Por: Leonora
Acuña de Marmolejo (Página 1 de 2)
Era una de esos algentes y congelantes
días de diciembre en los que a pesar de brillar espléndidamente el sol, los
rigores de la estación invernal pueden llegar a ser fatales. Buscando el lado positivo de las
situaciones, Laryssa contemplaba con admiración y arrobamiento a través de los
ventanales, la imponencia de la Madre Naturaleza, y con visión positiva,
optimista y poética el panorama
exterior: la nieve impoluta, que cual un manto de armiño parecía cubrir campos
y jardines; los árboles que con la nieve congelada y ya cristalizada sobre sus
ramas deshojadas, eran un verdadero espectáculo escultural! Y qué decir de la
vista que sobre los bordes de los techados y ventanales presentaban las
estalactitas como
grandes lágrimas que más tarde al llegar un poco de calor, semejarían diamantes
derritiéndose lentamente!.
Pero aquella mañana de álgido frío, un
doloroso suceso vino a tornar en tragedia
la visión ensoñadora. Después de la tormenta invernal, al abrir la
puerta del porche tras de escuchar un murmullo como de palabras ininteligibles,
Laryssa observó un bulto informe en el piso (cubierto a medias por una manta
mugrienta); por las extremidades que pudo ver, era un hombre, cuyo rostro
irreconocible y macilento, estaba cubierto por una sucia y espesa barba, y
quien aterido del frío como era obvio suponer, parecía medio desmayado allí
entre ronquidos entrecortados como en un estertor agónico.
La mujer se encontraba sola pues su esposo
había sido designado por la empresa empleadora para cubrir la plaza subsidiaria en Washington, D.C. Entonces,
aprensiva, empavorecida y llena de mil
temores, llamó al Departamento de la Policía regional, que en pocos minutos se
hizo presente con varias unidades de auxilio. Inmediatamente trasladaron al
hospital más cercano, al desconocido cuyo cuerpo grasiento lucía exánime,
desprotegido.
A pesar del cuidado inmediato y solícito que recibió
en el hospital, el hombre murió a los pocos minutos de llegar. Había sufrido
hipotermia . Al revisar las mínimas pertenencias de identificación que portaba
entre los bolsillos de su raída ropa,
las autoridades encontraron precisamente la dirección de Laryssa. Fue entonces
cuando ella recibió el llamado del
Departamento de Policía a fin de que se presentara a la morgue para identificar
el cadaver.
Cuál no sería el asombro de ella al poder
mirar el rostro y descubrir amargamente, que este hombre de quien supo que
había vivido en la indigencia como un desamparado, enfrentando las inclemencias
de las gélidas temperatures del invierno, durmiendo bajo los puentes, en los
atrios de las iglesias o en las casas abandonadas, y sobreviviendo a las fieras
dentelladas del hambre cuando no podía llegar como “freegan” a los restaurants
y verdulerías donde ya lo conocían, era nada menos que… ¡SU TÍO! Ese tío
querido de quien nunca más había vuelto a saber nada…
Su nombre era José Manuel. Era tío de
Laryssa por línea materna. Había tenido hogar, esposa e hijos; mas por razones
económicas, vino a menos ya que habiendo perdido el trabajo y en un
prolongado tiempo de desempleo, sus finanzas se habían colapsado. Erróneamente, empezó a buscar
salida en el alcohol; comenzó a frecuentar cada vez más los bares, y a
llegar tarde o a no llegar a su hogar.
Después de aquella insólita y macabra
escena en ese deplorable día invernal,
Laryssa pensó amargamente que quizás su tío, al final de esa vida solitaria y
errante, y no encontrando otra solución a su crítica situación, había optado
por acudir a su misericordia y ayuda (la que nunca antes imploró, bien fuera por un falso orgullo o
por verguenza); e infería que había sido así como finalmente él había decidido
buscar su propia sangre al acercarse a su porche.¡Pero cuan tarde! Laryssa
reflexionaba dolida que si a buena hora su amado tío José Manuel hubiese
acudido a ella, sin lugar a dudas, habría tenido su apoyo y el de su marido,
quien precisamente había estado necesitando un ayudante para que lo asesorara
en sus labores. Pero nadie sabía de su paradero: por más que trataron de
investigar, todo intento fue infructuoso.
Hurgando en su conciencia como solemos
hacer después de un acontecimiento infausto, visualizó escenas tristes pensando
con cierto pesar por ejemplo, cuántas
veces se habría cruzado con su tío (sin poder reconocerlo), cuando este
deambulaba solitario por alguna calle; y hasta se inquiría también, cuántas
veces tal vez habría mirado quizás con indiferencia a algún desamparado (que
bien pudiera haber sido él), implorando la caridad pública. Todos estos
soliloquios y autojuzgamientos, ensombrecían su presente vida de recién casada,
antes feliz y apacible.
Ahora sólo le quedaba el amargo pesar de comunicar
la dolorosa noticia a sus primos (ya adultos, quienes vivían en otro Estado).
La madre de estos, la esposa de su tío, había fallecido luego de una vida de
penuria, tras de tratar en vano de localizarlo a fin de que pidiera la ayuda y
apoyo de ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS y se regenerara incorporándose de nuevo a su
familia y círculo social. ¡Pero todo había sido en vano! José Manuel había
buscado la solución errónea a sus problemas
ahogándose en el alcohol…..
Tras de este deplorable y doloroso incidente,
Laryssa tuvo que acudir a un delicado tratamiento psiquiátrico y psicológico
pues la perseguían los sueños recurrentes del macabro espectáculo de ¡EL HOMBRE
EN EL PORCHE…!
* Quiero anotar que este cuento “lo escribí” en un sueño en la
madrugada del
día 25 de enero del
2.005. Lo único que hice al levantarme, fue pasarlo de mi recuerdo subconsciente, a la computadora.
Querido Rene: Muchisimas gracias por el privilegio que me concede al publicar en esta edicion, mi cuento "El hombre en el porche".
ResponderEliminarPENSAMIENTO como siempre, maravillosa!
Es admirable y paradigmatica su noble devocion por difundir nuestra cultura y nuestras letras y sus valores!
Efusivos abrazos con mis mas fervidos deseos de felicidad, extensivos a su familia y a todos sus seres queridos.
Que Dios lo colme de bendiciones!
-Leonora