Por Eduardo Lolo
Primera parte
Primera parte
[Conferencia presentada en la Sesión General de Inauguración del 98º Congreso Anual de la American Association
of Teachers of Spanish and Portuguese (AATSP) el viernes 8 de julio de 2016 en el Miami Marriot Biscayne Bay Hotel,
en Miami, Florida. Publicada por primera vez en la revista Hispania (Volumen 100, Número 1, Marzo de 2017, Páginas
3-15), como “Hispania Special Feature” de ese número e introducido por Sheri Spain Long (Editora de la revista) en
estos términos: “To help us launch Hispania’s anniversary year, I invited esteemed colleague and AATSP member Dr.
Eduardo Lolo (see bio below) to publish his engaging address from the General Opening Session of the 98th Annual
Conference of the AATSP in Miami, Florida. His plenary reminds us of the special place and space that both Cuban
and Cuban-American literature and culture occupy in local, global, and universal letters.” (p.2)]
La Palma Real (Roystonea regia) es el árbol nacional de
Cuba, cuya imagen puede verse, incluso, adornando majestuosa
el Escudo Nacional. Por su esbeltez y el penacho que
la corona –que semeja una cabellera femenina liberada–, José
Martí calificó las palmas reales, desde su óptica de exiliado,
como “novias que esperan”. Estos árboles gráciles no
necesitan cultivo alguno: nacen firmes de manera espontánea,
a golpe de sol de arrebato y telones de lluvia tropical.
A resultas de ello, desde mucho antes de la llegada de los
españoles y hasta nuestros días, el palmar constituye la
imagen más icónica, generalizada y estable del paisaje
cubano, cubriendo todos los campos de la Isla. Sin embargo,
no pocas veces las palmas reales se ven bestialmente azotadas
por el viento que ruge de boca de los huracanes que
frecuentemente visitan el trópico. Salen entonces volando
sus cabelleras, cruzando llanos y montañas, dando saltos en
las olas de los mares que abrigan la Isla toda: su nobleza
verde cabalgando azul, cambiando el idioma de la tierra por
el lenguaje de las aguas y, a través de este, al de otras tierras.
Un tanto igual pudiera decirse del desarrollo de la literatura cubana desde su nacimiento
en tanto que segmento de un corpus cultural que rebasa el carácter insular de la nacionalidad que
le sirve de origen. Consecuentemente, la literatura cubana también se aparta del monolingüismo
que constituye el patrón común de la mayoría de las literaturas nacionales establecidas,
desarrolladas en la lengua (oficial o no) de la generalidad de sus habitantes. Propicia semejante
característica sui generis el devenir/departir histórico de Cuba, con la paradójica condición de ser
un país de inmigrantes/emigrantes, en masivos fenómenos cíclicos que han hecho de la Isla de la
Palma Real añorado punto de llegada o de trágica huida, en algunas ocasiones de manera
simultánea. Como consecuencia de esa incongruente dicotomía, muchas de las obras maestras de
la literatura cubana han sido escritas fuera del terruño patrio, no pocas de ellas en una lengua
diferente del español.
En sus inicios, el viaje más común fue a la semilla de sus hablantes: España. En efecto,
algunos de sus escritores nacidos en la Isla de padres peninsulares o criollos, desarrollaron total o
parcialmente sus mejores obras en la tierra de sus antepasados: palmas nacidas entre olivares,
“Las palmas son novias”, de Ileana Ferrer
Govantes. Óleo sobre lienzo, 24”x30” abrigadas de vides. Fue tal la calidad de sus trabajos, que algunos de ellos son estudiados como
propios tanto en Cuba como en España. Por lógicas rozones de espacio voy a llamar la atención
sobre dos de ellos solamente: Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873) y Eduardo Zamacois
(1873-1971).
La primera, nacida en Camagüey, hizo el viaje en olas de retorno a la raíz cultural hispana
siendo muy joven. Ya las palabras le salían, a borbotones, de la mirada. La misma que, húmeda de
nostalgia prematura, diera luz a su más famoso soneto: “Al partir”.
En España su familia se ubicó en el norte de la península. Pero el gris gallego era demasiado
lúgubre para las pupilas de la camagüeyana, acostumbradas a la luz de alarido del ardiente sol
tropical. Abandona, entonces, el hogar filial y trata de trasplantarse en un suelo más propicio al
recuerdo cálido que la perseguía: a Sevilla se fue en busca de
soles sin sombras; en Sevilla descansa hoy a la sombra soleada
del recuerdo de sus lectores, tanto en Cuba como en Espa-
ña. Pero entre el viaje inicial y el descanso postrero logró
desarrollar una vasta obra que cubre diversos géneros
literarios; todos en la cima de su tiempo. Vivió tan intensamente
como escribía; rompió moldes morales, políticos,
sociales y estéticos. En particular su teatro la hizo favorita del
público español; su vertical crítica a la esclavitud y su
reivindicación del indio, precursora del abolicionismo y el
indigenismo; su ofensiva contra el control masculino del
status quo de la época, predecesora del feminismo; su nada
convencional vida amorosa, poco menos que una estigmatizada
moral, aunque a la postre terminara viviendo como una
beata ermitaña, escribiendo rezos. Así de compleja, intensa y
contradictoria fue su vida, con tantos éxitos en lo profesional
como fracasos en lo personal; pues es el caso que la tragedia
de su vida superó las tragedias que escribiera.
Son muchas sus obras de alcance universal. Baste mencionar sus piezas de teatro Saúl
(1849) y Baltasar (1858), las novelas Sab (1841) y Guatimozín (1845) así como las dos ediciones
de su obra poética en 1841 y 1851.
El otro ejemplo de un escritor cubano que conquistó la fama en España que quiero destacar
es el del pinareño Eduardo Zamacois. A su salida de Cuba a los 4 años de edad, su familia vivió
brevemente en Bruselas y París antes de asentarse definitivamente en España. Agitado y rebelde
como la Avellaneda y los penachos de las palmas, abandonó los estudios universitarios para
dedicarse al periodismo, faceta en la cual editó importantes publicaciones periódicas; también fue,
fugazmente, corresponsal y cronista de guerra. Al mismo tiempo, Zamacois desarrolló una
fundamental obra ficcional, básicamente en la narración breve y el teatro. Fue un bohemio
extremadamente libertino ‒o “sicalíptico”, como se le llamaba entonces a quienes vivían tan afuera
de las normas morales. Quizás por ello sus primeras obras tuvieron un marcado tinte erótico, que
escandalizó a la sociedad española de la época. Empero, su prosa narrativa no era nada comercial
o descuidada como muchos relatos de características semejantes, sino que se destaca por presentar
una especie de fresco realista de la vida ordinaria que refleja. En entregas posteriores el elemento
social o histórico sería determinante, con el tratamiento de temas considerados muy espinosos en
la literatura peninsular de las primeras décadas del siglo XX tales como la vida de los presos, el
homosexualismo y la existencia marginal de los barrios bajos madrileños.
Gertrudis Gómez de Avellaneda. Lo harían célebre obras tales como Amar a oscuras (1894), El punto negro (1897), Horas
crueles (1905), El Otro (1909) ‒luego adaptada al teatro por el mismo Zamacois‒, la trilogía
novelística que comenzaría con Las raíces (1927), la selección de cuentos La risa, la carne y la
muerte: cuentos irónicos, cuentos pasionales, cuentos de asesinos, ladrones y fantasmas (1930),
la farsa grotesca Don Juan hace economías (1936), la novela de intención histórica El asedio de
Madrid (1938), y un largo etcétera. Fue, asimismo, un exitoso conferencista, precursor del uso de
medios audiovisuales en sus presentaciones. No menos notoria fue su labor en la radio, tanto como
escritor de libretos dramáticos (las populares “radio novelas” de origen cubano) como de comentarista.
Más allá de su cultivo de las novelas radiales, siempre mantuvo un estrecho nexo con la
Isla donde viniera a la vida. Su visita de joven a la finca “La Ceiba” donde había nacido (ubicada
en la provincia de Pinar del Río y propiedad suya por mucho tiempo), le hizo entrar en contacto
directo con el “guajiro” cubano, cuya sombra adolorida emergería luego tras la figura del labrador
español retratado en Las raíces.
Mi selección de Zamacois tiene un objetivo adicional:
llamar la atención sobre un autor en la actualidad prácticamente
olvidado, tanto por el público como por la crítica, lo mismo en
Cuba que en España. Y ello a pesar de haber sido uno de los
escritores más leídos de su tiempo y haber llamado la atención
de los estudiosos de la literatura desde sus primeras obras.
Conjeturo que semejante olvido pudiera estar
relacionado con su nada ortodoxa postura política, mantenida
en una época de marcado fanatismo ideológico, en la cual los
colores grises resultaban un anatema. Al comienzo de la Guerra
Civil Española, Zamacois no dudó en expresar sus simpatías
con el bando republicano y demostrarlo en sus escritos. Pese a
ello, al final de la contienda las autoridades republicanas
ordenaron su apresamiento por razones nunca aclaradas por
Zamacois.
Cómo se libró de la ira de los dos bandos españoles en
pugna, sería tema para una novela, que él nunca escribió. Paso
a hacer un resumen: Cuando se ordenó su apresamiento se
encontraba en Barcelona. Unos amigos de las fuerzas republicanas, enterados de la orden de
detención en su contra y temiendo por su vida, se adelantaron a quienes debían cumplir la
disposición y fingieron su apresamiento, aunque en realidad lo que hicieron fue ocultarlo de sus
propios camaradas. Viviendo en la clandestinidad, y a punto de los rebeldes tomar la ciudad, se
refugia en una sede diplomática mexicana, temiendo que por sus públicas simpatías republicanas
los nacionalistas lo apresaran. En medio del caos reinante, se hace pasar por otra persona y alcanza
la frontera con Francia. Allí, los guardias españoles despojaban de todo su dinero a quienes huían,
razón por la cual eran internados en campos de concentración franceses una vez cruzada la frontera.
Un guardia que lo reconoce decide ayudarlo y lo deja pasar sin confiscarle su dinero, por lo que
esquiva la detención fronteriza y logra llegar a París. Pero ahí no terminan sus cuitas: una vez en
la capital gala, las autoridades le dan 48 horas para que abandone Francia. Con el pasaporte español
que portaba tenía solamente dos opciones: regresar a España o viajar a la Unión Soviética. La
representante diplomática de Cuba en París le permitió esquivar uno y otro destino al expedirle de
Eduardo Zamacois. urgencia un pasaporte cubano, con el que pudo regresar a su país de origen, salvado a última hora
como a horcajadas de una palma.
Luego de exitosas estancias en Cuba, México y los Estados Unidos, Zamacois se asienta
permanente en la Argentina. En los años cincuenta, cuando Franco permitió el retorno de los
exiliados republicanos, no se acogió a la amnistía implícita. Ni siquiera quiso viajar a la Península
cuando se le ofreció rendirle un homenaje. Visitó Madrid brevemente (a manera de despedida o
vuelta de noria sentimental) poco antes de su muerte, pero sin aceptar su repatriación permanente:
ya la Argentina convertida en su destino final. Allí su pluma casi que permanece muda hasta su
último libro, esta vez de memorias: Un hombre que se va… (1964). De larga existencia (vivió casi
un siglo) en el exilio no parece haber mantenido una militancia política activa; sus novelas, otrora
famosas, hasta el presente no han sido reditadas seriamente.
Repito que solamente se puede conjeturar acerca de las razones del injustificado olvido en
que han caído Eduardo Zamacois y su extensa obra, incluso desde mucho antes de este morir. La
hipótesis que adelanto podría identificar semejante escamoteo histórico e indiferencia crítica en su
militancia republicana no comunista y, paralelamente, su rechazo a un retorno a España tras el
‘perdón’ franquista aceptado por muchos otros intelectuales del exilio. De ser cierta dicha
suposición, bien que podría ilustrarse su vida y obra como la del más famoso de los crucificados
de la historia: muerto en soledad entre dos bandoleros, uno a la izquierda y otro a la derecha.
Francia también sería punto de llegada de varios escritores cubanos decimonónicos,
quienes crearían sus obras en el idioma del país que los acogiera. Igualmente en este caso voy a
reducir mis comentarios a solo dos: María de las Mercedes Santa Cruz y Cárdenas de Jaruco, más
conocida como la Condesa de Merlín o Le Belle Créole (1788-1852) y José María de Heredia
(1842-1905).
La Bella Criolla vivió su infancia en Cuba, fundamentalmente
al cuidado de su abuela paterna y luego de las monjas del
Convento de Santa Clara de La Habana, una de las cuales influyó
tanto en su formación que terminaría escribiendo su biografía
(Histoire de la Soeur Inès, de 1832). A los 12 años la llevan a
España, donde su madre era Dama de Honor de la Reina y tuvo
su primer contacto con la alta sociedad aristocrática y cultural
europea de la época. En las tertulias de la reina conoció a
personajes tales como Leandro Fernández de Moratín y Francisco
Goya, entre otros ilustres artistas e intelectuales españoles
del momento.
Por razones políticas la familia se traslada a Francia, que
es donde la joven criolla desarrollaría su obra literaria. En la
ciudad luz continúa su vida aristocrática que nunca le abandonaría,
rodeada de eminentes personajes de la cultura europea que
la admiraban por su belleza, su voz (cantaba muy bien, según
testimonios de quienes la oyeron), su atrayente personalidad y el
exotismo de sus raíces. Precisamente, en una tertulia de la alta
sociedad conoce a Antoine Cristobal de Merlin, un general napoleónico nombrado Conde por
méritos militares, quien la desposa en 1811. A su condición de hija de un conde español añadiría
entonces la de esposa de un conde francés, quien le aportaría el nombre con el cual sería conocida
como escritora.
La Condesa de Merlín. - Eduardo Lolo
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La Condesa de Merlín se reconoce como una de las figuras cimeras de la llamada “literatura
de viajes” y las memorias, modalidades muy en boga en el siglo XIX. Su primer libro se ubica en
el segundo de los subgéneros narrativos mencionados: Mes douze premières années (1831), escrito
con un estilo romántico a lo Chateaubriand. Luego le llegaría la fama con los cuatro volúmenes de
Souvenirs et mémoires de madame la comtesse de Merlin, publiées par elle mêmem (1836) y otros
libros afines. En 1841 publica una obra que sería sumamente controvertida: Les esclaves dans les
colonies espagnoles, accompagné d’autres textes sur l’exclavage à Cuba, cuya traducción al
español vendría precedida por una nada sorpresiva introducción de Gertrudis Gómez de Avellaneda.
El texto, dada su militancia abolicionista, fue criticado tanto en Francia como en España.
Pero su obra más famosa sería la de un viaje que pudiera catalogarse a sí misma: La Havane (1844),
traducida al español con el título de Viaje a La Habana. Consta de una treintena de cartas (mucho
menos en la traducción española) donde, además de presentar su visión de la capital cubana,
continúa su mensaje antiesclavista.
La habanera y la camagüeyana pueden considerarse pilares fundamentales de la literatura
femenina decimonónica, donde a la calidad literaria y a la belleza femenil unieron el carácter
siempre contemporáneamente polémico de las causas justas. Las dos fueron igualmente criticadas
por sus vidas amorosas poco convencionales: Gertrudis en su juventud; Mercedes en su madurez,
ya viuda. También es de destacar la vigencia de la cubanía en ambas; sin estridencias, pero con
amor; su presencia como antídoto de la nostalgia, pues las dos criollas trasplantadas de suelo nunca
dejaron de tener sus raíces en el terruño de donde partieron a la universalidad. La diferencia del
vehículo lingüístico no fue un obstáculo para todo lo que tuvieron en común. Tula llevó en su
cabellera el penacho de la palma, donde anidaron, agradecidas y sorprendidas a la vez, las
golondrinas madrileñas. La Bella Criolla, por otra parte, hizo mecerse con el viento parisino una
esbelta palma real mucho antes que la Torre Eiffel hiciera lo propio. Palma que abonaría en suelo
galo, incluso con más fama y reconocimiento, otro cubano enraizado: José María de Heredia.
El bardo santiaguero salió de Cuba a la edad de ocho
años y no regresó a la Isla sino casi un decenio después. Su
estancia habanera sería muy corta, retornando casi de inmediato
a Francia, donde recibiría una esmerada educación clá-
sica.
En esas décadas finales del siglo XIX que le tocó vivir al
criollo trasplantado, se hizo evidente que el Romanticismo y el
Naturalismo habían perdido en Francia toda vigencia como
movimientos literarios. Los admirados maestros comenzaron a
ser vistos como figuras obsoletas y las nuevas generaciones de
artistas galos (entre ellos Heredia) pronto comenzarían la
búsqueda de nuevas formas acordes con el nuevo espíritu de fin
du siècle que los asfixiaba.
Así las cosas, Théophile Gautier ideó una nueva
concepción poética que luego desarrollarían otros bardos más
jóvenes, entre los que se encontraba De Heredia. En 1866
apareció el primer número de la publicación periódica Parnasse
Contemporain, que se convertiría en la punta de lanza del
movimiento y de donde tomarían el nombre sus integrantes. A
partir de entonces los “parnassiens” (como se les bautizó) se
dieron a la tarea de cultivar una poesía contraria a la romántica,
José María de Heredia. proclamando un regreso estético a la Grecia antigua (de ahí la referencia al Parnaso), practicando una
especie de escapismo ideológico mediante el llamado l'art pour l'art y utilizando elementos pictóricos
como fórmulas poéticas más allá del lenguaje ekfrástico, entre otras características. A ellos se les debe
la ‘recuperación’ del soneto, subestimado por el Romanticismo.
La importancia de Heredia en el desarrollo del parnasianismo y, por ende, de la literatura
francesa del período fue tal que en 1893 se le otorgó la nacionalidad francesa como paso previo a
su elección, un año después, como Miembro Numerario de la Académie Française; el primer
escritor de origen cubano (y posiblemente el único) en recibir semejante reconocimiento.
Su obra, empero, no fue cuantiosa. De Heredia escribió muy poco y publicó todavía menos.
No obstante, sus sonetos circulaban profusamente en copias manuscritas, lo cual cimentó su
reputación de bardo de aires nuevos incluso antes de estos aparecer en un tomo (con poemas de
otras formas) titulado Les Trophées (1893). Además de ese libro, al ser investido miembro de la
Académie solamente tenía en su haber unas pocas traducciones y algún que otro trabajo menor.
No se conoce de otro escritor que haya sido admitido en la Academia Francesa con una obra tan
pobre cuantitativamente. Su importancia residía, exclusivamente, en la excelsa calidad de su
factura y su influencia en sus contemporáneos. No en balde otro destacado poeta del momento,
François Coppée, calificó el exiguo corpus de Heredia como “légende des siècles en sonnets.”
El soneto más famoso de Les Trophées tiene como tema la hispanización del Nuevo
Mundo: “Les Conquérante”. Se trata de una visión que, aunque no ‘políticamente correcta’ de
acuerdo a nuestra óptica actual, dice mucho de su admiración y hasta satisfacción por la herencia
cultural recibida de quienes llevaron el idioma español a la tierra donde nació. Porque es el caso
que aunque, hasta donde tengo conocimiento, De Heredia escribió solamente en francés, siempre
mantuvo un sólido nexo con sus raíces. Prueba de ello es la cálida referencia a la isla
hispanoamericana donde naciera en su discurso de entrada a la Académie: la palma real ocupando
el sillón #4 de la vetusta institución.
La preferencia lingüística señalada no fue, en momento alguno, motivo de claustro. Como
en una especie de noria literaria, la obra de Heredia influyó notablemente en la poesía hispanoamericana.
Sirve de muestra la fascinación que sus versos ejercieron sobre insignes poetas tales como
Amado Nervo y Rubén Darío. Para ellos el penacho de la palma real, aunque expresándose en
francés, mantenía todo el esplendor de su trópico de nacimiento.
Las luchas de los cubanos por la independencia de la Isla, extendidas ‒salvo durante un
breve período‒ por tres décadas (1868-1898), trajeron como resultado un notable éxodo de criollos
independentistas, ya sea por efecto del destierro punitivo o la huida al exilio. Decenas de escritores
cubanos fueron forzados a abandonar la Isla o decidieron continuar sus vidas “sin Patria pero sin
amo”. Aquí también voy a comentar la obra de solamente dos creadores, tan conocidos que casi
basta únicamente con mencionarlos: José Martí (1853-1895) y Cirilo Villaverde (1812-1894).
El primero, desterrado desde su adolescencia, se convertiría fuera de La Habana que lo
viera nacer en el más importante escritor cubano de todos los tiempos y uno de los más destacados en idioma español. Creó casi toda su extensa obra en el exilio
–fundamentalmente en Nueva York– y se le considera el punto
inicial del Modernismo hispano que luego desarrollaría Rubén
Darío. Al llamado de las “novias que esperan” Martí regresó a
la Isla, donde murió en combate luchando por la independencia
de Cuba. Es de destacar, sin embargo, que en ningún momento
rechazó la tierra de sus padres o su cultura, pues siempre
enfatizó que el enemigo no era España, sino el colonialismo.
De ahí que fuera admirado como escritor en toda la Hispanidad.
Cultivó la poesía, la novela, el ensayo, el teatro y el
periodismo literario. Entre sus obras fundamentales se encuentran:
El presidio político en Cuba (1871), Ismaelillo (1882),
Amistad funesta (1885), Versos sencillos (1891) y decenas de
crónicas periodísticas de marcada calidad literaria. Cultivó
también la literatura infantil, sentando las bases postrománticas
de dicha categoría con La Edad de Oro (1889), una
colección multigenérica considerada una de las piezas clásicas
de la literatura para niños en español de todos los tiempos.
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