Eliana Onetti (†)
Cuando Jesús en la cruz clamó: “Perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen”, ponía claramente de manifiesto su divina capacidadpara apiadarse de sus angustiadores y preconizaba que el rencor y la venganza eran irreconciliables con su doctrina de paz y de amor.
Jesús crucificado pedía perdón para quienes lo torturaban hasta la muerte porque “no sabían lo que hacían” y abrió las puertas de su Cielo al ladrón que, en su última hora, pedía la salvación.
Reconozcamos que este mensaje del Nuevo Testamento, si aplicado literalmente a nuestros días, podría obligarnos espiritual y moralmente a perdonar sin condiciones las acciones malignas de nuestro prójimo y renunciar a priori, y de hecho, a la autodefensa. Poner la otra mejilla, sufrir mansamente con la esperanza de que nuestros enemigos sean tocados por la luz de la Verdad divina y truequen su odiosa ira desenfrenada en Amor, en Fraternidad, en Mansedumbre.
Yo creo sinceramente en la relatividad de las cosas, de los hechos y de las citas. Si no, ¿cómo entonces encajar en ese Jesús doliente al Jesús iracundo que azotó a los mercaderes del templo?
Y estoy razonablemente convencida de que rencor y venganza son algo completamente distinto de justicia; de que el Amor al prójimo no es sinónimo de impunidad para el criminal y de que la sociedad humana debe buscar el equilibrio de que carece –y, por ende, la paz duradera- precisamente en el sentido de la equidad y la justicia para TODOS.
Pienso, y trato de ser objetiva, que el castigo mesurado de una mala acción resulta en el respeto necesario del sujeto castigado al derecho del prójimo y que de ese respeto nace la paz social.
Haz a tu prójimo lo que quieras hagan contigo no significa libertad absoluta para lo bueno y para lo malo. Significa, por el contrario, respeto mutuo. Es de ese respeto que nos debemos y que algunos –muchos, desgraciadamente- no tienen, que se nutre el Amor.
Perdonar una mala acción no significa “borrón y cuenta nueva” si queremos verdaderamente lograr una sociedad esencialmente pacífica. Significa que, sin afán de venganza, sin rencor ni encono, estemos dispuestos al acogimiento del individuo mal-actuante una vez que haya recibido el merecido castigo de su falta siempre que la haya reconocido y demostrado verdadera voluntad de enmienda, en el seno de la sociedad.
Somos hijos del Cielo y de la Tierra y albergamos todos la capacidad de desarrollar las virtudes y de someternos a los vicios que llevamos dentro. Justicia y respeto son las bridas necesarias que previenen el desenfreno.
No puede haber Amor en los ultrajados, en los hambrientos, en los masacrados, en los discriminados, en los desfavorecidos… como no cabe el Amor en los poderosos, en los avariciosos, en los verdugos, en los discriminadores, en los abusadores…
Acabemos de una vez por todas con la iniquidad, el hambre, la estulticia… y habremos logrado el primer paso para erradicar el fanatismo, el terror, el odio y la venganza.
Ningún hombre es verdaderamente libre si carece de los medios para subvenir a sus necesidades vitales y sólo en libertad puede el hombre levantarse, trascender su materialidad y preocuparse de alimentar su intelecto con consideraciones filosóficas y su alma con sentimientos ultraterrenos.
El primer paso: justicia. Y después, todo se andará.
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