Washington Irving |
La Alhambra vista desde los jardines del Generalife.
Al fondo el barrio del Albayzin.
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“Hay dos
clases de gente para quienes la vida es una fiesta continua: los muy ricos y
los muy pobres. Unos, porque no carecen de nada; los otros, porque no tienen
nada que hacer; pero no hay nadie que entienda mejor el arte de no hacer nada y
de nada vivir, como las clases pobres de España .Una parte de ello se debe al
clima y lo además al temperamento. Dadle a un español sombra en el verano y sol
en el invierno, un poco de pan, ajo, aceite y garbanzos, una vieja capa parda y
una guitarra, y ruede el mundo como quiera. ¡La pobreza! Para él no es una
deshonra. La lleva consigo con elegante estilo, como la raída capa; porque él
siempre es un “hidalgo’, aunque sea con harapos”.
“Triste resultó en verdad la partida cuando
me despedí de aquella buena gente y los vi descender lentamente las colinas,
volviendo de vez en vez la cabeza para decirme su último adiós…Al caer la tarde
llegué al sitio en que el camino serpentea entre montañas, y allí me detuve
para dirigir una última mirada sobre Granada. La colina en que me encontraba
domina un maravilloso panorama de la ciudad, la vega y los montes que lo
rodean, y está situada en la parte del cuadrante opuesta a la Cuesta de las lágrimas, famosa por el
“último Suspiro del Moro”. Ahora podía comprender algo de los sentimientos
experimentados por el pobre Boabdil cuando dio su adiós al paraíso que dejaba
tras él y contempló ante sí el áspero y escarpado camino que lo conducía al
destierro.
Como de costumbre, los rayos del sol poniente
derramaban un melancólico fulgor sobre las rojizas torres de la Alhambra.
Apenas podía distinguir la ventana de la torre de Comares, donde me había
sumido en tantos y tan deliciosos ensueños. Los numerosos bosques y jardines en
torno a la ciudad aparecían ricamente dorados por el sol, y la purpúrea bruma
del atardecer estival se cernía sobre la vega. Todo era ameno y deleitoso, pero
también tierno y triste a mi mirada de despedida. “Me alejaré de este paisaje
–pensé- antes que el sol se ponga. Me llevaré su imagen revestida de toda su
belleza”.
Luego de este pensamiento, proseguí mi ruta
entre montañas. Un poco más, y Granada, la vega y la Alhambra desaparecieron de
mi vista. Así terminó uno de los más deliciosos sueños de una vida que tal vez
piense el lector estuvo demasiado tejida de ellos.
Nota:
Tomado del libro de Washington Irving, Cuentos
del la Alhambra. Publicado en Londres en 1832 y New York (ampliada) en
1857. Fotos de Wikipedia
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