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miércoles, 1 de julio de 2020

EL AMOR VENCE A LA MALDAD

Foto tomado de: C a m i n a n d o


Carlos Benítez Villodres
Málaga (España)

    Todos los hombres y mujeres del mundo son iguales, por consiguiente, según esta igualdad, jamás debe, en ningún lugar del planeta, existir el odio, la violencia, la xenofobia, la intolerancia, la hambruna, la discriminación por lugar de nacimiento, por el sexo, por la religión que cada cual practique, la envidia, el caos, la esclavitud, la corrupción y los predicadores de todas estas maldades que propugnan la revolución permanente para aniquilar la bondad del hombre de buena voluntad.
    Vivimos en un mundo, donde el hombre genera, desde siempre, lo ya expresado en el párrafo anterior, en especial, la violencia síquica y física, debido a la crueldad que se origina en su esencia. Sin embargo, el hombre debe vivir en el amor. Si lo lleva a cabo, logrará la sociabilidad y la convivencia pacífica, la libertad, en todos los aspectos, y la hermandad, la comprensión y el respeto, la justicia y la objetividad… entre todos los hombres y mujeres que pueblan nuestro planeta.
    La lucha no violenta no es un invento de nuestros días, pero nunca ha sido tan actual, tan realista, tan posible y tan necesaria como hoy. Tiene su origen en la conciencia de una superioridad intelectual y en el convencimiento de que, con métodos bárbaros, no se puede dar forma a una sociedad más humana. Esa lucha es pregón de una época nueva, posible y humana, en la que los conflictos no se resolverán con balas y bombas atómicas, sino por medios pacíficos a todos los niveles.
    La lucha no violenta, que mana del amor, es hasta ahora la forma más sublime, más pura y, a la larga, la más eficaz de todas las revoluciones. No solo transforma estructuras sociales deshumanizadas, sino también a los hombres. Esa revolución es la que deben realizar hombres y mujeres, gobernantes y gobernados, para que todos los seres humanos seamos hermanos.
    Si todos fuéramos hermanos, no existiría el consumismo. Este ha inducido a millones de seres humanos a lo superfluo y al desperdicio cotidiano de alimento, al cual a veces ya no somos capaces de dar el justo valor, que va más allá de los meros parámetros económicos. Tengamos siempre presente que el alimento que se desecha es como si se robara de la mesa del pobre, de quien tiene hambre.
    Cuando el alimento se comparte de modo equitativo, con solidaridad, nadie carece de lo necesario, cada comunidad puede ir al encuentro de las necesidades de los más pobres. El amor nos hace hermanos. Vínculo este que aniquilará las maldades de hombres y de mujeres nacidos para envenenar a la humanidad. Además, el amor se hiere por cualquier negación de la dignidad humana. Los que trabajan en estos sectores, políticos y económicos, tienen una responsabilidad precisa para con los demás, especialmente con los más frágiles, débiles y vulnerables.

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