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domingo, 1 de noviembre de 2015

EL LIBRO MODERNO



Alejo Carpentier

Si algo refleja a cabalidad el espíritu de una época –independientemente del texto– es el libro, en su formato, tipografía y ornamentación. El libro renacentista, con sus altos elzevirios, era una auténtica obra de arte. El texto era repartido en las páginas con verdadero sentido arquitectónico, entre majestuosas capitulares y colofones alegóricos. El siglo de Luis XIV mantiene esa tradición, antes de reducir los formatos y enrevesar los caracteres, orientando la imposición hacia una elegancia nueva, no exenta de cierta femineidad. El libre romántico se entinta gradualmente, adoptando los tipos ingleses, entre cubiertas que remedan la tapicería o se adornan de miniaturas de una factura neo–medioeval. ¡Época afecta a los caballeros feudales, las baladas gaélicas y los vitrales del gótico!...

A partir de Víctor Hugo y de algunos de sus contemporáneos, autores de los primeros best–sellersde la época moderna, los editores se vuelven tremendamente comerciantes, presentando la mejor literatura en ediciones baratas, con cubiertas amarillas, destinadas a una venta intensiva. Se trata, ante todo, de facilitar la adquisición del mayor número posible de ejemplares, haciendo su precio accesible a la gran masa de lectores. Después de Los Miserables, la Naná de Emilio Zola constituye otro best–seller, cuyo lanzamiento es preparado por una fuerte publicidad. Se asiste a un voluntario descuido tipográfico que condena ciertas obras de Flaubert, de Teófilo Gautier, de Huysmans, a una presentación mediocre, exenta de toda ornamentación… A principios de este siglo se reacciona contra ese concepto, volviéndose a las portadas en colores. La librería Ollendorf, de París, introduce en nuestras librerías sus elegantes ediciones castellanas del Juan Cristóbal de Romain Rolland, pronto seguidas de Humo de Opio de Claude Farrere, con cubierta de estilo oriental, y Bizancio de Juan Lombard, con ilustraciones concebidas en el espíritu de la pintura de Jean Paul Laurent… La casa Garnier, siguiendo este ejemplo, nos manda obras de Maupassant, de Georges Honet, de Gastón Leroux, encabezadas por ilustraciones de un carácter más folletinesco. Pero, en este último estilo, ninguna editorial superará la casa Maucci de Barcelona, gran monopolizadora de los novelones de Xavier de Montepin, de Emilio Gaboriau, de Jonson de Terrail, cuyas portadas se adornaban de escenas lúgubres, asesinatos, riñas en torno a un ataúd, defenestraciones y calamidades sin cuento.

Mientras el libro francés volvía a las normas de sobriedad que hoy le conocemos, el libro español de hace treinta años se contaba entre los mejores editados, con su papel bouffant, sus cubiertas concebidas por buenos artistas, sus formatos amables. Desde el punto de vista tipográfico, las obras de Don Ramón del Valle Inclán, ornadas de capitulares, viñetas y colofones, se erigieron en ejemplos. Ciertas ediciones de Azorín eran particularmente cuidadas, en cuanto a la imposición. Pudo decirse que el libro español tenía un estilo propio aventajando en mucho al libro francés de venta corriente.
Hoy, en cambio, los Estados Unidos han impuesto al mundo entero su tipo de ediciones, generalizando el uso del tomo encuadernado. Claro está que una novela del Oeste no es presentada como un libro de Joyce no de Thomas Mann. Pero el cuidado tipográfico, en ambos casos, es el mismo. Cada texto, luego de pasar por las correcciones de rutina, es objeto de una revisión final, confiada generalmente a un escritor conocido. La errata –que tanto abunda en nuestros libros– es inconcebible en una edición norteamericana. Las portadas son largamente discutidas, antes de encargarse su proyecto a un decorador o artista de primera línea. Muchas son firmadas por pintores de renombre, como Paul Rand, que no retrocede ante la composición abstracta, cuando el espíritu de la obra lo permite. Dentro de la edición corriente, un libro salido de las prensas de Knopf o de Doubleday, puede tomarse como ejemplo del libro moderno, tanto por la elección de los tipos, como por la perfecta imposición y repartición del texto.

Tomado de Letra y Solfa. Literatura. Libros. Editorial Letras Cubanas, 1997.




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