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miércoles, 1 de enero de 2020

¿ERAN ANEXIONISTAS LOS CONSTITUYENTES DE GUÁIMARO?

Asamblea de Guáimaro

Fecha:  
10 al 12 de abril de 1869
Lugar:  
Descripción:   
Reunión cumbre de los patriotas cubanos alzados 
en armas en Oriente, Camagüey y Las Villas
Ejecutores o responsables del hecho:  
Patriotas cubanos

por Roberto Soto Santana

El 2 de marzo de 1845, la reina Isabel II firmó en Madrid una Ley aprobada en Cortes por la que se ilegalizaba y castigaba el comercio y el contrabando de esclavos en la Península e islas adyacentes, en las provincias de América (reducidas, en la práctica, a Cuba y Puerto Rico), y en las posesiones de África. Se especificaba, sin embargo, que “en ningún caso ni tiempo podrá procederse, e inquietar en su posesión á los propietarios de esclavos con pretesto de su procedencia”[1] Teóricamente, la trata negrera quedaba suprimida, no así la esclavitud, que subsistía indemne.
Durante los próximos diez años, al lado de la actitud integrista de la población españolista en Cuba –que no concebía ni aceptaba la posibilidad de la separación política de Isla-, las cabezas pensantes de las élites criollas (en cuanto comerciantes, miembros de las profesiones liberales y, sobre todo, los dedicados a la tenencia y explotación de tierras en una economía del tipo de “plantación”) se fueron inclinando  cada vez más a favor de la anexión de los EE.UU., con vista a ingresar como un Estado esclavista más de esa Unión, en parte para aquietar la preocupación de los 450 mil blancos libres de la Isla frente a los 600 mil negros privados de la libertad y de los derechos más elementales (por temor a una sublevación como la de Haití), y en parte como una reacción de rechazo ante la actitud que exhibían las Cortes de 1837 cuando, en sesión secreta del 16 de enero, tomaron el acuerdo de nombrar una comisión especial para que informase sobre una propuesta del diputado Sr. Vicente Sancho relativa a las provincias de Ultramar, consistente en que pasaran a regirse por leyes especiales, a la que se sumó la comisión encargada del proyecto de constitución; ambas, constituidas por acuerdo de las Cortes en comisión extraordinaria, decidieron presentar el 7 de marzo la propuesta de que se declarase que “No siendo posible aplicar la constitución que se adopte en la península e islas adyacentes a las provincias ultramarinas de América i Asia seran éstas rejidas por leyes especiales i análogas a su respectiva situacion i circunstancias propias para hacer su felicidad, i que en su consecuencia no tomaran asiento en las cortes actuales diputados por las espresadas provincias.” [2] Cuba seguía sometida al régimen de facultades omnímodas concentradas en las manos del Gobernador y Capitán General desde la época de Dionisio Vives, en virtud de Real Cédula de 28 de mayo de 1825.
Así. Gaspar Betancourt Cisneros, el Lugareño, desde el periódico La Verdad, en Nueva York, se dio a la tarea de propugnar la anexión, como le escribió a José Antonio Saco[3]: “Vas a escribir, dices, sobre anexión, y lo harás como un sacrificio que debes a la patria, es decir, contra tus sentimientos. Te comprendo y yo quisiera que los dos nos viésemos ciudadanos de una nación independiente y libre, figurando entre los pueblos soberanos de la tierra. Pero entendámonos y convengamos en que primero es la Patria que las vanidades de la nacionalidad, que el tiempo puede satisfacer, quizá con usura…¿Y crees tú, Saco, que hijos esclavos de españoles pueden ser hombres libres? Te perdono el falso testimonio y te remito a los guachinangos, a los sambos, y a los Santa Annas, Flores, Monagas, etc. ¿Cómo podríamos nosotros primero conquistar nuestra independencia y después sostener un gobierno liberal?” El Lugareño, descartando la viabilidad de la independencia, veía la anexión a los EE.UU. preferible a que Cuba continuase en la condición de factoría colonial.
En los siguientes años, el movimiento anexionista –que sin embargo pervivió como una aspiración en el ánimo de las capas “ilustradas” de la sociedad cubana- quedó frustrado por el fracaso de las gestiones de sucesivos gobiernos estadounidenses con el objetivo de comprar la isla de Cuba a España, y los hacendados (como principales beneficiarios de la explotación de mano de obra esclava en el país) se sintieron tranquilizados por la firme defensa que de sus intereses económicos hacían los gobiernos peninsulares y las autoridades coloniales.
Relevó al anexionismo el movimiento reformista, inspirado desde el periódico El Siglo por el conde de Pozos Dulces, y limitado por éste mismo a luchar “por obtener para Cuba todos los atributos de provincia española de que hoy carece”, incluida la reforma de la ley arancelaria, “la cesación de la trata de negros, y la representación política de Cuba en el Congreso nacional” 4
Peticiones todas que naufragaron en las tareas de la Junta de Información convocada por el nuevo Ministro de Ultramar en 1867, con la asistencia de dieciséis comisionados de Cuba y seis de Puerto Rico, ya que el Ministro declaró cerradas sus sesiones sin llegar a adoptar ninguna de las recomendaciones de los comisionados que habían acudido a la cita.5                                    
No quedaba más salida a los cubanos que emprender la Guerra por la Independencia, proclamada con el Grito dado en Yara l 0 de octubre de 1868.
El 10 de abril de 1869 la Cámara de Representantes reunida en el poblado camagüeyano de Guáimaro proclamó la Constitución6 de la República en Armas, el día 11 se adoptó la bandera de Narciso López, y el día 12 se invistió a Carlos Manuel de Céspedes como Presidente y a su cuñado Manuel de Quesada como general en jefe.
Pues bien, según el acta de la sesión pública de la Cámara de Representantes de 29 de abril de 1869 se acordó dirigir la siguiente manifestación al Congreso de los EE.UU.: “PRIMERO:  Comunicar al Gobierno y al Pueblo de los Estados Unidos que h recibido una petición suscrita por un gran número de ciudadano en que se suplica á la Cámara manifiesta á la Gran República los vivos deseos que animan a nuestro pueblo de ver colocada á esta Isla entre los estados de la federación Norte-Americana. SEGUNDO: Hacer presente al Gobierno y al Pueblo de los Estados Unidos que este es realmente, en su entender, el voto casi unánime de los cubanos, y que si la guerra actual permitiese que se acudiera el sufragio universal, único medio de que la anexión legítimamente se verificara, ésta se realizaría sin demora. TERCERO: Pedir su apoyo al Gobierno y al Pueblo de los Estados Unidos, para que se no se retarde la realización de las bellas esperanzas que, acerca de la suerte de Cuba, este anhelo de sus hijos hace concebir”.7
El acta fue suscrita por el Presidente de la Cámara, Salvador Cisneros Betancourt, por el Secretario, Antonio Zambrana, y por los demás miembros de la misma, José Mª Izaguirre, Miguel Gerónimo Gutiérrez, Fernando Fornaris y Céspedes, Arcadio S. García, Lucas Castillo, Miguel Betancourt, Pedro Mª Agüero, Tomás Estrada Palma, Manuel de J. de Peña, Dr. Antonio Lorda, Tranquilino Valdés, Jesús Rodríguez, Eduardo Machado, Pío Rosado, y Francisco Sánchez Betancourt. Sancionó el acuerdo el Presidente encargado del Poder Ejecutivo, Carlos Manuel de Céspedes.
En una carta del 21 de noviembre de 19018 al Director del diario “La Discusión”, Manuel Sanguily relató que el original y el duplicado –también original- de dicho documento “quedaron en el Archivo de la Junta Republicana de Cuba y Puerto Rico. Disuelta ésta, conservó aquel Archivo en depósito, como Secretario que era de ella el señor Néstor Ponce de León, y habiendo fallecido este ilustre cubano, ha quedado el Archivo todo en guarda de su hijo don Julio”. En la misma carta, Sanguily dejó aclarado que el acuerdo “fue enviado al Representante de Cuba en los Estados Unidos [Miguel Aldama], para que lo elevara al Gobierno de esa Nación…Éste, sin embargo, considerando muy grave el documento, consultó el caso a las personas más caracterizadas e importantes de la emigración cubana. Es público y notorio que se reunieron más de sesenta de ellas y que aconsejaron al señor Aldama que no lo presentara al Gobierno americano”.
La ensoñación anexionista de los asambleístas de Guáimaro duró todavía algún tiempo: “El 4 de julio de aquel año de 1869, en que celebran los Estados Unidos la declaración de su independencia, en la residencia de la Cámara insurrecta de Cuba, que era entonces el ingenio Sabanilla, cerca del caserío de Sibanicú, y en el mismo salón de sesiones, tuvo lugar una reunión pública (meeting) para conmemorar aquella fecha extranjera. No se conserva, que yo sepa, más que uno de los discursos que se dijeron con tal ocasión; pero es nada menos del hombre que ocupaba el puesto de vicepresidente de la Cámara, el respetable y honradísimo Miguel Jerónimo Gutiérrez. Habló poco, y a la verdad sin brillantez; pero hizo afirmaciones, como la de que Cuba <se considera…de hoy más una parte integrante del territorio donde ondea la bandera estrellada, que no muy tarde quizás se enorgullecerá de verla tremolar al cariñoso halago de sus frescas y apacibles brisas…>, y concluyó con los siguientes votos: <¡Viva el 4 de Julio! ¡Viva Washington! ¡Vivan los Estados Unidos de América! ¡Viva Cuba, libre y esplendorosa estrella en la Constelación Americana!> sin que nadie, sin embargo, dijese una palabra de protesta; al contrario, tengo cierta reminiscencia de que no solamente fue muy aplaudido aquel discurso, sino que se insertó en el periódico oficial”9
Todo lo cual no obsta un ápice a la grandeza de esos hombres, algunos de los cuales pagaron con la vida su participación en la sublevación armada (por enfermedad mortal contraída en la manigua, como Antonio Lorda; o asesinados por la guerrilla española, como Miguel Jerónimo Gutiérrez y Tranquilino Valdés).
Sirva este esclarecimiento para rechazar el dogmatismo de las interpretaciones revisionistas de nuestra Historia (y de la Historia de cualquier otro pueblo), que atribuyen un contenido rectilíneo al carácter de cada protagonista, arrojando nada más que luces sobre algunos y nada más que sombras sobre otros. Nuestros héroes de la lucha por la Independencia se perfilan tanto más grandes cuanto más se profundiza en su trayectoria, y se aprecia la evolución que muchos supieron emprender para enriquecer su comprensión del tiempo que les tocó vivir así como su personal aportación a la conformación de nuestra identidad nacional.

1 Documentos para la Historia de Cuba, Hortensia Pichardo, Tomo I, págs. 327-330, Editorial de Ciencias Sociales. Instituto Cubano del Libro. La Habana, 1971.
2 Historia de la Isla de Cuba, con Notas e Ilustraciones, Pedro J. Guiteras,Tomo Segundo, Nueva York, 1866.
3  En carta del 19 de octubre de 1848.
4 Objetivos expresamente mentados en carta firmada por más de veinte mil reformistas cubanos y remitida al entonces Senador Francisco Serrano, ex capitán general de Cuba.
5 Curso de Historia de Cuba, Dres. Edilberto Marbán y Elio Leiva, Parte Segunda, págs.229-279. La Habana, 1955.
6 Cuya redacción salió casi enteramente del magín de los asambleístas Antonio Zambrana e Ignacio Agramonte.
7 Páginas de la Historia, Manuel Sanguily, Tomo VI, Libro Primero, págs. 257 y 258, A. Dorrbecker (Impresor), La Habana, 1929. El texto lo copió Manuel Sanguily en Nueva York, el 15 de septiembre de 1898, en la casa del Dr. Néstor Ponce de León –quien falleció en diciembre de 1899-.
8 Manuel Sanguily, ibíd., págs. 253 a 255.
9 Manuel Sanguily, Oradores de Cuba, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1981, p. 71.




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