Leonora Acuña de Marmolejo |
Comentario por Roberto Soto Santana,
de
la Academia de la Historia de Cuba (Exilio)
Acaba
de llegar a nuestras manos un ejemplar dedicado de la colección de
relatos de la autoría de Doña Leonora Acuña de Marmolejo
intitulado “La Dama de Honor y otros Cuentos”, recién dada a la
luz precisamente en el presente mes de junio de 2014.
Cuenta con un prólogo
de J.A. Albertini,
nacido en la ciudad de Santa Clara, provincia de Las Villas (Cuba) en
1944 y que actualmente reside en los EE.UU., junto a su familia. Es
un escritor del Exilio cubano, natural de la
ciudad de Santa Clara, en el centro geográfico de la Isla, y autor,
en su propio derecho, de novelas publicadas bajo los títulos de
“Tierra de extraños”, “A orillas del paraíso”, “Cuando la
sangre mancha” y “El entierro del enterrador”. Baste decir que
es un autor comprometido con la causa de la Libertad para todos los
pueblos que han sido privados de ella, sin limitarse a reclamarla
para su propia Patria natal; y que además plantea el desarraigo que
produce el transterramiento que asola el ánimo tanto del emigrante
económico como el del exiliado político.
Siendo como es el
contenido de este libro un engarzamiento de estampas costumbristas,
su íter argumental podría encajar en cualquiera de las sociedades
de los países hispanoamericanos, pero más específicamente en
aquéllas cuyo entramado es heredero directo de las estructuras de
convivencia establecidas entre las familias descendientes del
‘potpourri’ o mestizaje de peninsulares y criollos que pobló las
comunidades pequeñas y medias del ‘hinterland’ o esfera de
irradiación de cada asentamiento, situado generalmente tras un
puerto, un valle y un río –todos éstos, abiertos y dedicados a la
labranza y al intercambio comercial-, en un escenario de naturaleza
feraz y próvida.
Es el escenario
característico y común de la práctica totalidad no de las
capitales ni de otras grandes urbes sino de los núcleos urbanos
provincianos de menor orden demográfico, en los que aún al día de
hoy predominan las convenciones en el trato social y sus reglas de
moralidad correlativas, así como una cierta estratificación e
inmovilidad en la escala social, donde la tradición sigue teniendo
un gran peso en la actuación individual y, además, en la del
conjunto de cada grupo social.
Es en este mundo donde
se mueven todos los personajes pueblerinos, cruzándose
constantemente en el desarrollo de sus cometidos asumidos como
esposas, mujeres, madres, hombres generalmente machistas, partícipes
todos en una u otra forma en los festejos locales asociados casi
siempre a fechas del calendario religioso y asimismo en las
celebraciones de aniversarios –incluidos los tradicionales de
“quince años” para proclamar pero a la vez disimular con embozo
e interponiendo un mínimo de pudor la llegada de la pubertad a las
jóvenes que van teniendo ya “edad de merecer” (otro circunloquio
para referirse a que pueden comenzar a ser pretendidas por los
aspirantes a galanes y futuros maridos)-, además de las vigilias,
verbenas, paseos por las calles y parques de parejas de “enamorados”
y de grupos de vecinos.
En los relatos
desarrollados en este libro, con vocación tan realista que a veces
los episodios y los sentimientos referidos parecen las Memorias de
sus personajes, más que el producto de la ficción noveladora, hay
un matrimonio que viaja a New York y se interesa por un curso que se
ofrece sobre la procreación planificada e incluso por el uso del DIU
(dispositivo intrauterino) y apenas al lado queda dibujado, en toda
su crudeza y crueldad, la conducta vengativa de Rosendo el Castigador
respecto de sus amancebadas Lucía y Rosita.
Así, es un mundo
cerrado, del que en la práctica no hay escapatoria, lleno de
apariencias. En el texto, como en otras obras de la autora Leonora
Acuña de Marmolejo, escoge como marco de un episodio, en esta
ocasión, el siempre recurrente valle del Cauca –a mediados de la
página 44, cuando habla de la ciudad de Cartago-.
Lo crucial y
significativo, naturalmente, es el dominio que Doña Leonora –lógica
candidata a la nominación para ocupar un sillón en la Academia
Norteamericana de la Lengua Española- demuestra del idioma español
–de su gramática, de su sintaxis, del habla popular vallecaucana,
de los giros que han llegado a constituir técnicas expresivas
comunes de los escritores en español a ambos lados del Atlántico-.
Y, desde luego, resulta
adorno apropiado al contenido argumental de la obra la reproducción
en la portada del óleo sobre lienzo de la paleta de la propia
autora, en el que personifica a la protagonista de su primer cuento,
“La Dama de Honor”, con unos magníficos, rutilantes y alegres
trazos que conforman un semblante lleno de frescor y juventud, y una
figura estilizada sobre la que cae vaporosamente un vestido de tul de
seda, llevando un sombrero primaveral a juego, y una rosa del mismo
color en la mano derecha.
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