Foto: Jose Marti: Vida y Obra |
Roberto Soto Santana
Tercera Parte
Tomemos
a José María Heredia (1803-1839), el
cantor del Niágara, exiliado primero en los EE.UU. y después en México, tras el
auto de prisión dictado en su contra el 5
de noviembre de 1823, como conspirador en una rama de la Orden de los Soles y Rayos
de Bolívar. Concluyó su trayectoria vital como apóstata del independentismo,
cuando tuvo la debilidad de dirigir una carta al Capitán General Miguel Tacón,
con fecha del 1 de abril de 1836, en la que le decía “…he resuelto dirigirme a
V.E. animado a dar este paso directamente y sin buscar empeños, por la fama de
su carácter íntegro, franco y caballeroso. Se me asegura que V.E. expresó saber
que mi viaje tenía un objetivo revolucionario, por lo que no dudo que sus
informantes me han calumniado cruelmente. Es verdad que ha doce años, la
independencia de Cuba era el más ferviente de mis votos y que por conseguirla
habría sacrificado gustoso toda mi sangre. Pero las calamidades y miserias que
estoy presenciando hace 8 años han modificado mucho mis opiniones, y vería como
un crimen cualquier tentativa para trasladar a la feliz y opulenta Cuba los
males que afligen al continente americano. Además si mi insignificancia no me
protege contra tal sospecha, doy desde
luego mi palabra de honor de no mezclarme en asunto político mientras
permanezca en Cuba, si se digna permitirme que vuelva a ella…De esta manera
unirá V.E. en mi alma un sentimiento de gratitud personal al de estimación que
han excitado en ella los beneficios de su administración íntegra y firme ha
dispensado a mi patria” [pp. 24-25 del volumen II del “Centón Epistolario”,
Domingo del Monte, edición de la
Biblioteca de Clásicos Cubanos de la Casa de Altos Estudios
Fernando Ortiz, de la
Universidad de La
Habana , La
Habana , 2002]. ¡Triste final para el autor del “Himno del
Desterrado”!
Son impactantes las miserias humanas
que se trasuntan en el Diario de Carlos Manuel de Céspedes (“El Diario
Perdido”, Eusebio Leal Spengler,
Edit. de Ciencias Sociales, La
Habana , 1992). En
particular, los comentarios del Padre de la Patria con respecto al marqués de Santa Lucía,
Salvador Cisneros Betancourt, quien le sucedió en la Presidencia de la República tras su
destitución por la Cámara
de Representantes. Así, en la anotación hecha el domingo 7 de diciembre de 1873
(p.1 del Diario y p.211 del libro) se lee: “Me han contado q. a los pocos días
de haber recibido el Marqués la
Presidencia de la
Rep ª tenia una conversación obcena con Trujillo y otro
mozalbete sobre la clase de mujeres q. preferia cada uno y despues de haber
dado los otros su opinión dijo el Marqués: “Pue á mi me gustaban mucho la negla
y mientla ma yedionda, mejor”. Que frase pª el primer Magistrado de una
Nacion”. A pesar de todas las contrariedades, desconfianzas e ingratitudes, la
lealtad de Céspedes a la legalidad de la República en Armas se mantuvo incólume: en la
anotación del miércoles 10 de diciembre de 1873 dice: “Como Sanchez varias
veces, al dirijirme la palabra, me ha tratado de Gral. y Presidente, le dije en
presencia del Marqués, Romero y otros: “U. me da dos tratamientos de los cuales
ninguno me corresponde” “Oh! No”: me contestó, “U. siempre será
nuestro”…”Siempre”: le interrumpí, “seré un patriota”.-“Eso: se apresuró a
decir, “nadie podrá negárselo” (p.4 del Diario
y p.214 del libro). Apenas diez
días después, en la entrada del domingo 21 de diciembre de 1873 (p.15 del
Diario y p.225 del libro), Céspedes se queja de que “Todas las noches junto a
su rancho y hasta tarde, tiene el Marqués un tango de negros q. mete un ruido
infernal y dice y hace mil desvergüenzas. Sin duda con eso sacia sus gustos y
aspira á hacerse popular, y aun tal vez se propone mortificarme; pr. q. mi
rancho está cerca, me acuesto temprano y no gusto de esos escandalos y obcenidades.
Yo desprecio esas bajezas; pº anoche duró tanto, y fué tan terrible el
estruendo de golpes, cantos, risas é imprecaciones q. me dio un leve dolor de cabeza y estuve
desvelado. Le han regalado los aduladores al Marqués, sombrero, hamaca,
tohalla, frazada, zapatos, etc. Casi todo esto me costaba a mi el dinero, ó me
lo proporcionaba mi familia. Si recibia regalos, era preciso q. careciera de
todo pª no corresponderlos con otros”. Y finalmente, con fecha del lunes 22 de
diciembre de 1873 (p.18 del Diario y p. 228 del libro), Céspedes relata que
“Parece q. en un periódico español se dice q. yo soy muerto y como le arguian
de embustero, dijo Spotorno con su voz atiplada, aunque es un hombron de 6.
pies: “Qué mas muerto lo quieren”. Dios te lo premie, maricon!” (sic)
El mayor general Vicente García González actualmente resulta, por un lado, justificado y hasta exaltado por un sector de la historiografía cubana pasada y presente, mientras que otro sector lo censura (desde dentro de
Por
otra parte, Ramiro Guerra Sánchez, en la pormenorizada relación que hace del
vergonzoso incidente sedicioso de las Lagunas de Varona, realizado como autor
intelectual y material por el general tunero a partir del 30 de abril de 1875 y
dirigido, con éxito, a la deposición –por la vía del pronunciamiento- del
Presidente Salvador Cisneros Betancourt, no toma partido ni para convalidar ni
para desaprobar la injustificable insubordinación de Vicente García, que se
colocó fuera de la ley pero que se salió con la suya, infligiéndole el golpe de
muerte a la poca autoridad que todavía podía irradiar la Presidencia de la República y la propia
Cámara, que terminó cohonestando el ilegal procedimiento. Ramón Roa [p. 413,
“Pluma y machete”, Edit. de Ciencias Sociales, La Habana , 1969] decididamente
formula su desaprobación al afirmar que “Sobre el general García pesa la
responsabilidad histórica de haber contribuido al fracaso de aquella heroica
contienda por su conducta desigual, su espíritu regionalista y su apoyo a la
indisciplina, cuyo primer foco encendió con su protesta en las lagunas de Varona”.
Como recuerda Néstor Carbonell
Rivero en su libro “Próceres” (1919), “llevada a cabo la invasión de las Villas, las fuerzas
españolas se reconcentran en aquella provincia con el fin de que cada paso
que diera allí la revolución costara sangre…las fuerzas cubanas se sentían
debilitadas por momentos, lo que hizo necesario acudir a Oriente y Camagüey
en demanda de refuerzos…El Gobierno quería a toda costa mandar el auxilio que
pedían los esforzados invasores. El Presidente en persona, Salvador Cisneros
Betancourt, fue a visitar a Vicente García a las Tunas, deseoso de acallar
recelos y conseguir su cooperación. Pero Vicente García, después de recibir
muy fríamente a Salvador Cisneros, se retira a Las Lagunas de Varona, sitio
donde ya se encontraban reunidas las tropas de Holguín, Bayamo y Tunas, todas
las cuales se negaban a pasar a las Villas. Este hecho…mereció entonces la
desaprobación del Gobierno y de casi todos los jefes…Hecho de tanta trascendencia
trajo como secuela la dimisión de Salvador Cisneros, y otros
acontecimientos”.
El general Máximo Gómez escribe en su Diario de Campaña el
25 de junio de 1875: “En fin, ha concluido este asunto. Compadezco al general
García y compadezco la suerte de Cuba –sus hijos la pueden perder-. No sé qué
diga de la conducta del general V. García, creo que se ha dejado dominar de
resentimientos particulares con Cisneros; puede que este paso marchite sus
laureles hasta ahora puros., pues como la política con su venenoso hábito
todo lo infecta y corrompe. ¿Quién sabe?” [p.90, tomo I, “Antonio Maceo,
Apuntes para una Historia de su vida”, José Luciano Franco, Edit. de Ciencias
Sociales,
No cabe duda de que Antonio
Maceo guardaba el mayor respeto y consideración por José Martí. Pero de
ahí a tenerle aprecio, iba un largo trecho. Recordemos el diálogo mantenido
en octubre de 1895 entre el Titán de Bronce y Enrique Loynaz del Castillo, en
el campamento de Canasta, a orillas del Cauto. Dice Loynaz [pp.214-215,
“Memorias de
“Era el general Maceo hombre tan comedido y sereno, que
oyó hasta el final, sin interrumpirlas, estas justas observaciones. Cuando
las terminé, púsose de pie y dijo: “Bueno, señores, ya es tarde:
se ha tocado silencio y vamos a descansar.” Después en el camino a nuestro
rancho, me decía el colombiano,
teniente coronel Gustavo Ortega: “Mi amigo, ¿qué usted no es psicólogo? ¿que
no veía usted la cara del General Maceo mientras hacía usted la apología de
Martí? Mi amigo, esta noche ha jugado usted a esa carta su carrera militar y
la ha perdido.” (En honor de Maceo, hay que decir que Loynaz ostentaba el
grado de Comandante en el momento de esa conversación con el Titán de Bronce,
y que continuó ascendiendo por méritos de guerra en el escalafón militar,
acabando la contienda con las estrellas de general de Brigada en la
charretera).
En definitiva,
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