REVISTA DE HISTORIA MODERNA Nº 16 (1997) (pp. 363-374)
Vicent RIBES
Universitat
de Valencia
Resumen
Aportación de nuevos datos
biográficos inéditos de Juan Miralles
Trayllon, negocian te establecido en La Habana en 1740, elemento importante en el tráfico
esclavista y agente de España durante
los años de la guerra de Emancipación de
los EE. UU. de América.
Abstract
Contribution of new unpublished biographical data of
Juan Miralles Trayllon, a dealer who was established in La Havana in 1740,
important element in the slaveholding traffic and agent of Spain during the
years of the Emancipation war of the United States of America.
Don Juan de
Miralles ayudó con todas sus fuerzas y capitales al triunfo de la Revolución
de Independencia de los Estados Unidos. Su actividad, sin embargo, se desarrolló dentro de los límites semi-clandestinos impuestos por la voluntad de su
rey, Carlos III, y esa es la razón de
que la historiografía americana, estudiosa hasta la saciedad de todo lo relacionado con el general
Washington y su época, desconozca la
aportación de este hombre, y de los
españoles en general, a su causa. Quizá habría que añadir tam bién otra razón
más incómoda: la desconfianza que todo lo español y católico ha suscitado
tradicionalmente en el mundo anglosajón, de lo que encontramos un buen ejemplo
en los escritos de Alexander Hamilton, el secretario del general
Washington, que escamoteó en sus relaciones la trascendencia de la ayuda
española a la causa americana, así como el respeto y amistad que el general
profesó a Miralles, temas bien conocidos por Hamilton. Sin embargo, cuando
Miralles murió en Morristown en 1780, las tropas americanas honraron la
ceremonia de su entierro, y su última enfermedad y muerte transcurrieron en la casa del
general, como una muestra más de gratitud del pueblo americano.
Los autores españoles e hispanoamericanos I
que se han
interesado por el personaje, han centrado sus estudios en los dos últimos
años de su vida, aquellos en los que
1. . FER NÁNDEZ
Y FERNÁNDEZ, E.,
«Juan de Miralles,
pionero de la diplomacia
española en los Estados Unidos», Cuadernos de la Escuela Diplomática, nº
5, Madrid, Diciembre, 1990. MATZKE
desarrolló su labor diplomática en los
Estados Unidos, período que es hoy en día sobradamente conocido. Pero cuando
se refieren a los sesenta y cinco años
anteriores de su biografía, lo hacen cumplimentando
apresuradamente el trámite, e incluso,
en algunas ocasiones, haciendo
suposiciones gratuitas o simplemente inventando. En este artículo nos
proponemos alterar los términos:
aportar datos novedosos
sobre esos años oscuros de la existencia de Miralles, y
resumir brevemente el epílogo de la
misma,
introduciendo consideraciones inéditas.
Juan de Miralles y Troilón o Trayllon nació en la población alicantina
de Petrer a las seis horas del 23 de julio de 1713, siendo bautizado el mismo
día en la iglesia de San Bartolomé por el cura Fray Ginés Durá, y siendo sus
padrinos Bartolomé Avellán y Beatriz Chico. Los abuelos paternos del neófito
eran Santiago de Miralles, de as cendencia hidalga, secretario del rey en la
chancillería de Navarra, y señor de la pro piedad de Manaud, cercana a la villa
de Monein, en el Bearn, y Juana Tísner, natural de esta última población. Los
abuelos maternos eran Santiago Trayllon y Juana De susbieles, de la cercana
localidad de Arbus. Y sus padres, el capitán de infantería Juan de Miralles, nacido en Manaud y de
servicio en España defendiendo la causa su cesoria de Felipe de Anjou, y
Gracia Trayllon, natural de Arbus. La boda de estos dos últimos personajes,
progenitores del Juan de Miralles a quien vamos a dedicar las si guientes
páginas, tuvo lugar en Petrer, por lo que es de suponer una cierta permanen
cia en su destino del mencionado militar -Petrer fue partidario del pretendiente borbónico durante la Guerra
de Sucesión española y en sus inmediaciones se mantuvie ron enconados combates
contra las tropas partidarias del archiduque Carlos de Aus tria-.2 Por lo demás, nada tiene de extraordinaria la
procedencia bearnesa de la familia, pues bearnés y emigrante llegaron a ser
sinónimos durante la denominada Edad Moderna, y de esa región procedían la
mayor parte de franceses asentados en el Reino de Valencia durante el siglo XVIII.3
Pues bien, Juan de Miralles fue el segundo hijo del
matrimonio del militar ho mónimo
y de Gracia Trayllon, quienes residieron «en el reino de España» hasta 1728. Aunque mantenemos serias
dudas sobre la permanencia de la familia en Petrer durante esos primeros quince
años de vida de Juan de Miralles, lo bien cierto es que los Miralles eran bien
conocidos entre la colonia de
comerciantes
galos asentada en el
MC-CADDEN, Helen, «Juan de Miralles and
the American Revolution, The Americas, 1973, vol. XXIX, nº 3. PRADELLS NADAL, Jesús, Diplomacia y comercio, Alicante, 1992. PORTELL
VILA, Herminio, Juan de Mira/les, un habanero amigo de Jorge
Washington, La Habana, 1947
y Los «otros extrm;jeros» en La Revolución Norteamericana, Miami, 1978.
2. Declaraciones de Juan Francisco Miralles y Eligio de la Puente,
Trayllon y González, oficial de la con taduría principal del ejército de La
Habana, para ser nombrado caballero supernumerario de la Orden de Carlos lll. Habana, 23 de abril de
1792. Archivo Histórico Nacional, Estado, Carlos III, exp. 870. En ellas nos basaremos repetidamente a lo largo del presente estudio
cuando no citemos
otro tipo de fuente.
3. Ver al respecto los estudios de DESPLAT, Christian, Pau et le Bearn au XV/lle
siecle, 2 vols, Biarritz, 1992. POINTRINEAU, A., «La inmigración
francesa en el Reino de Valencia (Siglos XVI-XIX)», Mo neda y crédito, nº 137, julio 1976, pp. 103-133, y de ALONSO PÉREZ, Matilde, «Un estudio de aplica ción de las técnicas
informáticas a la investigación histórica. El comercio mediterráneo
franco-español a fines del s.
XVIII», Revista
de Historia Moderna, Universidad de Alicante, nº
3, 1983, pp. I 15-137. Pa ra conocer la composición de la colonia francesa en
Alicante, GIMÉNEZ LÓPEZ, Enrique, Alicante en el siglo XVIJ/, Valencia,
1981. Y para otras comarcas valencianas, RIBES, Vicent, Secrets del Castelló
set-centista, Valencia, 1987, y FRANCH BENAVENT, Ricardo, El capillll comercial
valenciano en el siglo XVIII, Valencia, 1989.
puerto de Alicante,
con quienes mantuvieron
siempre contactos esporádicos.
Como muchos otros franceses, el militar quizá orientase su nueva
vida hacia el
comercio, pero lo bien cierto es que
su nombre no
aparece entre la nómina de comerciantes de la
ciudad de Alicante, ni tampoco entre los asentados o «matriculados» en el
emporio gaditano 4. Sea
como fuere, el año 1728, el capitán Miralles se vio obligado
a trasla darse a su casa solariega
de Manaud para hacerse
cargo de la heredad por muerte
de su padre, y con
él parte de sus familiares, entre los que se encontraba su hijo Juan. La
mansión y las dependencias anexas de Manaud debieron ser restauradas por el
nuevo propietario, pues en la clave del
arco que da acceso a la granja
todavía se puede leer el año « 1731». La estancia del joven
Miralles en las tierras de sus antepasados, sin embargo, apenas duró tres o
cuatro años, pues en 1732 volvió de nuevo a
España, contando diecinueve años de edad, para no regresar jamás al Bearn.
El misterio
rodea de nuevo los siguientes ocho años de su vida, y sus actividades nos son
desconocidas hasta que, el año 1740, desembarca en La Habana, con veinti siete
años y un capital extraordinario, 8.500 pesos, lo que le permitirá optar con
éxito a la mano de la hija de una de las familias más acaudaladas de la isla de
Cuba. Seme jante fortuna es, con mucha diferencia, mayor que cualquier otra de
las casas de co mercio establecidas en la ciudad de Alicante, ciudad donde no
hubiese pasado desa percibida. Sin embargo, como hemos dicho, Miralles no
aparece ejerciendo ninguna actividad mercantil de importancia en dicha ciudad,
ni tampoco en Cádiz. La explota ción agrícola bearnesa de su padre apenas
bastaría para mantener la familia de su pro genitor con algún decoro, por lo
que no se puede pensar en ella como el origen de tanto dinero. Por tanto, y a
la vista de las actividades mercantiles que Miralles desem peñaría con
posterioridad, bien podemos concluir que durante esos años oscuros ci mentó su
dedicación al tráfico de esclavos, lo que explicaría tanto el oscurantismo de
sus ocupaciones como el origen de su fortuna.
Pero
retomemos el hilo de los acontecimientos. Hemos dicho que el año 1740 llegó
Juan de Miralles a La Habana. Cuatro años después, el 22 de agosto de 1744, se
casó en la iglesia del Espíritu Santo con doña María Josefa Eligio de la Puente
y Gon zález-Cabello, natural de dicha ciudad, hija de Julián y Bárbara, ambos
habaneros, y nieta del capitán de infantería sevillano José Eligio de la
Puente, que casó en La Ha bana el 4 de abril de 1688 con doña Francisca de
Ayala, hija a su vez de don Juan Francisco Buenaventura de Ayala y Escobar,
Capitán de Mar y Guerra, General de Galeones, Sargento Mayor, Capitán General y
Gobernador de San Agustín de la Flo rida.5 El interés de tan largo árbol
genealógico reside en comprobar que la familia de la esposa de Miralles estaba
firmemente asentada tanto en la isla de Cuba como en la Florida, península en
la que vivían muchos de sus familiares y hacia donde se enca minarían de
inmediato algunos de los negocios del valenciano. Miralles, ya lo hemos dicho,
aportó al matrimonio 8.500 pesos. Josefa, nada, aunque al cabo de poco tiempo
heredó 1 .600 pesos correspondientes al quinto de la herencia de su abuela Leonor
Sánchez Cabello, a los que sumó otros 600 pesos heredados tras el fallecimiento
de su tío Francisco Eligio de la
Puente. El joven matrimonio se instaló en una casa de la
4. GIMÉNEZ
LÓPEZ, E., 1981, y RIBES, Vicent, Comerciantes, esclavos y capital sin patria, Valencia,
1993, para el caso alicantino. Para Cádiz, RUIZ RIVERA, Julián B., El Consulado de Cádiz, matrícula de
comerciantes. 1730-1823. Cádiz, 1988.
5. SANTA
CRUZ Y MALLÉN, F. X. de, Historia defamilias
cubanas, t. 5, La Habana, 1944.
calle de Aguiar, cercana al puerto
de La Habana, con almacenes y dependencias ane
xas," y tuvo ocho hijos, un varón y siete hembras. El año 1745
nació su hija Antonia Josefa, en 1748 María Bárbara, en 1749 María Guadalupe,
en 1751 Josefa Loreto, en 1752 Ana
Josefa, en 1753 María Jesús de la
Trinidad, en 1758 María Francisca de los Dolores, y el 27 de octubre de 1759 Juan
Francisco, el único varón,
siendo su padrino de bautizo el
capitán de navío Juan Benito Erasun.
Desde La
Habana, principio y fin, compendio y recapitulación de toda aventura y negocio
americano, Miralles comenzó a comerciar con la Florida y,
por extensión y pese a que en algunos períodos se rozaba la
ilegalidad, con los puertos ingleses de Charleston, Philadelphia, New York y
Boston. Sus negocios debían ser de índole muy variada, desde la compra y venta
de buques al transporte y contrabando marítimo. Sin embargo, su principal objeto
de atención era, sin duda
alguna, el tráfico de esclavos, en el que participó tanto por su
cuenta y riesgo como formando sociedad con otros co merciantes. Estas actividades
las ejerció de forma paralela a la de agente secreto o co misionado real.
En una de las últimas cartas que Miralles escribió en su vida afirmaba, a propósito del insoportable calor que reina
en la isla de Jamaica a partir del
mes de abril, que «Yo he estado en dicha isla más de
nueve meses con comisión pública del
Real Servicio y tengo bastante experiencia de que es aquel clima».7 También
sabernos que el 9 de mayo de 1762, Miralles informaba a la corte desde la isla
de San Eusta quio, de los preparativos
bélicos que hacían los ingleses.8 Estos
datos no tienen desper dicio, puesto que confirman que
antes de que fuese nombrado embajador
extraoficial de España ante el Congreso de los Estados Unidos,
Miralles ya había sido comisiona do por el rey en otras épocas anteriores como
agente o informador secreto de los movi mientos ingleses. Pero, además, indica
que conocía bien Jamaica, la
principal provee dora de esclavos para
las colonias españolas, y todo el
Caribe.
Miralles fue la pieza clave en el comercio negrero hispánico durante
los años se senta y setenta del siglo XVIII, y su nombre aparece asociado al
de cualquier empre sa negrera de mayor o menor envergadura, actuando por sí
mismo o a través de pres tanombres de la ciudad de Alicante, comerciantes
leales y viejos conocidos suyos. La conexión alicantina de Miralles queda fuera
de toda duda, aunque en algunos casos sea muy difícil de probar. Seguramente
Miralles estaba ya relacionado con el asiento de negros concertado en 1761 entre
el alicantino José Villanueva Picó y la Real Ha cienda 9
• Picó era un veterano y experimentado asentista
que se hallaba matriculado en el
Consulado de Cádiz en fecha tan temprana como 1734. La instancia de Picó y
Compañía para obtener el asiento proponía transportar de La Habana a la
península Ibérica tabaco, cañones, balas y otros pertrechos bélicos que la Real
Hacienda consi derarse oportuno, a cambio de la libre introducción de esclavos
en Cuba por espacio de diez años. El tráfico debía realizarse en naves bien
tripuladas y dotadas de un mí nimo de veinticuatro cañones. García Baquero supone 10 que al no aparecer entre los
6. WEISS. Joaquín E., La arquitectura colonial cubana. La
Habana-Sevilla, 1996.
7. Miralles a Gálvez, Philadelphia, 7 de abril de 1780,
Archivo Histórico Nacional (A.H.N.), Estado,
leg. 3884bis. Exp. 6, nº 1O y 11.
8. Archivo General de Indias (A.G.I.), Santo Domingo, leg. 944.
9. A.G.I., Contratación,
leg. 5083.
10. GARCÍA BAQUERO GONZÁLEZ, Antonio, Cádiz y el Atlántico. (1717-1778), Sevilla, 1976, p. 353.
navíos consignados como negreros
ninguno cuyo propietario fuese Picó, el asiento no se realizó nunca, máxime si tenemos en cuenta que en
1762 Cuba sería invadida por
los ingleses y se interrumpirían totalmente las relaciones
comerciales con la metró poli.
Sin embargo, el año 1764 se hizo en La Habana una nueva contrata para
introducir mil negros, siendo el asentista el mismo Villanueva Picó, quien se
comprometió a dar a las arcas reales 2.000 pesos y a vender cada cabeza a la
Real Hacienda a 158 pesos. Ese mismo año la Real Hacienda compró también a
Cornelio Coppinger, a la Compañía de La Habana y a José Uqué, 972 negros a
precios que oscilaron entre 130 y l56 pesos.'' Cornelio Coppinger O'Brian, natural de
la ciudad de Cork, Irlanda, y propietario de una casa de comercio en Alicante
junto a su socio Miguel Kearney, 12 quien a su vez formaba
otra compañía con los comerciantes alicantinos de origen francés Bouligny, pasó
a residir a La Habana el año 1763, obteniendo carta de naturaleza española
por Real cédula de 23 de marzo de 1767 y dedicándose al comercio de esclavos a
la sombra de Miralles. 13 Había casado en Madrid
con la habanera María de los Dolores López de Gamarra, familiar de la esposa de
Miralles.
El año 1766, al año justo de la fundación de la Compañía Gaditana de
Negros, la empresa negrera más grande jamás creada en el imperio español,
Miralles entró a for mar parte de la misma como accionista, tenedor de 70
acciones de las 960 de la Com pañía. Junto a sus ocho socios, Juan Miralles
fue el encargado de decidir el destino de las actividades de la Compañía desde
La Habana. Se le asignó un sueldo de 2.500 pe sos anuales, y es de suponer que
fue escogido como socio a causa de sus relaciones y sus conocimientos sobre el
mercado de esclavos, puesto que no aportó ningún capital a la sociedad. El 26
de septiembre del año 1772 la Compañía entró en una profunda crisis, y Miralles
quedó alcanzado con una deuda astronómica, 70.000 pesos, que ha ría que fuese
excluido definitivamente de la lista de socios en la remodelación que se
efectuó para reflotar la economía de la corporación. 14
Cuando el año 1776 la administración estatal intentó liberalizar el
tráfico de es clavos dando entrada a nuevos asentistas, se presentaron varios
proyectos para susti tuir el monopolio de introducción de esclavos en el
imperio español, hasta entonces ejercido por la Compañía de Aguirre Aristegui,
uno de los antiguos socios de Miralles. Uno de ellos iba firmado por Juan de
Miralles, el antiguo miembro de la Compa ñía, que ahora se comprometía a
proveer de negros la isla de Cuba al ventajoso precio de 225 pesos cada
esclavo, 65 pesos más barato que los proporcionados por la Com pañía de
Aristegui. De la magnitud del comercio que se proponía llevar a cabo y de la
seguridad que tenía en el éxito de su empresa da razón el hecho de que se
comprome-
1 1 . TORRES
RAMÍREZ, Bibiano, La Compaiiía Gaditana de Negros. Sevilla, 1973, p.
114.
12. La
sociedad mercantil de Keamey y Coppinger quedó disuelta en abril o mayo de 1777
porque, a jui cio de José Bouligny, «no era favorable para Kearney». Miralles
se relacionaba, además, con el co merciante alicantino de origen francés Pedro
Montengón, padre del jesuíta ilustrado del mismo nom bre. José Bouligny a su
hermano Francisco. Alicante, 24 de mayo de 1777. Historie New Orleans Co
llection (H.N.O.C.), Dauberville-Bouligny
Papers (D.B.P.), f. 9.
13. SANTA CRUZ Y MALLÉN, Francisco Javier, Historia de familias cubanas. Habana,
1940, t. VII, p. 109.
14. A.G.I.,
Jnd/ ferente general, leg.
2820 y TORRES RAMÍREZ, pp. 49-50 y 80 a 95.
tiese por
escrito con la Hacienda estatal al pago de 200.000 pesos anuales durante los diez años estipulados en el asiento, cantidad
que representaba la diferencia del precio entre sus esclavos y los vendidos por
su oponente en la licitación. Miralles
pensaba vender en Cuba, por tanto, un mínimo de 3.000 esclavos al año.15
Muy posiblemente, entre los socios de Miralles
se contasen los comerciantes
alicantinos Bouligny, junto con
su socio Miguel Kearney, que también solicitaron el
mismo año 1776 la
obten ción de un asiento del estado con el objeto de transportar cien
esclavos desde Africa a Nueva Orleans, vía Cuba. 16 Por lo que respecta a la solicitud de Juan de
Miralles, el Consejo de Indias la desestimó por considerar al
alicantino «hombre de más tramoya y apariencia que solidez y sustancia» '7, y la
de los Bouligny parece que ni
siquiera fue tomada en
consideración. 18
Al llegar a este punto, y antes de proseguir con el hilo de los
acontecimientos, hemos de efectuar una serie de reflexiones y trazar un
paralelismo biográfico harto ilustrativo. Cuando llega el año 1776, la fortuna
y el crédito de Miralles están ya a salvo de cualquier contingencia. Era un
hombre de probada capacidad empresarial que, además, había sido reconocido por
el propio soberano a cuyo servicio directo, recordémoslo, había pasado, como
mínimo, casi un año en Jamaica. En dicho contex to, el dictamen del Consejo de
Indias sólo podía servir para ocultar o desviar la aten ción de la empresa que
el rey acababa de encomendar a Miralles y Bouligny. Repa sando la biografía de
Don Francisco Bouligny encontraremos la confirmación de di cha hi pótesis.
En la ciudad de Nueva Orleans, en el atrio de la catedral de San Luis
y en lugar destacado, reposan los despojos de otro de los valencianos más
universales del siglo XVIII, Francisco Bouligny, gobernador interino de
Luisiana, prominente hacendado en las orillas del Mississippi y ensayista
notable. Muchas son las razones que hacen de
Francisco Bouligny y de sus hermanos José y Juan unos personajes descollantes.
En primer lugar porque su familia regentó la mayor casa de comercio de la
ciudad de Alicante hacia mediados del siglo XVIII. En segundo lugar, porque la
educación cos mopolita y económica de los tres hermanos les permitió escribir
una serie de obras muy valiosas, tanto desde el punto de vista teórico como por
el hecho de que, en la práctica, inspiraron más o menos directamente muchas
medidas de Estado: creación del Consulado de Comercio
de Alicante, de los primeros billetes -los famosos «vales reales»-, fundación del
Banco de San Carlos, fomento comercial de Luisiana, etc. En tercer lugar por la
misma importancia de los cargos que, sobre todo Francisco y Juan, desempeñaron:
gobernador de Luisiana y primer embajador español en Turquía, res pectivamente.
Y por último, pero no menos importante, porque tan deslumbrantes tra yectorias
vitales inspiraron las obras literarias de otro alicantino, Pedro de Montengón, consideradas como el punto de partida de la moderna novela española. Pero
de-
15. Súplica de Juan Miralles. La Habana, 12 de octubre
de 1776. A.G.l., Santo Domingo, 2516.
16.
José y
Juan Bouligny a su hermano Francisco. 3 de Septiembre de 1776. H.N.O.C.,
Bouligny-Baldwin Papers (B.B.P.), f. 45.
17. A.G.I.,
Santo Domingo, 2533.
1 8. José Bouligny
a su hermano Francisco. Alicante, 10 de Septiembre y 2 de octubre de 1776.
H.N.O.C., D.B.P., f. 8 y B.B.P., f. 46.
jemos al
margen tan brillantes biografías, y
centrémonos en un período
muy concreto de la vida del militar Francisco Bouligny. 19
El 21 de julio de 1762 salió Francisco Bouligny de Cádiz, junto con su
regi miento, el Fijo de La Habana, para efectuar un largo periplo que le
conduciría como meta final, siete años después, a tierras de Luisiana. Primero
estuvo un año en Teneri fe esperando el fin de la guerra anglo-española por el
dominio de La Habana. Des pués, seis años de guarnición en esta última ciudad,
y cuando se preparaba para soli citar un nuevo destino en la Península
Ibérica, el 6 de julio de 1769, recibió órdenes para integrarse en el cuerpo
expedicionario que iba destinado a Nueva Orleans. A pe sar de ser un simple
teniente por aquel tiempo, su dominio del francés le prestó un as cendiente
como traductor e intermediario entre los expedicionarios españoles y la po
blación francófona desproporcionado para el grado militar que ostentaba. En
noviem bre del mismo año sería nombrado capitán y, en diciembre de 1770, se
casaría con Marie Louise Le Sénéchal D'Auberville, descendiente de una de las
familias más prominentes de Nueva Orleans. El destino del militar alicantino
quedaría por siempre ligado a la ciudad de su esposa, tanto en el aspecto
familiar como en el profesional, pues las propiedades y la influencia que su
matrimonio le proporcionaron entre la po blación autóctona le sirivieron de
base para acelerar su carrera militar, bastante lenta y desafortunada hasta entonces. Pero antes de establecerse
definitivamente en Améri ca, Francisco Bouligny efectuó un último, largo y
misterioso viaje a Madrid el año 1776.
De que Miralles y el padre y
hermanos mayores de Francisco Bouligny se cono cían bien, no existe la menor
duda. El primero aparece mencionado en la correspon dencia de Bouligny con sus
hermanos y, además, hemos visto que compartían socios y conocidos entre la docena
de descendientes de franceses que se dedicaban al co mercio en Alicante. No es
nada aventurado afirmar que, pese a la diferencia de edad-veintiún años-, los seis años que Bouligny pasó en La Habana -una
ciudad de cin cuenta mil habitantes en aquella época-, darían a ambos hombres
sobradas oportuni dades de conocerse mejor.
Lo cierto
es que el año 1772 Francisco Bouligny solicitó un permiso a sus superiores
para trasladarse a la Península Ibérica por un tiempo indefinido. Pasaron los
años, y no fue sino en la primavera de 1775 cuando dicho viaje se hizo
efectivo. El detalle llama la atención, pues nadie solicita un permiso para
hacerlo efectivo tres años después. Pero, además, una vez en España, lejos de
su familia y su tierra de adopción, Bouligny pasó más de un año en ella sin que
nos expliquemos a ciencia cierta cuál haya sido el motivo de su viaje ni el de
tan dilatada estancia. Para visitar a sus hermanos en Alicante y darles un
último adiós no fue. Para arreglar asuntos eco nómicos de la familia de su
esposa tampoco y, además, por entonces residía en Ma drid un cuñado suyo que,
llegado el caso y con un simple otorgamiento de poderes, hubiese podido
ahorrarle el viaje. A mayor abundamiento, Bouligny se puso a redac tar una
magnífica Memoria histórica y política sobre Luisiana, a miles de millas de distancia de dicha tierra, en
Madrid, sin la ayuda de libros, personajes
o comproba-
19.
DIN, G. C.,
BOULIGNY, F., A Bourbon soldier in
Spanish Louisiana, Baton Rouge, 1993. FONTAI NE, Martín, A History of the Bouligny family and allied
families, Lafayetle, 1990. RIBES, Vicent,
1993.
ciones
directas -de hecho la obra se resiente de algunas inexactitudes-, lo que le
ocupó algunos meses. Resulta a todas luces evidente que nadie se va al otro lado del mundo y se separa de sus familiares para redactar una obra que
hubiese podido terminar con mucho
mayor rigor científico en la tierra objeto de
atención.
Nuestra visión del viaje de Bouligny a la corte de Madrid debe de
estar relacio nada con el acuerdo reservado del ministro Floridablanca, sin
fecha y autografiado 20, en
el que expresa la conveniencia de que se encargase a las autoridades de La
Habana o de la Luisiana, a entera confianza del secretario del Despacho de
Indias, el comisionar una o dos personas que se internaran en las colonias
inglesas insurgentes y se instruyesen y comunicasen con las debidas
precauciones las novedades de importancia. Debían instalarse en el paraje en el
que se hiciera la guerra principal, estableciéndose cerca de alguno de los
generales en jefe, realista o insurgente, y en el lugar en que se hallasen los
diputados del Congreso. Debían informar sobre la marcha y progresos de la
guerra, los propósitos de ambos bandos, sobre todo si se relacionaban con
España o sus Indias, y convencer a los protagonistas de que nada se debía hacer
sin el acuerdo de Francia y España. A estos fines añadía Floridablanca que a
los agentes «se les fa cilitarían todos los auxilios que necesitaran y el
dinero y crédito que hubieren menes ter, sin reparar en perjudiciales
economías».
Pues bien,
aunque desconozcamos la fecha exacta
en que fue llamado
a consul tas para ser designado agente del rey de España para
esta finalidad concreta,
bien puede suponerse que los primeros contactos de la corte con Juan de
Miralles tuvieron lugar entre las primeras manifestaciones de descontento
motivadas por la
promulga ción de la Stamp Act de marzo de 1765, o las de la Townshend Revenue
Acts de ju nio de 1767 y las modificaciones de la Tea
Act de
1773. Y no es descabellado pensar
que Miralles diese de inmediato el
nombre de Bouligny como
persona de confianza, en quien
coincidían las prendas de ser uno de los mejores conocedores del Valle del
Mississippi y su perfecto enraizamiento en la región. Cuando los años 1774 y
1775 confirmaron la consistencia del movimiento rebelde, la corte madrileña
decidió que había llegado
el momento de llamar
a Madrid a sus agentes, Miralles
y Bouligny. El I 2 de mayo de 1775, el capitán Francisco
Bouligny partía de Nueva Orleans rumbo a Madrid, ciudad en la que
residiría hasta finales de
diciembre de 1776.21
Otros tres
agentes españoles22, también
familiares y conocidos
de Miralles, se rían enviados a otros puntos clave del mar Caribe. Juan José Eligio de la Puente y Re-
20. A.H.N. Esraclo, leg. 3.885,
exp. 17, nº l.
21.
Miralles comunicaría a la familia de Bouligny
su feliz arribo a La Habana el 14 de marzo y su partida hacia Nueva Orleans dos
días después. José Bouligny a su hermano Francisco. Alicante, 24 de marzo de
1777. H.N.O.C.,
D.B.P., f. 9.
22. Raffelin nació en París el año 1730. Primero sirvió en los regimientos
militares españoles de Italia, y desde 1762 en los de América, participando en
el sitio de La Habana. Fue capturado por los ingleses y arrestado en la isla de
Jamaica. Tras su liberación, y «por gracia real de su persona», fue nombrado
co ronel del regimiento de Dragones de América, de guarnición en La Habana y,
con posterioridad, de los Dragones Provinciales de Puebla, en México. En 1788,
Raffelin era considerado por sus superiores «un hombre difícil a causa de su
extraño carácter». Archivo General de Simancas, Secretaría ele Guerra, 7259, exp. 3. Eligio de la Puente escribió
sobre los indios Uchiz y Talapuches de Florida, sobre los que tenía gran
ascendiente, y sobre la historia de la Florida en la época española. A.H.N.,
Estado, leg. 3884, exp. 1 , n. 7, y exp. 3, n. 129 respectivamente.
gidor, primo hermano de la esposa
de Miralles, fue comisionado a la
Florida inglesa para vigilar los movimientos británicos
e indagar las posibilidades
de obtener ayuda de los indios de la región ante un
eventual ataque español. A Haití pasó el coronel de origen francés Antonio
Raffelin, destinado en el regimiento de los Dragones de Amé rica, de guarnición en La Habana. Y,
por último, a Jamaica marchó un comerciante habanero muy conocido de Miralles,
Luciano de Herrera. Por lo tanto, los servicios secretos españoles desplegados
en el arco caribeño -Nueva Orleans, Cuba,
Jamaica, Haití y San Agustín de la Florida- formarían la trama
puesta al servicio
de Miralles, que ocuparía la pieza clave del mismo:
Philadelphia. Era una especie de reconoci miento del favor real para un
agente que ya para entonces, y
según su propia confe
sión fechada el 12 de octubre de 1776, había «expuesto muchas veces su
vida, expen dido su caudal, y
hecho otros importantes servicios»
a su soberano.23
A los sesenta y cuatro años, el 31 de diciembre de 1777, en la goleta
Nuestra Se ñora del Carmen, partió Miralles de La Habana para dirigirse a
Charleston, no sin an tes realizar testamento en la primera ciudad mencionada,
en el que firmaron como testigos Ignacio Ponce de León, Francisco Rendón, José
María de Piña, Juan Antonio Varón y Santiago García Pomarin. Por cierto, en él
queda asentado que su hijo Juan Francisco se hallaba en esas fechas «ausente en
los reinos de Francia», sin duda en las
tierras patrimoniales de sus antepasados. En Charleston permaneció hasta la
pri mavera, donde fue acogido por el gobernador de Carolina del Sur, Edward
Rutledge, y compró otra goleta, bautizada San Andrés, para que sirviese de
medio de comunica ción con el capitán general de Cuba y, al mismo tiempo, se
dedicase al comercio en tre La Habana y las colonias inglesas sublevadas. A
finales de mayo llegó a la ciudad de Philadelphia, recién liberada, no sin
antes pasar por Carolina del Norte, donde se entrevistó con su gobernador Abner
Nash, y Virginia, donde rindió visita al goberna dor Patrick Henry. El
comisionado español se instaló en Philadelphia 24 , por lo tanto, un mes antes de la llegada del primer
embajador francés en los Estados Unidos, Con rad Alexander Gerard, con quien,
al igual que con su sucesor, el Chevalier de La Lu zerne, le uniría una buena amistad.
Dotado de un carácter abierto, y una personalidad brillante y
cosmopolita, Mira Iles atrajo de inmediato la atención de la sociedad de
Philadelphia. Desarrolló una en trañable amistad con el financiero Robert
Morris, a quien muy probablemente cono cía desde hacía tiempo y con quien
incluso llegó a tener intereses comerciales comu nes. Las goletas de Miralles
y Morris se turnaron en los primeros viajes de comercio directo entre
Philadelphia y La
Habana. Sus embarcaciones -las
goletas llamadas
«Doña
María Bárbara», en evidente referencia a la segunda hija de Mirailes, «Buck
Skin», «D. Miralleson», «San Antonio», «Marte», «San Andrés» y «El Galgo» transportaban los más variados
productos -arroz, azúcar...- y
los pliegos conteniendo los informes de Miralles. A los espléndidos banquetes que Miralles
ofreció en su resi dencia asistieron repetidamente el general Washington y su
esposa, el marqués de La fayette, los
generales Nathaniel Greene, Philip Schuyler, Von Steuven, Dekalb, el
23. A.G.I., Santo
Domingo, 2516.
24.
Third South Street, al lado de
la Powel House.
pintor
Charles Wilson Peale, los mencionados
embajadores franceses, gran
número de congresistas...25
Aunque tras la muerte de Miralles, su sucesor, Diego Gardoqui
informase al marqués de Sonora que Carolina del Sur debía a Miralles 35.000
pesos, y este último le contestase que, caso de cobrar algo, se retuviese dicho
dinero, pues «Miralles no tuvo fondos suyos durante la misión
que se
le confió»26, lo
bien cierto es que Miralles dedicó gran parte de su
propia fortuna a mantener la causa de los insurgentes ameri canos. El carácter secreto de esta ayuda económica
-hay que recordar que España
no estaba oficialmente en guerra con Inglaterra- hace que hoy sea imposible
calcular las cantidades de dinero enviadas por España y qué parte de esos
capitales salían directa mente de la fortuna privada de Miralles. El hecho de
que estos trasvases de dinero se realizasen a través del conde de Aranda,
embajador español en París, ha llevado a muchos historiadores americanos al
tremendo error de confundir dicha ayuda con la que los independentistas
recibían de Francia. Pero, para darnos una idea de la trascen dencia de la ayuda
financiera española, bastará recordar que las inestables economías de los
Estados de Virginia, North Carolina, Massachussets, New Hampshire, Connet
ticut, Rhode Island, Pennsilvania ... giraban en torno a esos «Spanish milled
dollars» con los que mantenían la insurrección contra Inglaterra.
Al mismo tiempo, Miralles, como delegado de la corte de Madrid,
encauzó gran des donaciones de ropa de abrigo, pólvora, armas, medicinas, etc.
hacia las tropas de Washington, a través de la española ciudad de Nueva
Orleans. Don Bernardo de Gál vez, gobernador de Luisiana, y don Francisco
Bouligny, controlaban directamente es tas donaciones secretas. Algunas, sin
embargo, nos son conocidas, y nos permiten afirmar que sin ellas el ejército
del general Washington no hubiese podido resistir los difíciles inviernos de
los primeros tiempos de la independencia. El mes de marzo de 1778 el Congreso
de los Estados Unidos envió al capitán Willing y a Oliver Pollock a Nueva
Orleans para que recogiesen una donación española de «9.000 varas de paño azul
y diez y ocho mil varas de paño tinto de lana de las fábricas de Alcoi, 1.710
va ras de paño blanco de íd., 2.992 varas de estameña blanca ...». Traducido a
términos actuales, eso significa que absolutamente toda la ropa de abrigo y
uniformes del ejér cito de Washington procedían de España. En la misma
donación se incluían «...6 ca jas de quinina, 8 cajas de otras medicinas, 108
rollos de telas de lana y estameña, 100 quintales de pólvora en cien barriles, y 300 fusiles con sus bayonetas en 30 cajas...» En
otra ocasión, Franklin hacía patente al conde de Aranda su agradecimiento por
ha berse recibido en Boston doce mil fusiles de ayuda española... Si
consideramos que las tropas del general Washington en Morristown apenas
llegaban a cinco mil hom bres, calibraremos mejor el sentido de la ayuda española.
Pero, por si fuera poco, los españoles, además de dinero y pertrechos,
ayudaron a las tropas de Washington de otro modo: manteniendo a los ingleses
ocupados de fendiendo sus fronteras en el valle del Mississippi y en la
Florida, lo que hizo imposi ble el agrupamiento de las tropas inglesas contra
Washington. Don Francisco Bou-
25. Los informes que Miralles
enviaba a la Corte de Madrid
están en el A.H.N., Estado,
leg. 3884bis, exp. 6, nos. 1 -17. Las noticias
sobre los viajes de sus embarcaciones en el
A.G.I., Santo Domingo, leg. 944 y 1598.
26. A.G.I.,
Santo Domingo, Jeg.
l 197.
Pero, además, parece que se estableció una corriente de gran simpatía
entre el general Washington y Miralles. Una relación amistosa más profunda de
lo que la es tricta etiqueta establecía para con un representante de una
potencia aliada. El 19 de abril de 1780 llegó Miralles, junto con el embajador
francés, al campamento de Mo rristown, donde fueron recibidos con todos los
honores. Un tiempo inclemente, sin embargo, había mermado las fuerzas de
Miralles durante el camino desde Philadel phia, obligándole a guardar cama en
la propia mansión Ford, donde Washington se hallaba hospedado. A pesar de
contar con los cuidados de los mejores médicos dispo nibles, y atendido
solícitamente por el general y su familia, Miralles falleció de una pulmonía el
28 de abril de 1780. Hasta que pudiesen ser trasladados sus restos a La Habana,
Miralles fue enterrado, lujosamente amortajado con excelentes ropas y un
derroche de pedrería, en una ceremonia presidida por Washington, y con el
ejército estadounidense rindiéndole honores por decisión de su general, en el
pequeño cemen terio presbiteriano de Morristown.
La estimación
de Washington por Miralles quedó reflejada en multitud de ocasio nes, pero
pueden servir de ejemplo estas frases escritas por el general al embajador francés
-«...las atenciones y los honores rendidos al Sr. de Miralles ... fueron
dictados por la sincera estimación que
siempre le tuve»-28 , a su viuda -«Todas las
atenciones que me fue posible dedicar a su fallecido esposo fueron dictadas
por la amistad que sus dignas
cualidades me habían inspirado»- 29 , o al mariscal Navarro, capitán general de Cuba -«I
the more sincerely sympathize with you in the loss of so estimable friend, , as ever since bis
residence with us, I have been happy in ranking him among the num ber of mine.
It must however be sorne
consolation to bis connexions, to know that in this country he has been universally esteemed and will be universally regretted»-.
Las goletas
«El Page» y «Stephens» condujeron a La Habana la noticia del falle cimiento de
Miralles y sus despojos,
respectivamente, el verano de
1780, donde que dó enterrado en
la cripta de la iglesia del Espíritu Santo30 • Quedaban sin
resolver, no obstante, los préstamos
que Miralles había efectuado
a los insurgentes
americanos, y a tal efecto, su
hija mayor, Josefa, pidió permiso a la corte madrileña para desplazarse desde Cuba a
los Estados Unidos con el
objeto de intentar cobrar las deudas pendien-
27. Sobre las relaciones entre España y los Estados Unidos, ver GÓMEZ DEL CAMPILLO, Miguel, Re laciones diplomáticas entre España y los Estados Unidos, Madrid, 1946 y YELA
UTRILLA, Juan F., Espw1a ante la independencia de los Estados Unidos, Lérida, 1925. Sobre la vida de Bernardo de Gál vez. el libro de
REPARAZ, Carmen de, Yo sólo, Barcelona, 1986.
28. MCCADDEN, 1973, p. 371.
29.
The Writings of George Washington from the original
manuscripts sources, ed. por FITSPATRICK, John C., Washington, D.C., 1936, vol. XX.
30.
A.G.I., Santo Domingo, leg. 944.
tes. El 18 de junio de 1786 ya se hallaba en Nueva York, donde permaneció algunos meses
mientras el depositario de los créditos efectuados por Miralles en Estados Uni
dos, Robert Morris, le informaba del estado de las cuentas de su difunto padre
e in tentaba cobrarlas. En concreto se trataba de dos deudas, una de 21.000
pesos y otra de 14.000, que el estado
de Carolina del Sur había prometido pagar a su padre «cuando el erario lo
permitiese». Morris juzgaba acertadamente que ese momento no llegaría nunca." La monarquía hispánica, sin
embargo, supo hacer justicia a los familiares de quien tan leal y abnegadamente le había servido
-«abandonando sus propios intereses y
dilatada familia», en palabras del gobernador de Cuba, Diego José Navarro-, y pen sionó a su viuda Josefa
Eligio de la Puente con 800 pesos anuales, y a su hijo Juan Francisco con el
nombramiento de Caballero de la Orden de Carlos III.32
31. A.G.L
Salllo Domingo, leg. 1197, e Indiferente General, leg. 1632B.
32. A.H.N., Estado, Carlos lll, exp. 870.
No hay comentarios:
Publicar un comentario