El 5 de febrero de 1882 nació Alberto Yarini, y aunque parece salido de las entrañas de San Isidro, no nació en este barrio. Para esa fecha la familia se asentaba en una casa señorial de la calle Galiano entre Ánimas y Lagunas, señalada entonces con el No. 22. Lo bautizaron con el nombre de Alberto Manuel Francisco en la iglesia parroquial de Nuestra Señora de Monserrate. Su padre fue don Cirilo José Aniceto, cirujano dentista, miembro fundador de la Sociedad de Odontología de La Habana, y además catedrático titular de la Escuela de Cirugía Dental de la Universidad habanera hasta su muerte, en 1915; y su madre, Juana Emilia Ponce de León Ponce de León, fue nieta de don José Ponce de León Fantoni, el primero de su rama en llegar a Cuba con ilustre linaje y además una excelente pianista que, sin dedicarse a esta carrera, recibió los aplausos de su auditorio. Su tío José Leopoldo fue un prestigioso médico cirujano, por quien todavía una sala del hospital Calixto García lleva su nombre. Nada que ver la cuna del pequeño Alberto con el futuro escogido por él.
Así, cursó la primaria en una escuela privada de La Habana, luego marchó a Estados Unidos y regresó en 1898, terminada la Guerra de Independencia, pero sin profesión u oficio alguno a pesar de la insistencia del padre. Yarini, hijo tercero del matrimonio, fue extremadamente mimado por la madre, complacido en todo y perdonado en cada travesura. Desde muy joven fue un apasionado con las mujeres, atractivo, bien vestido, elegante y derrochador del dinero, era lo que se dice un dandy, y sobre todo, era guapo, no rechazaba una pelea. Fue conquistador mientras ganaba otros calificativos que le gustaban más y convenía mejor a sus actividades: rufián, guayabito, gigoló, proxeneta, souteneur, chulo, El Gallo o El Rey de San Isidro.
Desde 1909, y después de la segunda intervención norteamericana en Cuba, ocupaba la presidencia José Miguel Gómez, segundo presidente electo de la recién instaurada república. Dos partidos se disputaban la jefatura del Estado, los liberales y los conservadores, para cuya riña hacía falta un líder de la oposición en San Isidro, alguien joven y elegante, carismático, adinerado, popular, que ayudara al mismo tiempo a cualquier necesitado y fuera respetado por su hombría. Nadie mejor que Alberto Yarini para ser presidente del Comité del Partido Conservador en el barrio de San Isidro, dominado a la sazón por proxenetas cubanos y franceses.
Tuvo amigos de todas las procedencias y ocupaciones, y aunque hacía su vida en los perímetros del barrio San Isidro, de vez en cuando se le veía en el café Vista Alegre situado en Belascoaín y San Lázaro, establecimiento frecuentado por trovadores e intérpretes musicales durante las primeras décadas del siglo XX. Allí lo conoció Sindo Garay que por amistad, simpatía o quién sabe por qué razón, compuso el bolero que lleva el nombre del célebre personaje:
“Nada temas, la vida te sonríe, / sigue en pos de orgías y placeres, / que pues las pobres mesalinas cada vez, / raudal de oro vierten a tus pies. // En medio de esa vida de placeres / cual si fueran traídos para ti, / más sinceros que besos de mujeres / son los consejos que te di”. Igualmente asistía Yarini a la ópera y al teatro, entonces acompañado por personajes de otra categoría social.
Yarini residía en Paula No. 96 –actual 308–, conviviendo con varias mujeres maritalmente. Allí amanecía y como gran cacique ocupaba siempre su lugar en la mesa para desayunar lo acostumbrado: café con leche, pan, mantequilla, galletas, jugos y el imprescindible café solo. También almorzaba con sus concubinas y luego tomaba la siesta. En su casona se le podía encontrar en la tarde, y es allí, a donde le llevan un misterioso recado que devino celada.
El jefe de los souteneurs extranjeros Luis Letot, había traído de Francia a la más linda mujer vista en San Isidro, la Petite Berthe, quien durante uno de los viajes de su chulo a Europa en busca de más mujeres, se fue con el cubano Yarini. A partir de este hecho se agudizaron las rivalidades entre galos y criollos, las que culminaron con el asesinato de Yarini en la calle San Isidro No. 60 –hoy sería el No. 174–, altercado en el que murió también Luis Letot.
La pequeña y hermosa Berta, de 21 años, vivía con él y las otras en Paula, pero se prostituía de noche en una de las accesorias de San Isidro No. 60 entre Compostela y Habana.
Los chulos extranjeros se habían escondido en San Isidro 59 y 61 –luego 171 y 173–, desde donde dispararon al proxeneta cubano hacia la accesoria de Petite Berthe. Cada noche Yarini, acompañado de su fiel amigo José Basterrechea (Pepito), salía a recorrer las casas, donde “sus mujeres” ejercían el oficio más antiguo del mundo, y por las cuales los dueños le cobraban a Yarini el doble de lo normal. Siempre andaban armados. Se dice que fue Pepito quien disparó a Letot, salvando su vida, pero no la de Yarini, herido mortalmente a pesar de haber llegado vivo al Hospital de Emergencias. Moría así, el 22 de noviembre de 1910, con 28 años, el chulo más famoso de todos los tiempos en Cuba, levantando un escándalo que fue reflejado por la prensa con gran furor y sensacionalismo.
Pero, ¿quién fue en realidad aquel hombre al que miles de personas acompañaron en su funeral?, ¿por qué el ilustre sociólogo y pensador Enrique José Varona, figura dirigente del Partido Conservador, encabezó con su firma su esquela mortuoria, y Miguel Coyula, patriota y notable periodista, también de esa organización política, tuvo a su cargo la despedida de duelo? Quizás más por político que por proxeneta, lo cierto es que el duelo fue general en La Habana. Aquel entierro se recuerda como lo nunca visto, en el que no faltó la trifulca entre chulos franceses y cubanos, como tampoco el ñáñigo y el académico; el policía y el delincuente; el usurero y el honrado artesano, el político y el rufián; el científico y el obrero; el negro y el blanco, como diría el poeta, “todo mezclado”.
Había muerto el hombre, pero al mismo tiempo nacía una leyenda. Más de cien años después, “cuando se dice San Isidro, hay que decir Yarini”. Inspiró en vida a Sindo Garay, pero también a dramaturgos de diferentes épocas, quienes llevaron su fábula al teatro, baste recordar Réquiem por Yarini. En el presente, ha sido desvelo de historiadores y sociólogos, y hasta motivación para Los dioses rotos, un filme que evoca el mito del proxeneta y la Cuba de cualquier tiempo.
Actualmente, no se conserva ninguno de los inmuebles que directamente tuvieron que ver con la vida y muerte de Yarini, ambas son parcelas vacías con vestigios de las antiguas construcciones que albergan nuevos e inadecuados usos.
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