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Por Roberto Soto Santana
Segunda parte:
Entre
la inopia y la grandeza morales
Los caminos de la Historia nunca son
rectilíneos, ni las conductas de todas las personas son homogéneas e
invariablemente ejemplares. Lo que maravilla constatar es cómo una minoría
reducida –como porcentaje de la población total del país, en el momento dado-
logró la meta perseguida por los protomártires y de las generaciones del ’68 y
del ’95: la
Independencia de Cuba.
Existen, por un lado, versiones de
ensoñación romántica, y, por otro lado, también seguidores del dogmatismo
analítico de los marxistas a machamartillo (que quieren encorsetar la realidad
dentro de sus rígidos esquemas apriorísticos, so pretexto de un riguroso
‘materialismo dialéctico’), que hablan
de una supuesta unanimidad en el decurso de la voluntad independentista del
pueblo cubano. Por ejemplo, en el cómputo hecho en una obra de un historiador
residente en Cuba, a la que le fue conferida el Premio de la Crítica de 1999 (“Cuba, la
forja de una nación”, Rolando Rodríguez, Ediciones B, Caja Madrid, Tomo II, p.
612], el número total de combatientes del Ejército Libertador (en el periodo
1895-1898) ascendió a 53,774 -de los
cuales 10,665 cayeron en acto de servicio-. Aquella cifra equivaldría al 3.5
por ciento del total de la población contada en el Censo de 1899.
Sin embargo, hay testimonios dejados
por contemporáneos de los hechos, e investidos de irrebatible autoridad -merced
a su carácter de participantes directos en la contienda- que nos dicen, con respecto
a ambas fases de nuestra Guerra Libertadora de los Treinta Años (1868-1898),
que en 1878, “En los momentos en que el General más hábil del ejército español
[Arsenio Martínez Campos] se colocaba frente al ejército libertador, nuestras filas no contaban arriba de 4,000
combatientes. El que os habla [Fernando
Figueredo Socarrás, “La
Revolución de Yara”, pp 256 y siguientes, Edit. Cubana,
Miami, 1990] obtuvo ese dato con vista de los retornos de todos los
Departamentos, cuando formaba parte de la Administración
Spotorno. Oriente y Las Villas contaban poco más de 1,500
hombres cada uno, mientras Camagüey apenas pasaba de 800 entre infantes y
jinetes…¡4,000 hombres para soportar el empuje de un ejército aguerrido de más
de 100,000 hombres! ¡4,000 hombres encargados de mantener airoso el sagrado
lábaro, símbolo de la redención de la
Patria , que estaba llamado a cobijar á todo el pueblo cubano!
“Y
mientras tanto, ¿qué hacía ese pueblo, que ya acostumbrado al heroísmo de un
puñado de compatriotas, se había vuelto insensible á sus penas y sus torturas?
Un reducido número de él se concretaba a admirarlo platónicamente, y á
aplaudir, á hurtadillas, sus triunfos, y á llorar, en silencio, sus desgracias!
El resto, una parte numerosa por cierto, nos combatía, pugnando por matar junto
á nuestro fuerte adversario, a esa misma Patria de que nuestras manos
esperaban. Necesitaría volúmenes para describir las atrocidades cometidas por
los voluntarios cubanos contra los patriotas; temerosos de que los españoles
dudasen de su lealtad, exageraban su
papel y se convirtieron en verdaderas fieras contra sus hermanos…No había en
toda la Isla un
poblado, por insignificante que fuera, que no contara con su Sección de
voluntarios, todos cubanos, con jefes y oficiales cubanos también. Imagínese el
poder en manos de un pueblo ignorante á quien
se aplaudían sus barbaridades siempre que las víctimas fueran los
patriotas ó sus familiares…El General Máximo Gómez…dice: ‘Al recibirse la
noticia del Convenio del Zanjón, se ha tratado de buscar una víctima, á quien
hacer responsable, mas no se ha procurado estudiar los hechos, conocer el
estado del ejército y los recursos de que podía disponer, el más ó menos
auxilio que ha recibido de la emigración y el cómo ha respondido en general el
pueblo de Cuba á la llamada de sus libertadores. Durante la guerra, en su época
más brillante, que fue del 74 al 75, el ejército pudo alcanzar á 7,000 hombres
listos para el combate; en su mayoría eran gente de color, y los blancos que
había eran del campo: había desaparecido la juventud cubana de la madera del
resuelto Luis Ayesterán, de Antonio Luaces y de Félix Tejada y nadie venía á
reemplazarlos: ya eran escasos los hombres de cierta inteligencia, pues se
habían muerto los iniciadores y no había quien los sustituyese: el resto de los
cubanos, 30,000, -Martínez Campos me aseguró que tenía 50,000, -con las armas
en la mano y formados en las filas españolas, probaban su amor a la
independencia dando muerte á la
República : una gran mayoría permanecía inactiva en las
poblaciones, dando recursos á los españoles y esperando que con sus buenos
deseos triunfara la libertad y los menos desempeñaban la difícil y arriesgada
tarea del laborante; otra parte en la emigración sacrificada estérilmente por
torpezas ó desgracias que hacían insuficientes sus esfuerzos, pues á Cuba jamás
llegó lo suficiente para cubrir nuestras necesidades...”El que hace la guerra
es el que está facultado para hacer la paz”. No deben olvidar este principio
los que, cómodamente sentados en el círculo
de la familia, junto á la lumbre del hogar, acusan á hombres que luchan
con la muerte; no es ciertamente desde el lugar seguro á que no alcanzan las
balas, donde el alimento diario reconstituye, la higiene preserva, el sueño
tranquilo repara, y hasta los gustos caprichosos se satisfacen, desde donde
debe exigirse á los menos que sacrifiquen sus vidas y las de sus familiares por
obtener un bien de que están ansiosos los que en medio de tantas comodidades no
se tienen que esforzar para ser exigentes”.
¿Qué sucedió entre 1878 y 1895? La
respuesta clara y exacta la dio Juan Gualberto Gómez hace exactamente un siglo,
ya en plena República, en una conferencia dictada en el Ateneo de La Habana en abril de 1913
[“Algunos preliminares de la
Revolución de 1895” ,
recogida taquigráficamente y reproducida en el libro “Por Cuba Libre” –Homenaje
de la Ciudad
de La Habana
al gran cubano en el centenario de su nacimiento-, Oficina del Historiador de la Ciudad , 1954]. En esa
disertación dijo J.G.G.: “Cuando terminó la Guerra de los Diez Años con el Pacto del Zanjón,
y después de la Protesta
de Baraguá, parecía que el espíritu revolucionario había muerto para siempre en
Cuba- Muchos elementos importantísimos que habían tomado parte principal en la Guerra de los Diez Años,
habían aceptado la legalidad española aquí constituida. Venían a trabajar de
buena fe, honradamente y animados de patrióticas esperanzas, para sacar de la
nueva situación todo el provecho posible…Llegamos, así, señoras y señores, a un
momento en que el espíritu cubano sufre una gran crisis. Estaban a punto de
desanimarse los autonomistas: España, recalcitrante, negaba toda reforma; los
revolucionarios, desdichados en sus intentos, se habían vuelto a dispersar.
Cada cual buscaba la manera de ganar el pan cotidiano por cualquiera de los
medios que se le presentasen. Soldados heroicos de la Guerra de los Diez Años,
que habrían de cubrirse otra vez de Gloria en la Revolución del 95,
libraban la subsistencia trabajando como obreros, con el azadón o la pala, en el Canal de Panamá,
en construcción…Había en Cuba, al finalizar el siglo pasado [se refiere al
siglo XIX] dos corrientes entre los elementos que representaban el espíritu
cubano: la corriente evolucionista significada por el Partido Autonomista, y la
corriente revolucionaria, representada por los separatistas. Alternativamente
una de esas dos corrientes dominaba en el espíritu público. Nunca llegaron a
confundirse…llegamos a juntarnos un día la inmensa mayoría de los cubanos y nos
juntamos en la Revolución
de 1895. ¿A qué se debió esa gran aproximación? ¿Por qué se logró que la Revolución del 95
tuviese más fortuna que la
Guerra de los Diez Años y tuviese mejor éxito que la Guerra Chiquita ?...la
diferencia fundamental entre la
Revolución del 95 y las anteriores, diferencia fundamental no
en cuanto a la aspiración, sino en cuanto al método. La Guerra de los Diez Años
surge solamente en una parte del país; y surge sin relaciones casi con
importantes elementos, y hasta puede decirse que sin haber impetrado el concurso
de regiones, de comarcas enteras. Se sostiene por virtualidad de la idea, por
el heroísmo de sus mantenedores; pero sucumbe sin haber obtenido el apoyo de
gran parte de la Isla …
“Pero así y todo puede asegurarse
que las dificultades mayores no nacían de la acción del gobierno español,
nacían precisamente de la acción de los propios elementos cubanos. ¡Ah!
¡cuántas dificultades hay que vencer, señoras y señores, para hacer una
revolución! Se hacía necesario primero que una gran mayoría de cubanos la quisiesen,
porque nosotros vivíamos aquí sin tener el poder público, y enfrentados con su
hostilidad, por el contrario; con el tesoro colonial en manos del gobierno, con
la fuerza pública en su poder; todo eso que Fouillé llama ‘la propiedad
social’, es decir, lo que representa la riqueza colectiva, en manos de los
elementos enemigos de los revolucionarios. Después, había fuera de la
administración y del ejército, una población sedentaria española, laboriosa,
rica, activa, afianzada en el país y que no podía mirar, ni miraba, con buenos
ojos la independencia. De donde resulta que si no se reunía una gran parte de
esos elementos hostiles, el fracaso de cualquiera tentativa era claro y
evidente. Ahora bien, los autonomistas tenían muchos cubanos a su lado; teníamos
que combatir a loa autonomistas, y teníamos que reducirlos a la impotencia
frente a nosotros y, sin embargo, no quitarles su vigor ni su fuerza, para que,
cuando estuviesen a nuestro lado, representasen vigor y representasen fuerza…En
esta circunstancia y en estas condiciones el país, el Partido Revolucionario,
que en 1892 se había constituido en los Estados Unidos, trae su acción a la Isla de Cuba, llevando a su
frente al genial Martí…Pero yo debo deciros que tengo la íntima convicción de
que no hay hombres necesarios. Para ningún pueblo ningún hombre es
indispensable. Pero yo sí creo que hay obras, hay empresas, que necesitan de su
hombre, y cuando no encuentran su hombre, esas empresas no se realizan. Es
seguro para mí, que sin Martí, Cuba hubiera llegado algún día a la
independencia; pero siempre en otro esfuerzo, en otro empeño distinto a éste
que realizamos bajo la acción de Martí. El Partido Revolucionario Cubano no
hubiera hecho lo que hizo si no lo hubiera dirigido Martí…Porque Martí no era soldado.
Eso que muchos espíritus superficiales algunas veces estimaron deficiencia
suya, fue precisamente una de las condiciones que más facilitaron el éxito de
sus propósitos. Martí no había estado en el campo, en la Guerra de los Diez Años;
Martí no lo había estado en la Guerra
Chiquita , puesto que fue deportado a España como Jefe de la Conspiración en La Habana , y, por lo tanto,
Martí no tenía que provocar recelos ni animosidades entre los grandes jefes de la Revolución …Porque,
señoras y señores, se cree con frecuencia que conspirar es fácil y agradable;
que eso lo puede hacer cualquiera; que está al alcance de todas las voluntades.
Y conspirar, conspirar con éxito, paréceme a mí la obra más difícil que puede
realizar hombre alguno…Porque las conspiraciones para la rebelión son el
esfuerzo del pobre, del débil, del pequeño, para derribar lo rico, lo grande,
lo fuerte; y entonces hay que echar mano a todos los elementos propicios, hay
que tocar a todas las puertas, hay que buscar lo mismo la hez que la nobleza de
la Patria , y
hay que traerlo todo y juntarlo en amalgama extraordinaria, sin ver si la mano
que uno aprieta es mano que ennoblece, o si la mano que uno estrecha con
efusión, es mano que deshonra y que nos expone a desmerecer…”
En resumen, muchos cubanos de bien contribuyeron
sus esfuerzos generosos a la consecución de la Independencia.
Aunque no todos en la misma medida, ni con la misma
consideración hacia los demás conmilitones, ni con la misma altura de miras.
Hacer justicia a la tarea rendida por cada uno no requiere necesariamente
glorificar (ni tampoco rebajar) el papel individual de aquéllos a quienes no
puede ni debe escatimarse sus méritos, sin que tampoco haga falta que se les
eleve a una especie de altar laico, como si su comportamiento no hubiera
mostrado en ocasiones puntuales sus lunares y eclipses y sus humanas pequeñeces
(ni tampoco oprobiar su memoria).
(Fin de la Segunda Parte. Continuará)
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