Foto tomada de: gananci.com |
Carlos Benítez Villodres
Málaga (España)
Un buen amigo vale más que todas las exquisiteces
que nos ofrece la vida. “Una amistad delicadamente cincelada, nos dice Ortega y
Gasset, cuidada como se cuida una obra de arte, es la cima del universo”. Aseveración
esta tan verdadera como todas las que brotaron de la claridad mental de nuestro
filósofo y ensayista. Aquellos que beben, pues, del gratificante e inagotable
manantial de la amistad sabrán valorar esta guirnalda de palabras rebosante de
transparencia y armonía sobre este profundo afecto personal, totalmente sano y
generoso, y siempre compartido con otra persona que te corresponde, con esa
pureza y desinterés, como tú a ella. Los
tres mosqueteros, del escritor francés Alexandre Dumas, es, sin duda, una
historia arquetípica sobre la amistad, basada en los sentimientos y los
comportamientos de sus personajes. Otros ejemplos variados de diversos tipos de
amistades entrañables exhibidas en la literatura son: “Don Quijote y Sancho
Panza”, “Sherlock Holmes y Watson”, “Butch Cassidy y Sundance Kid”, etc.
Asimismo, en el cine y la televisión hallamos paradigmas de amistad en los ya
clásicos “El gordo y el flaco” y “Los tres chiflados” hasta series de
televisión estadounidenses como “Friends”, comedia que gira en torno a las
relaciones de seis amigos.
Ya Aristóteles, considerado el “Padre de la
filosofía”, en su escrito “Ética nicomáquea” dedica los libros VIII y IX, de
los diez libros que forman parte de ella, para hablar del valor humano que
posee la amistad puramente afectiva y desinteresada.
El vínculo de la amistad es tan
fuerte que no existen vicisitudes adversas ni términos o normas que puedan
deteriorarlo o inutilizarlo. Esa es la auténtica amistad. La misma que, con el
paso inexorable del tiempo, se va fortaleciendo y acrecentando para bien de los
amigos, así como de aquellas personas de su entorno más o menos cercano.
Aunque, al respecto, debo decir que “una amistad no crece, refiere Ada Ruth,
por la presencia de las personas, sino por la magia de saber que, aunque no las
veas, las lleva en el corazón”. Esto mismo es lo que les sucede a los amigos.
Ciertamente, los amigos se ven de tarde en tarde, pero ellos saben, sin decirse
nada, que uno está totalmente en los adentros del corazón (vida) del otro, y este
en los de aquel, aunque, retomando otra vez a Aristóteles, asevero con él, ya
que estoy totalmente de acuerdo con el filósofo griego, al expresar que “la
amistad es un alma que habita en dos cuerpos, un corazón que habita en dos
almas”.
Es evidente que la amistad
se da en distintas etapas de la vida y en diferentes grados de importancia y
trascendencia. La amistad nace cuando las personas encuentran inquietudes
comunes. Hay amistades que nacen a los pocos minutos de relacionarse y otras
que tardan años en hacerlo. La verdadera amistad dura toda la vida.
Con los amigos
compartimos nuestras vivencias. Con ellos, nos alegramos o entristecemos, ya
sea por parte nuestra o por la de alguno de ellos. Entre amigos se dan
consejos, que en muchas ocasiones pueden ser la solución de problemas y
conflictos. Ciertamente, los amigos aprenden unos de otros y nos ayudan a ser
mejores personas.
La amistad resiste el
tiempo y la distancia porque resiste los avatares de la vida del amigo. Además,
la amistad no solamente
surge con quienes tenemos más afinidades en cuanto a gustos e intereses, o con
quienes tenemos más parecido, sino que puede aparecer entre personas muy
dispares. De hecho, a veces ese es un factor que fortalece la amistad, pues una
buena amistad complementa y enriquece a la persona no solo en el intercambio de
ideas, información y sentimientos, sino también en el hecho de compartir los
buenos y malos momentos de la vida.
Relaciones de amistad
pueden nacer en los más diversos contextos y situaciones: el lugar donde
vivimos, el sitio donde trabajamos, la escuela, la universidad, fiestas,
reuniones, el café que frecuentamos, a través de otros amigos, redes sociales,
etc.
Mateo Alemán dijo una preciosa frase alusiva a los
amigos: “Deben buscarse los amigos como los buenos libros. No está la felicidad
en que sean muchos ni muy curiosos; sino pocos, buenos y bien conocidos”.
Concluyo
este artículo, con una décima de mi autoría, a la que le puse el título “El buen
amigo”:
La amistad es
un tesoro
que nadie
compra ni vende,
pero su
esencia sorprende
porque
brilla más que el oro.
Ni abismo ni
deterioro
el corazón
del amigo,
sino que lo
amo y lo abrigo
con la
fecunda lealtad,
sarmiento de
la bondad,
que siempre
llevo conmigo.
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