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jueves, 15 de junio de 2017

LOS PRIMEROS TEATROS EN CUBA



Por 

CESAR GARCIA PONS 

Nos había invitado el doctor Juan José Arron, profesor de historia de literatura hispanoamericana en Yale, y la invitación significaba el uso y disfrute del "llavín de Yale", según descubrimiento de Raúl Roa. Ibamos, pues, a la gran universidad de New Ha­ven en excepcionales condiciones para informarnos de boca de quien, en ad­mirable armonía, ha podido fundir el espíritu que le diera su influencia con la más sólida cubanidad.

Abiertas las puertas -porque Arron es de veras un magnífico llavín parlante- la ciudad universitaria se nos entrega cuanto fué posible tomarla, en su doble dimensión de piedra y espíritu. Así, junto al gótico y el colonial inglés, y la talla lujosa, se levanta la orienta­ción educadora, formativa, del gran centro de cultura que se propone crear caballeros en sus alumnos, a poner en continente fortalecido por el deporte y la vida higiénica, la esencia de una norma total de conducta.

La paz de Yale, que discurre por en­tre edificios y avenidas que serían el orgullo de cualquier centro urbano, es una paz monástica. Sus silencios valen por el silencio del convento; sus calmas, en los patios poblados de árboles, se sienten como si pesaran materialmente sobre uno. Y, sin embargo, de esa vida serena y tranquila salen cada año a llenar de movimiento y acción los caminos del mundo aquellos que, traspasada la bellísima Puerta del Graduado, se lanzan, dueños ya de la "pipa de la paz", a la aventura de la existencia indepen­diente.

Aquel día en Yale el visitante y el anfitrión hablaron de muchas cosas. En el rincón del profesor (un departamento que es el mejor ámbito para el retiro fecundo) se habló de Cuba -naturalmente- y de cosas lejanas e ignoradas de la historia de su cultura. Mientras el invitado se reponía de la larga caminata en la amplia butaca que allí sé conoce por "la cátedra de Chacón y Calvo" -porque este maestro de la investigacion y de la crítica la ocupó en ocasión de visita semejante- el profesor se fué, siglos abajo, a evocar los orígenes y el desarrollo de la literatura dramática en Cuba.

De los recuerdos de aquella tarde son estas notas sobre los primeros teatros que tuvo la Habana en pleno siglo XVIII y en los comienzos del XIX.


Hasta 1776 el arte teatral en La Habana estuvo circunscrito a representaciones circunstanciales y esporádicas, constituyendo tan largo tiempo, pues que comenzó apenas puso su planta en ella el colono español, el período inicial de las actividades teatrales en Cuba. El Marqués de la Torre, gobernador de la Isla, se anota el tanto de haber re­suelto no sólo la edificación del primer teatro con que contara el País, sino el modo, hábil y elevado ciertamente, de auspiciar su construcción. Como era frecuentísimo durante los días coloniales para toda cosa de interés público, hubo su pugna, en torno a este primer paso formal del arte dramático, entre la Iglesia y el pueblo. Ocupaba entonces la mitra Habanera S.I. don Santiago José de Echevarria, el primer Cubano con dignidad apostólica, y en sus planes, sustitutos de los que habían tado nombre y prestigio a su predeccesor, Morell de Santa Cruz, figuraba la construcción de un edificio para dar hogar propio a la Casa de Recogidas (asilo de mujeres desamparadas o viciosas). Los buenos deseos del prelado no movieron en verdad poco ni mucho el ánimo de sus diocesanos, y en cambio halló en ellos entusiasta simpatía la iniciati­va de acometer la construcción de un coliseo que supliera a la casa particular del callejón de Jústiz, próximo a la Plaza de Armas, donde se venían repre­sentando entremeses y comedias.
Al despego de los vecinos se agregó, para alimentar la oposición del Obispo a la construcción del teatro, su desavenencia con tales representaciones. Pero el Marqués de la Torre, que comulgaba con ambos proyectos, llamó a junta al cabildo municipal y a todos los vecinos adinerados y dió a conocer el me­ dio de que pensaba valerse para que los aficionados al teatro, que eran los más, y los devotos del anhelo del Obispo, que eran los menos; quedaran confor­mes. Se dispondría una ponina, se re­uniría un fondo común, se fabricaría el coliseo y, una vez terminado, se haría "legítima y solemne donación de él a la Casa de Recogidas", a los fines de que dispusiera de las rentas que produjere. Por este procedimiento el pueblo tendría teatro y el Obispo sería servido en la incrementación de los dineros que reclamaba su propósito.
El regidor José Cipriano ·de la Luz, padre de quien años más tarde iba a ser el más grande maestro de la juventud cubana, vió levantarse a poco junto a su casa, en el extremo de la Alameda de Paula, entre la bahía y Oficios,
(el Teatro de Tacón y parte del Paseo de Isabel. Vista tomada desde la Puerta de Monserrate. Se ven también, la famosa Acera del Louvre, limitada por el Hotel Inglaterra y los Helados de París, antes de tener los soportales. (Del álbum Isla de Cuba, dibujos y litografías de Mialhe)

(Vista del Teatro Principal. Dibujo y grabado de F. Míalhe, impreso en la litografía de la Real Sociedad Patriótica y publicado en el álbum Isla de Cuba.)

primer teatro de Cuba, "el más bello y hermoso teatro de la monarquía", si creemos a José María de la Torre. El 18 de mayo de 1776, don Luis de Pe­ñalver, director de la Casa de Recogi­das, recibió la donación. Y el Coliseo parece que en realidad se las traía. Se alababa, desde "El Regañón de la Havana", por Ventura Pascual Ferrer, su "arquitectura majestuosa"; por Hum­boldt, que lo vió en su segundo viaje a Cuba, las decoraciones que acababa de pintarle Perovani.
Al Coliseo o teatro de la Alameda, sigue, por 1792, mientras sufría éste clausura temporal, un teatrico ubicado donde finalizaba la calle de Jesús María. Y en 1800; otro, no menos humilde, en el Campo de Marte, extramuros. En 1827 se levanta el de la calle de Cien­fuegos, y en el mismo año el Diorama de Juan Bautista Vermay, que en 1830 se adaptaría a teatro, porque buen nú­mero de cómicos pululaban sin tablas en que actuar.
Las representaciones eran un eco es­páñol. Junto a compositores del patio frguraban en los programas autores clá­sicos. La función reproducía las de en­tonces en España. El "Papel Periódico de la Havana" da cuenta de algunos programas: "Hoy -24 de octubre de 1790- representará la Compañía de Cómicos la comedia "Los áspides de Cleopatra" (Rojas Zorrilla). En el primer intermedio se ejecutará una pieza titulada: "El cortejo subteniente, el marido más paciente y la dama impertinente" (Ventura P. Ferrer). Y en el segundo se cantará una tonadilla a dúo titulada "El catalán y la buñueleda".

Para el jueves: "El médico supuesto"'. En el primer intermedio se representará el entremés: "El informe sin forma" (José J. Castro). Y en el segundo una tonadilla a solo titulada "Las casualidades".
La vida teatral era intensa. El gusto público se dejaba sentir. "El sí de las niñas", de Moratín, hizo toda una tem­porada, y los sainetes de Ramón de la Cruz resultaban tan conocidos como en la Península. El teatro extranjero alcanzó su lugar. "Zaire", de Voltaire, fué representada en la traducción de García de la Huerta. Desde 1791 los habaneros, por otra parte, conocían la ópera "Zémire et Azor", de Grétry.
El teatro de la Alameda, en la medi­da que La Habana crece y se va exten­diendo más alla de la muralla, queda más lejos. Don Miguel Tacón, gober­nador y capitán general, induce a Francisco Marcí, "Pancho Marty", a cons­truir un vasto coliseo. Su ayuda oficial consistiría en facilitarle toda la piedra de que dispusieran las canteras del Gobierno, y seis bailes de máscaras en su beneficio. Próximo al Campo de Marte y contiguo al Paseo de Isabel II, se irguió el Teatro' Tacón, de cinco pisos y pórtico, de orden dórico, de treinta y tres pies de altura. Alguien dijo en su elogio: "Este (el Tacón) es mag­nífico, y honraría la capital ( de España), que sólo cuenta con los mezquinos del Príncipe y de la Cruz".
Tacón monopolizó la más alta categoría. Fué desde su inauguración el gran teatro: 56 palcos principales de primero y segundo piso, 8 de tercer piso, 6 grillés, 112 butacas en el tercer piso, 552 lunetas, 111 sillones delanteros de tertulia, 102 sillones delanteros de ca­zuela, 500 asientos de cazuela, en suma, capacidad de asientos para 2,287 per­sonas.
En 1846 un huracán da cuenta, destruyéndolo, del teatro Principal, el viejo coliseo de la Alameda. Para re­emplazarlo, el 12 de febrero del año siguiente surge el Teatro del Circo o Circo Habanero , más adelante conocido por Teatro de Villanueva. Su dueño fué el director de la carpintería en el Tacón, don Miguel Nin y Pons. Su capacidad admitía 1,300 espectadores . Estaba situado en La Punta, con frente a la calle Colón.
Villanueva sirvió preferentemente a la vida teatral cubana. Los nativos lo distinguían y la concurrencia matizaba su ámbito de una marcada tendencia criolla y separatista. Además, fué el teatro que recogió la tradición artísti­ca de Covarrubias, y donde privaba el sainete del patio y la típica guaracha. Era, por añadidura, donde se veían señoritas que sujetaban el pelo en cas­cada con cintas blancas y azules, y literatos y escritores haciendo tertulia bajo la mirada inquisitiva del voluntario intransigente:
El teatro terminó por relacionarse en 1869 con la lucha independentista que desde el año anterior se libraba en los campos de Vuelta Arriba. La noche del 22 de enero se dió una función de beneficio de "varios insolventes" y se puso en escena el sainete "Perro huevero aunque le quemen el hocico", Juan Francisco Valerio. Los Cubano llenaron la sala. Entre la escena y la concurrencia había un entendido patrió­tico a base de las décimas de la obra, cargadas de intención política:
"Hay una estrecha vereda en el monte floreciente para que la indiana gente llegar a sus faldas pueda..."

Y Céspedes por los montes andaba, llamando a los cubanos a sumarse a su causa. Al fin, una décima concluye:
¡ Que vivan los ruiseñores --que se ali­mentan con caña! Y una voz desde las gradas exclama: ¡Muera España! La historia de nuestras luchas por la li­bertad política ha registrado el hecho que siguió a la rimante expresión del anónimo dicterio. Los voluntarios des­cargaron, furiosos, sus fusiles sobre la concurrencia. Mujeres, niños y hom­bres, sacudidos de terror, recibieron, in­defensos, la muerte. Se le recuerda por "los sucesos de Villanueva".
La facundia adversa al ideal de los cubanos halló pronto respuesta que dar al sentido criollo de "El perro huevero". Luis Martínez Casado escribió "El Go­rrión", recogiendo los funerales que, a propuesta de un voluntario, se organiza­ ron en La Habana en honor de un gorrioncito encontrado muerto en un parque. Al insólito funeral había acudido tropa, autoridades y pueblo español. La obra respondía a ese simbolismo de la lealtad de espana.
Estos fueron los teatros primeros de La Habana. No es posible, sin embargo, describir sus nombres sin agregar, con especial mención, el de José Francisco Covarrubias, el gran actor cómi­co, autor a su vez, que llenó durante cincuenta años la escena habanera, dándole gloria inusitada y creando su mas antigua tradición. Covarrubias fué un autodidacta. Se estrenó como actor en el Circo de Marte o Circo Habanero y se despidió de las tablas, cincuenta años después, en Villanueva, originariamente Teatro del Circó. Esta es la última décima que oyeron de sus labios cansados los habaneros de entonces:

En un circo que de Marte
en el campo se formó,
mi carrera principió
en el dramatico arte.
Ya de ella en la última parte
a otro nuevo circo- paso,
y éste que parece acaso
será, el destino intente,
que en un circo sea mi oriente
y en otro circo mi ocaso.

El profesor de Yale aquella. tarde inolvidable no terminó su incursión por la historia del teatro habanero, sin decirnos: Y si quieres algo más, toma mi "Historia de la literatura dramática en Cuba" que nuestra universidad, como una colaboración a la cultura hispano­ americana, acaba de publicar. Algo más, mi querido Arron? En verdad mucho más. La primera sería, istemática, triunfal interpretación de los orígenes del teatro en Cuba.

Nota:  Publicado en la Habana: Revista "Islas" Embajada U.S.A 1945 

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