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lunes, 26 de noviembre de 2012


DE CUANDO EMIL LUDWIG ESTUVO EN LA HABANA,
 PARA HACER EL ELOGIO DEL PRESIDENTE BATISTA
por Roberto Soto Santana (de la Academia de la Historia de Cuba – Exilio)

                De estirpe judía, alemán de nacimiento (1881) y nacionalizado suizo (1932), el prolífico escritor labró su fama imperecedera en la Literatura gracias a la verdadera sarta de biografías que pergeñó a lo largo de su vida –particularmente, entre 1927 y 1947, periodo en el que glosó y publicó, entre otras muchas, las vidas de Napoleón, Goethe, Jesucristo, Abraham Lincoln, Hindenburg, Cleopatra, Roosevelt, Hitler, Mussolini, Stalin, Beethoven y Freud-.
                Como escribe Arnaldo Momigliano en el prólogo “El estado ambiguo de la biografía”, de su libro “Génesis y desarrollo de la biografía en Grecia” (Fondo de Cultura Económica, 1986), “En los principales tratados sobre el método histórico que se han escrito desde el siglo XVI, se considera normalmente a una biografía como una de las formas legítimas del escrito histórico”. Y pone como ejemplo a Jean Bodin, historiador precisamente de ese siglo, quien “distinguió entre la historia de un hombre y la de una nación entera”.
                Por otra parte, Benedetto Croce (en su “Historia de la historiografía italiana en el siglo XIX”, 2ª edición, p. 282) dejó dicho, en una apreciación aventuradamente cruel, que “escritores como Ludwig son los Guido da Verona de la historiografía” (según el citado Arnaldo Momigliano, era este Guido da Verona “un novelista menor, medio sentimental, medio pornográfico, de los años veinte”).
                Emil Ludwig y el austriaco Stefan Zweig tuvieron en común, como escritores dedicados al género biográfico, la práctica exclusión de toda clase de fechas en sus relatos sobre las vidas de personalidades relevantes de la Política, de la Literatura y de la Cultura en general, y el enfoque casi exclusivo sobre el estudio desde el punto de vista psicológico de las personalidades que historiaban. Para verificar este aserto, basta leer cualquier espécimen de sus copiosas obras biográficas. Si bien no puede dejar de advertirse que ambos supieron identificar y analizar magistralmente la influencia de la sociedad de cada época en las personalidades biografiadas.
                Por eso podemos aplicar a la obra de Emil Luwig la conclusión a la que llegó Arnaldo Momigliano de que “La biografía ha adquirido un papel ambiguo en la investigación histórica: puede ser un instrumento de investigación social o puede ser un escape de las investigación social…[Pero] No es probable que en el presente alguien ponga en duda  que la biografía es una clase de historia”.
                Con esas salvaguardas puede abordarse la narración y la valoración de la fugaz visita de Emil Ludwig a Cuba, casi coincidente con la estación de las lluvias del año 1944 -no pudiendo hablarse en relación con Cuba de primavera, verano, otoño e invierno, ya que con mayor propiedad debe hablarse de una estación de lluvias –de mayo a noviembre- y de una estación de la seca –de diciembre a abril-, dentro de un clima de sabana prevaleciente en toda la Isla (“Geografía de Cuba”, por el Dr. Leví Marrero, 5ª edición ampliada, 1981, pp.68-92)-.
Según una crónica obrante en el portal de Internet www.habanaradio.cu y firmada por Elías Gracia con fecha del 17-4-2009, “El escritor y biógrafo Emil Ludwig llegó a Cuba acompañado de su esposa Helga, el 9 de abril de 1944, por lo que pudo palpar el ambiente electoral del país —era año de elecciones presidenciales— y seguir por la prensa el acontecer de la Segunda Guerra Mundial, que constituía el grueso de las noticias diarias.
“El escritor y diplomático cubano Gonzalo de Quesada y Miranda daba del visitante este curioso retrato: ‘Sin duda alguna se le ve más viejo que en la mayoría de las fotografías. Da de momento la sensación de un hombre cansado, a lo que contribuyen quizás los pesados párpados, tras los cuales no tardo en descubrir unos ojos penetrantes y escrutadores.
“A Ludwig lo traía a Cuba el propósito de reunir información para un libro por encargo y contratado de antemano. Con 65 años sobre sus hombros, fama cimentada en una obra de gran aceptación en el mundo de los lectores e indiscutible maestría para “hacer” libros, el autor alemán se daba el lujo de “sentarse a pedir”. Veamos aquí un fragmento de sus declaraciones, porque contienen una apreciación interesante. Dijo así: ’Cuba debe aspirar a que la extraordinaria vida y obra de Martí sean conocidas en el extranjero’.
“Ludwig llegó para trabajar en su libro Biografía de una Isla (Cuba), escrito a la manera de un recorrido por la historia del país, desde los tiempos del descubrimiento hasta el presente, es decir, hasta 1944, incluyendo observaciones muy personales y polémicas sobre los jefes cubanos que combatieron por la independencia. Este libro no se publicó en español hasta 1948 (recién había muerto Ludwig) y en opinión de los conocedores, nada aportó a su carrera ni a su gloria literaria”. 
Tenida en cuenta esta información documental, queda precisado, entonces, que Ludwig llegó a La Habana en abril de 1944 (y no en el año 1941, como afirma una bienintencionada fuente), que su edad era la de 63 años (y no 65, como acabamos de ver que afirma otra fuente), y que fue a Cuba para acopiar datos e impresiones con vista a escribir un libro para cuya redacción había sido contratado previamente (y no a estudiar la obra literaria de José Martí, como también se ha dicho).
Los honorarios por ese libro -que fue finalmente publicado en 1948 en primera y única edición por la Editorial Centauro, de México, con el título de “Biografía de una isla”-, y los gastos de viaje y estancia en Cuba presumiblemente le deben haber sido abonados a Ludwig con cargo al presupuesto de gastos del Ministerio de Educación o del Ministerio de Estado (éste no es un dato contrastado sino una conjetura del autor de este trabajo, dado el contenido del libro en cuestión –con elogios a raudales para la obra presidencial batistiana- y la deducible premisa de que no parece razonable suponer que Batista o cualquier otra figura de su entorno político se hicieran cargo de todos esos desembolsos con cargo a su peculio particular, teniendo todavía el erario público a su alcance). El periodo presidencial de Fulgencio Batista concluía el 1 de octubre de 1944, y, a la vista de la prohibición constitucional de presentarse como aspirante a un segundo mandato consecutivo, el General había anunciado expresamente que respetaría los resultados de las elecciones señaladas para el 1 de junio de 1944. La presencia de Ludwig y el libro que éste iba a escribir estarían llamados, si fuere correcta esta suposición, a ser a corto plazo testimonio de reconocimiento y alabanza del paso de Batista por la Historia nacional, y a reforzar las posibilidades de elección tanto de su “delfín” como candidato a la presidencia de la República como del propio Batista a una curul de Senador por la provincia de Las Villas (los objetivos primero y tercero se lograron, el segundo no se cumplió); a largo plazo, podrían abonar el camino para un regreso de Batista al Poder en las próximas elecciones (de 1948).
El sucesor escogido por Batista fue el Dr. Carlos Saladrigas, respaldado por la llamada Coalición Socialista Democrática (integrada por el Partido Liberal, la Unión Nacionalista, el Partido Socialista Popular –los comunistas-, el Partido Demócrata, y los exiguos restos del “ABC” -que en su época de esplendor había sido impulsor de la lucha clandestina determinante de la caída de la dictadura machadista, en agosto de 1933-).
Por cierto, en la edición del 11 de mayo de 1944 –tres semanas antes de las elecciones presidenciales- del diario HOY –órgano oficial de los comunistas-, el Dr. Juan Marinello Vidaurreta (consagrado ensayista y estudioso de José Martí, y, en ese momento, ministro saliente del gobierno de Batista) escribió lo siguiente: “…si a nuestro Partido Socialista Popular se le pregunta por qué fué el primer grupo político en señalar a Carlos Saladrigas para su más elevada misión, el Partido simplemente diría que lo había hecho así porque Saladrigas, por un millar de razones convincentes, significa la continuidad de la acción progresista, democrática y popular, de Fulgencio Batista”.
En los comicios del verano de 1944 resultó vencedor el Dr. Ramón Grau San Martín, al frente de la “Alianza Auténtico-Republicana” –formada por el Partido Revolucionario Cubano(Auténtico), en esa época titular de una prosapia democrático-revolucionaria tras diez años consecutivos de aspiración al Poder, opacados por la dominación de la política nacional que desde la Jefatura del Ejército había venido ejerciendo Batista a partir de fines de 1933, y por el recién creado Partido Republicano (liderado por el Dr. Gustavo Cuervo-Rubio, quien había sido Vicepresidente de la República con Batista, durante el cuatrienio 1940-1944).
De la visita habanera de Emil Ludwig quedó asimismo otro testimonio de excepción, dado por el escritor Enrique Labrador Ruiz, fallecido en el Exilio, en Miami, en 1991. Se trata de dos hojas manuscritas que se conservan en la Cuban Heritage Collection de la Universidad de Miami (en la caja nº4, carpeta nº356, sin título y sin fecha, en la Colección número CHC0111, cuyos facsímiles se pueden ver a través del portal http://merrick.library.miami-edu/digital projects). El manuscrito de Labrador Ruiz dice así (la transcripción siguiente es del autor del presente trabajo): “A la Habana llegó Emil Ludwig en busca de un artilugio que se llamaría no sé cómo. No habla sino su nativo alemán y algo de francés pero el señor que estaba en la Presidencia ni se inmutó. Vino de intérprete Gonzalo de Quesada y Miranda y aquella charla fue definitiva. Después de unas copas de champán pidió retirarte (sic) el Maestro; Gonzalito indagó en cuanto a sus impresiones. “No se puede leer los clásicos después de los 40…Todo se enreda, se confunde y ni Aristóteles es Aristóteles ni las formulaciones sobre periodos tienen el menor interés. Nunca he visto nada semejante”. Creo que fue una buena tajada. No se perdió el viaje y andando el tiempo salió su librillo mostrenco sobre la Isla maravillosa o cosa parecida. ¿Secreto del espejo? Ni por casualidad surge por parte alguna el nombre de ese bárbaro que llevó a Cuba a la noche de iracundos gestos. Dejó hacer al otro bárbaro para cuidar sus fondos y ante esa constante usura fragmentada ¿qué puede el gesto de los prudentes? Nos quedamos a tolerar, nos tuvimos que ir después de dilaciones y humillaciones, y la sombra del guajirito siniestro sigue en pie. No se le hizo el libro pero le queda la estatua labrada por los años de años de Fidel. Congelada en estéril estiércol”.
¿Se puede colegir que “ese bárbaro que llevó a Cuba a la noche de iracundos gestos” y el “guajirito siniestro” es Batista, que el “otro bárbaro” a quien aquél “Dejó hacer…para cuidar sus fondos” es Fidel Castro, y que el “librillo mostrenco” es “Biografía de una isla”? Es posible.
El autor del presente trabajo es propietario de un ejemplar del libro “Paradojismo”, publicado en Madrid en 1963, cuyo autor es precisamente Fulgencio Batista y en cuyas páginas 25 a 32 –ambas inclusive- se transcribe la nota biográfica, profusamente encomiástica, insertada por Ludwig en su “Biografía de una isla”. El ejemplar del libro que cito tiene en la portadilla una dedicatoria fechada en enero de 1968, con la firma autógrafa del General Batista, a favor de don Juan Antonio Álvarez de Estrada (quien ocupó la jefatura de Protocolo del desaparecido Ministerio de Información y Turismo, cuando el generalísimo Franco era Jefe del Estado).
Refiriéndose a las elecciones del 1 de junio de 1944, Ludwig dice: “Yo presencié esas elecciones acompañado por el joven ministro de Defensa [Arístides Sosa de Quesada], uno de los más prestigiados y eficaces colaboradores de Batista, que había sido alcalde facto de La Habana, jefe del Servicio Jurídico y del Cuerpo de Cultura Militar, y director de los organismos civicomilitares creados en 1936. Visité los colegios electorales e interrogué a los electores. Fueron elecciones ejemplares, con absoluta garantía para todas las tendencias. Batista, que fue hostigado por los contrarios, llamándosele dictador, respetó desde la Presidencia todos los derechos ciudadanos, sociales, políticos e individuales, y, con devoción, la libertad de Prensa y los medios de expresión garantizados por la nueva Carta de la República…El candidato derrotado, doctor Carlos Saladrigas, y el candidato doctor Ramón Grau San Martín, fueron al palacio presidencial y se abrazaron en presencia de la multitud…en el balcón vi entonces nuevamente a Batista salir sonriente a recibir un homenaje cuyo valor moral era superior al suyo propio de cuatro años antes. En este momento opté por él, y pensé que la democracia tenía muchísimo más valor cuando es practicada por un hombre que comienza como autócrata. La derrota de Batista era su mayor victoria”.
Pero el enaltecimiento de la figura de Batista por parte de Ludwig no se limitó al libro que finalmente llegó a escribir, y resultó publicado en 1948. Emilio Roig de Leuchsenring, en un artículo titulado “Descreimiento patriótico, incivilidad, malcriadez, vagancia”, publicado en la revista CARTELES del 21 de mayo de 1944 y reproducido en www.opushabana.cu, cuenta que el biógrafo alemán asistió, junto al presidente Batista, al acto de inauguración del Rincón Martiano, en las antiguas canteras de San Lázaro, y que el visitante publicó en el diario EL MUNDO una crónica del evento en la que dijo, refiriéndose al pueblo, “que nunca olvidaré en medio del barullo del verdadero pueblo, entre centenares de seres humanos blancos, mulatos y negros, en medio de los trajes elegantes y las camisas abiertas de abigarrados colores, de los obreros, se detuvo el automóvil del Presidente, apenas con escolta militar, sin cordón policiaco, de una manera tan popular, como no sería posible en ninguna democracia de  Europa” ‘y aun de casi todas las “democracias” de Europa, agregaría yo’ –las últimas once palabras de esta cita reproducen el comentario apendicular de Roig de Leuchsenring, y no forman parte de las palabras de Ludwig; o sea, que en 1944 el incienso para sahumar a Batista lo repartieron tanto Ludwig como Roig de Leuchsenring-.
Ludwig, en una palabra, fue a Cuba a adoptar la misma actitud de apologista respecto de Batista que desempeñaron los más adelante exiliados Enrique Pizzi de Porras y el Dr. Antolín González del Valle Ríos (con su libro encomiástico “Batista: Trayectoria Nacionalista”, Director General de Enseñanza Superior en 1952, e igualmente autor de la obra “Dirección del Aprendizaje del Dibujo”, publicada en 1943 y todavía en 2004 calificada dentro de Cuba como “trascendental” en la enseñanza de esa disciplina).DE CUANDO EMIL LUDWIG ESTUVO EN LA HABANA,
 PARA HACER EL ELOGIO DEL PRESIDENTE BATISTA
por Roberto Soto Santana (de la Academia de la Historia de Cuba – Exilio)

                De estirpe judía, alemán de nacimiento (1881) y nacionalizado suizo (1932), el prolífico escritor labró su fama imperecedera en la Literatura gracias a la verdadera sarta de biografías que pergeñó a lo largo de su vida –particularmente, entre 1927 y 1947, periodo en el que glosó y publicó, entre otras muchas, las vidas de Napoleón, Goethe, Jesucristo, Abraham Lincoln, Hindenburg, Cleopatra, Roosevelt, Hitler, Mussolini, Stalin, Beethoven y Freud-.
                Como escribe Arnaldo Momigliano en el prólogo “El estado ambiguo de la biografía”, de su libro “Génesis y desarrollo de la biografía en Grecia” (Fondo de Cultura Económica, 1986), “En los principales tratados sobre el método histórico que se han escrito desde el siglo XVI, se considera normalmente a una biografía como una de las formas legítimas del escrito histórico”. Y pone como ejemplo a Jean Bodin, historiador precisamente de ese siglo, quien “distinguió entre la historia de un hombre y la de una nación entera”.
                Por otra parte, Benedetto Croce (en su “Historia de la historiografía italiana en el siglo XIX”, 2ª edición, p. 282) dejó dicho, en una apreciación aventuradamente cruel, que “escritores como Ludwig son los Guido da Verona de la historiografía” (según el citado Arnaldo Momigliano, era este Guido da Verona “un novelista menor, medio sentimental, medio pornográfico, de los años veinte”).
                Emil Ludwig y el austriaco Stefan Zweig tuvieron en común, como escritores dedicados al género biográfico, la práctica exclusión de toda clase de fechas en sus relatos sobre las vidas de personalidades relevantes de la Política, de la Literatura y de la Cultura en general, y el enfoque casi exclusivo sobre el estudio desde el punto de vista psicológico de las personalidades que historiaban. Para verificar este aserto, basta leer cualquier espécimen de sus copiosas obras biográficas. Si bien no puede dejar de advertirse que ambos supieron identificar y analizar magistralmente la influencia de la sociedad de cada época en las personalidades biografiadas.
                Por eso podemos aplicar a la obra de Emil Luwig la conclusión a la que llegó Arnaldo Momigliano de que “La biografía ha adquirido un papel ambiguo en la investigación histórica: puede ser un instrumento de investigación social o puede ser un escape de las investigación social…[Pero] No es probable que en el presente alguien ponga en duda  que la biografía es una clase de historia”.
                Con esas salvaguardas puede abordarse la narración y la valoración de la fugaz visita de Emil Ludwig a Cuba, casi coincidente con la estación de las lluvias del año 1944 -no pudiendo hablarse en relación con Cuba de primavera, verano, otoño e invierno, ya que con mayor propiedad debe hablarse de una estación de lluvias –de mayo a noviembre- y de una estación de la seca –de diciembre a abril-, dentro de un clima de sabana prevaleciente en toda la Isla (“Geografía de Cuba”, por el Dr. Leví Marrero, 5ª edición ampliada, 1981, pp.68-92)-.
Según una crónica obrante en el portal de Internet www.habanaradio.cu y firmada por Elías Gracia con fecha del 17-4-2009, “El escritor y biógrafo Emil Ludwig llegó a Cuba acompañado de su esposa Helga, el 9 de abril de 1944, por lo que pudo palpar el ambiente electoral del país —era año de elecciones presidenciales— y seguir por la prensa el acontecer de la Segunda Guerra Mundial, que constituía el grueso de las noticias diarias.
“El escritor y diplomático cubano Gonzalo de Quesada y Miranda daba del visitante este curioso retrato: ‘Sin duda alguna se le ve más viejo que en la mayoría de las fotografías. Da de momento la sensación de un hombre cansado, a lo que contribuyen quizás los pesados párpados, tras los cuales no tardo en descubrir unos ojos penetrantes y escrutadores.
“A Ludwig lo traía a Cuba el propósito de reunir información para un libro por encargo y contratado de antemano. Con 65 años sobre sus hombros, fama cimentada en una obra de gran aceptación en el mundo de los lectores e indiscutible maestría para “hacer” libros, el autor alemán se daba el lujo de “sentarse a pedir”. Veamos aquí un fragmento de sus declaraciones, porque contienen una apreciación interesante. Dijo así: ’Cuba debe aspirar a que la extraordinaria vida y obra de Martí sean conocidas en el extranjero’.
“Ludwig llegó para trabajar en su libro Biografía de una Isla (Cuba), escrito a la manera de un recorrido por la historia del país, desde los tiempos del descubrimiento hasta el presente, es decir, hasta 1944, incluyendo observaciones muy personales y polémicas sobre los jefes cubanos que combatieron por la independencia. Este libro no se publicó en español hasta 1948 (recién había muerto Ludwig) y en opinión de los conocedores, nada aportó a su carrera ni a su gloria literaria”. 
Tenida en cuenta esta información documental, queda precisado, entonces, que Ludwig llegó a La Habana en abril de 1944 (y no en el año 1941, como afirma una bienintencionada fuente), que su edad era la de 63 años (y no 65, como acabamos de ver que afirma otra fuente), y que fue a Cuba para acopiar datos e impresiones con vista a escribir un libro para cuya redacción había sido contratado previamente (y no a estudiar la obra literaria de José Martí, como también se ha dicho).
Los honorarios por ese libro -que fue finalmente publicado en 1948 en primera y única edición por la Editorial Centauro, de México, con el título de “Biografía de una isla”-, y los gastos de viaje y estancia en Cuba presumiblemente le deben haber sido abonados a Ludwig con cargo al presupuesto de gastos del Ministerio de Educación o del Ministerio de Estado (éste no es un dato contrastado sino una conjetura del autor de este trabajo, dado el contenido del libro en cuestión –con elogios a raudales para la obra presidencial batistiana- y la deducible premisa de que no parece razonable suponer que Batista o cualquier otra figura de su entorno político se hicieran cargo de todos esos desembolsos con cargo a su peculio particular, teniendo todavía el erario público a su alcance). El periodo presidencial de Fulgencio Batista concluía el 1 de octubre de 1944, y, a la vista de la prohibición constitucional de presentarse como aspirante a un segundo mandato consecutivo, el General había anunciado expresamente que respetaría los resultados de las elecciones señaladas para el 1 de junio de 1944. La presencia de Ludwig y el libro que éste iba a escribir estarían llamados, si fuere correcta esta suposición, a ser a corto plazo testimonio de reconocimiento y alabanza del paso de Batista por la Historia nacional, y a reforzar las posibilidades de elección tanto de su “delfín” como candidato a la presidencia de la República como del propio Batista a una curul de Senador por la provincia de Las Villas (los objetivos primero y tercero se lograron, el segundo no se cumplió); a largo plazo, podrían abonar el camino para un regreso de Batista al Poder en las próximas elecciones (de 1948).
El sucesor escogido por Batista fue el Dr. Carlos Saladrigas, respaldado por la llamada Coalición Socialista Democrática (integrada por el Partido Liberal, la Unión Nacionalista, el Partido Socialista Popular –los comunistas-, el Partido Demócrata, y los exiguos restos del “ABC” -que en su época de esplendor había sido impulsor de la lucha clandestina determinante de la caída de la dictadura machadista, en agosto de 1933-).
Por cierto, en la edición del 11 de mayo de 1944 –tres semanas antes de las elecciones presidenciales- del diario HOY –órgano oficial de los comunistas-, el Dr. Juan Marinello Vidaurreta (consagrado ensayista y estudioso de José Martí, y, en ese momento, ministro saliente del gobierno de Batista) escribió lo siguiente: “…si a nuestro Partido Socialista Popular se le pregunta por qué fué el primer grupo político en señalar a Carlos Saladrigas para su más elevada misión, el Partido simplemente diría que lo había hecho así porque Saladrigas, por un millar de razones convincentes, significa la continuidad de la acción progresista, democrática y popular, de Fulgencio Batista”.
En los comicios del verano de 1944 resultó vencedor el Dr. Ramón Grau San Martín, al frente de la “Alianza Auténtico-Republicana” –formada por el Partido Revolucionario Cubano(Auténtico), en esa época titular de una prosapia democrático-revolucionaria tras diez años consecutivos de aspiración al Poder, opacados por la dominación de la política nacional que desde la Jefatura del Ejército había venido ejerciendo Batista a partir de fines de 1933, y por el recién creado Partido Republicano (liderado por el Dr. Gustavo Cuervo-Rubio, quien había sido Vicepresidente de la República con Batista, durante el cuatrienio 1940-1944).
De la visita habanera de Emil Ludwig quedó asimismo otro testimonio de excepción, dado por el escritor Enrique Labrador Ruiz, fallecido en el Exilio, en Miami, en 1991. Se trata de dos hojas manuscritas que se conservan en la Cuban Heritage Collection de la Universidad de Miami (en la caja nº4, carpeta nº356, sin título y sin fecha, en la Colección número CHC0111, cuyos facsímiles se pueden ver a través del portal http://merrick.library.miami-edu/digital projects). El manuscrito de Labrador Ruiz dice así (la transcripción siguiente es del autor del presente trabajo): “A la Habana llegó Emil Ludwig en busca de un artilugio que se llamaría no sé cómo. No habla sino su nativo alemán y algo de francés pero el señor que estaba en la Presidencia ni se inmutó. Vino de intérprete Gonzalo de Quesada y Miranda y aquella charla fue definitiva. Después de unas copas de champán pidió retirarte (sic) el Maestro; Gonzalito indagó en cuanto a sus impresiones. “No se puede leer los clásicos después de los 40…Todo se enreda, se confunde y ni Aristóteles es Aristóteles ni las formulaciones sobre periodos tienen el menor interés. Nunca he visto nada semejante”. Creo que fue una buena tajada. No se perdió el viaje y andando el tiempo salió su librillo mostrenco sobre la Isla maravillosa o cosa parecida. ¿Secreto del espejo? Ni por casualidad surge por parte alguna el nombre de ese bárbaro que llevó a Cuba a la noche de iracundos gestos. Dejó hacer al otro bárbaro para cuidar sus fondos y ante esa constante usura fragmentada ¿qué puede el gesto de los prudentes? Nos quedamos a tolerar, nos tuvimos que ir después de dilaciones y humillaciones, y la sombra del guajirito siniestro sigue en pie. No se le hizo el libro pero le queda la estatua labrada por los años de años de Fidel. Congelada en estéril estiércol”.
¿Se puede colegir que “ese bárbaro que llevó a Cuba a la noche de iracundos gestos” y el “guajirito siniestro” es Batista, que el “otro bárbaro” a quien aquél “Dejó hacer…para cuidar sus fondos” es Fidel Castro, y que el “librillo mostrenco” es “Biografía de una isla”? Es posible.
El autor del presente trabajo es propietario de un ejemplar del libro “Paradojismo”, publicado en Madrid en 1963, cuyo autor es precisamente Fulgencio Batista y en cuyas páginas 25 a 32 –ambas inclusive- se transcribe la nota biográfica, profusamente encomiástica, insertada por Ludwig en su “Biografía de una isla”. El ejemplar del libro que cito tiene en la portadilla una dedicatoria fechada en enero de 1968, con la firma autógrafa del General Batista, a favor de don Juan Antonio Álvarez de Estrada (quien ocupó la jefatura de Protocolo del desaparecido Ministerio de Información y Turismo, cuando el generalísimo Franco era Jefe del Estado).
Refiriéndose a las elecciones del 1 de junio de 1944, Ludwig dice: “Yo presencié esas elecciones acompañado por el joven ministro de Defensa [Arístides Sosa de Quesada], uno de los más prestigiados y eficaces colaboradores de Batista, que había sido alcalde facto de La Habana, jefe del Servicio Jurídico y del Cuerpo de Cultura Militar, y director de los organismos civicomilitares creados en 1936. Visité los colegios electorales e interrogué a los electores. Fueron elecciones ejemplares, con absoluta garantía para todas las tendencias. Batista, que fue hostigado por los contrarios, llamándosele dictador, respetó desde la Presidencia todos los derechos ciudadanos, sociales, políticos e individuales, y, con devoción, la libertad de Prensa y los medios de expresión garantizados por la nueva Carta de la República…El candidato derrotado, doctor Carlos Saladrigas, y el candidato doctor Ramón Grau San Martín, fueron al palacio presidencial y se abrazaron en presencia de la multitud…en el balcón vi entonces nuevamente a Batista salir sonriente a recibir un homenaje cuyo valor moral era superior al suyo propio de cuatro años antes. En este momento opté por él, y pensé que la democracia tenía muchísimo más valor cuando es practicada por un hombre que comienza como autócrata. La derrota de Batista era su mayor victoria”.
Pero el enaltecimiento de la figura de Batista por parte de Ludwig no se limitó al libro que finalmente llegó a escribir, y resultó publicado en 1948. Emilio Roig de Leuchsenring, en un artículo titulado “Descreimiento patriótico, incivilidad, malcriadez, vagancia”, publicado en la revista CARTELES del 21 de mayo de 1944 y reproducido en www.opushabana.cu, cuenta que el biógrafo alemán asistió, junto al presidente Batista, al acto de inauguración del Rincón Martiano, en las antiguas canteras de San Lázaro, y que el visitante publicó en el diario EL MUNDO una crónica del evento en la que dijo, refiriéndose al pueblo, “que nunca olvidaré en medio del barullo del verdadero pueblo, entre centenares de seres humanos blancos, mulatos y negros, en medio de los trajes elegantes y las camisas abiertas de abigarrados colores, de los obreros, se detuvo el automóvil del Presidente, apenas con escolta militar, sin cordón policiaco, de una manera tan popular, como no sería posible en ninguna democracia de  Europa” ‘y aun de casi todas las “democracias” de Europa, agregaría yo’ –las últimas once palabras de esta cita reproducen el comentario apendicular de Roig de Leuchsenring, y no forman parte de las palabras de Ludwig; o sea, que en 1944 el incienso para sahumar a Batista lo repartieron tanto Ludwig como Roig de Leuchsenring-.
Ludwig, en una palabra, fue a Cuba a adoptar la misma actitud de apologista respecto de Batista que desempeñaron los más adelante exiliados Enrique Pizzi de Porras y el Dr. Antolín González del Valle Ríos (con su libro encomiástico “Batista: Trayectoria Nacionalista”, Director General de Enseñanza Superior en 1952, e igualmente autor de la obra “Dirección del Aprendizaje del Dibujo”, publicada en 1943 y todavía en 2004 calificada dentro de Cuba como “trascendental” en la enseñanza de esa disciplina).

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