René León
He vuelto
a leer la novela El Entierro del Enterrador del conocido novelista cubano José
A. Albertini, quien anteriormente publicó otras novelas de temas variados,
entre ellas, Tierra de Extraños, A
orillas del paraíso, Cuando la sangre mancha, y la última novela: Allá, Donde Los Angeles Vuelan, todas ellas muy interesantes.
Es miembro fundador del Pen Club de escritores cubanos en el exilio. Colabora
en periódicos, revistas, páginas digitales de la Internet , en la radio y
en la televisión con su programa dominical Cuba y su Historia. Reside en los
Estados Unidos con su familia. Es oriundo de Santa Clara, provincia de Las
Villas, Cuba.
Albertini
proyecta su ambiente geográfico en un plano universal al reflejar la realidad
de naciones desangradas por las dictaduras. Ha recurrido aquí a experiencias
geográficas que nos comparte en un contenido filosófico, sin entelequias ni
sofismas. Desde el título del libro, él nos sugiere la muerte inexorable de un
país estrangulado culturalmente. “Las
revoluciones nacen y mueren en los cementerios”, declara uno de sus personajes. El sepulturero
Generoso entrena a su sucesor, Felipito, que está condenado a la lobreguez
cívica y humana de las generaciones siguientes. Para enfatizar la perpetuación
de la tragedia de la Isla ,
afligida por la revolución, el autor recurre a los recuentos literarios (flash-back) acerca del entierro de
Generoso. El relato adquiere un matiz costumbrista al desenvolverse los
personajes en un ambiente cuajado de la cultura isleña y de su folklore autóctono. Las comidas, supersticiones,
sacramentos, música, apariciones y fantasmas nos ubican en la región de las
Antillas, con sus sabores, aromas, sonidos y visiones tropicales.
La
extraordinaria habilidad de este autor, al detallar cada “escena” del
transcurrir comunal, transporta la imaginación a un mundillo peculiar pero
trascendente. Las novelas radiales dramatizadas aportan el ingrediente que se
convierte en el único medio de evasión escapista para dar un descanso o
distracción de la zozobra diaria. El relato da la impresión única usada en el
cine, cuando un cuadro pintado adquiere repentinamente movimiento humano y vida
auténtica. Aun el ritmo pastoso y adormilado del efecto alcohólico en
personajes desesperados por su destino imbuye la mente de una realidad
fantástica. La lengua popular se transforma en el condimento del giro popular y
de la expresión local metafórica. Incluso el título mismo de la novela es una
trágica pero impactante metáfora de la realidad de su país y de la de toda nación
que ha sufrido el grillete dictatorial. La narración es enfocada con una
magistral deliberación literaria, en la que el autor no ceja de infiltrarnos en
la pesadilla implacable que vive cada día un pueblo oprimido. La muerte de
Susanita y de Inmaculada nos espera en cada rincón del devenir humano de la
novela, para recordarnos la futilidad de una mínima esperanza. Albertini parece
asomar, desde estas páginas, su mano agarrotada por un dolor patente, para
asirse del corazón del lector, y ello sin un ápice de sentimentalismo ni de
melancolía. El relato de estos acontecimientos dramáticos llega al lector con
una semántica precisa e ingeniosa, que ilustra la estampa literaria de la
página con agudeza insuperable. Para citar una frase al azar, y las hay en abundancia,
“la vida se congela en los ojos” de un personaje que muere, en la novela. La
muerte es un incidente vital dificilísimo de representar con mérito en
literatura, sin caer en lo mórbido, lo efectista y lo chabacano, algo que está
totalmente ausente de esta obra. Las aleaciones verbales ingeniosas como
“lengüilarga”, “zoncera”, “flaquencia” etc., son otra muestra de su estilo
peculiar. El giro idiomático sorprende porque va más allá de la frase hecha y
combina vocablos con un acierto innovador.
Es refrescante
leer una novela acerca de un tema al que se recurre tanto, pero que se las
ingenia para aparecer novedoso, a pesar de un aciago mensaje. Por fin, un autor
que no escribe para otros autores ni intenta satisfacer modas ni fórmulas
aceptadas. Comentamos una novela que se lee “de una sentada”, a pesar de su
ambiente dolido y condenado a una diaria cadena perpetua. Su prosa es luminosa,
sobreponiéndose a la tragedia de la
Isla , por su tremendo poder ilustrativo. El lector se siente
un observador alucinado por el destino de seres que no tienen tregua para
recuperar la respiración, con un ritmo de aliento agitado por un devenir
implacable y abrasador. Nos injerta en un mundo cruel, en que la tortura no
solamente está en la cámara de los horrores, sino en la aberración histórica
que significa la destrucción de la dignidad, en el envenenamiento de almas, y
la corrupción del sentimiento humano. Saludemos una obra sobresaliente, de un
autor que obviamente vive una pasión por nuestro rico idioma y por la representación
artística de, tal vez, el más vituperable vía crucis de la condición humana.
J. A. Albertini: Nació en Santa Clara, Cuba (1944). Es escritor y periodista. Ha publicado las novelas: Tierra de Extraños (1983); A orillas del paraíso (1990); Cuando la sangre mancha (1995); El entierro del enterrador (2002) yAllá, donde los ángeles vuelan (2010). También es autor deMiami Medical Team: Testimonio de Humanidad (1992) yCuba y castrismo: Huelgas de hambre en el presidio político (2007); obras de entrevistas y relatos verídicos. Es fundador del PEN Club de Escritores Cubanos en el Exilio, y miembro del Instituto de la Memoria Histórica Cubana contra el Totalitarismo y del Círculo de Cultura Panamericano. Colaborador frecuente del periódico Enfoque3 y de la revista literaria Pensamiento que en la ciudad de Tampa Fl, edita el educador, historiador, poeta y escritor René León, así como de otros medios de prensa. Trabajó en Radio Martí por más de una década. Desde hace varios años conduce el programa televisivo Cuba y su Historia para la sección en español de WLRN-Canal 17, Miami-Dade.
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