DE CUANDO EMIL LUDWIG ESTUVO EN LA HABANA ,
PARA HACER EL
ELOGIO DEL PRESIDENTE BATISTA
por Roberto Soto Santana (de la Academia de la Historia de Cuba –
Exilio)
De estirpe judía,
alemán de nacimiento (1881) y nacionalizado suizo (1932), el prolífico escritor
labró su fama imperecedera en la
Literatura gracias a la verdadera sarta de biografías que
pergeñó a lo largo de su vida –particularmente, entre 1927 y 1947, periodo en
el que glosó y publicó, entre otras muchas, las vidas de Napoleón, Goethe,
Jesucristo, Abraham Lincoln, Hindenburg, Cleopatra, Roosevelt, Hitler,
Mussolini, Stalin, Beethoven y Freud-.
Como escribe
Arnaldo Momigliano en el prólogo “El estado ambiguo de la biografía”, de su
libro “Génesis y desarrollo de la biografía en Grecia” (Fondo de Cultura
Económica, 1986), “En los principales tratados sobre el método histórico que se
han escrito desde el siglo XVI, se considera normalmente a una biografía como
una de las formas legítimas del escrito histórico”. Y pone como ejemplo a Jean
Bodin, historiador precisamente de ese siglo, quien “distinguió entre la
historia de un hombre y la de una nación entera”.
Por otra parte,
Benedetto Croce (en su “Historia de la historiografía italiana en el siglo
XIX”, 2ª edición, p. 282) dejó dicho, en una apreciación aventuradamente cruel,
que “escritores como Ludwig son los Guido da Verona de la historiografía”
(según el citado Arnaldo Momigliano, era este Guido da Verona “un novelista
menor, medio sentimental, medio pornográfico, de los años veinte”).
Emil Ludwig y el
austriaco Stefan Zweig tuvieron en común, como escritores dedicados al género
biográfico, la práctica exclusión de toda clase de fechas en sus relatos sobre
las vidas de personalidades relevantes de la Política , de la Literatura y de la Cultura en general, y el
enfoque casi exclusivo sobre el estudio desde el punto de vista psicológico de
las personalidades que historiaban. Para verificar este aserto, basta leer
cualquier espécimen de sus copiosas obras biográficas. Si bien no puede dejar
de advertirse que ambos supieron identificar y analizar magistralmente la
influencia de la sociedad de cada época en las personalidades biografiadas.
Por eso podemos aplicar
a la obra de Emil Luwig la conclusión a la que llegó Arnaldo Momigliano de que “La
biografía ha adquirido un papel ambiguo en la investigación histórica: puede
ser un instrumento de investigación social o puede ser un escape de las
investigación social…[Pero] No es probable que en el presente alguien ponga en
duda que la biografía es una clase de
historia”.
Con esas salvaguardas
puede abordarse la narración y la valoración de la fugaz visita de Emil Ludwig
a Cuba, casi coincidente con la estación de las lluvias del año 1944 -no
pudiendo hablarse en relación con Cuba de primavera, verano, otoño e invierno,
ya que con mayor propiedad debe hablarse de una estación de lluvias –de mayo a
noviembre- y de una estación de la seca –de diciembre a abril-, dentro de un
clima de sabana prevaleciente en toda la Isla (“Geografía de Cuba”, por el Dr. Leví Marrero,
5ª edición ampliada, 1981, pp.68-92)-.
Según una crónica obrante en el portal de Internet www.habanaradio.cu
y firmada por Elías Gracia con fecha del 17-4-2009, “El escritor y biógrafo Emil
Ludwig llegó a Cuba acompañado de su esposa Helga, el 9 de abril de 1944, por
lo que pudo palpar el ambiente electoral del país —era año de elecciones presidenciales— y seguir por
la prensa el acontecer de la
Segunda Guerra Mundial, que constituía el grueso de las noticias
diarias.
“El escritor y diplomático cubano
Gonzalo de Quesada y Miranda daba del visitante este curioso retrato: ‘Sin duda alguna se
le ve más viejo que en la mayoría de las fotografías. Da de momento la
sensación de un hombre cansado, a lo que contribuyen quizás los pesados
párpados, tras los cuales no tardo en descubrir unos ojos penetrantes y
escrutadores.
“A Ludwig lo traía a Cuba el propósito
de reunir información para un libro por encargo y contratado de antemano. Con
65 años sobre sus hombros, fama cimentada en una obra de gran aceptación en el
mundo de los lectores e indiscutible maestría para “hacer” libros, el autor
alemán se daba el lujo de “sentarse a pedir”. Veamos aquí un fragmento de sus
declaraciones, porque contienen una apreciación interesante. Dijo así: ’Cuba
debe aspirar a que la extraordinaria vida y obra de Martí sean conocidas en el
extranjero’.
“Ludwig llegó para trabajar en su libro
Biografía de una Isla (Cuba), escrito a la manera de un recorrido por la
historia del país, desde los tiempos del descubrimiento hasta el presente, es
decir, hasta 1944, incluyendo observaciones muy personales y polémicas sobre
los jefes cubanos que combatieron por la independencia. Este libro no se
publicó en español hasta 1948 (recién había muerto Ludwig) y en opinión de los
conocedores, nada aportó a su carrera ni a su gloria literaria”.
Tenida en cuenta esta información
documental, queda precisado, entonces, que Ludwig
llegó a La Habana
en abril de 1944 (y no en el año 1941, como afirma una bienintencionada
fuente), que su edad era la de 63 años (y no 65, como acabamos de ver que
afirma otra fuente), y que fue a Cuba para acopiar datos e impresiones con
vista a escribir un libro para cuya redacción había sido contratado previamente
(y no a estudiar la obra literaria de José Martí, como también se ha dicho).
Los honorarios por ese libro -que fue
finalmente publicado en 1948 en primera y única edición por la Editorial Centauro ,
de México, con el título de “Biografía de una isla”-, y los gastos de viaje y
estancia en Cuba presumiblemente le deben haber sido abonados a Ludwig con
cargo al presupuesto de gastos del Ministerio de Educación o del Ministerio de
Estado (éste no es un dato contrastado sino una conjetura del autor de este
trabajo, dado el contenido del libro en cuestión –con elogios a raudales para
la obra presidencial batistiana- y la deducible premisa de que no parece
razonable suponer que Batista o cualquier otra figura de su entorno político se
hicieran cargo de todos esos desembolsos con cargo a su peculio particular,
teniendo todavía el erario público a su alcance). El periodo presidencial de
Fulgencio Batista concluía el 1 de octubre de 1944, y, a la vista de la
prohibición constitucional de presentarse como aspirante a un segundo mandato
consecutivo, el General había anunciado expresamente que respetaría los
resultados de las elecciones señaladas para el 1 de junio de 1944. La presencia
de Ludwig y el libro que éste iba a escribir estarían llamados, si fuere
correcta esta suposición, a ser a corto plazo testimonio de reconocimiento y
alabanza del paso de Batista por la
Historia nacional, y a reforzar las posibilidades de elección
tanto de su “delfín” como candidato a la presidencia de la República como del
propio Batista a una curul de Senador por la provincia de Las Villas (los objetivos
primero y tercero se lograron, el segundo no se cumplió); a largo plazo,
podrían abonar el camino para un regreso de Batista al Poder en las próximas
elecciones (de 1948).
El sucesor escogido por Batista fue el
Dr. Carlos Saladrigas, respaldado por la llamada Coalición Socialista
Democrática (integrada por el Partido Liberal, la Unión Nacionalista , el Partido
Socialista Popular –los comunistas-, el Partido Demócrata, y los exiguos restos
del “ABC” -que en su época de esplendor había sido impulsor de la lucha
clandestina determinante de la caída de la dictadura machadista, en agosto de
1933-).
Por cierto, en la edición del 11 de mayo
de 1944 –tres semanas antes de las elecciones presidenciales- del diario HOY –órgano
oficial de los comunistas-, el Dr. Juan Marinello Vidaurreta (consagrado
ensayista y estudioso de José Martí, y, en ese momento, ministro saliente del
gobierno de Batista) escribió lo siguiente: “…si a nuestro Partido Socialista
Popular se le pregunta por qué fué el primer grupo político en señalar a Carlos
Saladrigas para su más elevada misión, el Partido simplemente diría que lo
había hecho así porque Saladrigas, por un millar de razones convincentes,
significa la continuidad de la acción progresista, democrática y popular, de
Fulgencio Batista”.
En los comicios del verano de 1944 resultó
vencedor el Dr. Ramón Grau San Martín, al frente de la “Alianza
Auténtico-Republicana” –formada por el Partido Revolucionario
Cubano(Auténtico), en esa época titular de una prosapia democrático-revolucionaria
tras diez años consecutivos de aspiración al Poder, opacados por la dominación
de la política nacional que desde la Jefatura del Ejército había venido ejerciendo
Batista a partir de fines de 1933, y por el recién creado Partido Republicano
(liderado por el Dr. Gustavo Cuervo-Rubio, quien había sido Vicepresidente de la República con Batista,
durante el cuatrienio 1940-1944).
De la visita habanera de Emil Ludwig quedó asimismo
otro testimonio de excepción, dado por el escritor Enrique Labrador Ruiz,
fallecido en el Exilio, en Miami, en 1991. Se trata de dos hojas manuscritas
que se conservan en la Cuban Heritage
Collection de la
Universidad de Miami (en la caja nº4, carpeta nº356, sin
título y sin fecha, en la
Colección número CHC0111, cuyos facsímiles se pueden ver a
través del portal http://merrick.library.miami-edu/digital
projects). El manuscrito de Labrador Ruiz dice así (la transcripción
siguiente es del autor del presente trabajo): “A la Habana llegó Emil Ludwig en
busca de un artilugio que se llamaría no sé cómo. No habla sino su nativo
alemán y algo de francés pero el señor que estaba en la Presidencia ni se
inmutó. Vino de intérprete Gonzalo de Quesada y Miranda y aquella charla fue
definitiva. Después de unas copas de champán pidió retirarte (sic) el Maestro;
Gonzalito indagó en cuanto a sus impresiones. “No se puede leer los clásicos
después de los 40…Todo se enreda, se confunde y ni Aristóteles es Aristóteles
ni las formulaciones sobre periodos tienen el menor interés. Nunca he visto
nada semejante”. Creo que fue una buena tajada. No se perdió el viaje y andando
el tiempo salió su librillo mostrenco sobre la Isla maravillosa o cosa parecida. ¿Secreto del
espejo? Ni por casualidad surge por parte alguna el nombre de ese bárbaro que
llevó a Cuba a la noche de iracundos gestos. Dejó hacer al otro bárbaro para
cuidar sus fondos y ante esa constante usura fragmentada ¿qué puede el gesto de
los prudentes? Nos quedamos a tolerar, nos tuvimos que ir después de dilaciones
y humillaciones, y la sombra del guajirito siniestro sigue en pie. No se le
hizo el libro pero le queda la estatua labrada por los años de años de Fidel.
Congelada en estéril estiércol”.
¿Se puede colegir que “ese bárbaro que llevó a Cuba a
la noche de iracundos gestos” y el “guajirito siniestro” es Batista, que el
“otro bárbaro” a quien aquél “Dejó hacer…para cuidar sus fondos” es Fidel
Castro, y que el “librillo mostrenco” es “Biografía de una isla”? Es posible.
El autor del presente trabajo es propietario de un
ejemplar del libro “Paradojismo”, publicado en Madrid en 1963, cuyo autor es
precisamente Fulgencio Batista y en cuyas páginas 25 a 32 –ambas inclusive- se
transcribe la nota biográfica, profusamente encomiástica, insertada por Ludwig
en su “Biografía de una isla”. El ejemplar del libro que cito tiene en la
portadilla una dedicatoria fechada en enero de 1968, con la firma autógrafa del
General Batista, a favor de don Juan Antonio Álvarez de Estrada (quien ocupó la
jefatura de Protocolo del desaparecido Ministerio de Información y Turismo,
cuando el generalísimo Franco era Jefe del Estado).
Refiriéndose a las elecciones del 1 de junio de 1944,
Ludwig dice: “Yo presencié esas elecciones acompañado por el joven ministro de
Defensa [Arístides Sosa de Quesada], uno de los más prestigiados y eficaces
colaboradores de Batista, que había sido alcalde facto de La Habana , jefe del Servicio
Jurídico y del Cuerpo de Cultura Militar, y director de los organismos
civicomilitares creados en 1936. Visité los colegios electorales e interrogué a
los electores. Fueron elecciones ejemplares, con absoluta garantía para todas
las tendencias. Batista, que fue hostigado por los contrarios, llamándosele
dictador, respetó desde la
Presidencia todos los derechos ciudadanos, sociales,
políticos e individuales, y, con devoción, la libertad de Prensa y los medios
de expresión garantizados por la nueva Carta de la República …El candidato
derrotado, doctor Carlos Saladrigas, y el candidato doctor Ramón Grau San
Martín, fueron al palacio presidencial y se abrazaron en presencia de la
multitud…en el balcón vi entonces nuevamente a Batista salir sonriente a
recibir un homenaje cuyo valor moral era superior al suyo propio de cuatro años
antes. En este momento opté por él, y pensé que la democracia tenía muchísimo
más valor cuando es practicada por un hombre que comienza como autócrata. La
derrota de Batista era su mayor victoria”.
Pero el enaltecimiento de la figura de Batista por
parte de Ludwig no se limitó al libro que finalmente llegó a escribir, y resultó
publicado en 1948. Emilio Roig de Leuchsenring, en un artículo titulado
“Descreimiento patriótico, incivilidad, malcriadez, vagancia”, publicado en la
revista CARTELES del 21 de mayo de 1944 y reproducido en www.opushabana.cu, cuenta que el biógrafo alemán asistió,
junto al presidente Batista, al acto de inauguración del Rincón Martiano, en
las antiguas canteras de San Lázaro, y que el visitante publicó en el diario EL
MUNDO una crónica del evento en la que dijo, refiriéndose al pueblo, “que nunca
olvidaré en medio del barullo del verdadero pueblo, entre centenares de seres
humanos blancos, mulatos y negros, en medio de los trajes elegantes y las
camisas abiertas de abigarrados colores, de los obreros, se detuvo el automóvil
del Presidente, apenas con escolta militar, sin cordón policiaco, de una manera
tan popular, como no sería posible en ninguna democracia de Europa” ‘y aun de casi todas las
“democracias” de Europa, agregaría yo’ –las últimas once palabras de esta cita
reproducen el comentario apendicular de Roig de Leuchsenring, y no forman parte
de las palabras de Ludwig; o sea, que en 1944 el incienso para sahumar a
Batista lo repartieron tanto Ludwig como Roig de Leuchsenring-.
Ludwig, en una palabra, fue a Cuba a adoptar la misma
actitud de apologista respecto de Batista que desempeñaron los más adelante
exiliados Enrique Pizzi de Porras y el Dr. Antolín González del Valle Ríos (con
su libro encomiástico “Batista: Trayectoria Nacionalista”, Director General de
Enseñanza Superior en 1952, e igualmente autor de la obra “Dirección del
Aprendizaje del Dibujo”, publicada en 1943 y todavía en 2004 calificada dentro
de Cuba como “trascendental” en la enseñanza de esa disciplina). DE CUANDO EMIL LUDWIG ESTUVO EN LA HABANA ,
PARA HACER EL
ELOGIO DEL PRESIDENTE BATISTA
por Roberto Soto Santana (de la Academia de la Historia de Cuba –
Exilio)
De estirpe judía,
alemán de nacimiento (1881) y nacionalizado suizo (1932), el prolífico escritor
labró su fama imperecedera en la
Literatura gracias a la verdadera sarta de biografías que
pergeñó a lo largo de su vida –particularmente, entre 1927 y 1947, periodo en
el que glosó y publicó, entre otras muchas, las vidas de Napoleón, Goethe,
Jesucristo, Abraham Lincoln, Hindenburg, Cleopatra, Roosevelt, Hitler,
Mussolini, Stalin, Beethoven y Freud-.
Como escribe
Arnaldo Momigliano en el prólogo “El estado ambiguo de la biografía”, de su
libro “Génesis y desarrollo de la biografía en Grecia” (Fondo de Cultura
Económica, 1986), “En los principales tratados sobre el método histórico que se
han escrito desde el siglo XVI, se considera normalmente a una biografía como
una de las formas legítimas del escrito histórico”. Y pone como ejemplo a Jean
Bodin, historiador precisamente de ese siglo, quien “distinguió entre la
historia de un hombre y la de una nación entera”.
Por otra parte,
Benedetto Croce (en su “Historia de la historiografía italiana en el siglo
XIX”, 2ª edición, p. 282) dejó dicho, en una apreciación aventuradamente cruel,
que “escritores como Ludwig son los Guido da Verona de la historiografía”
(según el citado Arnaldo Momigliano, era este Guido da Verona “un novelista
menor, medio sentimental, medio pornográfico, de los años veinte”).
Emil Ludwig y el
austriaco Stefan Zweig tuvieron en común, como escritores dedicados al género
biográfico, la práctica exclusión de toda clase de fechas en sus relatos sobre
las vidas de personalidades relevantes de la Política , de la Literatura y de la Cultura en general, y el
enfoque casi exclusivo sobre el estudio desde el punto de vista psicológico de
las personalidades que historiaban. Para verificar este aserto, basta leer
cualquier espécimen de sus copiosas obras biográficas. Si bien no puede dejar
de advertirse que ambos supieron identificar y analizar magistralmente la
influencia de la sociedad de cada época en las personalidades biografiadas.
Por eso podemos aplicar
a la obra de Emil Luwig la conclusión a la que llegó Arnaldo Momigliano de que “La
biografía ha adquirido un papel ambiguo en la investigación histórica: puede
ser un instrumento de investigación social o puede ser un escape de las
investigación social…[Pero] No es probable que en el presente alguien ponga en
duda que la biografía es una clase de
historia”.
Con esas salvaguardas
puede abordarse la narración y la valoración de la fugaz visita de Emil Ludwig
a Cuba, casi coincidente con la estación de las lluvias del año 1944 -no
pudiendo hablarse en relación con Cuba de primavera, verano, otoño e invierno,
ya que con mayor propiedad debe hablarse de una estación de lluvias –de mayo a
noviembre- y de una estación de la seca –de diciembre a abril-, dentro de un
clima de sabana prevaleciente en toda la Isla (“Geografía de Cuba”, por el Dr. Leví Marrero,
5ª edición ampliada, 1981, pp.68-92)-.
Según una crónica obrante en el portal de Internet www.habanaradio.cu
y firmada por Elías Gracia con fecha del 17-4-2009, “El escritor y biógrafo Emil
Ludwig llegó a Cuba acompañado de su esposa Helga, el 9 de abril de 1944, por
lo que pudo palpar el ambiente electoral del país —era año de elecciones presidenciales— y seguir por
la prensa el acontecer de la
Segunda Guerra Mundial, que constituía el grueso de las noticias
diarias.
“El escritor y diplomático cubano
Gonzalo de Quesada y Miranda daba del visitante este curioso retrato: ‘Sin duda alguna se
le ve más viejo que en la mayoría de las fotografías. Da de momento la
sensación de un hombre cansado, a lo que contribuyen quizás los pesados
párpados, tras los cuales no tardo en descubrir unos ojos penetrantes y
escrutadores.
“A Ludwig lo traía a Cuba el propósito
de reunir información para un libro por encargo y contratado de antemano. Con
65 años sobre sus hombros, fama cimentada en una obra de gran aceptación en el
mundo de los lectores e indiscutible maestría para “hacer” libros, el autor
alemán se daba el lujo de “sentarse a pedir”. Veamos aquí un fragmento de sus
declaraciones, porque contienen una apreciación interesante. Dijo así: ’Cuba
debe aspirar a que la extraordinaria vida y obra de Martí sean conocidas en el
extranjero’.
“Ludwig llegó para trabajar en su libro
Biografía de una Isla (Cuba), escrito a la manera de un recorrido por la
historia del país, desde los tiempos del descubrimiento hasta el presente, es
decir, hasta 1944, incluyendo observaciones muy personales y polémicas sobre
los jefes cubanos que combatieron por la independencia. Este libro no se
publicó en español hasta 1948 (recién había muerto Ludwig) y en opinión de los
conocedores, nada aportó a su carrera ni a su gloria literaria”.
Tenida en cuenta esta información
documental, queda precisado, entonces, que Ludwig
llegó a La Habana
en abril de 1944 (y no en el año 1941, como afirma una bienintencionada
fuente), que su edad era la de 63 años (y no 65, como acabamos de ver que
afirma otra fuente), y que fue a Cuba para acopiar datos e impresiones con
vista a escribir un libro para cuya redacción había sido contratado previamente
(y no a estudiar la obra literaria de José Martí, como también se ha dicho).
Los honorarios por ese libro -que fue
finalmente publicado en 1948 en primera y única edición por la Editorial Centauro ,
de México, con el título de “Biografía de una isla”-, y los gastos de viaje y
estancia en Cuba presumiblemente le deben haber sido abonados a Ludwig con
cargo al presupuesto de gastos del Ministerio de Educación o del Ministerio de
Estado (éste no es un dato contrastado sino una conjetura del autor de este
trabajo, dado el contenido del libro en cuestión –con elogios a raudales para
la obra presidencial batistiana- y la deducible premisa de que no parece
razonable suponer que Batista o cualquier otra figura de su entorno político se
hicieran cargo de todos esos desembolsos con cargo a su peculio particular,
teniendo todavía el erario público a su alcance). El periodo presidencial de
Fulgencio Batista concluía el 1 de octubre de 1944, y, a la vista de la
prohibición constitucional de presentarse como aspirante a un segundo mandato
consecutivo, el General había anunciado expresamente que respetaría los
resultados de las elecciones señaladas para el 1 de junio de 1944. La presencia
de Ludwig y el libro que éste iba a escribir estarían llamados, si fuere
correcta esta suposición, a ser a corto plazo testimonio de reconocimiento y
alabanza del paso de Batista por la
Historia nacional, y a reforzar las posibilidades de elección
tanto de su “delfín” como candidato a la presidencia de la República como del
propio Batista a una curul de Senador por la provincia de Las Villas (los objetivos
primero y tercero se lograron, el segundo no se cumplió); a largo plazo,
podrían abonar el camino para un regreso de Batista al Poder en las próximas
elecciones (de 1948).
El sucesor escogido por Batista fue el
Dr. Carlos Saladrigas, respaldado por la llamada Coalición Socialista
Democrática (integrada por el Partido Liberal, la Unión Nacionalista , el Partido
Socialista Popular –los comunistas-, el Partido Demócrata, y los exiguos restos
del “ABC” -que en su época de esplendor había sido impulsor de la lucha
clandestina determinante de la caída de la dictadura machadista, en agosto de
1933-).
Por cierto, en la edición del 11 de mayo
de 1944 –tres semanas antes de las elecciones presidenciales- del diario HOY –órgano
oficial de los comunistas-, el Dr. Juan Marinello Vidaurreta (consagrado
ensayista y estudioso de José Martí, y, en ese momento, ministro saliente del
gobierno de Batista) escribió lo siguiente: “…si a nuestro Partido Socialista
Popular se le pregunta por qué fué el primer grupo político en señalar a Carlos
Saladrigas para su más elevada misión, el Partido simplemente diría que lo
había hecho así porque Saladrigas, por un millar de razones convincentes,
significa la continuidad de la acción progresista, democrática y popular, de
Fulgencio Batista”.
En los comicios del verano de 1944 resultó
vencedor el Dr. Ramón Grau San Martín, al frente de la “Alianza
Auténtico-Republicana” –formada por el Partido Revolucionario
Cubano(Auténtico), en esa época titular de una prosapia democrático-revolucionaria
tras diez años consecutivos de aspiración al Poder, opacados por la dominación
de la política nacional que desde la Jefatura del Ejército había venido ejerciendo
Batista a partir de fines de 1933, y por el recién creado Partido Republicano
(liderado por el Dr. Gustavo Cuervo-Rubio, quien había sido Vicepresidente de la República con Batista,
durante el cuatrienio 1940-1944).
De la visita habanera de Emil Ludwig quedó asimismo
otro testimonio de excepción, dado por el escritor Enrique Labrador Ruiz,
fallecido en el Exilio, en Miami, en 1991. Se trata de dos hojas manuscritas
que se conservan en la Cuban Heritage
Collection de la
Universidad de Miami (en la caja nº4, carpeta nº356, sin
título y sin fecha, en la
Colección número CHC0111, cuyos facsímiles se pueden ver a
través del portal http://merrick.library.miami-edu/digital
projects). El manuscrito de Labrador Ruiz dice así (la transcripción
siguiente es del autor del presente trabajo): “A la Habana llegó Emil Ludwig en
busca de un artilugio que se llamaría no sé cómo. No habla sino su nativo
alemán y algo de francés pero el señor que estaba en la Presidencia ni se
inmutó. Vino de intérprete Gonzalo de Quesada y Miranda y aquella charla fue
definitiva. Después de unas copas de champán pidió retirarte (sic) el Maestro;
Gonzalito indagó en cuanto a sus impresiones. “No se puede leer los clásicos
después de los 40…Todo se enreda, se confunde y ni Aristóteles es Aristóteles
ni las formulaciones sobre periodos tienen el menor interés. Nunca he visto
nada semejante”. Creo que fue una buena tajada. No se perdió el viaje y andando
el tiempo salió su librillo mostrenco sobre la Isla maravillosa o cosa parecida. ¿Secreto del
espejo? Ni por casualidad surge por parte alguna el nombre de ese bárbaro que
llevó a Cuba a la noche de iracundos gestos. Dejó hacer al otro bárbaro para
cuidar sus fondos y ante esa constante usura fragmentada ¿qué puede el gesto de
los prudentes? Nos quedamos a tolerar, nos tuvimos que ir después de dilaciones
y humillaciones, y la sombra del guajirito siniestro sigue en pie. No se le
hizo el libro pero le queda la estatua labrada por los años de años de Fidel.
Congelada en estéril estiércol”.
¿Se puede colegir que “ese bárbaro que llevó a Cuba a
la noche de iracundos gestos” y el “guajirito siniestro” es Batista, que el
“otro bárbaro” a quien aquél “Dejó hacer…para cuidar sus fondos” es Fidel
Castro, y que el “librillo mostrenco” es “Biografía de una isla”? Es posible.
El autor del presente trabajo es propietario de un
ejemplar del libro “Paradojismo”, publicado en Madrid en 1963, cuyo autor es
precisamente Fulgencio Batista y en cuyas páginas 25 a 32 –ambas inclusive- se
transcribe la nota biográfica, profusamente encomiástica, insertada por Ludwig
en su “Biografía de una isla”. El ejemplar del libro que cito tiene en la
portadilla una dedicatoria fechada en enero de 1968, con la firma autógrafa del
General Batista, a favor de don Juan Antonio Álvarez de Estrada (quien ocupó la
jefatura de Protocolo del desaparecido Ministerio de Información y Turismo,
cuando el generalísimo Franco era Jefe del Estado).
Refiriéndose a las elecciones del 1 de junio de 1944,
Ludwig dice: “Yo presencié esas elecciones acompañado por el joven ministro de
Defensa [Arístides Sosa de Quesada], uno de los más prestigiados y eficaces
colaboradores de Batista, que había sido alcalde facto de La Habana , jefe del Servicio
Jurídico y del Cuerpo de Cultura Militar, y director de los organismos
civicomilitares creados en 1936. Visité los colegios electorales e interrogué a
los electores. Fueron elecciones ejemplares, con absoluta garantía para todas
las tendencias. Batista, que fue hostigado por los contrarios, llamándosele
dictador, respetó desde la
Presidencia todos los derechos ciudadanos, sociales,
políticos e individuales, y, con devoción, la libertad de Prensa y los medios
de expresión garantizados por la nueva Carta de la República …El candidato
derrotado, doctor Carlos Saladrigas, y el candidato doctor Ramón Grau San
Martín, fueron al palacio presidencial y se abrazaron en presencia de la
multitud…en el balcón vi entonces nuevamente a Batista salir sonriente a
recibir un homenaje cuyo valor moral era superior al suyo propio de cuatro años
antes. En este momento opté por él, y pensé que la democracia tenía muchísimo
más valor cuando es practicada por un hombre que comienza como autócrata. La
derrota de Batista era su mayor victoria”.
Pero el enaltecimiento de la figura de Batista por
parte de Ludwig no se limitó al libro que finalmente llegó a escribir, y resultó
publicado en 1948. Emilio Roig de Leuchsenring, en un artículo titulado
“Descreimiento patriótico, incivilidad, malcriadez, vagancia”, publicado en la
revista CARTELES del 21 de mayo de 1944 y reproducido en www.opushabana.cu, cuenta que el biógrafo alemán asistió,
junto al presidente Batista, al acto de inauguración del Rincón Martiano, en
las antiguas canteras de San Lázaro, y que el visitante publicó en el diario EL
MUNDO una crónica del evento en la que dijo, refiriéndose al pueblo, “que nunca
olvidaré en medio del barullo del verdadero pueblo, entre centenares de seres
humanos blancos, mulatos y negros, en medio de los trajes elegantes y las
camisas abiertas de abigarrados colores, de los obreros, se detuvo el automóvil
del Presidente, apenas con escolta militar, sin cordón policiaco, de una manera
tan popular, como no sería posible en ninguna democracia de Europa” ‘y aun de casi todas las
“democracias” de Europa, agregaría yo’ –las últimas once palabras de esta cita
reproducen el comentario apendicular de Roig de Leuchsenring, y no forman parte
de las palabras de Ludwig; o sea, que en 1944 el incienso para sahumar a
Batista lo repartieron tanto Ludwig como Roig de Leuchsenring-.
Ludwig, en una palabra, fue a Cuba a adoptar la misma
actitud de apologista respecto de Batista que desempeñaron los más adelante
exiliados Enrique Pizzi de Porras y el Dr. Antolín González del Valle Ríos (con
su libro encomiástico “Batista: Trayectoria Nacionalista”, Director General de
Enseñanza Superior en 1952, e igualmente autor de la obra “Dirección del
Aprendizaje del Dibujo”, publicada en 1943 y todavía en 2004 calificada dentro
de Cuba como “trascendental” en la enseñanza de esa disciplina).
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