René León
Cómo pasa el tiempo!¿me pregunto?. Hoy
he vuelto a recordar la bella ciudad de Trinidad, en la costa Sur de Cuba;
llena de tradiciones. Sus calles empedradas, sus viejas plazas. El tiempo va
transcurriendo; los días se convierten en años, y quisiera volver a ella,
aunque sea por un momento.
Nos vamos poniendo viejos y los
recuerdos nos llegan con más fuerzas. Me pongo a pensar en lo indefinido,
después de un momento de meditación. La vida va pasando lenta, las horas, los
minutos, que el viento se lleva. Las nubes corren rápidas sobre el fondo del
azul del cielo.
La ciudad tiene en sí un encanto
inexplicable, quizás misterioso. Sus viejos caserones construidos en el siglo
XVII; conocidos por “palacios”, que todavía se mantienen enhiestos,
quejumbrosos por el pasar de los años.
Sus ventanas enrejadas en hierro o
en maderas trabajadas en cedro o caoba, que el transcurso del tiempo va
deteriorando. Donde antaño las señoritas se sentaban a soñar con el galán de
sus sueños. Las serenatas nocturnas. La luna alumbrando con sus matices de bellos
colores. Las calles de piedras de río, que soportaban el cruce de los carruajes
de las familias adineradas. Todavía hoy se sienten por sus calles las pisadas
de los caballos, y el chasquido del látigo de los caleseros negros, dicen los
vecinos.
Pienso en la vieja plaza frente a la iglesia de la Santísima Trinidad;
quisiera volver a estar sólo un momento, en silencio, sentado en uno de sus
bancos y gozar de la paz; hoy, todo es silencio. Y mi mente se traslada a
aquellas noches de cielo azul plateado. Su temperatura templada; la brisa que
llega de las montañas cercanas, con el olor de las flores silvestres. Las
jóvenes caminando cogidas de la mano de tarde por el parque, conversando y
luciendo sus mejores galas. Ojos negros brillosos, azules, verdes claros, que
inspiran el amor. Y los jóvenes las ven pasar y sus miradas van dirigidas a la
bella de su preferencia. Tiempo de inocencia y pureza, que se va con el tiempo.
Hoy, la plaza, muestra sus calles desiertas, silenciosas, y las paredes de los edificios
se encuentran en mal estado.
De cuando en cuando se detiene el
tiempo en la centenaria ciudad; su cielo azul unas veces, otras verdes, gris.
Las nubes se mueven y caminan lentas en el inmenso espacio. En la remota
lejanía, las montañas, con su color verde, nos parece que las vamos a tocar con
la mano. El aire transparente, sutil, acaricia la piel. La luz de la luna baña
la ciudad; todo es misterioso. Las campanas de la iglesia rompen el silencio de
la noche. A lo lejos se oye el lamento de un perro, en la lejanía. El tiempo,
el eterno tiempo pasa y nos deja el recuerdo de años ya idos.
Los días, meses, años, van pasando
lentamente, y mi recuerdo va a la vieja ciudad donde Colón mandó a celebrar la
primera misa en Cuba, y de allí salieron los intrépidos soldados de Cortés a la
conquista de México. Y mi pensamiento corre ligero con el recuerdo de aquellas
casas, plazas, como una hoja seca que va rodando por el suelo, llevada y traída
por un vendaval.
¡Cómo pasa el tiempo!
El tiempo transcurre
plácidamente y quisiera por un momento encontrar en mi vida actual una plaza
llena de silencio, paz y sosiego, como la de aquella vetusta ciudad
Escribe precioso el senor Leon. Da gusto leerlo, por eso soy lectora de Pensamiento, las personas que ponen escritos en Pensamiento, son todos muy bueno.
ResponderEliminarGraciela Reach
Miami, Fl.