Manuel I. Aparicio
Paneqe
Una vecina nuestra, qe conocíamos por el
nombre de Nena, nos visitaba con frecuencia. En una de sus visitas, mientras yo
estudiaba en la pequeña biblioteca qe mi padre instalaba en un cuarto de cada
casa donde nos tocó vivir, ella comentó con mi madre qe otra vecina, del mismo
edificio donde residíamos, se iba a casar con un “tipo gordote, feo y medio
cojo”, agregando: “Yo no sé lo que se le ha metido en la cabeza a esta mujer.
Matrimoniarse ahora a su edad. Dice qe tiene 50. Para mi qe ya pasó de los 70.
¿Por qé no se queda sola como está? -La respuesta de mi qerida madre no se hizo
esperar: “Si usted y yo vamos caminando por una acera y vemos abandonada una
muleta le cruzamos por arriba y continuamos nuestro camino. Pero, si por la
misma acera se arrastra una persona a la qe faltase una pierna. ¿Qé cree usted
qe haría?” –Trataba yo de contener la risa frente a mis libros cuando volví a
escuchar la voz de Nena: “Doña Inés, usted siempre tiene una respuesta para
todo”.
En otra ocasión dos de mis amigos fueron a buscarme a casa para ir a
jugar pelota. Mientras yo me preparaba, nos entretuvimos en conversar sobre el
tema casi obligado de los jóvenes: el amor y la mujer. El fallecido tanguista
argentino, Carlos Gardel, continuaba siendo un furor en nuestra patria y es
sabidote qe los viejos tangos se refieren a las percantas (mujeres) en forma
despectiva, de manera rigurosa para nosotros qe hablando de ellas, en general,
las tratamos de pérfidas y traidoras entre otras cosas. A mi regreso del
partido de béisbol mi madre esperó a qe yo estuviera un poco sosegado frente a
una taza de café-con-leche, qe ella me había servido, para sentarse junto a mí.
Sin mirarla sabía qe entre mis últimas fechorías una avalancha correctiva venía
para encima de mi. Abriendo mis oídos me encogí lo más qe pude.
-“Había una vez dos matrimonios –dijo mi madre.- En ambos los dos
trabajaban afuera y los maridos respectivos eran celosos. Cada pareja tenía una
cacharrita (automóvil destartalado) y ambos esposos pudieron comprar un auto
nuevo. Uno de ellos le regaló su cacharrita a su mujer para que evitara la
transportación pública y no tuviera qe codearse con otros sujetos. El otro le
cedió el automóvil nuevo a su conyuge y él continuó en su viejo fotingo. Todos
sus amigos, al saberlo, lo llenaron de improperios tildándolo de
“berraco”.-“Soy celoso –replicó.- Dándole la maquina (auto) nueva a mi mujer me voy tranqilo a mi
trabajo sabiendo qe las probabilidades de qe ella tenga algún percance
manejando son mínimas, de manera qe no creo qe ella tenga qe necesitar la ayuda
de otro hombre en mi ausencia”. El primer marido, hijo mío, es posiblemente a
qien su mujer trate de remplazarlo. No olvides qe sobre La Tierra no se ha
podido inventar una moneda qe tenga una cara solamente”.
Comenta Herminia D. Ibaceta:
ResponderEliminar?Qué tal, amigo?, !Qué bueno que te encuentro en “Pensamiento Digital”.
Me alegra mucho, así podremos mantenernos en contacto. Me complace saber que no has abandonado la pluma y el papel.
Me encantó el artículo en el que nos traes dos relatos, que atesoran memorias de tu querida Mamá. A través de tus anécdotas, cargadas de hilaridad, nos das muestra feha-
ciente de la sabiduría de nuestros padres y abuelos.
Creo que las palabras de tu mamá, atesoran tanta psicología como puede haber en las de cualquier Psicólogo de hoy. Gracias por compartir con nosotros historias tan amenas.
Saludos
Herminia D. Ibaceta