Por: Yamira Rodríguez Marcano Articulo tomado de: Habana Radio |
Seleccionando tabaco |
Descubierta desde los primeros momentos de la colonización española, la más rica de las solanáceas, el tabaco, y en especial el proveniente de las vegas de Vuelta Abajo, introdujo en los pueblos europeos un goce desconocido que alcanzó su cúspide en la segunda mitad del siglo XIX, procurándole a Cuba, merecida reputación internacional hasta nuestros días. Plantación, producción y exportación, necesitaron pronto de un espacio para su hechura. Así, aparecieron los primeros talleres o “chinchalitos”, llamados así por su carácter doméstico y artesanal, y luego, verdaderos palacios construidos a propósito, en la zona más céntrica de la ciudad.
Fue a partir de 1827 con la eliminación de los altos impuestos a la fabricación y venta de sus artículos que la industria tabacalera cobra auge aceleradamente. Ya en 1817 había sido abolido el monopolio o estanco del tabaco y su Real Factoría, frutos de la política mercantilista de la corona española para controlar la exportación de las cosechas con destino a las manufacturas reales de Sevilla y confinar de esa manera el desarrollo de una industria propiamente cubana. De allí que, desde los setecientos se construyera el primer edificio destinado al tabaco: la Real Factoría del Tabaco. El mismo se construyó entre 1773 y 1797 con el fin de almacenar, clasificar y procesar la hoja del tabaco antes de ser exportada, así como contener la administración central del monopolio. Fue una obra monumental diseñada por el ingeniero militar Silvestre Abarca que aún se conserva al sur de la bahía habanera.
Fábrica Partagás |
A diferencia de otras industrias, las tabaquerías eran diseñadas con esmeradas formas académicas, manteniendo la distribución espacial de la casa señorial habanera, con planta baja, entresuelos y principal, patio interior, y portales si la zona lo requería; eran generalmente de grandes dimensiones y se enriquecían con elementos ornamentales que mantenían la uniformidad de sus fachadas. Con frecuencia los interiores eran bellamente decorados y en ellos se empleaban materiales nobles y costosos. Una de las mayores al ocupar toda una manzana fue la fábrica de Calixto López, proyectada con este esquema, cuya estructura se ajustó internamente a las demandas de la industria. Compitiendo con las mejores viviendas urbanas, por su expresiva ornamentación arquitectónica, se levantaron igual fábricas como la del empresario español Pedro Murias, Romeo y Julieta, H.Upmann, Cabañas y Carbajal, La Excepción, de José Gener, entre otras, poseedoras de numerosas marcas de tabaco y cigarro.
Por otra parte, en las manufacturas tabacaleras aparecieron las primeras organizaciones sindicales dentro del ramo; el primer periódico obrero, La Aurora, fundado por tabacaleros en 1865 y, en ese mismo año, se inició la lectura de tabaquerías, magnífica herramienta de superación ideológica y cultural del trabajador. En 1877 fueron empleadas las primeras mujeres, y al término del siglo XIX, el tabaquero era el asalariado más activo y de mayor relieve social en La Habana. Fue el obrero más exigente y mejor organizado que encontró en la huelga el instrumento ideal para obtener sus mejoras, incluso las capacidades y comodidades constructivas.
A partir de 1902, con la formación de una nueva compañía conocida como el trust americano, muchas marcas de orgullo nacional fueron compradas por este. Su imagen y poder se tradujo en la construcción de un imponente edificio de cuatro plantas y sótano, construido con armazón de hierro y cemento, uno de los primeros de su tipo. Entre los tabaqueros se le llamó irónicamente “El Panteón”, por ser el final de muchas de sus fábricas, “enterradas” allí para siempre. La insigne fábrica La Corona que ocupó hasta hace muy poco el edificio estuvo instalada antes en el hermoso Palacio de Aldama.
Los propietarios de aquellas fábricas, impulsados por la competencia y el mercado del habano, introdujeron las artes litográficas con igual fervor que las nuevas tecnologías de la industria. En poco tiempo, la exportación se reconoció por la exquisitez de sus perfumadas y lujosas cajas de cedro con sus envolturas doradas. Aparece el filete para ajustar las aristas y el fileteador para adornarlas. Se imprimieron las imágenes más nobles y bellas de La Habana y las habaneras, de las propias fábricas de tabacos, de reinas y reyes y hasta las dignidades nobiliarias cuando las poseyeron. Los diseños de envases alcanzaron la más alta policromía con el dominio del dorado, símbolo del poder y la riqueza que la elaboración del tabaco generaba.
Para evitar que el fumador ensuciara las yemas de sus dedos con el contacto del tabaco, se incorporó otra innovación: el uso del anillo en uno de sus extremos. Pero más que un aislante, el anillo se convirtió en otro medio de anuncio y propaganda, que devino, por su variedad de tamaño, forma y contenido, obra artística coleccionable. Junto al resto de etiquetas, envolturas, y cajones, despertaron la pasión en aquellos que, aún sin ser fumadores, encontraron en la vitolfilia la forma más seductora de acercarse al habano y su historia.
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