Fresco en la isla de Thera. Representa una ciudad-palacio rodeada por varios cercos de agua, con sus habitantes asomados en las terrazas. Barcos adornados, leones, gacelas y delfines la reodean.
El filósofo griego Platón fue el primero en hacerse eco de una leyenda de la antigüedad en la que se menciona un reino mítico situado en una isla o península llamada Atlántida. En sus "Diálogos" hará referencia de ella a través de Critias, discípulo de Sócrates. Según el relato de Platón, Critias oyó esa historia contada por su abuelo, que a su vez la había escuchado del político ateniense Solón y a éste último se la habían transmitido los sacerdotes egipcios de la ciudad de Sais, situada en el delta del Nilo.periodo de tiempo nueve mil años antes del momento en el que se produce el diálogo en la que se la menciona. Describe su fundación y orígenes bajo la advocación del dios Neptuno, así como su geografía y sus leyes. También explica algunos cultos relacionados con el toro, la confederación de pueblos gobernados por la asamblea de sus reyes, la organización del ejército y la abundancia de sus riquezas. Aparece el nombre de Gades entre los lugares conocidos que menciona. Finalmente será destruida para castigar la soberbia de sus habitantes, que habían olvidado las tradiciones de susmayores y las enseñanzas de sus dioses.
Esquela de la edad del Bronce de El Viso (Los Pedroches-Córdoba). Tiene paralelismo con la hallada en el yacimiento tartésico de Cancho Roano (Zalamea de la Serena-Badajoz). Algunos investigadores la interpretan como la figura de un guerrero defendiendo su ciudad. En éste caso, la mítica Atlántida.
Sitúa la ubicación de esta poderosa nación en el
Mediterráneo, en un
En el siglo I a.d.C., Estrabón y
Posidonio están en la convicción de que el relato de Platón no era resultado
de la imaginación literaria del filósofo, sino que se ajustaba a una realidad
de recuerdo impreciso. Plutarco (s.II d.d.C) dará los nombres de los sacerdotes
egipcios que habrían contado a Solón la historia de la Atlántida, haciendo
mención de Psenophis (Sais) y Sonkhis (Heliopolis). Por su parte, Proclo hará
alusión al viaje que hizo a Egipto que Crantor, filósofo de la Academia
platónica y como pudo ser testigo de la existencia de unas inscripciones en las
que aparecía la historia que había referido Solón.
Muchos serán los historiadores, arqueólogos e
investigadores de todos los tiempos que intentarán descifrar el misterio de la
Atlántida. Sobre todo, después de que Schiemann descubriera la ciudad de Troya
siguiendo las pistas encontradas en las lecturas de Homero. Las hipótesis sobre
su posible asentamiento han sido, en la mayoría de los casos, especulativas y
con escasa base científica. Seguramente una de las que ha cobrado más fuerza es
aquella que la relaciona con Grecia (Cultura minoica) y España (cultura
tartésica). En ese sentido, las teorías encontrarían afinidad con algunos
topónimos mencionados por Plantón y que hace referencia al Mediterráneo, África
y a la que fuera colonia fenicia de Gades.
CRÍTIAS ó LA
ATLÁNTIDA.
Timeo - Crítias - Sócrates - Hermócrates.
- TIMEO
Cuan agradable me es, Sócrates, poder, como sucede después de un largo
viaje, descansar anchamente al ver terminado este discurso. Yo suplico á ese
Dios, cuya existencia es muy antigua, pero que en cierta manera acaba de nacer
de nuestra misma conversación, que si lo que hemos dicho ha sido oportuno, nos
lo tome en cuenta; y que nos imponga el castigo á que nos hayamos hecho
merecedores, si hemos pronunciado, sin quererlo, alguna palabra inconveniente.
Pero ningún castigo más justo para el que se engaña, que ilustrarle. A fin,
pues, de que en lo sucesivo nuestros razonamientos sobre la generación de los
dioses sean verdaderos, suplicamos á este dios, que nos conceda el mejor de los
talismanes, el talismán por excelencia, la ciencia. Hecha esta invocación, cedo
la palabra á Critias, conforme á lo acordado.
- CRITIAS
La acepto, mi querido Timeo. Pero la misma indulgencia que has reclamado,
cuando principiastes tu discurso, reclamo yo ahora. Querría alcanzarla mayor
aún, atendido el objeto que debo tratar. No se me oculta que pueda tenerse por
ambiciosa, y si se quiere, hasta por un poco inconveniente mi súplica; mas, sin
embargo, estoy resuelto á hacerla. No se trata de negar las verdades, que tú
nos has expuesto; ¿ni qué hombre sensato se atreverla á hacerlo? Pero debo
esforzarme para convenceros de que mi tarea es aún más difícil; y, por
consiguiente, que tengo necesidad de mayor indulgencia.
Cuando se habla de los diosas á los hombres,
mi querido Timeo, es infinitamente más fácil satisfacerlos, que cuando se les
habla de los mortales, es decir, de ellos mismos. En efecto, la inexperiencia,
ó más bien, la completa ignorancia de los oyentes, deja el campo libre al que
quiere hablarles de cosas que ellos no-conocen; y tratándose de los dioses, ya
sabemos á qué atenernos (1). Concebiréis más claramente esto, si fijáis vuestra
atención en lo que voy á decir. Nuestras palabras son necesariamente una
imitación ó imagen de alguna cosa.
Supóngase un pintor, que se proponga representar las cosas humanas ó las
obras de la divinidad en general (2); desde luego vemos la facilidad ó
dificultad que experimenta al imitar estos diversos objetos, para poder
contentar al espectador. Si pinta la tierra, las montañas, los ríos, los
buques, el cielo entero y todo lo que él comprende, así como todo lo que en él
se mueve, nos daremos desde luego por satisfechos, por poco que haya sido su
arte y escasa la semejanza conseguida al reproducir estos objetos; y en tal
caso, desprovistos nosotros de todos los conocimientos precisos, no pensamos en
examinar nada, ni en criticar nada, y nos damos por satisfechos con un bosquejo
incierto y engañoso.
Pero que el pintor trace los rasgos de la humanidad, nuestros hechos
propios, como el hábito de verlos nos los ha hecho familiares, notamos
inmediatamente las más ligeras faltas, y nos convertimos en jueces severos del
cuadro, si no ha reproducido su modelo con una completa fidelidad. Lo mismo
sucede con los discursos. Cuando se trata de las cosas celestes y divinas,
basta que se hable de ellas con alguna verosimilitud; pero cuando se trata de
las cosas mortales y humanas, las examinamos con un espíritu riguroso.
Por lo tanto, si á causa de que voy á hablar sin preparación, se nota que
se me escapa ó que incurro en alguna inexactitud, es preciso perdonármela;
porque no es fácil, y antes bien es muy difícil, expresar las cosas que nos
conciernen de una manera conveniente. No hay que olvidarse de esto. Hé aquí,
Sócrates, lo que deseaba recordaros. Hé aquí cómo quería reclamar para mi
discurso, no un poco, sino un mucho de indulgencia. Mis palabras no tienen otro
objeto; y si os parece que tengo algún derecho á exigiros este favor,
concedédmelo de. buena voluntad.
- SÓCRATES.
¿Por qué no concedértelo, Critias? También habremos de dispensar la misma
gracia á Hermócrates, que hablará el tercero. Porque es seguro que apenas le
llegue el turno, nos hará la misma súplica que tú. Y para que piense en otro
exordio, y no se crea obligado á repetir tus palabras, tenga entendido desde
ahora, que le dispensamos la misma indulgencia. Por lo demás, te daré á
conocer, mi querido Critias, las condiciones del público, á quien vas á
dirigirte. El actor, que acaba de representar su pieza, ha alcanzado un
maravilloso éxito, y agotaremos toda nuestra benevolencia, para ponerte en
estado de poder rivalizar con él.
- HERMÓCRATES.
Me doy ya por prevenido, Sócrates, al mismo tiempo que Critias. Pero
dime, Critias: ¿no sabes que jamás los cobardes alcanzaron trofeos? Así, pues,
es preciso que marches de frente y que discurras con resolución; es preciso quE
después de haber invocado á Apolo y á las Musas, hagas la pintura de nuestros
conciudadanos y celebres su valor.
- CRITIAS.
·Critias comenta como los sacerdotes egipcios cuentan a Solón el
relato que sigue.
Bien, mi querido Hermócrates; como tu vez no llegará hasta mañana, y otro
debe aún precederte, te presentas ahora muy valiente, pero no tardarás en saber
por ti mismo si la tarea es fácil. Sin embargo, no me haré sordo ni á tus
exhortaciones ni á tus excitaciones, y sin olvidar las divinidades que acabas
de nombrar, llamaré en mi auxilio á todas las demás y singularmente á
Mnemosina; porque de ella depende la mayor parte de mi discurso. Si la memoria
me acompaña; si puedo referiros fielmente las antiguas historias de los
sacerdotes egipcios importadas á estos lugares por Solón, creo que mi público
quedará convencido de que he cumplido mi deber. Es preciso, pues, entrar en
materia sin más demora.
· Nueve mil años atrás hubo una guerra "entre entre los pueblos
que habitan más acá y más allá" de las columnas de Hércules: Atenas y la
federación de reyes de la Atlántida. La Atlántida, que se sumergió
en en mar por causa de terremotos, tenía un tamaño "más grande
que la Libia y el Asia" quedó reducida a un escollo que impide la
navegación en esa parte de los mares.
Ante todas cosas recordemos, que han pasado nueve mil años después de la
guerra, que, según dicen, se suscitó entre los pueblos que habitan más acá y
más allá de las columnas de Hércules. Es preciso que os dé una explicación de
esta guerra desde el principio hasta el fin. De una parte estaba esta ciudad (3); ella tenía el mando y sostuvo victoriosamente la guerra hasta lo último.
De la otra parte estaban los reyes de la isla Atlántida. Ya hemos dicho, que
esta isla era en otro tiempo más grande que la Libia (4) y el Asia; pero que
hoy día, sumergida por los temblores de tierra, no es más que un escollo que
impide la navegación y que no permite atravesar esta parte de los mares. En el
curso de mi historia hablaré por su orden de todos los pueblos griegos y
bárbaros que existían entonces, pero debo comenzar por los atenienses y por sus
enemigos, y daros razón de sus fuerzas respectivas y de sus gobiernos. En su
vista, pues, de nuestra ciudad es de la que debemos ocuparnos desde luego.
·Los
dioses repartieron las tierras entre sí. Vulcano y Minerva recibieron lo que
Critias denomina "nuestro país". Sus habitantes, que se refugiaron en
las montañas, han olvidado la historia de sus mayores, aunque conservan
la tradición de algunos de sus nombres. Recuerdan nombres de personas y héroes,
pero no sus acciones.
Los dioses dividieron entre sí en otro tiempo la tierra toda, comarca por
comarca, y esto sin que se suscitara alguna querella, porque no puede admitirse
racionalmente, ni que los dioses ignoraran lo que á cada uno de ellos con
venia, ni que, sabiéndolo, se robaran los unos á los otros el lote que les
pertenecía. Habiendo obtenido como resultado de la justicia y de la suerte lo
que querían, se establecieron en cada país; y después de haberse fijado en
ellos, á la manera de lo que los pastores hacen con sus ganados, se consagraron
á procurar el alimento y la educación á los hombres, que eran á la vez sus
hijos y su propiedad.
Sin embargo, no emplearon la violencia como los pastores que castigan
suavemente á su ganado para conducirle. Sabían que el hombre es un animal
dócil, é imitando al piloto que conduce la nave, y sirviéndose de la persuasión
como de un timón para mover el alma á su gusto, dirigieron y gobernaron así la
raza toda de los mortales. Así gobernaron las demás divinidades en los países
que les tocaron en suerte. Pero Vulcano y Minerva, que tienen la misma
naturaleza, como hijos que son de un mismo padre, y que están animados del
mismo amor á las ciencias y á las artes, recibieron como lote en común nuestro
país, que les con venia y se adaptaba maravillosamente á su virtud y á su
sabiduría.
·Los
dioses hicieron hombres de bien. Con "la ruina de sus sucesores" y el
tiempo perecieron, sobreviviendo sólo los que "escapando a los
desastres" que habitaban en las montañas. Carecían de letras,
cultura y tenían escasos medios de subsistencia. Habían olvidado su historia
conservando solo algunas tradiciones. Empezaron a recuperar el pasado cuando
algunos ciudadanos tuvieron resueltas las "cosas necesarias para la vida.
De los indígenas hicieron hombres de bien, y pusieron en su corazón el
amor al orden político. Los nombres de estos hombres se han conservado, pero el
recuerdo de sus acciones ha perecido con la ruina de sus sucesores y con el
trascurso de los tiempos. La única raza, que ha escapado á estos desastres, ya
lo hemos dicho, es la que habita las montañas, y que, sin letras y sin cultura,
sólo recordaba los nombres de los que habían sido dominadores del país, sin
saber nada ó casi nada de sus grandes hechos. Haciéndolo por punto de honra
dieron estos nombres á sus hijos; pero en cuanto á las virtudes y á las
instituciones de sus antepasados, sólo conocían lo que les había sido
trasmitido por una oscura tradición.
Dada la escasez de subsistencias para el sostenimiento de la vida,
escasez que duró por espacio de muchas generaciones; ocupados ellos y sus hijos
en procurarse la satisfacción de sus necesidades, y entregado el espíritu á
este solo objeto, para nada se cuidaron de los sucesos, que en otro tiempo se
habían realizado. El estudio y la historia de las cosas antiguas se
introdujeron con el ocio en las ciudades, cuando cierto número de ciudadanos,
teniendo aseguradas las cosas necesarias para la vida, no tuvieron después que
preocuparse bajo este punto de vista, Y he aquí como los nombres de los
antiguos héroes se han conservado sin el recuerdo de sus acciones.
·Recuerdan
nombres anteriores a Teseo conocidos por sacerdotes egipcios y que éstos
mencionaron a Solón. La participación en las guerras eran iguales para hombre y
mujeres, usando ambos armaduras en las batallas. El ejército y los
sacerdotes vivían separados del resto de la población, sin propiedades pero
recibiendo lo necesario para la subsistencia. Su estatus económico era
semejante al del resto de los ciudadanos.
Lo que me autoriza á hablar así, es que los nombres de Cécrope, de
Erecteo, de Eríctonío, de Erisicton y de muchos otros, que remontan más allá de
Teseo, son precisamente aquellos de que, según la relación de Solón, se servían
los sacerdotes egipcios, cuando le refirieron esta guerra. Lo mismo sucede con
respecto á los- nombres de mujeres. Los trabajos de la guerra eran entonces
comunes a las mujeres y á los hombres, y por esta causa la diosa era
representada en sus imágenes y en sus estatuas con una armadura; era como una
advertencia, para indicar que desde el momento en que el varón y la hembra
están destinados á vivir juntos, la naturaleza ha querido que pudiesen ejercer
igualmente las facultades, que son el atributo de su especie.
Diferentes clases de ciudadanos, entregados á los oficios mecánicos y á
la agricultura, habitaban entonces nuestro país; la de los guerreros, separada
desde el principio de las demás, como hombres divinos, habitaba aparte.
Provistos de todas las cosas necesarias á su subsistencia y á la educación de
sus hijos, estos guerreros no poseían nada en particular; consideraban todos
los bienes como pertenecientes á todos; no exigían de los demás ciudadanos más
que lo que justamente necesitaban para vivir, y desempeñaban con el mayor
esmero las funciones diarias del Estado, tales como las hemos concebido.
·Describe
los límites de su país (Ática), habla de un poderoso ejército y de
pueblos vasallos. Refiere que La Ática sufrió "numerosas y terribles
inundaciones" a lo largo de los 9.000 años, y que las tierras de
"estas revoluciones" eran arrastradas al mar, disminuyendo la
superficie habitable.
Y también se dice como muy probable y quizá verdadero, que nuestro país
en aquel tiempo tenia por límites el istmo (5) por una parte, y por otra los
montes Citeron (6) y Parnaso (7), abrazando toda la parte del continente
comprendida en este intervalo; que de aquí descendía, por la derecha, hasta
Oropo (8), y por la izquierda, hacia el mar, hasta el río Asopo (9); estos eran
sus límites extremos. Sobresalía entre todos los demás países por su
fertilidad, lo cual le hacia capaz de sostener un numeroso ejército, compuesto
de pueblos vecinos dependientes de nosotros. Es este un testimonio imponente de
su fecundidad. Y, en efecto, lo que subsiste aún de esta dichosa tierra, no
tiene igual en cuanto á la diversidad de producciones, excelencia de frutos y
abundancia de pastos.
Tales eran entonces la belleza y la riqueza del Ática. ¿Podríais creerlo?
¿Ni cómo puede formarse una idea de lo que fue, por lo que es? Toda el Ática se
desprende en cierta manera del continente, se mete por el mar y se parece á un
promontorio. El mar que la envuelve, como si estuviera colocada en una vasija,
es por todas partes muy profundo. En medio de las numerosas y terribles
inundaciones que han tenido lugar durante nueve mil años, porque nueve mil años
han pasado desde aquella época, las tierras, que estas revoluciones arrastraban
desde las alturas, no se amontonaban en el suelo, como en otros países, sino que,
rodando sobre la ribera, iban á perderse en las profundidades del mar. De
suerte que, como sucede en las islas poco extensas, nuestro país, comparado con
lo que era, se parece á un cuerpo demacrado por la enfermedad; escurriéndose
por todas partes la tierra vegetal y fecunda, sólo nos quedó un cuerpo
descarnado.
·Diferencia
las inundaciones descritas en los párrafos anteriores ( que arrastraban
las tierras hasta hundirlas en el mar) de las lluvias anuales, que mantenían
las tierras "en su seno" y las fertilizaba.
Pero antes el Ática, cuyo suelo no había experimentado ninguna
alteración, tenía por montañas altas colinas; las llanuras, que llamamos ahora
campos de Felleo (10), estaban cubiertas de una tierra abundante y fértil; los
montes estaban llenos de sombríos bosques, de los que aún aparecen visibles
rastros. Las montañas, donde sólo las abejas encuentran hoy su alimento, en
tiempos no muy lejanos estaban cubiertas de árboles poderosos, que se cortaban
para levantar vastísimas construcciones, muchas de las cuales están aún en pié.
Encontrábanse también allí árboles frutales de mucha elevación y extensos
pastos para los ganados. Las lluvias, que se alcanzaban de Júpiter cada año, no
se perdían sin utilidad, corriendo de la tierra estéril al mar; por el contrario,
la tierra, después que venían á ella abundantemente, las conservaba en su seno,
las tenía en reserva entre capas de arcilla; las dejaba correr desde las
alturas á los valles, y se veían por todas partes miles de fuentes, de ríos y
de cauces de agua. Los monumentos sagrados, que se encuentran aún junto á los
antiguos lechos de los ríos, atestiguan la verdad de mis palabras. He aquí lo
que eran por naturaleza nuestros campos; los que los cultivaban, eran sin duda
verdaderos labradores, entregados exclusivamente á sus labores, amigos del
bien, de un natural excelente, y poseedores de una tierra fértil, regada por
aguas abundantes y favorecida con el más benigno de los climas.
· Cuenta
como la Acrópolis fue destruida por terremotos y lluvias en una sola
noche, siendo ésta la tercera catástrofe natural antes del diluvio de
Deucalión. En la parte alta vivían los guerreros y a su alrededor, campesinos y
artesanos. La meseta estaba vallada y los habitantes hacían vida en
espacios colectivos. Una parte de la ciudadela estaba dedicada a jardines y
lugares de esparcimiento. Tenía una fuente de la que manaba agua abundante,
desaparecida por los terremotos. Contaba con un ejército de 20.000 efectivos, tanto
de hombres como mujeres.
En cuanto á la ciudad, ved la manera con que se gobernaba en aquel
tiempo. En primer lugar, la Acrópolis (11) estaba muy distante de tener el
aspecto que hoy tiene. En una sola noche torrentes de lluvia arrastraron las
tierras con que estaba revestida, y la dejaron desnuda y despojada, en medio de
temblores de tierra y de una inundación, que es la tercera antes del diluvio de
Deucalion. Pero antes, en otra época, era tal la extensión de Id Acrópolis, que
se extendía hasta el Herídan (12) y el Iliso (13), comprendía el Pnyx (14) y
tenía el Lícabete (15) por límite por el lado opuesto al Pnyx. Estaba cubierta
de una espesa capa de tierra, y, fuera de algunos puntos, presentaba en las
alturas una llanura no interrumpida.
Estaba habitada, á los costados según se bajaba, por artesanos y labradores, que
cultivaban los campos vecinos. En la altura sólo vivía la clase de los
guerreros alrededor del templo de Minerva y de Vulcano, después de haber
rodeado esta meseta con un solo vallado, como se hace con el jardín de una sola
familia. Habitaban en común en casas situadas á la parte del Norte; en invierno
tenían salas donde comían juntos; y tenían todo lo que reclama la vida en
común, sea con relación á las habitaciones de los ciudadanos, sea con respecto
á los templos de los dioses, á excepción del oro y de la plata de que no hacían
ningún uso. Vivian tan lejos de la opulencia como de la pobreza; habitaban
casas decentes, donde vegetaban ellos y los hijos de sus hijos, y las
trasmitían sucesivamente tales como las habían recibido á hijos semejantes á
sus padres.
La parte meridional de la Acrópolis estaba
destinada a jardines, gimnasios, salas de refectorio, que dejaban de ocupar
durante el estío. En el punto, que ocupa hoy la Acrópolis (16), manaba una
fuente; y así como ahora sólo salen de ella pobres arroyos por uno ú otro lado,
entonces suministraba una agua abundante, tan saludable en invierno como en
verano, pero que desapareció á consecuencia de los temblores de tierra. Tal era
el género de vida de estos guardas de sus propios conciudadanos, de estos jefes
respetados por los demás griegos. Procuraban tener siempre á su disposición, en
cuanto fuese posible, un número igual de hombres y mujeres en estado de llevar
ya las armas y poderlas llevar aún, es decir, veinte mil. He aquí cómo
gobernaban según las reglas de la justicia su ciudad y la Grecia; he aquí lo
que eran estos hombres, celebrados y admirados de toda la Europa y de toda el
Asia por la belleza de sus cuerpos y por las virtudes de todos géneros, que
adornaban sus almas.
· Cuando
Critias era joven oyó relatos de los enemigos de Ätica. Solón tradujo los
nombres extranjeros de esos enemigos a la lengua helénica. Los manuscritos de
Solón fueron del abuelo de Critias que se los cedió a él, su nieto.
Pero ¿quiénes eran sus enemigos, remontando hasta el origen de su
historia? Esto es, amigos míos, lo que voy á exponeros y daros á conocer, si es
que no se ha borrado en mí el recuerdo de las cosas que oí contar cuando era
joven. Antes de entrar en materia, debo haceros una prevención. No os
sorprendáis al oírme muchas veces dar nombres griegos á los bárbaros, pues ved
la razón que tengo para hacerlo. Cuando Solón pensaba consignar esta relación
en sus poemas, quiso conocer la significación de los nombres, y encontró que
los egipcios, primeros autores de esta historia, los habían traducido á su
propia lengua; y el mismo Solón, á su vez, buscando el sentido de cada nombre,
le escribió en la nuestra. Estos manuscritos de Solón estaban en poder de mi
abuelo y ahora los poseo yo, que los he estudiado mucho siendo joven.
· Según
éstos, en el reparto de los territorios hecho por los dioses, a Neptuno le
correspondió la Atlántida. La describe como una isla o península con la palabra
"nesos". Fue habitada por los hijos de Neptuno y Clito, una mortal
nacida de Leuciopa, esposa de Evenor. Ocuparon una montaña poco elevada,
rodeada de una amplia llanura.
Y así, si me oís pronunciar nombres griegos, no os sorprendáis, puesto
que ya sabéis la razón. Esta larga historia comenzaba poco más ó menos de la
manera siguiente: Ya dijimos antes, que los dioses echaron suertes sobre las
diferentes partes de la tierra; que los unos obtuvieron un territorio grande,
otros uno pequeño, y que todos establecieron templos y sacrificios. Neptuno, á
quien correspondió la Atlántida, colocó en una parte de esta isla los hijos que
había tenido de una mortal. Esta parte era una llanura situada no lejos
del mar, hacia el medio de la isla, la más bella, según se dice, y la más
fértil de las llanuras. A cincuenta estadios poco más ó menos de esta llanura,
también en medio de la isla, había una montaña muy poco elevada. Allí
habitaba uno de estos hombres, que en el origen de las cosas nacieron de la
tierra, Evenor, con su mujer Leucipa.
· Neptuno
fortificó la colina de Clito con muros y fosos de tierra y mar
alternativamente. En ningún caso se menciona que sean circulares.
Estos engendraron una sola hija, llamada Clito, que era núbil, cuando
murieron sus padres; y con la que se casó Neptuno, que se enamoró de ella. La
colina (17), donde vivía Clito, fue fortificada por Neptuno, que la aisló de todo
lo que la circundaba. Hizo muros y fosos con tierra y agua del mar
alternativamente, unos más pequeños, otros más grandes, dos de tierra y tres de
agua, ocupando el centro de la isla, de manera que todas sus partes se
encontraran á igual distancia del mismo. La hizo por lo tanto inaccesible, porque
entonces no se conocían ni las naves ni el arte de conducirlas. Como era un dios, le fue fácil ordenar y
embellecer esta nueva isla, formada en medio de la otra, haciendo que salieran
del suelo dos manantiales, uno caliente y otro frió; y que produjera la tierra
alimentos variados y abundantes.
· Neptuno
tuvo cinco parejas de hijos varones mellizos entre los que dividió la Atlántida
en diez partes. Al mayor de los mellizos le dio la mejor, que era la de su
madre. Se llamaba Atlas y lo hizo rey de los demás hermanos. Al mar que
limitaba con sus tierras se le llamó Atlántico. A su hermano gemelo le di la tierra de Gadirica, en lengua indígena,
Gadir, hacia las columnas de Hércules.
Tuvo sucesivamente de Clito cinco parejas de hijos, todos varones y
mellizos, y los educó. Dividió toda la isla Atlántida en diez partes; dio al
hijo mayor de los primeros gemelos la estancia de su madre con toda la campiña
circundante, que era la más vasta y la más rica de toda la isla, y le hizo rey
de todos sus hermanos. Entre estos eligió jefes, y dio á cada uno de ellos el
gobierno sobre un crecido número de hombres y una gran extensión de territorio.
Todos ellos recibieron un nombre. El hijo mayor, el rey, de quien la isla y
este mar, llamado Atlántico, han tomado su nombre, por haber sido el primero
que reinó en ella, fue llamado Atlas. A su hermano gemelo le tocó la
extremidad de la isla, hacia las columnas de Hércules, la parte del país que se
llama Gadirica, que se llamó en griego Enmeles y en la lengua indígena Gadir, donde
tiene su origen el nombre de este país. Los hijos de la segunda pareja se
llamaron Aniferes y Euemon; los terceros, Mneseo, el mayor, y el otro
Autóctono; los cuartos, Elasipo el primero y el segundo Mestor; y en fin, los
quintos Azaes y Diaprepes.
· Los
hijos de Neptuno extendieron su poder durante muchas generaciones,
llegando hasta Egipto y la Tirrenia. Poseían grandes riquezas metalúrgicas,
destacando el oricalco, "el más precioso de los metales
después del oro". Había lagos, pantanos, toda clase de frutos,
animales salvajes y muchos elefantes.
Estos hijos de Neptuno y sus descendientes habitaron en este país durante
muchas generaciones; sometieron en estos mares otras muchas islas, y
extendieron su dominación más allá, según hemos dicho, hasta el Egipto y la
Tirrenia. La posteridad de Atlas continuó siendo siempre muy respetada; el
mayor en edad era el rey y trasmitía su autoridad al mayor de sus hijos, de
suerte que conservaron el reinado en su familia durante largos años. Era tal la
inmensidad de riquezas, de que eran poseedores, que ninguna familia real ha
poseído ni poseerá jamás una cosa semejante. Todo lo que la ciudad y los otros
países podían suministrar, todo lo tenían ellos á su disposición. Gracias á su
poder, eran importadas muchas cosas en la isla, si bien producía ésta las que
son necesarias á la vida, y por lo pronto los metales, ya fueran sólidos ó
fusibles, y hasta aquel del cual sólo conocemos el nombre, pero que en la isla
existía realmente, extrayéndose de mil parajes de la misma, el oricalco (18),que
era entonces el más precioso de los metales después del oro.
La isla suministraba en abundancia todos los materiales de que tienen
necesidad las artes, y mantenía un gran número de animales salvajes y
domesticados, y se encontraban entre ellos muchos elefantes. Todos los animales
tenían pasto abundante, lo mismo los que vivían en los pantanos, en los lagos y
en los ríos, como los que habitaban las montañas y llanuras, y lo mismo el
elefante que los otros, á pesar de su magnitud y de su voracidad. Además de
esto, todos los perfumes que la tierra produce hoy, en cualquier lugar que sea,
raíces, yerbas, plantas, jugos destilados por las flores ó los frutos, se
producían y criaban en la isla.
Asimismo los frutos blandos (19) y los duros (20), de que nos servimos
para nuestro alimento; todos aquellos con que condimentamos las viandas y que
generalmente llamamos legumbres; todos estos frutos leñosos que nos suministran
á la vez brebajes, alimentos y perfumes (21); todos esos frutos de corteza con
que juegan los niños y que son tan difíciles de conservar (22); y todos los
frutos sabrosos que nos servimos á los postres para despertar el apetito cuando
el estómago está saciado y fatigado; todos estos divinos y admirables tesoros
se producían en cantidad infinita en esta isla, que florecía entonces en algún
punto á la luz del sol.
· Describe la organización espacial de la
Atlántida con sus diferentes anillos de tierra y agua. Menciona las
dimensiones de algunas de las grandes obras de la ciudad. Relata como sus
habitantes crearon templos y palacios, puertos y dársenas. Levantaron puentes
sobre los fosos circulares que rodeaban la antigua metrópoli. Abrieron
canales por los que podían circular trirremes. En algunos pasajes de los mismos
pusieron techos para que las naves lo cruzaran a cubierto.
Utilizando, pues, todas estas riquezas de su suelo, los habitantes
construyeron templos, palacios, puertos, dársenas para las naves, y
embellecieron toda la isla en la forma siguiente: Comenzaron por echar puentes
sobre los fosos circulares, que llenaba la mar, y que rodeaban la antigua
metrópoli, poniendo así en comunicación la estancia real con el resto de la
isla. Muy al principio construyeron este palacio en el punto mismo donde habían
habitado el dios y sus antepasados. Los reyes, al trasmitírselo, no cesaron de
añadir nuevos embellecimientos á los antiguos, haciendo cada cual los mayores
esfuerzos para dejar muy atrás á sus predecesores; de suerte que no se podía,
sin llenarse de admiración, contemplar tanta grandeza y belleza tanta.
A partir desde el mar abrieron un canal de tres arpentos de
ancho, de cien pies de profundidad y de una extensión de cincuenta estadios,
que iba á parar al recinto exterior; hicieron de suerte que las embarcaciones
que viniesen del mar pudiesen entrar allí como en un puerto, disponiendo la
embocadura de modo que las más grandes naves pudiesen entrar sin dificultad. En
los cercos de tierra, que separaban los cercos de mar, al lado de los puentes,
abrieron zanjas bastante anchas, para dar paso á una trirreme: y como de cada
lado de estas zanjas los diques se levantaban á bastante altura por cima del
mar, unieron sus bordes con techumbre, de suerte que las naves las atravesaban
á cubierto. El mayor cerco, el que comunicaba directamente con el mar, tenia de
ancho tres estadios, y el de tierra contiguo tenia las mismas dimensiones.
· Los recintos de la ciudadela estaba rodeada
de varias murallas de piedras blancas, negras y encarnadas.
Cubrieron con una especie de barniz de bronce el muro exterior, de estaño
el segundo y de oricalco la Acrópolis, "que relumbraba como el
fuego". En el centro se levantaba el templo a Clíto y Neptuno con muros
revestidos de oro. En ese templo cada diez años acudían desde las provincias a
ofrecer los primeros frutos de la tierra..
De los dos cercos siguientes, el del mar tenía dos estadios de ancho, y
el de tierra tenia las mismas dimensiones que el precedente. En fin, el que
rodeaba inmediatamente la isla interior, tenia de ancho un estadio solamente.
En cuanto á la isla interior misma, donde se ostentaba el palacio de los reyes,
su diámetro era de cinco estadios. El ámbito de esta isla, los recintos y el
puerto de los tres arpentos de ancho, todo estaba revestido en derredor con un
muro de piedra. Construyeron torres y puertas á la cabeza de los puentes y á la
entrada de las bóvedas, por donde pasaba el mar. Para llevar á cabo todas estas
diversas obras, arrancaron alrededor de la isla interior y en cada lado de las
murallas, piedras blancas, negras y encarnadas. Arrancando así aquí y allá,
abrieron en el interior de la isla dos receptáculos profundos, que tenían la
misma roca por techo.
De estas construcciones, una serán sencillas; otras, formadas de muchas
especies de piedras y agradables á la vista, tenían todo el buen aspecto de que
eran naturalmente capaces. Cubrieron de bronce, á manera de barniz, el muro del
cerco exterior en toda su extensión; de estaño, el segundo recinto; y la
Acrópolis misma, de oricalco, que relumbraba como el fuego. En
fin, ved cómo construyeron el palacio de los reyes en el interior de la
Acrópolis. En medio se levantaba el templo consagrado á Clíto y á
Neptuno, lugar imponente, rodeado de un muro de oro, donde en otro
tiempo habían ellos engendrado y dado á luz los diez jefes de las dinastías
reales. A este sitio concurrían todos los años de las diez provincias del
imperio á ofrecer á estas dos divinidades las primicias de los frutos de la
tierra.
· El templo estaba revestido en su exterior de plata, "fuera de
los extremos, que eran de oro". En su interior y exterior habían tesoros y
estatuas de oro y marfil, siendo las más importante la de Neptuno, situando
centro del santuario en un carro tirado por seis corceles alados y rodeado de
cien nereidas.. El palacio de los reyes armoniza con la grandeza del
templo.
El templo sólo tenía un estadio de longitud, tres arpentos de anchura, y
una altura proporcionada; en su aspecto había un no sé qué de bárbaro. Todo
el exterior, estaba revestido de plata, fuera de los extremos, que eran de oro. Por
dentro, la bóveda, que era toda de marfil, estaba adornada de oro, plata y
oricalco. Los muros, las columnas, los pavimentos, estaban
revestidos de marfil. Se veían estatuas de oro, siendo de notar la del dios
(23), de pié sobre su carro, conduciendo seis corceles alados, tan alto, que su
cabeza tocaba á la bóveda del templo, y rodeado de cien nereidas sentadas sobre
delfines. Se creía entonces, que tal era el número de estas divinidades. A esto
se agregaban un gran número de estatuas, que eran ofrendas hechas por
particulares. Alrededor del templo, en la parte exterior, estaban colocadas las
estatuas de oro de todas las reinas y de todos los reyes descendientes de los
diez hijos de Neptuno, así como otras mil ofrendas de reyes y de particulares,
ya de la ciudad, ya de países extranjeros, reducidos á la obediencia.
Por su grandeza y por su trabajo, el altar estaba en armonía con estas
maravillas; y el palacio de los reyes era tal cual convenía á la extensión del
imperio y á los ornamentos del templo. Dos fuentes, una caliente, otra fría,
abundantes é inagotables, gracias á la suavidad y á la virtud de sus aguas
satisfacían admirablemente todas las necesidades; en las cercanías de las casas
se encontraban árboles, qué mantenían la frescura; depósitos de agua á cielo
abierto, y otros cubiertos con su techumbre para tomar baños calientes en
invierno, aquí los de los reyes, allí los de los particulares, en otra parte
los de las mujeres; y otros, en fin, destinados á caballos y en general á las
bestias de carga, adornados todos y decorados según su destino. El agua, que salía
de aquí, iba á regar el bosque de Neptuno, donde árboles de una magnitud y de
una belleza en cierta manera divina se ostentaban sobre un terreno fértil y
vegetal; y pasaba después á los cercos exteriores por acueductos abiertos en la
dirección de los puentes.
· Además
del templo de Clito y Netuno había otras divinidades, además de hipódromos,
gimnasios y jardines intramuros. También había cuarteles pasa el ejército,
situándose los cuerpos de más confianza más próximos a la acrópolis y el
palacio. En el puerto habían muchas naves y gentes procedentes de todas partes
del mundo, que de día y de noche formaban una algarabía continúa.
Numerosos templos, consagrados á varias divinidades; muchos jardines;
gimnasios para los hombres; hipódromos para los caballos; todo esto había sido
construido en cada uno de los cercos ó murallas (24) que formaban como islas.
Era de notar, sobre todo en el centro de la mayor de éstas islas, un hipódromo
de un estadio de largo, que en su longitud abrazaba toda la vuelta de la isla,
y donde se presentaba vasto campo para la carrera de los caballos y para la
lucha. A derecha é izquierda había cuarteles destinados á la mayor parte de la
gente armada; las tropas, que inspiraban más confianza, se alojaban en la más
pequeña de las murallas, que era también la más próxima a la Acrópolis; y en
fin, la tropa de más confianza vivía en la Acrópolis misma cerca de los reyes.
Las dársenas para las naves estaban llenas de trirremes y de todos los
aparatos que reclaman estas embarcaciones; y estaba todo, en perfecto orden. He
aquí cómo estaba dispuesto todo alrededor del palacio de los reyes. Más allá, y
á la parte exterior de los tres puertos, un muro circular comenzaba en el mar,
seguía el curso del mayor cerco y del mayor puerto á una distancia de cincuenta
estadios, y volvía al mismo punto, para formar la embocadura del canal situado
hacia el mar. Multitud de habitaciones, próximas las unas á las otras, llenaban
este intervalo; el canal y el puerto rebosaban de embarcaciones y mercaderes, que
llegaban de todas las partes del mundo, y de esta muchedumbre nacía día y noche
un ruido de voces y un tumulto continuos. Creo haber referido fielmente en este
momento lo que cuenta la tradición sobre esta ciudad, antigua estancia de los
reyes.
· Descripción topográfica de la Atlántida. El
suelo estaba muy elevado sobre el nivel del mar. Alrededor de la ciudad había
una llanura que la circundaba a su vez rodeada de montañas que se prolongaban
hasta el mar. En la parte de la isla que miraba al Mediodía había una llanura
cuadrilonga, de 3000 estadios de un lado y 2000 de otro, con "populosas
poblaciones", ríos y lagos. Estaba rodeada por un foso artificial al que
vertían las aguas de las montañas. "Tocaba en la ciudad por sus dos
extremidades". Para transportar los troncos de madera de las montañas se
hicieron fosos que se comunicaban entre sí.
Ahora necesito exponer lo que la naturaleza hizo en el resto de este
país, y las bellezas que le añadió el arte. Por lo pronto, se dice que el suelo
estaba muy elevado sobre el nivel del mar, y las orillas de la isla cortadas á
pico; que alrededor da la ciudad se extendía una llanura que la rodeaba, y que
esta misma estaba rodeada de montañas, que se prolongaban hasta el mar; que
esta llanura era plana y uniforme y prolongada, y que tenia de un lado tres mil
estadios, y del mar al centro más de dos mil. Esta parte de la isla miraba al
Mediodía, y no tenía nada que temer de los vientos del Norte. Eran objeto de
alabanza las montañas que formaban como una cintura, y excedían en número, en
grandor y en belleza á todas las que se conocen hoy día. Abrazaban ricas y
populosas poblaciones, ríos, lagos, praderías, donde los animales salvajes y
domesticados encontraban un abundante alimento, así como encerraban numerosos y
vastos bosques, donde las artes encontraban materiales de toda especie para
obras de todas clases.
Tal era esta llanura, gracias á los beneficios de la naturaleza y á los
trabajos de gran número de reyes durante un largo trascurso de tiempo. Tenía la
forma de un cuadrilongo recto y prolongado, y si faltaban estas condiciones en
algún punto, esta irregularidad había sido corregida al, trazar el foso que la
rodeaba. En cuanto á la profundidad, anchura y longitud de este foso es difícil
creer lo que se cuenta, cuando se trata de un trabajo hecho por la mano del
hombre, y si se compara con las demás obras del mismo género; sin embargo, es
preciso que os repita lo que he oído decir. Estaba abierto hasta la profundidad
de un arpento; tenia de ancho un estadio, rodeaba toda la llanura, y no tenia
de largo menos de diez mil estadios. Recibía todos los cauces de agua, que se
precipitaban de las montañas, rodeaba la llanura, tocaba en la ciudad por sus
dos extremidades, y de allí iba á desembocar en el mar. Del borde superior de
este foso, partían otros cien pies de ancho, que cortaban la llanura en línea
recta y volvían al mismo foso, al aproximarse al mar; estos fosos particulares
distaban entre sí cien estadios. Para trasportar por agua las maderas de
las montañas y los diversos productos de cada estación á la ciudad, hicieron
que los fosos comunicaran entre sí y con la ciudad misma por medio de canales
abiertos transversalmente. Notad que la tierra daba dos cosechas por año,
porque era regada en invierno por las lluvias de Júpiter, y en verano era
fecundada por el agua de los estanques.
· Repartición de las levas por territorio. Contribución al
ejército de las gentes de la llanura: Cada división territorial
tenía una extensión de cien estadios. El territorio estaba dividido en 60.000
divisiones (por lo que se puede estimar una extensión de 60.000 x 100 =
6.000.000 de estadios) solamente en la llanura. Los habitantes de las montañas
y el resto del país también contribuían a las fuerzas militares de la ciudad.
El número de soldados, con que debían contribuir los habitantes de la
llanura que estuvieran en estado de llevar las armas, se había fijado de esta
manera. Cada división territorial, debía elegir un jefe. Cada división tenía
una extensión de cien estadios, y había sesenta mil de
estas divisiones. En cuanto á los habitantes de las montañas y de las otras
partes del país, la tradición cuenta que eran infinitos en número; fueron
distribuidos, según las localidades y las poblaciones, en divisiones
semejantes, cada una de las que tenía un jefe. El jefe debía suministrar, en
tiempo de lucha la sexta parte de un carro de guerra, de manera que se
reunieran diez mil; dos caballos con sus jinetes, un tiro de caballos, sin
carro; un combatiente armado con un pequeño broquel; un jinete para conducir
dos caballos; infantes pesadamente armados, arqueros, honderos, dos de cada
especie; soldados armados á la ligera ó con piedras ó con azagayas, tres de
cada especie; cuatro marinos para maniobrar en una nota compuesta de mil
doscientas naves. Tal era la organización de las fuerzas militares en la
ciudad real.
· Organización política de las otras nueve
provincias del reino. Cada
provincia tenía organización independiente, si bien compartían leyes comunes
dadas por Neptuno y gravadas en una columna de oricalco en el templo que había
en el centro de la isla. Los reyes se reunían cada cinco años-seis años.
Respecto á las otras nueve provincias, cada una tenía la suya, y nos
extenderíamos demasiado, si habláramos de ello. En cuanto al gobierno y á la
autoridad, he aquí el orden que se estableció desde el principio. Cada uno de
los diez reyes tenia en la provincia, que le había correspondido y en la ciudad
en que residía, todo el poder sobre los hombres y sobre la mayor parte de las
leyes, imponiendo penas y la muerte á su capricho. En cuanto al gobierno
general y á las relaciones de los reyes entre sí, las órdenes de Neptuno eran
su regla. Estas órdenes les habían sido trasmitidas en la ley soberana; los
primeros de ellos las hablan gravado en una columna de oricalco, levantada en
medio de la isla en el templo de Neptuno. Los diez reyes se reunían
sucesivamente el quinto año y el sexto, alternando los números par é impar. En
estas asambleas discutían los intereses públicos, averiguaban si se había
cometido alguna infracción legal, y daban sus resoluciones. Cuando tenían que
dictar un fallo, ved como se aseguraban de su fe recíproca.
Después de dejar en libertad algunos toros en el templo de Neptuno, los
diez reyes quedaban solos y suplicaban al dios, que escogiera la víctima que
fuese de su agrado, y comenzaban á perseguirlos sin otras armas que palos y
cuerdas. Luego que cogían un toro, le conducían á la columna y le degollaban
sobre ella en la forma prescrita. Además de las leyes estaba inscripto en esta
columna un juramento terrible é imprecaciones contra el que las violase.
Verificado el sacrificio y consagrados los miembros del toro según las leyes,
los reyes derramaban gota á gota la sangre de la víctima en una copa, arrojaban
lo demás en el fuego, y purificaban la columna. Sacando en seguida sangre de la
copa con un vaso de oro, y derramando una parte de su contenido en las llamas,
juraban juzgar según las leyes escritas en la columna, castigar á quien las
hubiere infringido, hacerlas observar en lo sucesivo con todo su poder, y no
gobernar ellos mismos ni obedecer al que no gobernase en conformidad con las
leyes de su padre.
Después de haber pronunciado estas promesas y juramentos por sí y por sus
descendientes; después de haber bebido lo que quedaba en los vasos y haberlos
depositado en el templo del dios, se preparaban para el banquete y otras
ceremonias necesarias. Llegada la sombra de la noche y extinguido el fuego del
sacrificio, después de vestirse con trajes azulados y muy preciosos, y de
haberse sentado en tierra al pié de los últimos restos del sacrificio, cuando
el fuego estaba extinguido en todos los puntos del templo, dictaban sus juicios
ó eran ellos juzgados, si alguno había sido acusándole de haber violado las
leyes. Dictados estos juicios, los inscribían, al volver de nuevo el día, sobre
una tabla de oro, y la colgaban con los trajes en los muros del templo, para
que fueran como recuerdos y advertencias.
Además había numerosas leyes particulares relativas á las atribuciones de
cada uno de los reyes. Las principales eran: No hacerse la guerra los unos á
los otros; prestarse recíproco apoyo en el caso de que alguno de ellos
intentase arrojar á una de las razas reales de sus Estados; deliberar en común,
á ejemplo de sus antepasados, sobre la guerra y los demás negocios importantes,
dejando el mando supremo á la raza de Atlas. El rey (25) no podía condenar á
muerte á ninguno de sus parientes (26) sin el consentimiento de la mayoría
absoluta deles reyes. Tal era el poder, el formidable poder, que en otro tiempo
se creó en este país, y que la divinidad, según la tradición, volvió contra el
nuestro por la razón siguiente. Durante muchas generaciones, mientras se
conservó en ellas algo de la naturaleza del dios á que debían su origen, los
habitantes de la Atlántida obedecieron las leyes que habían recibido y
respetaron el principio divino, que era común á todos. Sus pensamientos eran
conformes á la verdad y de todo punto generosos; se mostraban llenos de
moderación y de sabiduría en todas las eventualidades, como igualmente en sus
mutuas relaciones. Por esta razón, mirando con desdén todo lo que no es la
virtud, hacían poco aprecio de los bienes presentes, y consideraban
naturalmente como una carga el oro, las riquezas y las ventajas de la fortuna.
Lejos de dejarse embriagar por los placeres, de abdicar el gobierno de sí
mismos en manos de la fortuna, y de hacerse juguete de las pasiones y del
error, sabían perfectamente que todos los demás bienes acrecen cuando están de
acuerdo con la virtud; y que, por el contrario, cuando se los busca con
demasiado celo y ardor perecen, y la virtud con ellos. Mientras los habitantes
de la Atlántida razonaban de esta manera, y conservaron la naturaleza divina de
que eran participes, todo les salía á satisfacción, como ya hemos dicho. Pero
cuando la esencia divina se fue aminorando por la mezcla continua con la
naturaleza mortal; cuando la humanidad la superó en mucho; entonces, impotentes
para soportar la prosperidad presente, degeneraron. Los que saben penetrar las
cosas, comprendieron que se habían hecho malos y que habían perdido los más
preciosos de todos los bienes; y los que no eran capaces de ver loque
constituye verdaderamente la vida dichosa, creyeron que habían llegado á la
cima de la virtud y de la felicidad, cuando estaban dominados por una loca
pasión, la de aumentar sus riquezas y su poder.
Entonces fue cuando el dios de los dioses, Júpiter, que gobierna según
las leyes de la justicia y cuya mirada distingue por todas partes el bien del
mal, notando la depravación de un pueblo antes tan generoso, y queriendo
castigarle para atraerle á la virtud y á la sabiduría, reunió todos los dioses
en la parte más brillante de las estancias celestes, en el centro del universo,
desde donde se contempla todo lo que participa de la generación, y teniéndolos
así reunidos, les habló de esta manera...
FIN DEL TOMO VI.
Gacelas
minoicas del palacio de Knossos (Creta)
_____________________________________________
NOTAS.
(1) Critias veía en la religión una
invención de los gobernantes para someter a los ciudadanos.
(2) La naturaleza propiamente dicha..
(3) La antigua Atenas.
(4) Posiblemente África.
(5) Lengua de tierra en medio del mar, que une
la Acaya al Peloponeso. (Escoliasta).
(6) Montaña de Beocia.
(7) Montaña situada entre el Ática y la
Beocia
(8) Ciudad de Beocia.
(9) Río de Beocia
(10) Era, dice el Escoliasta, una llanura
árida y pedregosa.
(11) Literalmente, la ciudad elevada. En
ella estaba la ciudadela de Atenas, la Atenas de la historia.
(12) Río del Ática.
(13) Río también del Ática.
(14) Plaza de Atenas donde tuvieron lugar al
principio las asambleas del pueblo.
(15) Montaña del Ática que debe su nombre al
gran número de lobos (Xúxot;) que la poblaban.
(16) Ciudadela.
(17) Una montaña de poca elevación antes
mencionada.
(18) Hidrocarbonato de cobre y de zinc,
conocido por los antiguos con el nombre de oricalco.
(19) La vid.
(20) El trigo
(21) ¿Cocos?
(22)¿Nueces?
(23) Neptuno.
(24) De tierra, separados por cercos de agua
ó fosos.
(25) Aquel que ejercía el poder supremo o
rey de reyes.
(26) Los otros nueve soberanos.
174,125
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