Antonio Maceo y Grajales |
Emilio Martínez Paula
2da de 3 partes
CONTROVERSIAS SOBRE EL RESCATE DE MACEO
La caída del Titán siembre la confusión en su estado mayor, que, sin dudas, son hombres enteros y valientes y capaces de dar la vida por su jefe y por su patria. Se alejan del lugar en medio de las balaceras. Se suponen que en busca de ayuda para recuperar el cuerpo de Maceo. Salen en busca de ayuda, pero en un momento dado, el increíble valiente y arriesgado coronel Alberto Nodarse se queda solo, pero no abandona el cuerpo del general Antonio.
Terminado el combate, y bajo el impacto terrible de la muerte de Maceo, los mambises se reúnen en el campamento de San Pedro, apesadumbrados por la pérdida del gran guerrero de la patria, y algunos pensando que éste es el fin de la guerra libertadora.
Como hemos podido apreciar, cada poco tiempo se presenta algún jefe, como el comandante Juan Manuel Sánchez, dispuesto a prestar su ayuda, como una decisión personal. ¿Cómo no regresaron todos a rescatar el cadáver si saben dónde está?
Alberto Nodarse no abandona al general Maceo, esperando por ayuda, cuando se presenta el teniente Francisco Gómez Toro, el hijo del Generalísimo, que está herido, lo que permite notar la confusión que reina entre los patriotas.
¿Herido, solo y lejos del campamento?
Es evidente que todos saben dónde está el cadáver del general Maceo, pero no toman la decisión de ir a rescatarlo, la muerte del Titán de Bronce ha derrumbado el ánimo de los hombres que formaban su estado mayor.
Al ver a Maceo muerto, Panchito, que era así como llamaban al niño héroe, se inclina ante el cadáver visiblemente adolorido, mientras Nodarse dispara sobre los enemigos para contenerlos.
Tratan de cargar a Maceo entre los dos, y lo levantan uno por os pies y el otro por las manos pero, heridos, no pueden mover el cadáver del corpulento general.
A pesar de los disparos, una yegua pasta tranquilamente por los alrededores. Panchito trae la yegua, mientras Nodarse abre fuego contra el enemigo para alejarlo y trata de zafarle el cabestro, porque carecían de una soga: una descarga mata a la yegua, que cae sobre el general Maceo.
A empujones logran sacar al lugarteniente. Empiezan a arrastrar el cadáver, y lo halan por las manos.
En eso aparece el general Pedro Díaz, miembro del Estado Mayor de Maceo, que al ver la situación exclama: “¡Qué desgracia!”
¡Un general que anda solo por un lugar tan peligroso!
¿Para qué? ¿Qué busca? ¿Dónde están los soldados?
Nodarse le dice:
-General, ayúdenos a sacarlo de aquí.
- No, no se muevan, yo voy a buscar gente. El general se aleja. Nunca regresa.
Los solitarios combatientes arrastran el cadáver, bajo el incesante fuego, hasta que una bala le atraviesa una pierna a Panchito.
Nodarse le dice:
-Retírate de aquí, trata de alcanzar al general Díaz, y vuelve con más fuerzas.
-No –responde el joven-, no me voy ni lo abandono a usted ni al general.
- Se lo ordeno como superior suyo replica Nodarse.
Discuten, en medio del ataque del enemigo, que sigue disparando sobre el campo desde donde le hacen esporádicos disparos.
La fusilería enemiga, pese a que se ve que es un hombre el que los contiene, ataca con mortífero fuego, rociando el sitio con balas de todos los calibres; una de ellas atraviesa el pecho del valiente joven que se desploma sobre el cadáver del general Maceo, exclamando: “¡Ay, mi padre!”. Esas fueron sus últimas palabras. Nodarse se mantiene al lado de Panchito, pero las balas no respetan a nadie, una se le incrusta en el hombro izquierdo y otra lo penetra debajo de la axila. El coronel Nodarse sangra copiosamente. La bala del hombro le atraviesa el húmero, fracturándolo, con orificio de salida entre la cuarta y la quinta costilla, con fractura de esta última. La hemorragia es copiosa, echa sangre por la boca, por los oídos. Nodarse cae sobre Panchito, formando un montón con los cuerpos de éste y el de Maceo. A los dos o tres minutos de estar echado sobre los cadáveres de Gómez Toro y Maceo, se sobrepone y logra levantarse y comienza retirarse paso a paso, al tiempo que nota que varios soldados españoles se acercan como a unos diez metros. Nodarse continúa alejándose lo más sereno posible, para que el enemigo no se percatara de su gravedad. Al tratar de echarse el rifle al hombro, se le escapa un disparo, los enemigos se detienen y Nodarse atraviesa el portillo por donde había entrado, que era su única retirada posible, bajo fuego constante, teniendo que cruzar por encima del cadáver del caballo del comandante Sánchez, que está atravesado en el camino.
Pasa por el camino real, sigue después por un trillo entre una cerca de piñones y un guayabal que conduce al campamento de donde había salido. El paso es vacilante, las fuerzas le faltan. La vista se le nubla.
Está a punto de dejarse caer. Por fortuna, aparece el coronel Rodolfo Vergel, ¡otro solitario jefe!, que lo contempla sorprendido. ¡No pierde tiempo! Lo carga y lo sube al caballo.
-Arree, no se preocupe por mí-dice Vergel-, yo regreso caminando.
Nodarse, cabalga hasta encontrarse con el general Díaz, el general Miró, el médico Zertucha y ocho o diez miembros de las fuerzas.
-Nodarse, usted está medio muerto-le dicen-. Tiene que curarse.
¿Y el general?
-Ahí queda él y el hijo del generalísimo con los españoles, responde el bravo Nodarse.
Epílogo: Nodarse nunca más supo de los compañeros que con él formaron el Estado Mayor del lugarteniente Antonio Maceo.
La pregunta, que parece que nunca tendrá respuesta, es esta: ¿ Por qué los hombres de su Estado Mayor no fueron al rescate de Maceo y Panchito Gómez Toro?
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