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martes, 1 de octubre de 2019

El Circo

Por René León
Fotos tomado de: Pinterest


  Un pueblo que de verdad se respete debe poseer estos atributos:

  Una Calle Real, un parque, una botica, un cine, un hotel cantina, una gasolinera, un bodegón de chinos, una tintorería, una carnicería, 3 quincallas, 2 barberías, un salón de billar, dos Sociedades de recreo -para los negros- y para los blancos, un Club de cualquier índole; un vendedor de “mondongo”, 3 prestamistas (garroteros), una fábrica de hielo, una panadería, una iglesia con un Cristo pobre; un cura mujeriego, 4 quioscos con servicio de “un plato especial”, cervezas y ron; la que dio “un mal paso”, el que dio “un traspiés”, una espiritista-cartomántica, una brujera; “la dama” que vive en las afueras del pueblo y que todos los lugareños (machos con prioridad) conocen y que no pronuncian su nombre y que ha hecho “hombres” a todos los jóvenes de varias generaciones; un carpintero de cajas de muertos, la beata solterona, el solterón, el vago, el verraco, el jugador, el alardoso, el “corre ve y dile” el que no es lo uno y sí es lo “otro”; el que no puede ponerse un “cubo en la cabeza”; el borracho, la “recibidora”, 3 calles con el nombre de un patriota, 1, 2, 3 sindicatos o gremios de una rama en particular, una modista “sofisticada” que estudió en La Habana con Madame Butterfly; el  de “triple oficio”: vendedor de billetes de la Lotería Nacional, apuntador de bolita y jugador de gallos: pero para darle a un pueblo calidad superior debía tener, año por año, la visita de un circo, cualquier circo, que tuviera carpa llena de parches, esa cualidad era el pasaporte para su aceptación popular; mientras más parches, más digno de fe era…

  Casilda poseía eso y mucho más, pero muchísimo más; barcos de pesca, de paseo, alumbrado eléctrico, agua corriente, 1 grifo o pila de agua para los “pobres de solemnidad”, varios hombres de negocios acaudalados, limpiadores de zapatos, muelles- almacenes con capacidad para almacenar 30,000 sacos de azúcar prieta, una Capitanía de Puerto, juzgado, juez, alcalde, 3 concejales que nunca se reunían, pescaderías y Cooperativas de pesca; doctor en medicina y leyes no había; pero sí maestras y maestros, y 2 veteranos de la guerra de Independencia: Juan Sacerio y Antonio Argüelles; casas de fantasmas y “viudas”, no la mujer que perdió a su esposo; no ese tipo de “viuda” que a las 12 de la noche se ponía una sábana por encima y gritaba: ¡ahuuuuuuuuuuu…uuuuu! como un alma en pena, para infundir pánico a los vecinos, un Periodista -Tomasito Gil-, autos de alquiler, un carretón con su mulo, un perro que bebía ron, un cementerio; Casa de Duna no había; pero si una “arañita” con su caballo muy bien entrenado en su paso corto, y una monja que “colgó los hábitos para probar suerte en el mundo atrevido y loco de los desgraciados hombres” y, muchas, pero muchísimas cosas más…Hasta un chófer a quien le llamaban Tibor…
  Un día del mes de agosto, a las doce y un segundo del mediodía se aparecieron dos camiones algo destartalados del año 38…Cargaban todo lo necesario para montar un circo…El lugar escogido, por supuesto fue la Plazoleta, cerquitica a la Calle Real, frente al chalet de Renteria y cruzando el terraplén por donde corrían las paralelas del ferrocarril…De inmediato, los obreros encargados de levantar la carpa –que en Cuba  motejaban de “tarugos”- comenzaron su labor…Entonces, mi hermano Emilio les llevó a los negros trabajadores -porque todos eran negros-, dos botellas de 3 Medallas, coñac español…”Si nos damos un trago de eso…de aquí para la sepultura…Mejor invítenos a comer algo…Hace cuatro días que no comemos nada…No hemos hecho ni un “quilo”  en los pueblos que hemos visitado…”. Mi hermano Emilio de inmediato le dijo a Joseíto y el Bizco que le trajeran: pan con guayaba y queso blanco; pan con chorizos y pan con jamón y queso amarillo y algunas cervezas…”Para lueguito -dijo un negro llamado Bonifacio-, nos regala dos botellas de ron “Tigre”, ese bicho si pelea de verdad…”  Y parecía eso cierto porque ya tenían el huevo del ojo amarillo de beber tanto ron “Tigre”…Después, mi hermano Emilio se enteró por Joseíto que la famosa fiera costaba la friolera de 60 centavos el litro.
  Ese día por la noche daban la primera función…Las damas, gratis; los niños de brazos, también…A los hombres les fascina el espectáculo del circo…Por el olor a la viruta de madera de la pista y por ver las fieras y los monos…Como siempre le han pregonado que desciende del primate, se considera muy ”gracioso” –al igual que los micos-, y como ellos también, unos profesionales de las tablas, artistas natos…Sin embargo, a las mujeres no las han podido convencer de que es producto de una “costilla” de su compañero de peleas, y mucho menos de la teoría de Darwin; ella no es mona y sanseacabó…Ella proviene de la rama directa de mamacita Eva y punto…
  La atención del público se concentró en el león…El fiero felino, rosado y melena negra, del desierto de Libia, considerado de los más peligrosos, bellos y hermosos. Por lo menos así lo anunciaba el Maestro de Ceremonias del Gran Circo Marichal –los circos llevaban por nombre el del apellido del dueño-, el cual daba voces con un megáfono para mantener interesados a los asistentes…Ése sería el último número de la noche…Payaso, un prestidigitador, un levantador de pesos, bailarinas y él come candela. La gitana que adivinaba el futuro, con sus llamativos atuendos, cautivó a las mujeres…
  Los grandes tambores, las cornetas, los timbales atronaban en el interior de la vieja carpa…Los músicos de la orquesta no eran otros que los llamados tarugos…A los cuales mi hermano Emilio los había contratado para dar una serenata a través del pueblo, en primer lugar a sus enamoradas, tan pronto el espectáculo llegara a su fin…
  Armaron una gran jaula de hierro en medio de la pista…Los tambores atacaron un repiquetear que avisaba al público, en el misterioso lenguaje de los tambores, que se acercaba el momento peligroso y que había que hacer silencio…Y el silencio se hizo; fue algo incomprensible, pero se hizo, nadie respiraba…
  Dentro de una armazón de hierro en medio de la pista…Lo depositaron con temor, los cargadores, y en el centro de aquella jaula…Le abrieron la puerta y salieron corriendo…La fiera no se movió…Con varas largas comenzaron a pinchar al felino…Dando tumbos el pobre león salió de la jaula…Semejaba un animal desinflado. Su piel mostraba lunares sin pelo, como si la polilla, estuviese dando cuenta de aquel pobre animal…Abrió la boca, todos esperaban espantados el formidable rugido…Se limitó a bostezar…Sólo sabía hacer eso…El hambre diaria, de meses y años, lo había obligado a olvidar su rugido…El bostezo era su nuevo atributo…Hubo quienes empezaron a rechiflar y carcajadas…Pero de pronto todos callaron…Rendían honor al pobre animal que había sido el Rey de la Selva, ahora vencido por el hambre, el hombre y los años…
  Algunos gatos que deambulaban en la oscuridad de aquella noche en busca de guayabitos desaparecieron misteriosamente…El que pasara cerca de la carpa del circo podía oír el ronronear de satisfacción y romper de huesos por una poderosa mandíbula…
  Eran las once de la noche y nuestros padres, sentados en el portal del chalet, conversaban con algunos amigos…Emilio se presentó con sus músicos…Papá se rió…Consideraba a  mi hermano mayor como un “alocado responsable”, pero apasionado por la vida…Se cantó “Son de la loma y cantan en el llano”, de Miguel Matamoros. Aquella música de caballitos no tenía desperdicio. El que más se reía era mi hermano Emilio…Mi padre, con su gentileza de siempre, mandó traer una botella de coñac…Se tomaron tres rondas…después, nos fuimos  con la música a otra parte…
   Los vecinos de Casilda y los perros no podían conciliar el sueño…Visitamos a las enamoradas, las que se complacieron en sus pedidos de una canción determinada; pero todas, sin excepción, reían a mandíbula batiente la osadía de mi hermano.
  Nuestro tío Manolo (Vequita). se había “arrimao” a una nueva hembra y no la conocíamos…Comenzamos…Comenzó la serenata con “Ponme la mano aquí Macorina, pon, pon…”. Se podía oír el parloteo y las risotadas de las mujeres de la casa…De pronto la puerta de la calle se abrió y salieron 4 feroces perros dispuestos a destrozarnos a dentelladas…Se formó el corre, corre… Los músicos abandonaron sus instrumentos y se refugiaron en los manglares cercanos de la playa, entre ellos estaba yo…Emilio se había subido a un alto ventanal de rejas de la casa y los perros brincaban tratando de atraparlo... Uno de los perros, el más grande y con el pelo ensortijado, trataba de morderlo…Nunca se supo pero alguien metió el pies en el tambor grande…El perro grande arrastraba el tambor por la tira de pellejo que le colgaba y que servía para sujetarlo cuando se tocaba…Los marinos de guardia en la Capitanía se ahogaban de las risas… Emilio parlamentó con nuestro tió Vequita…”Pero te tienes que ir de por aquí y dar serenata en otra parte”, le dijo…Se llegó a un acuerdo satisfactorio para ambos lados, donde el honor y la hombría quedaban a salvo…Llamaron a los perros y los introdujeron dentro de la casa…Avelino, Joseíto, El Bizco, El Chivo, y Emilio comenzaron a recoger los instrumentos musicales, tomando rumbo hacia el parque, punto obligado de los descarriados para que fueran haciendo acto de presencia…Los músicos y yo, fuimos los últimos en aparecer…Cuando nos acercábamos llegaban a nuestros oídos sus grandes risotadas…Y más, se agudizaron, cuando nos vieron aparecer…El fango de los mangles nos había marcado de tal forma las piernas de los pantalones, que tal parecía que íbamos con botas de vaqueros…La parranda había finalizado por un imprevisto que nos tomó por sorpresa…
  “¡Qué me hago yo ahora sin el tambor! -lloriqueaba el negro Jacinto-…”No te preocupes, Joseíto lo llevará mañana a primera hora a Trinidad, y te lo dejarán nuevo…El arreglo va por mi cuenta”-le dijo mi hermano Emilio-.
  Todo se desarrolló como lo había planificado mi hermano…A las doce del día, Joseíto se apareció en el chalet con el tambor con un nuevo parche…Su bronco sonido repercutía con más claridad que antes…Emilio, Joseíto y yo fuimos hasta donde estaba emplazado el circo a 120 metros de nuestra vivienda...Jacinto cambió el semblante, ahora se veía contento…”Óyeme, blanco, tu eres hombre de verdad…Muchos como tú se necesitan en este país…Anoche a pesar de todo, nos divertimos mucho…¿Salimos de fiesta esta  noche otra vez?.. Seguro que sí, pero vamos a llevar estacas para defendernos de los perros…Por si acaso” -le contestó mi hermano-…Cada cual comenzó a contar la parte que le tocó en la aventura de la noche anterior y nos reíamos, nos reíamos con gusto y de nosotros mismos…Les dije que cuando llegue a la casa mi madre Elvira me dijo cantidad de cosas por desgraciar los pantalones…

¡Ah, sí! En Casilda, había una oficina de correos, el tren entraba de marcha atrás, teníamos un estibador que cargaba dos sacos de azúcar de 350 libras cada uno, y le decían Habana, había novios que llevaban 20 años de relaciones y no se casaban…¿Cómo? Eso sí que no lo sé…

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