Abrí
los ojos temprano con la añoranza en los párpados. No salté de la cama con
presteza; más bien me deslicé con tiento al suelo en un precavido despertar,
desperezando el sueño.
Por
la ventana se veía un sol anémico que pugnaba por atravesar con rayos casi
blanquecinos la neblinosa humedad del día recién nacido. Y ese cuasi llanto
matutino me incitó, con sus múltiples velos opalinos tras los que se adivinaba
la triste soledad de este otoño especial que, por haber venido acompañado de
aguas y nieves, ya se creía invierno de verdad, a enfrentar, "Pluma en
ristre", algunas verdades y ciertas ilusiones.
Y gustárame o no, el primer, por peligroso,
adversario fue el terror porque siempre, ante una tragedia cuya dimensión no
puede medirse -a pesar de las cifras- en números; sino en dolores, nos
sorprende -¡ya que desdichadamente vivimos un siglo XXI de cambios brutales en
el equilibrio de fuerzas que ordena este mundo nuestro, el que hemos fabricado
a lo largo de veinte siglos de luces y sombras! Y miedo, por supuesto, pero
reprimido, embridado, bien utilizado para que, en vez de hacernos cobardes ante
la tragedia, nos permita, como siempre, crecernos ante la adversidad.
Terror
es un método expeditivo de ¿justicia? que busca -y consigue, por supuesto-
crear la angustia generalizada en la sociedad toda o en una parte de ella.
Terror es agresión siempre injustificada porque es daño incondicional,
imprevisto e inhumano; inmoral e innecesario.
Terror
es también la más flagrante manifestación de impotencia en el agresor, que no
puede por medios razonadores hacer valer sus ideas y recurre a la violencia
indiscriminada, dando así rienda suelta a su enconada ofuscación.
Y
ante esta demoníaca actitud de algunos fanáticos que siempre ha habido, que
siempre habrá, ¿qué hacer? Jesucristo nos dijo que pusiésemos la otra mejilla
cuando nuestro prójimo nos abofeteara, pero no somos Jesús y este terror va más
allá. El "ojo por ojo; diente por diente" implicaría nuestra propia
deshumanización; la nivelación descalificadora de los agredidos rebajándose a
la depravación de los agresores. Y no vale tampoco la resistencia pasiva ante
la violencia desatada.
Hay
que combatir el fanatismo de manera global, desde todos los ángulos. Con la
firmeza por parte de las fuerzas de seguridad en TODOS los Estados; con la
educación de TODAS las mentes, porque es en la ignorancia donde encuentra
óptimo caldo de cultivo; con la erradicación de las grandes y aterradoras
miserias materiales, porque el hombre hambriento que no halla modo de
supervivencia es siempre violento...
Los
grandes males de la sociedad han nacido siempre de la miseria y de la ignorancia. Abandonemos
la falacia del "pan y circo". Hay que crear igualdad de
oportunidades; incentivos de progreso y superación; seguridad en la justicia
social; reafirmación en los principios éticos del bien y fe en un futuro mejor.
Y
como siempre que un año termina -como 2008 está a punto de terminar,- y otro
comienza, 2009 en este caso, nos asalta una furia iconoclasta de resumir lo
pasado y aventurar el porvenir. La realidad es que esto nos ocurre porque
nuestro subconsciente sabe que es imposible adueñarnos del tiempo, embridarlo
como a corcel salvaje que se captura y se somete a nuestra humana voluntad. La
única realidad es la certeza de "ser un año más viejos; de tener un año
menos por vivir".
Lo
cierto es que el hombre ha querido siempre asir los inasibles hilos del tiempo,
inventando paciente y concienzudamente métodos para medirlo como si ello fuese
mágico filtro que nos permitiese retenerlo. ¡Ilusión!
Porque
el tiempo no se va. Bien lo dijo Azorín. El tiempo es como las nubes, siempre
distintas y siempre iguales; siempre huyendo y siempre presentes. Así es el
tiempo.
No
es éste un intento de caer en la eterna tontería de resumir lo acaecido en
2008, que para eso están los almanaques mundiales y las enciclopedias; o de
intentar explicar las causas de los sucesos que todos conocemos bien por
haberlos vivido, que es trabajo de los analistas políticos y de los historiadores;
o de pretender conocer las consecuencias de los hechos del año que ya pasó y su
repercusión en los venideros, porque no somos ni expertos economistas ni
zahoríes con poderes sobrenaturales.
Tan
siquiera soñar en hacer algo parecido sería "vanidad de vanidades".
Mísero barro como somos, imperfectos y torpes como el que más, todavía no somos
tontos.
Tampoco
pretendemos hacer en vuestra compañía acto de contrición por los errores y
"pecados" que hayamos todos cometido en 2008, porque lo importante no
es entonar un "mea culpa" hipócrita y sensiblero; lo importante es
que hayamos sacado fruto de experiencia de nuestros errores para no volver a
cometerlos. No es ni siquiera un intento de hacer promesas de buena intención
para el año venidero, porque "de buenas intenciones está empedrado el
camino al infierno" y a los hombres se nos conoce por nuestros hechos y
por los resultados de nuestros hechos. La buena intención no basta.
Queremos
reflexionar en voz alta porque "sólo la verdad nos pondrá la toga viril"
y es de la reflexión que surge la verdad en todo su esplendor. Queremos
recordarnos y recordaros que de cada hombre y mujer del mundo en que vivimos
depende la solución de los problemas de la sociedad y del mundo. Que si
empezamos en casa a actuar como hombres y mujeres honrados y sinceros; a
respetarnos y a respetar a nuestros semejantes; a desterrar de nuestros
corazones los cánceres del odio, la envidia, la indiferencia, la ociosidad y el
miedo, entonces tendremos paz. Y la paz es progreso, bienestar y felicidad.
2009
debe ser un reto: el reto de lograr la paz que proporciona a cada hombre y
mujer de la Tierra el estar a bien con su conciencia y satisfecho de sus
hechos.
Y,
por si alguna vez nos olvidamos, quede explícitamente manifestado nuestro más
sincero y fraternal cariño y nuestros votos por un ¡Feliz Año Nuevo para todos!
Eliana Onetti (†)
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