Lola Benítez Molina
Málaga (España)
La incertidumbre
es una de las peores compañías con la que tiene que vivir el ser humano. Si,
además, esa incertidumbre atañe a su salud y, por consiguiente, a su bienestar,
el caos, el miedo exacerbado o pánico pueden irrumpir de manera repentina, pero
seamos coherentes. El sentido común, la solidaridad, la generosidad, la empatía
deben ser el antídoto para tratar cualquier mal que aceche a la humanidad. En
este caso, se trata del COVID-19, un oportunista sin escrúpulos, que no
distingue entre clases sociales; tan solo en la genética o inmunidad de cada
uno. Se ceba con los débiles y con las personas mayores que, aparte de sus
achaques propios del paso del tiempo, y a los que debemos tanto, tienen que
lidiar con dicho intruso. Los demás no podemos hacer caso omiso. Los jóvenes,
no todos, nunca se debe generalizar, por el hecho de serlo, se creen estar por
encima del mal y del bien, y no son conscientes de que todos necesitamos de
todos. Los adultos somos los primeros que tenemos que dar ejemplo, y por
supuesto, todos los que representan y velan por el bien de los ciudadanos.
El sentido común debe imponerse,
cuando la psicosis, que para nada sirve ni es eficaz, se hace generalizada.
Igual que debemos tomar medidas como los chinos primero y los italianos
después, los jóvenes deben saber escuchar a los mayores, a los que la
experiencia les reporta sabiduría. Estar preparados intelectual y
psicológicamente es muy importante y fundamental, con una sólida base de
respeto y educación. El esfuerzo y los valores tienen su recompensa. Hay casos,
como los que estamos viviendo, en la actualidad, que requieren una
planificación y la colaboración de todos. Uno no puede pensar en vivir el
presente y que otros les solucionen los problemas. En nuestras manos está enseñarles
a amar, por su bien y por el de todos, dándoles alas, cuando se pueda, para que
puedan cumplir sus sueños, unos sueños que incluyan conocimiento, generosidad y
buena convivencia. Como suele decirse: “la unión hace la fuerza”. Enseñar lo
contrario es contribuir al deterioro de la civilización. Nadie debería permitir
el sufrimiento ajeno, sobre todo, aquel que es evitable. Generosidad implica
que las personas y su dignidad están por encima de cualquier ideología o
egocentrismo.
Se trata de un tema nada prosaico.
Una construcción, con sólidos pilares, se mantiene y, si tuviera emociones,
éstas serían de bienestar y satisfacción. Quizá así, se contribuiría a
disminuir el número de suicidios y de violencia de género. Todo es una cadena
de eslabones entrelazados. En nuestras manos está que esos eslabones sean
fuertes y unidos o, bien, que se rompan y genere un vacío que no es fácil
llenar. Tal vez, hable egoístamente, por el bien de mi hijo y de mis seres
queridos, pero no hay más que estar unidos frente a la adversidad, pero también
cuando lleguen los buenos momentos y, cuando esto pase, que pasará, que nos haya
servido para aprender.
Me gusta pensar que todo ocurre por
un porqué, como decía Mouriño, y tiene un sentido, aunque en el momento
presente no acertemos a dilucidar el motivo.
Refiere Antoine de Saint-Exupéry,
autor de la famosa obra “El principito”, que “el fracaso fortifica a los
fuertes”. Saldremos todos fortificados de esta.
Respetarse a uno mismo y a los
demás. Las divisiones no son buenas para nadie. Todos somos vulnerables. Nadie
está exento del peligro, pero unidos venceremos al COVID-19, incluso al miedo,
que es una de las grandes lacras que asola a la humanidad.
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