur y el enfrentamiento ya había adquirido un cariz internacional con la entrada de Francia. Un año más tarde la realidad se impuso, España declaró la guerra a Inglaterra, y se llegó a considerar la posibilidad de invadir Gran Bretaña mediante el concurso de una armada francoespañola, plan que resultó de difícil ejecución y pronto fue desechado. Para su entrada abierta en el conflicto, el gobierno español había firmado el llamado tratado de Aranjuez, acuerdo secreto con Francia sellado en Aranjuez el 12 de abril de 1779, por el cual España conseguía una serie de concesiones a cambio de unirse a Francia en la guerra. Ésta prometió su ayuda en la recuperación de Menorca, Mobile, Pensacola, la bahía de Honduras y la costa de Campeche y aseguró que no concluiría paz alguna que no supusiera la devolución de Gibraltar a España. Esto provocó que los británicos tuvieran que desviar a Gibraltar tropas destinadas en un principio a las colonias.
foto de: Land of the Brave

De esta forma se lograron los objetivos españoles en América: expulsar a los británicos tanto del golfo de México como de las orillas del Mississipi y conseguir la desaparición de sus asentamientos en la América Central, aunque no se pudo restablecer la soberanía de la corona española sobre Gibraltar.

Los puertos de Toulon y Brest, en Francia, que estaban inicialmente bloqueados por los británicos, fueron desbloqueados por la falta de medios de los ingleses para mantenerlos en jaque. Con los puertos atlánticos abiertos, los franceses pudieron llevar tropas a América al mando de Marie- Joseph Paul Gilbert du Motier, Marqués de La Fayette, quien alcanzó el grado de general-mayor y comandante de las tropas de Virginia, y de Jean-Baptiste Donatien de Vimeur, Conde de Rochambeau, Mariscal de Campo y Teniente General de las tropas francesas, cuya ayuda fue de gran importancia para los colonos.

Tiempo después Holanda se incorporó a la coalición formada por España y Francia, con ambiciones de ganar ventajosas posiciones para el dominio de los mares.

En 1781, 8.000 soldados británicos al mando del general Charles Cornwallis fueron rodeados en Virginia, en el último reducto, por una flota francesa y un ejército combinado francoestadounidense a las órdenes de George Washington, integrado por 16.000 hombres. Tras el sitio de Yorktown, Cornwallis se rindió, y el gobierno británico propuso la paz. En la batalla murieron 156 ingleses, 326 fueron heridos, y se rindieron 7.018 soldados. Del otro bando murieron 52 franceses y 20 independentistas, siendo los últimos muertos en combate durante la Guerra de la Independencia.

En los restantes frentes entre 1779 y 1781, España sitió Gibraltar, una vez más infructuosamente, y lanzó varias campañas contra distintos puntos estratégicos del golfo de México en manos británicas, la mayor parte coronadas por el éxito, como la toma de Pensacola. Por otro lado, una exitosa expedición a Menorca permitió la recuperación de la isla en febrero de 1782. El Tratado de París o Tratado de Versalles se firmó el 3 de septiembre de 1783 entre Gran Bretaña y Estados Unidos y puso término a la Guerra de Independencia de los Estados Unidos. El hecho de que Gran Bretaña perdiese todas las posesiones en el continente americano al sur de Canadá y al norte de Florida, hacía imposible un desenlace militar favorable para los británicos, solicitando éstos el cese de las hostilidades.

España entra en la guerra. La Capitanía General de Cuba 

La entrada y participación del reino de España en la Guerra de Independencia de los Estados Unidos es un episodio importante con raíces que se remontan al siglo XVI. A la altura del siglo XVIII, fue uno de los momentos culminantes de la contienda por el dominio territorial en tierras América y el control de las rutas marítimas entre el Nuevo Mundo y Europa.

La posición estratégica de Cuba la convirtió en una pieza clave para los objetivos de España, ya que los enfrentamientos por el control del Mar de las Antillas y las regiones sudeste y oeste de América del Norte convirtieron a La Habana en el centro de operaciones militares de esa región, circunstancia que aprovechó España para realizar grandes reformas económicas, administrativas, políticas y militares a fin de convertir la capital de Cuba en una poderosa plaza de armas. Las grandes inversiones realizadas para desarrollar la capacidad militar de la Isla, que tenía una gran tradición de lucha contra los bandidos del mar y por supuesto contra los ingleses desde el siglo XVI, facilitaron su rápido desarrollo económico y al mismo tiempo una apertura comercial y facilitó el desarrollo de fuertes vínculos con las Trece Colonias de Norteamérica.

Efectivamente, las relaciones comerciales de Cuba y las Trece Colonias tenían una larga tradición. Desde la fundación de Jamestown en 1607, los ingleses y los españoles de San Agustín comenzaron un tráfico ilegal de productos y artículos, que muy pronto fue indispensable para ambas colonias y que se extendió rápidamente a Cuba, el principal socio comercial de la Provincia de la Florida española. Durante los siglos XVII y XVIII, aquel intercambio se fue fortaleciendo con diversos altibajos, como veremos a continuación, hasta alcanzar un gran volumen y rendir cuantiosos beneficios, con resultados favorables para los colonos norteamericanos, la Florida española, Cuba e incluso el reino de España.

Las antiguas relaciones económicas de Cuba con las Trece Colonias contribuyeron a crear un fuerte grupo de comerciantes que desde los inicios del siglo XVIII controlaban casi todo el intercambio, y a partir de su estrecha alianza con el sector de la Ilustración española que tenía por centro al Conde de Aranda, los ricos y poderosos negociantes habaneros también alcanzaron influencia en las decisiones militares, políticas e ideológicas. Sus vínculos económicos con las Trece Colonias estaban limitados por las disposiciones de la Corona británica en materia de comercio, disposiciones que también afectaban a los colonos de Norteamérica y que a la larga fueron una de las causas de la rebelión de las Trece Colonias, unidas a la clase rica de La Habana por grandes intereses comunes.

¿Cómo empezó a participar Cuba en el conflicto? ¿De qué manera la política de España y los intereses de Cuba desembocaron en una ayuda decisiva a la independencia de las Trece Colonias?

Relaciones entre Cuba y las Trece Colonias 

En verdad se puede afirmar que el conflicto comercial de las Antillas fue una de las causas de la Guerra de Independencia de Estados Unidos, ya que el azúcar y sobre todo la melaza de las Antillas, en el decenio 1760-1770, eran el centro de un litigio en el que intervenían por una parte intereses de las Trece Colonias y de las colonias españolas y francesas del Caribe, y por otra, los de la Corona británica y sus dominios antillanos. En 1764, por ejemplo, se dio una contradicción: en Cuba se permitió el comercio con barcos ingleses, casi todos procedentes de Norteamérica, y en ese momento Inglaterra puso en vigor la Sugar Acties Act, que eliminaba el comercio de mieles entre las Trece Colonias y las Antillas españolas y francesas, que suministraban esa materia prima con que los norteamericanos fabricaban ron.

Efectivamente, el West Indian Rum se fabricaba en Massachussets, y era un producto favorecido por una ley inglesa de 1731 que establecía que los marinos de la armada británica consumieran una ración diaria de ron. De esta forma se garantizaba la venta del producto, además de que el ron era una de las principales mercancías para pagar los esclavos que se adquirían en la costa de África. Al principio, las Antillas británicas suministraban las mieles, pero hacia 1760 disminuyó su producción y fueron sustituidas por las colonias españolas y francesas, que daban facilidades a los comerciantes norteamericanos y desplazaron a las colonias inglesas.

Por esta causa se desarrollaron las relaciones comerciales entre La Habana y los productores de ron y negreros de las Trece Colonias, y entre 1760 y 1770 las mieles cubanas se exportaban a Rhode Island donde funcionaban 30 destilerías que enviaban a África 1.400 bocoyes de ron al año. Los traficantes traían a Cuba grandes cargamentos de esclavos adquiridos con ron norteamericano fabricado en Norteamérica con mieles producidas en la isla, y los comerciantes habaneros y norteamericanos se otorgaban grandes facilidades de créditos y aceptaban pagos en azúcares y mieles, de esta forma crecía el intercambio entre Cuba y las Trece Colonias, independientemente del conflicto entre España e Inglaterra, y ambas partes se beneficiaban. Los productores norteamericanos preferían el azúcar purgado de Cuba que contenía una proporción de miel mucho mayor que el de las otras Antillas1 , 2 .

Tomando como base todo esto, se puede afirmar que la Guerra de Independencia de las Trece Colonias no tuvo su origen en las relaciones Cuba-Norteamérica, que eran muy antiguas, sino en el gran desarrollo que habían alcanzado. El comercio con Cuba era importante. A partir de 1763 el Capitán General Ambrosio Funes de Villalpando, Conde de Ricla, autorizó por razones militares la importación de harinas y productos de primera necesidad de las Trece Colonias. Cuando llegó a La Habana su sucesor, Antonio María Bucarely, encontró el puerto atestado de buques ingleses procedentes de Norteamérica. Desde entonces el comercio entre las Trece Colonias y Cuba creció de forma impetuosa y no hubo forma de impedirlo, porque hasta la Corona de España se interesaba en mantenerlo.

Otra razón que motivó fuertemente a los habaneros para entrar en el conflicto, fue la afrenta sufrida por la toma de La Habana por los ingleses en 1762, que no había sido olvidada...

El aparato del espionaje español a favor de Washington: los agentes cubanos

Las relaciones comerciales de Cuba y las Trece Colonias tuvieron gran repercusión política si consideramos que sus personajes más prominentes llevaron a cabo las labores de servicio secreto y el financiamiento y abastecimiento a los independentistas norteamericanos. Robert Morris, a quien se ha llamado el cerebro financiero de la guerra de independencia de Estados Unidos3negrero y capitán del puerto de Filadelfia, fue la figura más importante del contrabando legalizado en la etapa 1764-1778, actividad que afectaba sobre todo a Inglaterra y creaba grandes vínculos entre Cuba y las Trece Colonias.

Gracias a su amistad con el comerciante habanero Juan Miralles4 , que se desempeñó como agente del gobierno español ante los rebeldes norteamericanos, Robert Morris pudo adquirir créditos y 1 Cf. Torres-Cuevas. Eduardo. Cuba y la independencia de los Estados Unidos: una ayuda olvidada. Edición digital universitaria. Universidad de La Habana, La Habana, 2006; todo este asunto. 2 Cf. Larrúa-Guedes, Salvador. Conferencia Magistral en la Universidad de Alabama y la Asociación de Historiadores de EEUU, sede de Montgomery, septiembre, 2009 3 El padre de Morris vivía en Filadelfia desde 1730. Su negocio, bajo el nombre de Willing and Morris, era el tráfico de armas y esclavos, por lo que en 1761 se opuso al nuevo impuesto sobre los esclavos. Desde 1762 era la figura más importante del comercio con Cuba, y su agente en La Habana, Robert Smith, fue el primer representante comercial de los Estados Unidos en Cuba a partir de la Guerra de Independencia de las Trece Colonias. 4 Juan de Miralles Trailhon era hijo del capitán de infantería del ejército francés Juan de Miralles y Tizner, natural de la villa de Monein, en el Bearn, quien al terminar la Guerra de Sucesión y obtener los borbones la Corona de España, se estableció en la península donde contrajo matrimonio con Gracia Trailhon, natural de la Navarra francesa. Nació en Petrel, Alicante, y se formó dentro de las culturas española y francesa.Desde temprana edad se dedicó al comercio legal y al contrabando. Después de afirmar sus relaciones en España, Francia e Inglaterra, se trasladó a La Habana alrededor de 1740. Desde entonces fue vecino de La Habana y se convirtió en activo comerciante involucrado en negocios de todas clases, desde la compra y venta de barcos al flete de navíos y el tráfico de esclavos, la representación de casas europeas y las inversiones en bienes raíces. Se unió por vía matrimonial con la influyente familia habanera de Eligio de la Puente, lo que aumentó considerablemente sus caudales y amplió sus relaciones. Murió el 28 de abril de 1780 en Morristown, New Jersey, en la residencia de George Washington. Mientras duró su breve enfermedad fue atendido por el médico y la esposa del jefe independentista. Este ordenó que se le rindieran los más altos honores militares. En el cortejo fúnebre estuvo presente el propio Washington, Hamilton, La Fayette. Morris y otros de los principales líderes norteamericanos. garantizar un sostenido abastecimiento comercial y militar a los independentistas. Juan Miralles era amigo personal de George Washington, en cuya casa murió atendido por el médico personal y la esposa de Washington. A su muerte se le rindieron los más altos honores militares. En el cortejo fúnebre figuraron Washington, Hamilton, Lafayette, Morris y otros grandes líderes norteamericanos. Washington reconoció la gran ayuda de Miralles a la causa norteamericana y lo expresó de forma elocuente al despedir el duelo, con estas palabras; en este país se le quería universalmente y del mismo modo será lamentada su muerte5 .

Juan Miralles había creado un vínculo estable entre La Habana y San Agustín de la Florida, desarrollando relaciones ya existentes, con lo que facilitó el tráfico comercial en la frontera de los dominios español e inglés en América y creó un puente para el intercambio de las Trece Colonias con La Habana, y de ésta con varias regiones de España e Hispanoamérica. Además, creó una red de agentes comerciales en importantes ciudades de Norteamérica como Savannah, Charleston, Baltimore y Filadelfia. Muy pronto, los miembros de la red creada por Miralles pasaron a ser agentes de España en tierras de Norteamérica, porque cuidando los intereses de la Madre Patria, protegían los suyos propios ya que su prosperidad se vinculaba al comercio exterior de Cuba en el que tenían gran peso los comerciantes norteamericanos que simpatizaban con la independencia de las Trece Colonias.

Dr. Salvador Larrúa-Guedes Director del Centro de Documentación Histórica de la Florida Colonial en Florida Colonial Heritage, Inc. Académico de Número y Secretario de la AcademiaCubana de la Historia. Académico Correspondiente enMiami de la Real Academia Hispano-americana (RAHA). Académico-Colaborador de la Academia Norteamericana de la Lengua Española, filial de la RAE. Investigador Registrado en el Archivo General de Indias de Sevilla. Cinco títulos universitarios. Autor de 46 libros de Historia. Condecorado con la Cruz de Isabel la Católica, la Cruz de Caballero de Justicia de Fernando VI y la de Caballero Comendador de Número de la Orden Imperial Hispánica de Carlos V, y la Gran Cruz de Caballero de la Hermandad Nacional monárquica de España. Di plomas de Excelencia de la UNESCO y de la Academia de Ciencias de Puerto Rico. 27 Bernardo

Origen del cuento chino.

Olympia History

Por María Eugenia Caseiro

De los chinos guardo gratitud, especialmente el gusto por el arroz. Ese arroz que en la mesa de los hogares humildes agranda la porción y hace que los alimentos menos adquiribles, sean más fútiles en el plato. Arroz que colinda con la nobleza del pan, de inigualable valor universal en toda mesa y aún sin mesa, siempre el pan. Ese arroz que, afectada por una diverticulitis crónica, me vi privada de comer durante largo tiempo, ha regresado a ser mi pan luego de una cirugía en la que se extirpó lo que había que extirpar, y por si fuera poco, utilizando un instrumental casi todo traído de China, ensamblado en cualquier parte, aunque ostente una marca registrada de tal o cual latitud, y sus letricas estén escritas en otro idioma, menos en Chino, claro, porque casi siempre las cosas chinas tienden a que se les tilde de abalorio.

En fin que conviene repetir que a los chinos, y no hablo de mandatarios de época alguna, ni siquiera de dinastías y esos pormenores, claro, sino de chinitos de a pie, en lenguaje cubano, de chinitos trabajadores y sencillos, de esos que antes andaban con su sombrerito y una larga vara en hombros que aquí no escribo el nombre no sea que ofenda a algún lector estirado, les debo algunas cosas importantes. Es obvio que decir esto es repetitivo, pero hay que repetir lo del pan y lo del arroz porque hay panes que, como el arroz, no se sirven en la mesa, o si se quiere expresar de manera más cabal; panes que no se comen, pero nutren y que no van sino a la mesa de los sentidos. Por eso a los chinos les guardo agradecimiento, como mi gusto por el dominó, por ejemplo.

¿Que el dominó no es un juego chino? ¡Ah!, eso se lo dejo a usted para que lo averigüe, porque hay una historia muy norteamericana que lo cuenta, pero yo no lo sé, o por lo menos, sin hacerme la china, digo que no me conviene saberlo, porque tampoco es verdad todo lo que se cuenta de todas las cosas que andan por ahí, disputándoselas un montón de lugares. Yo sólo digo la parte que me gusta, conviene y corresponde del asunto, para dar con ello fe, constante y sonante como una peseta en bolsillo de pobre, de lo que es un cuento chino, y esa parte es…, bueno, ya no la voy a repetir en este párrafo, pero sí voy a decir que a Cuba los chinos llegaron con su equipaje de sueños, y entre otras cosas que llevaron y enriquecieron nuestra cultura, como aquellos abaniquitos tan monos y aquellos farolitos de colores tipo acordeón, la corneta china, el Ichín, los palitos chinos…, cargaron con unas cajitas que contenían esas piezas dobleochezcas, por citar uno solo de los componentes numéricos del jueguito, que hicieron historia en Cuba a tal punto que nosotros los cubanos, hoy por hoy somos los campeones del mundo del dominó y que me perdonen los que opinen de otra forma, porque en esto sí que no les voy a dar gusto a los estirados como en aquello de no escribir ciertos nombrecitos.

Volviendo a los chinos. Estos personajes de nuestra historia. Yo hablo de la historia cubana, no de la de otros países, porque los chinos son cubanos, por si usted, amigo lector no lo sabía, y antes que usted me diga otra cosa, le advierto que esto tampoco está en discusión y le comento que los primeros chinos que habitaron este planeta fueron cubanos, sí señor. Es una lástima que, por razones de espacio, tuvieron que emigrar, aunque luego de emigrar y luego de unos cuantos tsunamis, diluvios y otros fenómenos no tan naturales, regresaron a Cuba.

Antes de que usted me pregunte por qué afirmo esto, se lo voy a responder con otra pregunta: ¿Sabe usted en qué lugar del mundo nació el cuento?, ¿acaso no sabe usted que los mejores cuentistas del mundo son cubanos? Pues si sabe eso, debería saber que el cubano es el único y mundialmente reconocido creador del cuento, y por si saber esto no le basta, agrego que el cuento como tal no es lo que hoy día se conoce como género literario. El cuento es mucho más que eso, es una forma de andar por la vida sin trabajar, o sea de ganarse los frijoles sin disparar un chícharo, y de otras fruslerías de inigualable fin. Pero resulta que el cuento, desde sus más remotos inicios, no era solo un nombre sin apellido, no era un ciudadano sin país, sino todo lo contrario, era, nada más y nada menos, que el cuento chino.

Ahora yo le respondo con otra pregunta: ¿Son o no son los chinos cubanos?



IsladeMambrú10232013




MARÍA EUGENIA CASEIRO. Poeta y narradora. La Habana, Cuba, 1954. Miembro de la Unión de Escritores y Artistas del Caribe, Unión Hispanoamericana de Escritores, Asociación Caribeña de de Estudios del Caribe y Miembro Correspondiente de la Academia de la Historia de Cuba-USA, Miembro Colaborador de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE). Colabora con la Asociación Canadiense de Hispanistas. Integra la Muestra Permanente de Poesía Siglo XXI de la Asociación Prometeo y el Consejo Editorial de La Peregrina Magazín. Ha publicado, “No soy yo”, “Nueve cuentos para recrear el café”, “ESCAPARATE, el caos ordenado del poeta”, “Arreciados por el éxodo” y “A Contraluz” entre otros. Ha oficiado como jurado en certámenes de poesía y narrativa, así como sus narraciones y poemas han sido traducidos a diversas lenguas que incluyen euskera, japonés, y árabe. Ha recibido honrosos reconocimientos en países latinoamericanos, así como en Europa y en el Oriente Medio.

El Primer ingenio Azucarero que hubo en América. Un estudio de Don Fernando Ortiz


El estudio realizado por Don Fernando Ortiz,  etnólogo, antropólogo, jurista, arqueólogo, investigador del tema negro y la esclavitud en Cuba, en tiempo de la Colonia Española. Escribió sobre temas interesante sobre la vida de los negros. Su vida, la música, y su religión.
  Una de sus investigaciones lo llevó a investigar el origen de los trapiches de caña en el Nuevo Mundo. Con él título de El Primer Ingenio Azucarero que hubo en América. Quienes fueron los iniciadores de esa industria en América. Según don Fernando Ortiz cuando los españoles  vinieron a la conquista: hay que aclarar esto habían llegado a la Española en busca de oro y riquezas. Formaron los poblados y los indios fueron obligados a buscar el oro que los españoles esperaban encontrar. Ortiz en su estudio sobre el primer ingenio dice: “
“En diciembre de 1493, fue en la isla Española, la introducción y siembre de trozos de cañas de azúcar realizada por Cristóbal Colón ( no tenía parentesco con el Descubridor). Aproximadamente en 1501 se dio en dicha isla el primer cañaveral del Nuevo Mundo, debido a Pedro de Atienza. En 1506 o el año antes se produjeron los primeros azúcares de América, por Miguel Ballester o por un tal Aguilón o Aguiló. En 1515 se hizo la primera zafra del primer trapiche por Gonzalo de Velosa. En 1516 fue el primer ingenio, por el mismo Gonzalo de Velosa. Y los hermanos Francisco y Cristóbal de Tapia.
  Todas estas informaciones las tomo Ortiz de los historiadores de Indias, Bartolomé de las Casas, Gonzalo Fernández de Oviedo y Francisco López de Gómara, Juan de Castellanos y otros.
  Como es natural no se puede pensar en  maquinaria para extraer el jugo de la caña. Sencillamente lo que se iba a utilizar era la “cunyaya” . Ortiz dice” fue aquí la única máquina de exprimir cañas”. Esta información sobre el aparato rústico la tiene Ortiz de los historiadores de aquella época. Ellos decían “esto puede inferirse de las narraciones que se escribieron de aquellos sucesos, las cuales se refieren a “ciertos instrumentos de madera’, de estructura y carácter imprecisos. La “cunyaya” india equivale a la prensa manual que ya se conocía en el mundo Egeo más de 1000 A.C.
  Ortiz sigue explicando el invento de Velosa, y dice: “No lo sabemos con precisión. El invento de Velosa debió ser un sistema, orgánico y funcional, de maquinaria para moler las cañas de miel y sacarificar los guarapos. Entonces la maquinaria de hacer azúcar era toda de madera y no estaba muy adelantada”.
  El invento de Velosa lo hizo ser un hombre importante en la Española y le proporciono grandes utilidades La amistad y participación de Cristóbal Tapia y de él hermano Francisco Tapia, los enriqueció. Ortiz, dice; “”el ingenio poderoso  por ellos construido fue desde sus comienzos empresa que requirió no sólo el invento de Velosa sino los capitales extraordinarios requeridos para su máquina y montaje”.
  Don Fernando Ortiz dirigió varias instituciones cubanas a lo largo de su vida. Su obra ha quedado en la historia de Cuba perenne, Revalorizó la cultura africana en la cultura cubana. Nos dejó para el presente y futuro de nuestro país, lo mejor de él.

Nota: Las informaciones que aparecen en este artículo, pertenecen la mayor parte a F.Ortiz.

R. León

AZORÍN, según la Profesora y autora cubano-americana Mireya Robles

Por Roberto Soto Santana

          Mireya Robles nació en Guantánamo (Cuba) el 12 de marzo de 1934. Tras graduarse como Bachiller en Ciencias y Letras; cursó dos años de la carrera de Derecho Civil e Internacional en la Universidad de La Habana. Transterrada a los Estados Unidos, asistió al Russell Sage College, Troy, New York: a la Universidad de New York en Albany, y a la Universidad de New York en Stony Brook: en todas las cuales instituciones educativas superiores se doctoró..
           Ha ejercido como docente en varias entidades académicas superiores en los EE.UU. y fue Profesora titular en la Universidad of Natal, en Durban (Sudáfrica), entre 1985 y 1994. En la actualidad es Investigadora Asociada Honoraria de esa universidad. Asimismo, ha publicado numerosos artículos de crítica literaria, poemas y narraciones cortas en revistas literarias en unos veinte países. En 1989, fue finalista del Premio Nadal.
         Destacan entre sus libros de poesía: Petits Poèmes, en traducción francesa, Niza, Francia, 1969; Tiempo artesano, Editorial Campos, Barcelona,1973; Time, the Artisan, edición bilingüe, trad. Angela de Hoyos, Dissemination Center for Bilingual, Bicultural Education, Austin, Texas, 1975; En esta aurora, Universidad Veracruzana, México, 1976.
          Sus novelas publicadas incluyen señaladamente a la titulada: Hagiografía de Narcisa la bella [reseñada por María Eugenia Caseiro en la edición de este blog PENSAMIENTO en su edición del 1 de noviembre de 2013], Ediciones del Norte, Hanover, New Hampshire, 1985; y Editorial Letras Cubanas, La Habana, Cuba, 2002; Hagiography of Narcisa the Beautiful, Readers International, Londres, 1996;
         Es igualmente autora del libro de crítica literaria: Profecía y luz en la poesía de Maya Islas, M & A Editions, San Antonio, Texas, 1987. Y tiene inéditos en versión de papel la novela Combinado del Este, los libros de cuentos: Trisagio de la muerte y Frigorífico del Este. Además del poemario Solitarios del Silencio.
         Ha obtenido, entre otros muchos, los premios literarios: Mención de Honor por el ensayo, "Determinismo y libertad en Jacques le Fataliste", Círculo de Escritores y Poetas Iberoamericanos de Nueva York, 1969. Mención de Honor, ensayo, "Arte y Filosofía en Muerte y Resurrección de José Ortega y Gasset", Círculo de Escritores y Poetas Iberoamericanos de Nueva York, 1970. Finalista, poesía, "Poemas del Tiempo", Ciudad de Barcelona, España, 1970. Mención de Honor, ensayo, "En torno a Luis Cadalso", Círculo de Escritores y Poetas Iberoamericanos de Nueva York , 1970.
        En su ensayo “Azorín, crítico y criticado”, Mireya Robles hace una serie de apuntaciones diamantinas sobre el acierto del escritor gracias a quien “no sólo reviven las obras, sino también los autores”, sobre la “novelización que de la historia literaria hace Azorín”, sobre el hecho –ya advertido por Alonso Zamora Vicente- de que sea “un gran pintor literario de momentos; el hombre, el paisaje   y hasta la misma acción se le presentan inmóviles y en artística posición, y respecto del hecho de que con sus novelas ‘donde no pasa nada’ se anticipó en varias décadas a la novela que está hoy de moda. Las novelas de Azorín son externamente, aparentemente, estáticas, pero íntimamente, están movidas por un hondo dinamismo”.
        En su otro ensayo sobre “El elemento histórico en El Escritor – una novela de Azorín”, Mireya Robles pone el dardo en la diana cuando subraya el hallazgo crítico de que en el meollo de sus novelas se encuentra, sencillamente, la cotidianidad –eso sí, planteada y desenvuelta con indudable maestría estética e interés humano- que la datación de las sucesivas obras que componen su producción narrativa va coincidiendo con el gradualmente creciente conservadurismo de sus ideas políticas –producto de su personalísima experiencia semejante a la descrita por el conde Agustín de Foxá y Torroba en su opúsculo “Madrid, de Corte a checa” (adviértase que “checa” era el organismo émulo de la policía secreta soviética que funcionaba en la España “roja” con completo irrespeto de los Derechos Humanos).
            No es justo cerrar esta breve reseña sin reconocer una vez más la ponderación de la escritora cuyos ensayos sobre Azorín glosamos, y cuyo sentido general coincide con las apreciaciones vertidas por Alan Hoyle en el XIII Congreso de la Asoc. Internacional de Hispanistas [véase http://cvc.cervantes.es/literatura/aih/pdf/13/aih_13_2_031.pdf ] cuando señaló que tuvo razón Azorín al decir que su generación ama el paisaje y que, aunque continúa el movimiento ideológico de la generación anterior, «la curiosidad intelectual por el extranjero y el espectáculo del desastre [...] han puesto en ella una variante que antes no había en España».A estas alturas podemos añadir un poco más: la aportación distintiva del 98 es la de haber hecho un paisajismo romántico tardío y por eso peculiar, ante un paisaje tan distinto como es el de Castilla, para explorar una crisis de identidad nacional agudizada hasta el máximum por el desastre, entreverándola con una crisis filosófica individual…


LA IRRUPCIÓN DE LA CULTURA Y LA RELIGIÓN DE ESPAÑA


Por: José Manuel Fernández Núñez
La Jiribilla Cuba

La cultura europea, y particularmente la española, llegó con la colonización. Ésta no era homogénea, pues procedía de los diferentes pueblos que constituían la España de esa época. En algunas de estas regiones se encontraban reminiscencias culturales de los árabes, que primero conquistaron y luego permanecieron en la Península Ibérica por más de 7 siglos. Con la cultura española llegó la lengua castellana, y con esta última la poesía, la literatura y el teatro. Por otra parte, hicieron su entrada las tradiciones en las comidas: la tortilla española, el caldo gallego, la fabada asturiana, las paellas valencianas, los garbanzos; y en los postres, la natilla, el arroz con leche, el chocolate de las
civilizaciones mesoamericanas y el café procedente de Haití, que mezclado con leche fue el mágico café-con-leche en los desayunos. Llegaron los ritmos y bailes de todas las regiones, y con ellos la mundialmente famosa  guitarra española, que naturalizada en Cuba, a fines del siglo XIX, originó el género cubano del bolero. Apareció un instrumento denominado “tres”, por tener tres pares de cuerdas en vez de seis cuerdas alineadas, el cual es la clásica guitarra de la música campesina y del son, el complejo rítmico nacional de Cuba. Arribaron, además, costumbres como la tauromaquia. La Habana tuvo dos plazas de toros, pero no causaron tanto furor como en México o Colombia; y a fines del siglo XIX esas prácticas ya habían desaparecido entre los habaneros. Con la cultura española también llegó el credo religioso cristiano católico y romano, o lo que ha sido conocido como la “primera evangelización”. Es necesario  comprender, sin embargo, que esta irrupción de credos católicos no fue un simple arribo de creencias que se adoptaron libremente y de forma espont ánea. Era un asunto mucho más complejo. A la Iglesia Católica se le otorgó el carácter de toda una institución, a la que le correspondió ejercer funciones públicas muy importantes, mediante lo que se conoce como el “patronato”.
El patronato era la relación y distribución de poder entre el Estado español y la Iglesia Católica en las especiales condiciones de las colonias de ultramar. Éste favoreció el desarrollo ulterior de la Iglesia Católica como iglesia predominante en Cuba en toda la etapa colonial (siglos XVI y XIX) y tuvo especial importancia para la determinación de la ubicación o localización y edificaci ón de los principales templos, conventos y otras instituciones cristianas católicas en los poblados de Cuba, y
muy particularmente en la ciudad de La Habana.Para comprender las características del patronato en
Cuba, es necesario, ante todo, señalar algunos antecedentes históricos. Después de varios siglos de cruzadas en Europa, la Iglesia Católica contaba con una gran influencia. Justo en 1492, cuando Cristóbal Colón arriba a Cuba, los Reyes de Castilla y Aragón habían creado una alianza que expulsó a los árabes de España. Se constituyó, pues, el Estado español. Ese nuevo Estado asumía ciertas obligaciones con la poderosa Iglesia en el mantenimiento de la fe en esos territorios, y en los
nuevos de ultramar recientemente “descubiertos”. Mediante bula de Alejandro VI, la Iglesia Católica
determinó la tutela de los reyes de España en América, pero impuso ciertas obligaciones. Entre ellas, la de enviar religiosos en las expediciones para convertir a los “indios” al catolicismo, velar por la pureza de las costumbres de los conquistadores y su relación con la población autóctona, así como ayudar a la propagación de la fe. A cambio de estas obligaciones, a los reyes de España se les reconocía su poder en la administración de las colonias y se les otorgaba el patronato. El notable historiador cubano, Ramiro Guerra Sánchez, en su obra Manual de Historia de Cuba
señala:
“Los Reyes Católicos, Fernando e Isabel, nunca estuvieron dispuestos a admitir una dualidad de poder
dentro de los dominios reales, ni aun tratándose de la Iglesia. Ésta les otorgó en tal virtud, el atronato de la misma en el Nuevo Mundo, con facultad para crear parroquias, obispados y arzobispados, proponer el nombramiento de los obispos y demás autoridades eclesiásticas, autorizar el establecimiento de órdenes religiosas y, en una palabra, ejercer la real potestad en los asuntos
tocantes a las relaciones del clero con el Estado”. En determinadas ocasiones, estas relaciones de patronatoentre el Estado español y la Iglesia en las colonias americanas originaron ciertos conflictos entre los gobernadores civiles-militares y el clero, como los ocurridos en el siglo XVII. Los obispos y los religiosos argumentaban que las Leyes de Indias no determinaban con exactitud que el Vicerreal Patronato sobre la (6) Ramiro Guerra Sánchez: Manual de Historia de Cuba, Editora Nacional de Cuba, La Habana, 1964, pp. 45-46.

Iglesia que ejercía la monarquía española en sus colonias de América correspondía, en Cuba, al Gobernador de La Habana. Por ello, los eclesiásticos se resistían a acatar disciplinadamente la autoridad civil de este último. Estos acontecimientos llegaron incluso a enfrentar al gobernador Diego Pereda y al obispo Alonso Enríquez de Armendariz. Los conflictos llegaron a tal grado, que el obispo decidió excomulgar al Gobernador, a los regidores, y en un acto casi insólito, a los vecinos de La Habana.

En 1630, el rey de España, apoyado por el Papa y las autoridades religiosas y laicas, dispuso que, en
Cuba, el Vicerreal Patronato de la Iglesia correspond ía a la autoridad civil del Gobernador de La Habana. Las relaciones de patronato, además de las obligaciones antes señaladas, incluyeron la práctica de establecer una parroquia en cada poblado, según ha señalado el historiador Ramiro Guerra: “La práctica seguida invariablemente desde que se estableció la primera colonia en La española fue crear una parroquia en cada concejo o municipio. Así se hizo en Cuba, donde hubo un párroco por cada villa o concejo”.(7)

De tal forma, para la fundación de cada asentamiento de población o villa, que debía hacerse “a regla y
cordel”, había que destinar espacios para las plazas, iglesias, ayuntamientos y otras edificaciones consideradas básicas. Así lo establecieron las denominadas “Leyes de Indias”, conjunto de disposiciones creadas en España desde 1523 y dirigidas a sus colonias de América (con sus recopilaciones de 1573, 1687 y posteriores). En éstas se aclara que “A trechos se vayan conformando plazas regulares, edificando parroquias y monasterios para enseñanza de la doctrina. ”(...)
(7) Ramiro Guerra Sánchez: ob. cit., p. 46.

”Para el templo de la plaza mayor se señalen solares, los primeros después de la plaza, y sean de isla
entera...señálese luego sitio para la Casa Real, Consejo, Cabildo, Aduana y Atarazana. ”(...) ”En la Plaza no se den solares a los particulares inmediatos a la Iglesia y Casa Reales, edifíquese en ellos antes que todo tiendas y casa para tratantes”.(8) Aunque La Habana fue fundada años antes de que
se promulgasen las Leyes de Indias, éstas sirvieron de pauta para la fundación de los barrios y poblados de la periferia, así como para un ulterior desarrollo urbano. Por ello, las iglesias cristianas católicas, a diferencia de los templos de otras religiones, estaban presentes de forma obligatoria en el trazado urbano y en la arquitectura de la ciudad.

En el caso de la ciudad de La Habana, al fundarse la primitiva villa, ésta se le dedicó a San Cristóbal, y, bajo una ceiba, se celebró la primera misa y el primer cabildo. A partir de entonces arribaron las primeras órdenes religiosas de dominicos, franciscanos, agustinos y jesuítas, entre otros. Según el conocido historiador Emilio Roig de Leuchsenring —quien citaba a Irene A. Wright en su libro Historia documentada de San Cristóbal de La Habana en el siglo XVI, basado en los documentos existentes en los Archivos Generales de Indias de Sevilla, España— la primera iglesia que tuvo La Habana fue muy modesta. Era “un bohío. Consta que en 1524 le fueron (8) Recopilación de las Leyes de los Reinos de las Indias, Boix Editor, Madrid, 1841, Libro IV, Título VII. Citado en Análisis de las normas cubanas. Las ordenanzas coloniales; Ordenamiento urbano, Instituto de Planificación Física, La Habana,
1972, p. 11.destinados 32 pesos; desde el año 1519, por lo menos, se cobraban diezmos”.

En el período del gobernador Gonzalo Pérez de Angulo, se destruyó el bohío que fungía como iglesia, y se acordó construir una nueva. Fray Domingo Sarmiento, quien ocupó el obispado de Cuba entre 1538 y 1545, realizó una visita a todas las villas e iglesias entonces existentes en Cuba. En una carta al rey de España fechada en 1544, al narrar lo visto en su visita a La Habana, fray Domingo Sarmiento expresaba:
“Llegamos a esta del Havana a 22 de mayo, día de la Ascención, ques a 80 leguas del asiento de
Porcallo, por mar. Visité esta iglesia. Hay 40 vecinos casados y por casar. Indios y naborías naturales de esta isla 120; esclavos indios y negros 200. Un clérigo y un sacristán. La villa pide dos clérigos y lo dejamos proveído. (...) Queda aquí concertado se haga una iglesia y un hospital de piedra, confiando en limosna de V. M.”.10

Después de 1550, se iniciaron las obras para la construcción de una nueva iglesia de cal y canto. El gobernador Gonzalo Pérez de Angulo, quien se atribuyó el mérito de la iniciativa de esa obra, señala que “el cuerpo della tiene cien pies antes mas que menos y la capilla mayor cuarenta pies, y de ancho cuarenta pies”.(11) Pero solo cinco años más tarde, en 1555, esta iglesia resultó destruida, al roducirse el asalto e incendio de la villa efectuados por el famoso pirata francés 9 Emilio Roig de Leuchsenring: La Habana. Apuntes históricos, Editora del Consejo Nacional de Cultura, La Habana, 1964. (10) Hortensia Pichardo: Documentos para la Historia de Cuba, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1971, p. 100. (11) Emilo Roig de Leuchsenring: La Habana. Apuntes históricos, Publicaciones de la Oficina del Historiador de la Ciudad, La Habana, 1939, pp. 38, 39, 61.

Jacques de Sores. En 1560 aún no existía templo y, por los limitados recursos de los vecinos, no fue hasta 1574 que se concluyó la iglesia católica de la villa. La iglesia no se construyó donde estuvieron situadas las anteriores, sino donde se encuentra en la actualidad el Palacio de los Capitanes Generales. En 1666, fue ampliada por el obispo Juan de Santos Matías, y como por aquella época ya existían otras ermitas y parroquias —como la del Spíritu Santo, la del Cristo del Buen Viaje y la del Santo Ángel Custodio—, a esta parroquia remodelada se le denominó Parroquial Mayor, y se dedicó a San Cristóbal, el Patrón de La Habana.

A mediados del siglo XVII, en La Habana ya había unas 100 monjas y más de 200 frailes y sacerdotes. En esa época, el clero se había convertido en una clase de singular importancia en la ciudad. Desde entonces, las iglesias y templos católicos estuvieron vinculados de una forma u otra al desarrollo urbano de la ciudad. La Iglesia Católica se dedicó a la realización de ciertas obras sociales relacionadas con la educación, además de las iglesias y conventos. Una de las más importantes fue la Universidad de La Habana. Desde algún tiempo atrás la Orden de Santo Domingo de Guzmán reclamaba el derecho de fundar una universidad en La Habana, con las mismas características que las de Santo Domingo, Ciudad México o Lima. En 1721, el Papa Inocencio XIII, luego de escuchar estos reclamos, tuvo a bien apoyar la idea. También la aprobó el rey de España, Felipe V, quien propuso la discusión del asunto ante el Consejo de Indias. De esta forma, el 3 de septiembre de 1728, se aprobó la construcción de la Real y Pontificia Universidad de San Gerónimo de La Habana, con las mismas prerrogativas que las de Alcalá de Henares, Salamanca y Valladolid, y fue establecida 19 en el Convento de San Juan de Letrán o Convento de los Dominicos. Con respecto no ya a la inserción de templos y conventos cristianos católicos en el tejido urbano, sino a la arquitectura de éstos, podemos afirmar que en La Habana están presentes todos los estilos y tipologías arquitectónicas: barroco, neoclásico, neogótico, romá- nico, ecléctico, modernista, por solo citar algunos; e incluso, a veces aparecen mezclados unos y otros. Hasta el siglo XVII, la ermita, pequeño y rústico templo, era más común en la ciudad de La Habana. La Ermita de Jesús del Nazareno de Potosí (1644-1675), en Guanabacoa, es una de las más antiguas de su tipo en Cuba. En el siglo XVIII, al contarse con una mayor cantidad de recursos económicos, imperó en las iglesias, templos y conventos el estilo denominado barroco tardío, adecuado a las condiciones climáticas de Cuba, con su juego de luces y sombras. Dos de las construcciones más esplendorosas de esta época son la Catedral de La Habana y la Iglesia y el Convento de San Francisco. Durante el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, se hizo patente una gran diversidad de estilos, como el neogótico y el ecléctico. Los ejemplos más interesantes están en la Iglesia del Santo Ángel y la Iglesia de Jesús ubicada en la calle Reina. En los poblados periféricos a La Habana, y que hoy forman parte de ésta, las iglesias parroquiales eran en general más modestas. La variedad de estilos impera hasta la primera mitad del siglo XX, y la suntuosidad y riqueza arquitectónica se adecua al entorno urbano. Pueden mencionarse algunos estilos tan curiosos como el neorománico, cuyo exponente más grandioso se puede apreciar en la Iglesia de Jesús, ubicada en Miramar (su cúpula es la segunda más grande de Cuba después de la del Capitolio de La Habana). En otras construc- 20 ciones se impuso el modernismo, con su simplicidad de formas y líneas. Tal vez uno de los más logrados es el Santuario de San Antonio de Padua. Las primeras iglesias católicas en los siglos XVI y XVII eran modestas. Ermita de Jesús del Potosí (1644-1675), una de las más antiguas de las existentes en La Habana y en Cuba. Está incluida entre las obras de arquitectura más significativas de la ciudad de La Habana. Ha sido declarada Monumento Nacional. 21 Iglesia de Santa María del Rosario (1733-1766). Denominada en épocas pasadas La Catedral de los campos de Cuba. Monumento Nacional. Es considerada entre las más significativas obras de arquitectura de la ciudad de La Habana. 22 A partir del siglo XVIII, los templos católicos adquirieron una mayor majestuosidad, con el empleo del estilo barroco. Iglesia y convento de San Francisco de Asís (1730-1739), una de las más hermosas de Cuba. 23 La Catedral de La Habana (1777), una de las más altas expresiones del estilo barroco en la arquitectura religiosa cubana. Está incluida entra las obras de arquitectura más significativas de la ciudad de La Habana. Monumento Nacional ubicado en La Habana Vieja. Patrimonio de la Humanidad. Fue visitada por el Papa Juan Pablo II en 1998. 24 Iglesia de Santo Ángel Custodio (1690-1810-1870). En ella fue bautizado, en 1853, José Martí, el Héroe Nacional de Cuba, y fue escenario de la gran novela cubana del siglo Cecilia Valdés o La loma del Ángel, de Cirilo Villaverde. Es una muestra del estilo neogótico en la arquitectura religiosa del siglo . 25 Algunas de las iglesias católicas del siglo XX, contaban con una majestuosidad mayor que las de los siglos anteriores. Iglesia de Jesús de Miramar (1953), construida en unos de los barrios más suntuosos de La Habana y de Cuba. Está incluida entre las obras de arquitectura más significativas de la ciudad de La Habana. Es el mayor templo religioso de su tipo en el país; su cúpula es la segunda en tamaño de Cuba, después del Capitolio de La Habana. Estos casos anteriores, aunque de estilos diferentes, estaban situados en una zona donde residían las personas de mayores recursos económicos del país, de ahí su suntuosidad. Después de 1961, no se construyeron otras iglesias católicas en La Habana. En 1998, con la visita del Papa Juan Pablo II, se decidió la construcción de una nueva iglesia en Alamar, populosa zona urbana del este de la ciudad de La Habana. La visita del Papa fue muy importante para la Iglesia Católica, y fue objeto de un gran recibimien- 26 to popular. Durante la misa final, en la Plaza de la Revolución de La Habana, se reunieron unos 800 mil creyentes y no creyentes, entre ellos miles de turistas, peregrinos y periodistas extranjeros. En relación con las ceremonias religiosas católicas de carácter fúnebre y los cementerios, la historia es bien curiosa; pues el lugar de los enterramientos se convirtió en una verdadera controversia entre los higienistas y propugnadores de la fe católica. Ello hizo que se prolongara la inauguración del primer cementerio de La Habana hasta el año 1805. Aun así, fue el primero de Cuba y Latinoamérica, y uno de los primeros de su tipo en el mundo. La polémica entre los higienistas y los religiosos, a finales del siglo XVIII y principios del siglo , no se produjo solamente en esta urbe, sino en otras ciudades de diferentes latitudes; incluso en la propia metrópoli, España, y en otras naciones de Europa. Desde 1751, Antonio Gaspar de Pinedo, entonces procurador general del Ayuntamiento de Madrid, había manifestado su preocupación acerca de los problemas sanitarios que ocasionaba el enterramiento en las ya entonces colmadas catacumbas del interior de las iglesias de Madrid; y ya en 1752, se hicieron algunos proyectos de nuevos cementerios, aunque no se llevaron a la práctica. Fue tan solo en la época del rey Carlos III considerado por muchos el mejor alcalde de Madrid; y cuya figura fue la más alta expresión del despotismo ilustrado que se promulgó la Real Orden de 29 de mayo de 1781, a pesar de la oposición de las autoridades eclesiásticas. Ésta propiciaba el estudio de experiencias de otros países como Francia e Italia en lo relativo a este asunto. Luego de ello, otra Real Cédula de 3 de abril 1787 estableció la realización de proyectos de cementerios ventilados fuera 27 de las poblaciones, y la suspensión de enterramientos en iglesias a partir de 1804, coincidiendo con Francia, que por Decreto de 12 de junio de 1804, dispuso la creación de los reglamentos de los tres cementerios de extramuros en París. Estas disposiciones de la Corona española se dieron a conocer tanto en Cuba como en otras colonias de América; pero fueron recibidas con reticencia, sobre todo por la oposición de ciertas figuras eclesiásticas que las consideraban, cuando menos, actos contra la fe religiosa católica. En Cuba, y en particular en la ciudad de La Habana, desde el siglo XVI era una costumbre que los creyentes católicos, principalmente los de ciertos recursos y linaje, fueran enterrados en las iglesias, pues no existían cementerios como tales. Los criollos pobres y los esclavos eran enterrados en cualquier lugar. A fines del siglo XVIII y principios del siglo , el científico cubano Tomás Romay, hombre sumamente culto e iniciador de la investigación científica en las ciencias médicas, había conocido las ideas del Iluminismo o Ilustración europea. Supo de la vacuna contra la viruela. También había realizado estudios sobre la disposición de cadáveres en las poblaciones, sobre todo en las ocasiones en que se desataban epidemias que producían numerosas víctimas. En esos casos, las iglesias existentes no alcanzaban para alojar a todos los fallecidos; y, por otro lado, era una práctica muy da- ñina para la salud de las poblaciones que se realizasen enterramientos masivos sin guardar todas las medidas sanitarias requeridas. Romay propuso la construcción de cementerios modernos, y logró el apoyo de algunas figuras en la Junta Patriótica de La Habana, creada desde 1793. No obstante, sus ideas resultaban atrevidas para la 28 época, y, sobre todo, para el clero religioso y los creyentes, quienes consideraban los enterramientos en cementerios como algo profano o que dañaba la fe. Por ello, el científico solicitó la ayuda del obispo Juan Díaz de Espada y Landa (1756-1822), religioso de convicciones profundas y hombre de ideas sumamente progresistas para su época. Desde su llegada a La Habana, el 26 de febrero de 1802, el obispo impulsó todas las obras de desarrollo de la cultura, y le dio su apoyo a Romay y a otras célebres figuras agrupadas en la Junta Patriótica de La Habana. Finalmente, el 2 de febrero de 1804, se prohibieron los enterramientos en las iglesias, y el obispo Espada adquirió algunos terrenos en los alrededores de La Habana para instalar el nuevo cementerio. Éste fue definitivamente concluido e inaugurado por él un año más tarde, el 2 de febrero de 1805, y en su entrada se colocó una inscripción en donde se leía: A la religión A la salud pública. MDCCCV. El Marqués de Someruelos. Gobernador. Juan de Espada, Obispo. Por ello, el primer cementerio de La Habana fue conocido popularmente como el Cementerio de Espada.12 La inauguración del cementerio de La Habana fue un gran acontecimiento. El rey de España felicitó al gobernador y al obispo, y dispuso que se enviaran copias del reglamento y la memoria descriptiva del cementerio al arzobispo y virrey de México, así como a los arzobispos, obispos y gobernadores de Santa Fe, 12 Emilio Roig de Leuchsenring: La Habana. Apuntes históricos, Editora del Consejo Nacional de Cultura, La Habana, 1964. 29 Guatemala, Caracas y Puerto Rico. El Cementerio de Espada fue el primero de América, y entre los primeros de su tipo en el mundo, pues fue edificado tan solo un año después de los de España, Francia e Italia. Más tarde, mediante Ordenanzas Sanitarias de 1862, fueron establecidas otras normativas sobre la disposición final de cadáveres. No obstante, ya en la segunda mitad del siglo el propio crecimiento de la población de La Habana y algunas grandes epidemias entre ellas la de la fiebre amarilla contribuyeron a que surgieran varios pequeños cementerios en los alrededores de la ciudad, algunos de ellos provisionales, como los de El Cerro, Los Americanos, La Marina, Los Molinos, Atarés y Casablanca, hoy inexistentes. Más adelante, se realizó el proyecto de un nuevo cementerio general de mayores proporciones, el Cementerio de Cristóbal Colón, destinado a recibir los restos del almirante, que entonces se encontraban en la Catedral de La Habana. Inaugurado en 1871, y con una extensa superficie de 56 hectáreas, es una verdadera necrópolis o ciudad de los muertos al estilo romano, con una cuadrícula conformada por calles, manzanas y parcelas. Declarada Monumento Nacional, la necrópolis de Cristóbal Colón de La Habana es una de las más valiosas de su tipo en el mundo, solo comparable en América al cementerio de la ciudad de Buenos Aires, y a algunos en Europa. Su portada es del arquitecto español Calixto de Loira y las esculturas a relieve en mármol de Carrara (Italia) pertenecen al cubano José Villalta. Su capilla central, octogonal o de ocho paredes, es la única de su tipo en Cuba. Esta última fue edificada en 1886, y exhibe frescos de Miguel Melero y vitrales realizados en Colonia, Alemania. 30 Necrópolis de Cristóbal Colón (1871). Monumento Nacional. Arriba: pórtico de entrada. Debajo: la iglesia octogonal, única de su tipo en Cuba. Con 56 hectáreas, es la más monumental obra funeraria de La Habana y de Cuba, uno de los mayores cementerios de América Latina, y se estima que el cuarto entre los más valiosos del mundo, luego de los de Milán, Génova y París. La riqueza de su patrimonio histórico y artístico ha sido evaluada en más de cien millones de dólares. 31 En la ciudad de La Habana, existen un total de 22 cementerios con similares características. Ubicados en áreas más próximas al centro de la ciudad están el Cementerio de San Juan Bautista (1877) y el Cementerio Chino (1893). Otros en los poblados cercanos a la capital, como el de Peñalver (1818), el de Guanabacoa (1886), el de Managua (1818), el de Campo Florido (1886), el de Santiago de Las Vegas (1895), el de Calabazar (1898) y el de Arroyo Naranjo (1899); por citar tan solo los más conocidos. Además de las iglesias, conventos, y cementerios, en la capital existen otras construcciones relacionadas con los credos cristianos católicos, como son las esculturas monumentales religiosas, ubicadas no ya en el interior de los recintos y templos, sino en los espacios abiertos de la ciudad, algunas de las cuales poseen relevancia internacional. El exponente de mayor singularidad, belleza e importancia mundial en lo referido a la escultura monumental religiosa cristiana católica es el popularmente conocido Cristo de La Habana, o Cristo de Casablanca. Es una obra de la escultora cubana Jilma Madera, y está ubicado en las colinas cercanas al poblado de Casablanca, en la ribera norte de la bahía de La Habana. Inaugurada el 25 de diciembre de 1958, esta escultura posee una altura de 15 metros (con su base, unos 20 metros), un peso total de 320 toneladas, y por sus dimensiones se encuentra entre los cinco monumentos mayores del mundo, solo superado en América por el Cristo del Corcovado en la ciudad de Río de Janeiro, Brasil. Otra escultura monumental religiosa cristiana cató- lica relevante, aunque de menor tamaño y proporciones que la anterior, es la escultura de Nuestra Señora, también llamada Virgen del Carmen. Con unos 7,50 32 metros de alto y un peso de unas nueve toneladas, se encuentra ubicada en una torre de unos 71 metros de altura, en la iglesia del mismo nombre; y puede ser vista desde varios puntos, en el centro de la ciudad. El Cristo de La Habana (1958), es el mayor exponente de la escultura monumental religiosa en Cuba. Con 15 metros de altura, 20 desde su base y 320 toneladas de peso, es el segundo en América Latina luego del Cristo del Corcovado de Río de Janeiro en Brasil, y está considerado entre los 5 más grandes de su tipo. 33 Otra importante escultura, aunque de menores dimensiones aún, es la denominada Virgen del Camino, ubicada en un cruce de vías en la zona sur de la ciudad de La Habana. Esta escultura es obra de la afamada escultora cubana Rita Longa, así como la santa Rita ubicada en la iglesia de similar denominación en la zona oeste de la ciudad.