La vida no sigue igual.
El cine Florida en su esplendor.
Foto: Cortesía del autor
El cine Florida en su esplendor.
Foto: Cortesía del autor
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Imagine que usted nació en la mitad del siglo pasado; imagine, por tanto, que está marcado por el séptimo arte; imagine que Payret, América, Radio Centro-Yara, Atlantic-Chaplin, Duplex, Rex Cinema, La Rampa, Rialto, eran para usted sitios sagrados; imagine, además, que Los Ángeles, Florida, Mónaco, Marta-Alegría, Apolo, San Francisco, eran también entrañables; imagine que poco a poco, primero; y abruptamente, después, casi todos se convierten en fantasmas.
Memorias cinéfilas
En 1959 La Habana tenía ciento treinta cines y tres autocines. Esa cifra no incluía los de Guanabacoa, Regla, El Cotorro, Boyeros, o Santiago de las Vegas. Difícilmente otras ciudades de América, salvo Nueva York, Buenos Aires, o México D.F., pudieran compararse con la urbe cubana en ese apartado.
Durante la década de 1960 la mayoría de esos cines —en la metrópolis y en la periferia capitalina— existían, como también aquellos pertenecientes a los pueblos que conformaban la antigua provincia Habana, muchos de los cuales fueron reconstruídos por esos años.
No hay nada más parecido a un cine de barrio que un cine de pueblo. Aunque quizás el cine de pueblo tuviera mayor relieve en la vida social de los moradores. Así lo experimenté yo. Desde mi niñez, vi el cine como centro del universo, como el mundo de los sueños posibles. Pero también fue un espacio de socialización y aprendizaje cultural.
Una función cinematográfica en los años iniciales de los sesenta todavía incluía dos películas, un noticiero, y varios cortos. En la época que iba al cine de mi pueblo todos los días, recuerdo una programación conformada, en lo fundamental, por películas mexicanas, norteamericanas, inglesas, francesas, e italianas.
Ellas nos dieron a conocer a Jorge Negrete, Pedro Infante, María Félix, Cantinflas, Tin Tan, Pedro Armendáriz, Jorge Mistral, Ana Luisa Pelufo, Tony Curtis, Burt Lancaster, Gina Lollobrígida, Sofía Loren, Ingrid Bergman, Elizabeth Taylor, Susan Hayward, Anna Magnani, Doris Day, Debora Kerr, Kim Novak, Kirk Douglas, Humphrey Bogart, Marlon Brando, James Dean, Dick Bogarde, Albert Finney, Jean Marais, Brigitte Bardot, Marcelo Mastroiani, Anita Ekberg, Claudia Cardinale…
Pero, de repente, el flujo de esos filmes se interrumpió y tuvimos que aprender a apreciar la cinematografía del campo socialista. Batallas iban y venían por la pantalla. Pan duro y negro. La epopeya de la Gran Guerra Patria. El bostezo infinito. Sin embargo, conocimos a Polanski, Wajda, Tarkovski, Jancsó, Cybulski, Ewa Krzyzewska… Y de vez en cuando llegaban Alain Delon, Jean Paul Belmondo, o el trompetista de una película checa que vio La Habana entera, Vals para un millón. Más adelante, Julio Iglesias con La Vida sigue igual colapsó las taquillas. La gente quería entretenimiento.
El fantasma del cine Florida
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Cuando Cujo, el perro asesino, en la década de 1980, también arrasa en la venta de entradas, estamos en otra época: en la sociedad, en la tecnología, y en los hábitos de consumo cinematográfico. El terror, que en el expresionismo era parte de la estética, ahora se convertía en un vaciador de ideas, un adormecedor, el sub género más exitoso, comercialmente, desde entonces.
Por otra parte, los reproductores de video comenzaron a llevar las películas hasta el hogar, lo cual tendría un impacto en la industria y en los espectadores. La tecnología revolucionaba la producción, la distribución, la circulación. En las décadas siguientes daría pasos gigantescos y las salas de cine tendrían que reinventarse.
La nueva forma de reproducción se socializó en Cuba y nacieron las salas de video. Muchas se instalaron en los propios cines que así comenzaban a perder espacio. Las salas de video comenzaron a morir unos años después.
En la antesala de los ochenta nació también el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, un proyecto luminoso para abrir puertas en la producción, circulación y distribución cinematográfica de la región y que igualmente trajo efectos benéficos en el espectador, en el consumo, en el gusto.
En sus mejores momentos, en décadas anteriores, el festival movilizaba una enorme masa de públicos hacia las múltiples salas de la capital implicadas en la variadísima programación que llegaba a todos los municipios. Ya no es así. La realidad actual es muy distinta porque apenas hay salas de cine más allá de El Vedado.
Decadencia y caída de las salas de cine
Los cines habaneros, que habían logrado resistir el paso del tiempo, si bien ya no eran la cifra referida al inicio, al menos se conservaba una buena cantidad de ellos a fines de los ochenta. En cambio, en los noventa se profundizó el declive que conduciría a su casi extinción en el siglo XXI.
La ausencia de mantenimiento, el atraso tecnológico, la falta de recursos, la desidia, acabaron con la amplia red de cines de La Habana. El proceso ha sido lento y aplastante. Muchos de los cines que se mantenían en pie pasaron a otros destinos: fueron ocupados por compañías de danza, de teatro, de circo, almacenes… Ahora son cuerpos sin alma diseminados por la ciudad. Verlos encoge el corazón.
A estas alturas del juego pensar en la recuperación de las salas de cine es una utopía. No obstante, construir multicines como el de Infanta en cada municipio debiera ser una prioridad de los gobiernos locales y del Estado cubano.
Epílogo
No soy de los que fueron a Radiocentro en 1958 durante las proyecciones en Cinerama. Tampoco fui a las salas en 3D de los cuentapropistas hace unos años. Pero en 2015 asistí a la sala de un multicine en Nueva York. Proyectaban Los juegos del hambre. Se suponía que debía impactarmente la tecnología y el espacio mismo. No fue así. No hay nada como haber visto Espartaco, Trapecio, Casablanca, en el cine de mi pueblo. (Que es otro fantasma).
Ya casi no voy al cine. (Vivo distante de El Vedado). Sigo viendo muchas películas, pero en casa. (2018)
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