Gerardo Piña
Director de la Academia
Norteamericana de la
Lengua Española
Dime ¿qué es el prólogo sino tú
abriéndote
como página inicial para el lector
ávido de
una trama sin límites que se
multiplica?
Luis Alberto Ambroggio
Presentar a
Luis Alberto Ambroggio, argentino y desde hace cuatro décadas residente en los
Estados Unidos, es obviamente innecesario, pues de todos es bien conocida su
denodada y constante labor en defensa y difusión de la lengua española y las
culturas hispánicas, a lo largo de muchos años, y a todo lo largo y ancho de la
Unión Americana. Por otra parte, intentar, en los ceñidos límites de este
prólogo, trazar la trayectoria poética de Luis Alberto Ambroggio, resultaría,
qué duda cabe, una empresa rayana en lo quimérico. Además, me consta que los
ensayos que con tanto acierto ha seleccionado Mayra Zeleny para este libro me
eximen de más comentarios al respecto.
Y no sólo
eso, sino que como comprobará, el mismo Ambroggio ha agavillado en la segunda
parte del volumen un buen número de sus mejores (¿preferidos?) poemas y tres
ensayos sobre el misterio poético. A mi entender, un autor –pese a la opinión
de algunos pontífices de la crítica literaria- es perfectamente capaz de aquilatarse
su obra con objetividad; pues de no serlo, ¿cómo hubiera podido crearla? A los
hijos se les quiere con locura, lo que no es óbice para que nos ceguemos ante
sus defectos y, tratemos, con amor y firmeza, de corregirlos.
La
presentación, desenfadada y humorística, del poeta, a cargo de Enrique Gracia
Trinidad, es ya una invitación a la lectura. Y es que en este libro, como en
botica, hay de todos desde sesudos artículos de corte académico hasta ensayos
sencillos, sin demasiadas pretensiones. Y tanto unos como otros, lúcidos,
esclarecedores. Y así, Octavio R Costa, “El
mundo poético de Luis Alberto Ambroggio” destaca el neorromanticismo de Poemas de Amor y Vida, Ana Recio Mir,
al comentar Hombre del aire,
encuentra el eje de este poemario, “existencial y metafísico”, en la influencia
materna y en la lectura de Nietzche; mientras que en el mismo poemario, María
del Águila Boge Pineda señala la simbiosis entre filosófico y poético; Juan Sebastián , ante Oda ensimismada no deja de percibir un
radiante optimismo, que yo llamaría guilleano; Adriana Corda, basándose en las
teorías de Norberto Bobbio, declara que en Poemas
desterrados Ambroggio alza su voz poética como resistencia al Poder;
Orlando Rossardi, al hablarnos de Los
habitantes del poeta, se asoma al misterio de la Poesía (como gran poeta
que es), adentrándose, al socaire de los versos ambroggianos, en los veneros
mismos de la creación poética;; Moraima Semprúm de Donahue, al analizar los
poemas de Por si amanece…Cantos de
Guerra, señala los dos temas esenciales del poemario: “las distintas
Divinidades concebidas como creadoras del universo y la humanidad, y las
guerras que esta misma humanidad lleva a cabo en nombre de sus dioses y
religiones”; Raúl Miranda Rico, en “De poemas desterrados al testigo se
desnuda” recalca la raigambre humanista del poeta;; Adriana Corda, al rastrear
“Los juegos discursivos en Laberinto de
humo” nota (y creo que acertadamente) un mirífico diálogo entre lo
filosófico, lo político y lo religioso, al servicio de la Naturaleza, comienzo
y fin de todas las cosas; y Miguel Fajardo Korea descubre en la creación de
Luis Alberto Ambroggio influencias varias, que van desde Borges a Juan Ramón
Jiménez, de Huidobro a El Cantar de los
Cantares.
Toda
escritura es siempre un diálogo con otras escrituras. Todo poema recoge los
ecos de otros poemas, de otras voces. En la obra poética de Luis Alberto
Ambroggio oímos a veces la voz doliente de César Vallejo, la voz sibilina de
Jorge Luis Borges, la voz atormentada de Luis Cernuda, la voz amante de Pedro
Salinas, la voz viril de José Hierro, la voz asordinada de Rilke, la voz
ventrílocua de Fernando Pessoa. Pero estas voces, ora susurrantes, ora
ensordecedoras, no opacan en ningún momento la voz de Luis Alberto Ambroggio. Y
si no me creen, acérquense a la segunda parte de este libro, a esos poemas
escogidos, léanlos en voz alta (como ha de leerse la poesía), y ya me dirán si
exagero.
Nueva
York, otoño de 2008
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