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martes, 1 de agosto de 2017

África en Cuba y América: las heridas de la esclavitud (1ra parte)

Jesús Guanche

El compartir es la base de la unidad y la concordia Proverbio achanti

Lo que nos toca de la diáspora

Nuevamente la diáspora cultural africana nos convoca a la reflexión y al debate. A sólo ciento quince años de la abolición de su último reducto americano (Brasil), el estigma de la esclavitud aún está presente en las mentalidades de los descendientes de quienes la han padecido y de los que hoy, conscientes o sin saberlo, disfrutan de una ventajosa posición social y económica gracias a sus frutos directos e indirectos. Al mismo tiempo, los valores culturales de los pueblos africanos viven transformados hoy en este Nuevo Mundo, pero no sólo en los antiguos descendientes por decenas de generaciones, sino en una parte muy significativa de su población que, - más allá de sus cruces genéticos - ha asumido o deberá asumir como propio ese rico patrimonio y lo ha recreado hasta formar esa sustancia indisoluble de una parte importante de las culturas nacionales del continente y muy especialmente de sus áreas insulares. Uno de los grandes retos de los pueblos de América en los albores del tercer milenio es la superación del estigma de la discriminación y los prejuicios raciales, para alimentar la llama de la cultura, cada una con su propia identidad, y reconocer en igualdad de condiciones todo el legado procedente de Europa, África y Asia, junto con la originalidad irrepetible de cada una de las culturas añejas y nuevas, independientemente de su lejanía en el tiempo o de su conmensurabilidad en el espacio.

La trata y sus secuelas

Muchas han sido las interpretaciones sobre la mayor sangría demográfica y cultural que ha tenido la humanidad: la trata esclavista, desde la justificación del gran crimen - hoy se sabe mejor que antes que todo acto humano puede ser justificable y al mismo tiempo rebatible - al concebir a los cargamentos de África al sur del Sahara como parte de los bienes muebles, en tanto mercancía convertible en capital; hasta las múltiples denuncias que se hicieron en América, desde el propio siglo XVI hasta el presente, acerca de la degradación extrema de la condición humana. Como bien se ha señalado en una perspectiva universal: La trata fue el mayor desplazamiento de población de la historia y por consiguiente un encuentro, ciertamente forzado, entre culturas. Generó interacciones entre africanos, amerindios y europeos de tal amplitud, que quizá hoy, en el bullicio americano y antillano, esté en juego algo vital para el tercer milenio: el pluralismo cultural, es decir, la capacidad y el potencial de convivencia de pueblos, religiones, culturas de orígenes distintos, el reconocimiento de la riqueza de las especificidades y de la dinámica de sus interacciones.1
   En el caso particular de Cuba, el profundo impacto de la esclavitud marcó primero la sociedad colonial durante tres siglos y medio, lo que condicionó una lacerante desventaja histórica para la ascensión social y el nivel de vida de los esclavos y sobre todo de sus descendientes, que fueron convertidos en fuerza de trabajo asalariada con el advenimiento de la República neocolonial, cuyos niveles de calificación estaban en dependencia de los oficios y las ocupaciones realizadas en su anterior condición de servidumbre. De ese modo, el otrora barracón de esclavos en las áreas rurales se transfiguró en el conocido solar de la marginalidad urbana y suburbana, símbolo de promiscuidad y hacinamiento, propio de la periferia de las ciudades, que sirvió de caldo de cultivo para diversas formas de patología social. Desde los albores del siglo XX esta parte de la población fue considerada como un hampa, denominada entonces y consciente de su imprecisión, con el adjetivo de "afrocubana"2. Luego, esta apreciación prejuiciada removió de pies a cabeza al joven investigador cubano Fernando Ortiz hasta afirmar que "sin el negro Cuba no sería Cuba"3. Paralelamente, debo resaltar la significativa presencia de una población libre que tiene sus orígenes desde el siglo XVI, procedente de Andalucía, y que se asienta en las primeras villas. Esta población negra y mulata, hondamente hispanizada por sus tradiciones y costumbres, pero con una alta capacidad de reproducción natural, fue apropiándose poco a poco de los principales oficios y ocupaciones desdeñados por los sectores sociales dominantes y se abrió un espacio en la formación de una cultura laboral en las áreas urbanas, entre las que se destacó el magisterio y el ejercicio de las artes hasta muy entrado el siglo XIX.4
La herencia cultural de los pueblos de África en la formación histórica de la cultura cubana, sin distinción de matices epiteliales ni resabios protagónicos de una u otra etnia, es un hecho sustancial e imprescindible para el conocimiento de la diversidad de manifestaciones que hoy forman parte de la cubanidad, devenida cubanía y entendida como identidad cultural cambiante y distinta cualitativamente de sus componentes indígenas, hispánicos, africanos y chinos originarios, así como de otros inmigrantes llegados en pleno siglo XX de casi todos los confines del planeta. Sin embargo, con habitual frecuencia, debido al conocido retraso de la ciencia respecto de la acelerada riqueza de la realidad, no siempre los científicos han sido capaces de nombrar los fenómenos nuevos según su nueva cualidad y por falta de términos precisos o por la vieja resaca de los paradigmas axiológicos de Europa y Norteamérica, no han podido mirar con ojos propios a los fenómenos propios y se han visto obligados a echar mano a denominaciones incapaces de valorar los nuevos fenómenos, que lejos de ayudar nos confunden. Quizá por ello aún se designan manifestaciones artísticas, lingüísticas, culinarias, religiosas, danzarias, musicales y otras como supuestamente "afrocubanas", cual falsa imagen estática de una compleja trama simbiótica que ha pasado por múltiples procesos de trasmisión intra e intergeneracional y que hoy forma parte de la cultura cotidiana en nuevos portadores de los más diversos biotipos humanos, inmersos en permanentes procesos de transculturación, como hace ya más de medio siglo acuñó el propio Ortiz5.
A diferencia de la época colonial, la República neocolonial inaugurada casi al despertar el nuevo siglo en 1902, muy lejos de aplicar los ideales democráticos y antirracistas de líderes independentistas como José Martí, Antonio Maceo y Juan Gualberto Gómez, se vio sometida al modelo de gobierno dependiente del naciente imperialismo norteamericano, con una arraigada cultura de la estamentación y segregación de grupos y clases sociales muy marcada por criterios racistas. De ese modo, no obstante las conquistas sociales y políticas del movimiento intelectual, obrero, campesino, estudiantil, femenino y antirracista, la sociedad cubana se vio también dividida en asociaciones de supuestos "blancos", "negros" y "mulatos" que agrupaban de modo artificial lo que las relaciones biológicas y culturales habían fundido durante decenas de generaciones. El convincente Engaño de las razas, (1940) fruto de múltiples denuncias, artículos y discursos de Fernando Ortiz y de intelectuales como Lino Dou, José Luciano Franco, Rafael Serra Montalvo, Gustavo Urrutia y otros, cuyos fenotipos los implicaba más con las víctimas del racismo que con los victimarios, no fue capaz de crear una conciencia generalizada, ni en los sectores sociales favorecidos con la situación existente y mucho menos en aquellas masas analfabetas que no tenían acceso al conocimiento a través de la lectura y que dependían sólo de la tradición oral. Estas ideas tampoco gozaron de una suficiente divulgación internacional como para crear un amplio estado de opinión antirracista en América, pese a la considerable bibliografía existente.7 Las ideas de superioridad y de inferioridad de unos sobre o respecto de otros, los prejuicios que alimentan la discriminación según el fenotipo humano, que deterioran la autoestima y que generan crisis de identidad, se arraigaron y trasmitieron tanto de modo vertical en los diferentes estratos sociales mediante la cobertura del Estado dependiente y de la prensa, como de manera horizontal a través de las relaciones interpersonales y familiares, y se afianzaron de tal modo en el imaginario popular que formó parte de los falsos valores de la vida cotidiana.
Se crearon estereotipos del "blanco", del "chino", del "mulato", del "negro" y de otros fenotipos populares denominados a su modo por la población8 , que concentraron virtudes y defectos reales e imaginarios, los que condujeron de modo paralelo a la "cromofilia" (en el sentido terminológico del color de la piel y otras características anatómicas) como aspiración a las virtudes, y a la "cromofobia" como rechazo a los defectos. Todo ello se vio reflejado en el arte y la literatura, en el léxico, en la cultura de tradición oral y en el comportamiento social 9.

Los nuevos retos de los prejuicios y la discriminación raciales

En los últimos cuarenta y cuatro años, la vocación altruista de la Revolución cubana ante el enmarañado lastre de la discriminación racial y los prejuicios mutuos, heredados de cuatro centurias y media de historia precedente, y con la intención de imponer un estilo volitivo sobre la marcha de los procesos sociales, influyó de modo directo en todo el andamiaje vertical (institucional), al proscribir cualquier tipo de discriminación por motivos de color, género, edad, nacionalidad, etnicidad y otra, la que oportunamente fue recogida en la nueva Constitución de la República y refrendada por la población de modo masivo10 . Sin embargo, las tradiciones culturales de cualquier pueblo están cargadas de virtudes, como el sentido de la honradez, el valor de la verdad, la apreciación de la belleza, la significación del trabajo y muchas otras; pero también incluye lo que esa sociedad puede o no considerar como defectos, entre los cuales se encuentra el desprecio por personas de su propia especie, no porque sean portadoras de otras virtudes, sino por tener cualidades corpóreas diferentes. Es el viejo tema antropológico de la aceptación o el rechazo del otro; el típico etnocentrismo y su habitual reacción etnofóbica, cuando las personas que componen determinado pueblo poseen rasgos físicos relativamente comunes y como mecanismo de defensa o por otras razones particulares no aceptan a ese otro distinto; o al contrario, cuando lo acogen, lo colman de ritos hospitalarios.
Estas tradiciones culturales que marcan el sistema de valores de una sociedad, aunque sean impugnables, no se pueden cambiar por decreto ni por la mejor energía volitiva. El necesario cambio hacia la superación del prejuicio y la discriminación raciales es un proceso de transformación relativamente lento, de carácter intergeneracional y de profundo contenido ideológico; pero no sólo de esa parte de la ideología que se identifica de modo protagónico, y a la vez limitado, con la ideología política, sino con el sistema complejo de las ideas, desde la filosofía hasta la cotidianidad, desde el pensamiento científico más profundo y abarcador hasta el mito cosmovisivo que recrea la realidad a imagen y semejanza del propio pensador, e incluye a toda la sociedad sin excepción en un discurso dialógico sobre las causas sociales y culturales del problema hasta su plena identificación, sin nuevos prejuicios para su solución. Por esto, en el contexto cubano actual, no debemos identificar ni sobredimensionar el denominado "problema" del "negro", del "mulato" o del "blanco" como un problema capaz de distraernos del problema central: la existencia del país como nación independiente, la salida de la crisis, la aspiración a un tipo de desarrollo a escala humana y la preparación para una integración futura con otros pueblos del área en condiciones de equidad y respeto mutuos.
En este sentido, los estudios actuales sobre las relaciones raciales y la etnicidad en Cuba permiten destacar (aún de manera muy parcial, debido al lento desarrollo de los trabajos de campo y a la escasa discusión abierta del tema) un proceso de paulatina disolución de los prejuicios raciales junto con diversos modos de reproducción social en los niveles horizontal y vertical. Se pueden detectar al menos tres tendencias que se relacionan directamente con la pertenencia generacional, fenotípica y socioclasista: 1. Conservación de los prejuicios raciales en las generaciones nacidas antes de 1959, muchos de ellos abuelos o bisabuelos de las generaciones más jóvenes. (Principales trasmisores intergeneracionales de los prejuicios y de otros valores).
2. Abandono público del problema, que fue dado como si estuviera resuelto (al nivel de instituciones estatales), lo que contribuyó a su permanencia en el tramado social y familiar e influyó en una leve disminución de los prejuicios raciales en las generaciones nacidas entre 1960 y 1979, la mayoría de ellos padres y maestros de las generaciones más jóvenes. (Trasmisores de los prejuicios raciales mediante la endoculturación familiar y social con menor intensidad que la generación anterior, en ellos influye todo el proceso revolucionario cubano y especialmente el acceso a un mayor nivel de instrucción).
3. Análisis crítico de los prejuicios raciales de modo público con el objetivo de propiciar su disolución perspectiva, sin dejar de considerar la formación de nuevos prejuicios en la generación posterior a 1980 según los nuevos cambios socioeconómicos y tecnológicos. (Junto con la habitual trasmisión intergeneracional de valores existe una alta dependencia de los medios de comunicación masiva y la ausencia de una mayor discusión pública sobre el tema). En los referidos estudios fueron analizadas las relaciones de nupcialidad, las paterno-filiales, las de vecindad y las de amistad.11 Durante uno de los trabajos de campo se observó que los vecinos se relacionan entre sí independientemente de la noción de pertenencia racial, pero los más allegados son personas de la misma autopercepción racial; los amigos también son considerados generalmente dentro de la misma autopercepción racial; en el barrio los grupos son comúnmente multirraciales, pero en las relaciones más íntimas prefieren los de la misma filiación; al mismo tiempo, las personas que dijeron no ser racistas, en todos los casos se integran a grupos de amigos de variada composición racial. Los que afirmaron conscientemente tener prejuicios raciales presentan tres casos significativos: primero, los que sólo se relacionan con personas de su propio grupo racial; segundo, los que conforman grupos que mayoritariamente son de igual filiación racial, con la inclusión de personas de otra filiación sobre los cuales se afirma que comparten normas e intereses afines; y tercero, los que expresaron tener relaciones multirraciales exclusivamente en determinadas actividades. Estos últimos patrones de relación interracial se sustentan en el grado de identificación con personas valoradas por los informantes como "iguales a uno" 12.
De modo análogo, se producen y reproducen diversos estereotipos que identifican al blanco como "ambicioso e hipócrita", al negro como "extrovertido y escandaloso" y al mulato como "blanco y negro a la vez", en tanto percepción del otro y en determinados casos como autopercepción prejuiciada.
Al cabo de más de medio siglo hay que oponer nuevamente al pseudoproblema de la "raza", en su acepción biológica, el complejo problema de la cultura en su rica diversidad plural, ya que los actuales temas que se discuten sobre el prejuicio y la discriminación son cuestiones de tipo sociocultural que afectan el desarrollo pleno de muchas personas; es una especie de tara cultural derivada del estigma de la esclavitud y de todo el conjunto de ideas que argumentaron las desigualdades sociales y las diferencias culturales en el desarrollo como si fueran desigualdades biológicas. Sus causas primarias hay que evaluarlas, precisamente, en la desventaja histórica que ha tenido la población más humilde (cuya inmensa mayoría ha sido obviamente negra y mulata, aunque no es la única)13 para aprovechar al máximo las oportunidades de educación, empleo y elevación de la calidad de vida mediante el trabajo honrado, en un modelo social convulso que también ha heredado y generado diversas manifestaciones de la patología social.
La experiencia negativa que tuvo Cuba con el sistema político de cuotas según colores epidérmicos a mediados de los ochenta no siempre fue equivalente al talento de las personas electas o designadas para uno u otros cargos. Una reflexión autocrítica al respecto ha permitido que posteriormente los dirigentes políticos, militares, gubernamentales y otros, cuya distribución de melanina en piel los acerca más a sus antiguos ancestros africanos, asuman funciones en atención a la experiencia, la capacidad, el talento y no por la simple apariencia externa.
La solución del problema no consiste en aplicar una opción absurda e igualitarista para cumplir con un elemental balance estadístico, sino en una racional elección y distribución de funciones de acuerdo con el desarrollo alcanzado por las personas, según sus capacidades y en atención a las diferencias de actitudes y aptitudes.
En este sentido, tratar de equilibrar la composición por sexo de los estudiantes universitarios en Cuba significa debilitar el empuje que han tenido las muchachas en el acceso al nivel superior como reflejo de un mejor rendimiento académico, al margen de lo discutible que resulta el retraso de los muchachos por diversas razones. Del mismo modo, es otro ejemplo, tratar de equilibrar la composición por el color de la piel de los equipos deportivos de alto rendimiento también significa debilitar un proceso de captación y selección de atletas que tiene su base en las competencias escolares y cuya mayoría han sido y son jóvenes negros y mulatos (e incluyo en estos términos toda la complejidad actual del mestizaje).

Durante el VI Congreso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC)14 se volvió a discutir el tema de la discriminación racial y los prejuicios que le son afines, el decisivo papel de los medios de comunicación masiva y de toda la sociedad en su conjunto, desde la familia hasta los centros laborales y educacionales, en el conocimiento de sus causas y en sus vías de solución. Aunque no sea común en otros países, la presencia permanente del Jefe del Estado y del Gobierno cubano durante los días de sesiones plenarias, animó el debate sobre el reconocimiento actual del racismo y el papel estratégico de la cultura (en su amplio sentido y alcance) para asumir los problemas del desarrollo en su esencia humana y en su pluralidad, como vía para contrarrestar las pretensiones globalizadoras desde la unipolaridad homogeneizante. 

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