Víctor Batista Falla (1933-2020) |
Batista Falla perteneció
a una de las familias más ricas de la Cuba anterior a 1959. Su padre, Agustín
Batista y González de Mendoza, era dueño de uno de los mayores bancos de la
isla, The Trust Company of Cuba, y su madre, María Teresa Falla Bonet, fue una
de las herederas de la fortuna azucarera del santanderino Laureano Falla
Gutiérrez. Ambas familias de banqueros, empresarios y hacendados católicos eran
conocidas por sus obras filantrópicas y culturales: construyeron el oncológico
Hospital Curie del Vedado y financiaron la Orquesta Filarmónica de La Habana,
el Patronato Pro Música Sinfónica y la Sociedad Pro-Arte Musical.
A fines de los
50, Víctor Batista ingresó a la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad de La Habana y, junto a su hermano Laureano, un intelectual
católico cercano al núcleo fundador del Partido Demócrata Cristiano, comenzó a
frecuentar los círculos literarios y artísticos de la isla. Por las tertulias
de su casa pasaron algunas de las figuras centrales del debate intelectual cubano
de aquellos años como Jorge Mañach, Cintio Vitier, Luis Aguilar León y
Guillermo Cabrera Infante.
Al producirse la
radicalización socialista de la Revolución, los Batista Falla, que no
simpatizaron con el régimen batistiano, se exiliaron como tantos jóvenes
católicos de su generación. En su primer destino de exilio, Nueva York, Víctor
Batista financió y fundó, junto con el escritor Raimundo Fernández Bonilla, la
revista Exilio (1965-1973). En
aquella publicación, ilustrada con los grabados op art de Waldo Díaz Balart, colaboraron algunos de los mayores
escritores y pensadores cubanos en el exilio: Eugenio Florit, Lydia Cabrera, Gastón
Baquero, Lino Novás Calvo, Humberto Piñera Llera, José Mario, Lorenzo García
Vega.
Batista mostró
desde muy joven un gran interés en la historia política y las ciencias sociales
de la isla. De ahí que abriera su revista a la producción académica que
comenzaban a realizar profesores cubanos instalados en importantes
universidades de Estados Unidos. Un número de Exilio, editado en la primavera de 1970, recogió ensayos de varios
de los miembros fundadores del Instituto de Estudios Cubanos: Lourdes Casal,
María Cristina Herrera, José Ignacio Rasco, Luis Aguilar León, Mercedes García
Tudurí y Carmelo Mesa-Lago. A fines de la década, Batista fundó otra revista,
hoy de culto entre la nueva generación de escritores latinoamericanos: escandalar (1978-1984). Dirigida por el
poeta, narrador y ensayista Octavio Armand, con Batista encabezando la lista de
“Asesores” y un Consejo de Redacción de lujo (Octavio Paz, Guillermo Cabrera
Infante, Severo Sarduy, Salvador Garmendia, Julio Ramón Ribeyro, Helena Araújo,
Mark Strand…), escandalar propició
algunos de los debates centrales de la producción literaria latinoamericana
desde Nueva York. Allí se leyeron inéditos de José Lezama Lima y Virgilio
Piñera, Lydia Cabrera escribió sobre medicina popular afrocubana, Antonio
Benítez Rojo discurrió sobre el Caribe y la plantación azucarera, Natalio Galán
describió la “psicosis guarachera”, Julio Miranda habló de los “cubanos
invisibles” y Heberto Padilla publicó sus “apuntes sobre Paradiso”.
A mediados de los
80, Víctor Batista se trasladó a Madrid, donde se reencontró con una colonia de
exiliados a la que lo unían viejos lazos: Gastón Baquero, Martha Frayde, Mario
Parajón, Anabelle Rodríguez, Pío Serrano, Felipe Lázaro… Su gran amistad y
colaboración con el erudito Mario Parajón dejó un legado tangible : los ocho
volúmenes de las Obras Completas
(1995-1999) de Jorge Mañach, que siguen siendo de consulta obligada para
quienes se tomen en serio la historia de las ideas en Cuba.
Aquella colonia
madrileña creció entre fines de los 80 y principios de los 90, cuando arribó a
España una nueva generación de intelectuales cubanos: Jesús Díaz, Manuel Díaz
Martínez, Carlos Espinosa Domínguez, Rafael Zequeira, Carlos Cabrera, Iván de
la Nuez. El encuentro de esas dos generaciones de exiliados produjo la que sería
la publicación cultural emblemática de la diáspora de los 90: Encuentro de la Cultura Cubana (1996-2009).
Víctor Batista fue uno de los referentes de aquella publicación fundada, en
Madrid, por Jesús Díaz.
De la experiencia
de los primeros años de Encuentro,
una revista que siempre concedió un lugar central al ensayo, la historia y las
ciencias sociales, surgió la idea del proyecto al que Batista entregaría los
últimos años de su vida: la editorial Colibrí. Pensada como una plataforma
editorial donde dar cabida a la producción ensayística y académica cubana,
fuera de la isla, pero capaz de intervenir en los grandes debates económicos y
políticos, culturales y sociales, literarios y artísticos de la nación, Colibrí
lanzó una amplia convocatoria a académicos y críticos de todas las generaciones
de la diáspora.
Una parte
considerable del trabajo editorial, que Víctor Batista encabezó con Helen Díaz
Argüelles, tuvo que ver con la traducción al español de clásicos de la
producción académica cubana en Estados Unidos. Fue así como aquella pequeña
imprenta de Madrid dio a conocer las únicas ediciones en castellano que existen
de libros refereciales de Marifeli Pérez Stable, Carmelo Mesa Lago, Roberto
González Echevarría, Jorge I. Domínguez, José Manuel Hernández, Rafael
Fermoselle, Gustavo Pérez Firmat, Enrico Mario Santí, Alejandro de la Fuente,
K. Lynn Stoner, Anke Birkenmaier y Robin Moore, por sólo mencionar algunos.
Desde un inicio,
la editorial también se abrió al campo más propiamente ensayístico, como muestra
la hermosa antología de escritos del músico Julián Orbón, La esencia de los estilos (2000). Ese flanco se desarrolló mucho
más en los últimos años de la editorial con autores como Antonio José Ponte,
Jorge Luis Arcos, Jorge Ferrer, Wilfredo Cancio Isla, Ernesto Hernández Busto,
Duanel Díaz, Sergio Ugalde Quintana, Enrique del Risco, Alexis Jardines,
Orlando Jiménez Leal o Manual Zayas.
Las decenas de
volúmenes que conforman el catálogo de Colibrí,
así como los más de veinte años años que Batista dedicó a revistas como Exilio, escandalar y Encuentro,
conforman un testimonio estremecedor de la entrega de este intelectual exiliado
a su cultura. Una cultura que siempre entendió de manera incluyente, sin
desconocer la centralidad de la isla en un territorio que intelectualmente la
desbordaba. Quienes lo conocimos sabemos que la interlocución de Batista, en
Madrid, con académicos e historiadores de la isla, fue permanente. Muchos de
ellos pueden dar fe de lo anterior.
También sabemos
de sus constantes esfuerzos, como de los de Jesús Díaz con Encuentro, por enviar ejemplares a la isla e incorporar autores
residentes en Cuba. Muchos de esos esfuerzos se frustraron, pero a juzgar por
la producción intelectual cubana de las dos últimas décadas, no pocos número de
Encuentro y libros de Colibrí
llegaron a las manos que debían. Constatar que sus libros eran leídos por
jóvenes historiadores de la isla fue uno de los mayores orgullos de Víctor
Batista al final de su vida.
La revista Cuban Studies rinde homenaje a este gran
cubano, a este editor exiliado, cuyo epitafio podría ser: “por sus libros lo
conoceréis”. A propósito de los impresores de libros en Estados Unidos,
escribió José Martí: “Una pistola hace temblar… Un libro, aunque de mente ajena,
parece cosa como nacida de uno mismo, y se siente uno como mejorado y agrandado
con cada libro nuevo”. Esa herencia invaluable nos deja Víctor Batista Falla:
sus libros.
Rafael Rojas (autor), Alejandro de la Fuente y Lillian Guerra (editores) y
miembros del Comité Editorial de Cuban Studies: Michael Bustamante,
Odette Casamayor Cisneros, Julio Antonio Fernández Estrada, Ada Ferrer, Luis
Miguel García Mora, Mario González Corzo, Yvon Grenier, Jennifer Lambe, Carmelo
Mesa-Lago, Robin Moore, Lisandro Pérez, Enrico Mario Santí y Ricardo Torres
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