Foto tomado de: #xploring your mind |
Carlos
Benítez Villodres
Málaga
(España)
Hay muchas agresiones psicológicas entre dos o más
personas. Una de ella es la indiferencia. Esta consiste en transformar a
alguien en intangible, es anularlo emocionalmente y vetar su necesidad de
conexión social para llevarlo a un limbo de auténtico vacío y sufrimiento.
Dicha práctica abunda en exceso en muchos de nuestros contextos: la vemos en centros
de enseñanza, en relaciones de pareja, familia e incluso entre grupos de
amigos.
Ciertamente,
en la indiferencia hay falta de comunicación, evitación, hacer el vacío de
forma expresa, frialdad de trato… El efecto de la indiferencia es siempre el
mismo: dolor y sufrimiento. “Lo contrario del amor no es el odio, es la
indiferencia, refiere Elie Wiesel. Lo contrario de la belleza no es la fealdad,
es la indiferencia. A su vez, lo contrario de la fe no es herejía, es la
indiferencia. Y lo contrario de la vida no es la muerte, sino la indiferencia entre
la vida y la muerte”. La indiferencia indica falta de interés, de preocupación,
de nulidad de sentimientos positivos., por lo que es sumamente traumático para
la persona que sufre la indiferencia.
Esta
desafección o distanciamiento impide a la persona comunicarse, ser aceptado,
valorado y estimado. Por consiguiente, pierde su autoestima y su identidad. La
indiferencia origina una fuerte tensión emocional, y a quien percibe esta
actitud fría, le provoca ansiedad, estrés, desasosiego…
Asimismo,
la indiferencia detiene la máquina de acción y de reacción. Cada vez que actúa
una persona de una cierta forma, espera que la otra persona reaccione, tal y
como ella procede. Si no responde de la manera esperada, la comunicación entre
ambas es imposible. Según esta forma de actuar, la confunde y la abisma en un
estado de suma preocupación y sufrimiento.
En los
periodos de formación de la personalidad, esta indiferencia afecta inmensa y profundamente
en la autoimagen. La persona, que padece indiferencia en estas etapas, tiene
una fortísima inseguridad y, además, si percibe silencios, vacíos, frialdad,
despreocupación… es consciente de que ya no es amada, apreciada, precisa.
Es
evidente que nadie merece vivir en la indiferencia, ni sentirse invisible en
ningún estrato social (hogar, trabajo, amigos, etc.). Ella es una forma de
maltrato, que genera sufrimiento, angustia y dolor, que trasciende las emociones
e incluso daña al cuerpo. “Que hablen de uno es espantoso, manifiesta Óscar
Wilde. Pero hay algo peor: que no hablen”.
A la persona, que sufre la indiferencia, le urge
demoler los muros de este ultraje, renunciar a tener relaciones con las personas
que procrean este desdén y buscar la proximidad con otras, para quienes sea
estimado y visible, importante y valorado.
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