René León
Unas semanas
atrás en las noticias de por la noche en la Televisión pasaron una información,
donde se veía un perro que todos los días en la mañana corría detrás del bus
del colegio que llevaba los niños de la casa a la escuela, y cuando ellos se
bajaban, él se quedaba afuera de la escuela, en espera de que terminaran las
clases y regresaba en la misma forma hasta llegar a la casa con ellos, saltando
de alegría sobre el más pequeño. Un perro fiel que no se separaba, en este caso
de su pequeño amo.
En un mundo
como el de hoy donde se ve tanta maldad, crueldad y falta de humanismo. Los
ataque de los terroristas matando tantas inocentes personas. Al ver lo del
perro, nos ponemos a pensar si todo no se ha perdido en la vida.
La historia
que le voy a contar es de la vida real. Es sobre el gran amigo de los humanos.
Pasó allá por los años de 1940 en la Segunda Guerra Mundial. El nombre de este
héroe, quizás ha sido olvidado por muchos, o por los vecinos jóvenes del lugar
y a decir verdad ya han pasado bastantes años. Quizás que alguna persona mayor
lo recordará, su nombre FIDO, que en
italiano quiere decir “lealtad”.
Mi padre
había regresado de uno de sus viajes por Europa, y nos contó la historia de FIDO. Estaba en Roma y quería conocer
un poco más de Italia, pero en especial del pueblo italiano, los trabajadores,
campesinos, y con un gran amigo griego que había vivido en Cuba y se encontraba
en ese momento en la ciudad y hablaba italiano, salieron de viaje en automóvil.
El país se estaba reconstruyendo de los estragos de la guerra y su economía iba
mejorando día a día.
En su viaje
por el interior del país llegaron a la población de Borgo San Lorenzo. Allí su
amigo le tradujo la historia que se comentaba por todos en la población a cerca
de un perro que había sido honrado con una medalla de oro, por su lealtad al
amo muerto, una espera de trece años. Al mismo tiempo que se había levantado un
sencillo monumento en cerámica de la figura de FIDO en la plaza de San Lorenzo.
La historia
es como sigue: Un hombre tenía un perro pequeño, y no sabía cómo deshacerse de
él. Lo cogió y lo llevó al río, y lo lanzó al agua para que se ahogara. Cerca
de allí, un hombre al ver que el perro era lanzado al río y oír sus aullidos,
se arrojó al agua y lo salvó. El pequeño perro comenzó a lamerle las manos y
besarle la cara a su salvador. Nunca más se separaría de él. El nombre de aquel
simple hombre era Carlo Soriani, y vivía en el poblado de Lico de Mugello, pero
trabajaba en una fábrica en Borgo San Lorenzo. Desde aquel día el perro sería
llamado FIDO, en italiano es
“lealtad”.
Todas las
mañanas Soriani se iba al centro del poblado para coger el ómnibus que lo
llevaba para la fábrica donde él trabajaba. “Fido” salía tras de él, moviendo alegremente
su rabo. Partía el ómnibus, y “Fido” se quedaba mirando el último adiós de su
amo que se asomaba por la ventanilla. Y allí se quedaba sin importarle lo que
pasaba a su lado. Se acurrucaba o debajo de un auto viejo, o en la sombra de
una casa. Si llovía se quedaba indiferente al tiempo, en espera de su amo.
Cuando en la noche regresaba el ómnibus, “Fido” sabía que venía su amo,
empezaba a saltar de alegría. Al lado de Soriani regresaba a la casa,
recibiendo palmadas de cariño. Y así, día tras día, “Fido” pasaba la vida.
Cuando se quedaba esperando por su amo, al principio los niños lo molestaban,
pero al saber su historia, lo dejaban tranquilo.
Vino la
guerra, Soriani seguía tomando el ómnibus para ir a trabajar a San Lorenzo,
pero los bombardeos de los aviones aliados, cada día se acercaban más. Las
bombas cayeron en la fábrica y Soriani con un grupo de sus compañeros, quedaron
sepultados en los escombros. “Fido” aquel día siguió esperando por su amo. El
ómnibus regreso y su amo esa noche no regreso. Volvió sólo a la casa, había muchas personas en la
humilde vivienda, pero su amo no estaba allí. Al siguiente día, al ver que
Soriani, no salía, se fue sólo a la parada del ómnibus, y estaría allí hasta por
la noche. Día tras día se repetía como un ritual, el viaje de “Fido” al pueblo
y su regreso en la noche. La guerra había terminado.
La vida para
todos cambió, menos para “Fido” que seguía en su misma rutina. Ya los años iban
pasando sobre él. Los vecinos y los niños le daban agua, un pedazo de pan, un
poco de leche, los más pudientes un pedazo de carne. Llegaban los ómnibus y
“Fido”, se levantaba de su lugar de descanso y se paraba frente a la puerta a
ver si Soriani volvía. Se hablaba de aquel perro que no olvidaba a su amo,
después de trece años. Todos los vecinos se convirtieron en su protector; nadie
podía hacerle nada, muchos trataron de llevárselo a sus casas, pero siempre él
volvía, Había venido al mundo para un solo dueño.
En Borgo San
Lorenzo nació la idea de honrarlo como un héroe, por su lealtad al amo ausente.
Por suscripción popular se compró una medalla que el alcalde y los miembros de
la municipalidad le pusieron en el cuello, en presencia de la esposa de Carlos
Doriani. Se levantaría un pequeño monumento de cerámica, que un artista del
pueblo donó. En la Plaza de Borgo San Lorenzo, se encontraba cuando mi padre la
vio.
Pero a
“Fido” no le importaban los honores, él hubiera querido ver bajar del ómnibus
de por la noche la figura de Carlos Soriani, y que le acariciara y besara su cabeza
y le diera palmadas y caminar de regreso por aquel camino trillado a su
vivienda.
Mi padre fue
a Luco Di Mugello, y tomó varias fotografías donde se veía ya viejo a “Fido”
acostado debajo de un viejo ómnibus. Su cabeza baja y soñolienta, ojeras negras.
Ya se le veían las marcas de los huesos. Un vecino le dijo al amigo de mi padre
que la idea de los vecinos que cuando “Fido” se muriera era enterrarlo cerca de
la fosa donde estaban los restos de Carlos Soriani.
“Fido” fue
noticia en aquellos años, creo en 1957 o 1958. Su nombre apareció en periódicos
y revistas y hasta en las noticias del cine en Italia, por su fidelidad al amo
que nunca retornó.
Una historia conmovedora, contada por D. René León con puro sentimiento, que inmortaliza a Fido y a su dueño. Nos recuerda la importancia de la lealtad y engrandece la palabra escrita.
ResponderEliminarUna historia conmovedora, contada por D. René León con puro sentimiento, que inmortaliza a Fido y a su dueño. Nos recuerda la importancia de la lealtad y engrandece la palabra escrita.
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