EL BARCO OLEO SOBRE
LIENZO 24X36 ACUNA DE MARMOLEJO
En lustrosa encuadernación bajo el
sello editorial de René Mario, ha salido a la luz en febrero del
corriente año 2012 el florilegio narrativo muy originalmente
titulado "Fantavivencias de mi valle", de doña Leonora Acuña de
Marmolejo, la autora colombiana radicada desde hace muchos
años en su amado Levittown (Long Island) y cuya
residencia está adornada por un cuidado césped en torno al
cual brotan coloridas flores entre feraces arbustos. El
libro blasona en su pórtico de una bucólica pintura de la paleta
propia de la autora -que es una consumada paisajista-, en la cual
evoca una vista rural de lujuriante vegetación (muy probablemente, una
imagen de sus lares en el valle del Cauca, aunque su título sea el
impreciso de "Paisaje Rural en Suramérica"). El rótulo
del libro es bien alegórico de su contenido: una rica y enriquecedora
-para el espíritu- mezcla de remembranzas fantaseadas y de fantasías trasuntadas
a un marco realista -caracter este ultimo agudamente subrayado en el
prólogo por el Director de la Academia Norteamericana
de la Lengua Española ,
el Dr. Gerardo Piña-Rosales, quien ha hecho una justiciera presentacion de
la obra y de su autora.
El libro puede comenzar a leerse por
cualquiera de sus perlas, por ejemplo La Percanta. Su
personalísimo estilo, que se desenvuelve en este relato sin
oscuridades ni ignotos, tiene el intenso aroma del realismo
mágico, pero en el sentido esplendente y plástico de Alejo Carpentier -no en el
serpenteante y casi siempre angustioso de Julio Cortázar-. Las imágenes se
plasman como a golpe de pincel -es determinante en ello la cualidad de
pintora de la escritora-, en los escenarios lujuriantes del valle del Cauca y
en torno a las pasiones lujuriosas de la figura de Rosa, enmarcando en
sucesivos episodios las acciones de las lenguas viperinas de la pequeña
villa de Riofrío, arquetipo de todas las comunidades cuyos vecinos se conocen
unos a otros, del primero al último, y se espían y juzgan mutuamente. Es un
relato cuyos caracteres se perciben como de la realidad mas inmediata, aunque
la narración sea producto de la ficción. El exquisito empleo de vocablos de
gran garra estética y raigambre hispánica, tales como aljófar, ménade,
rosicler, trafalmejo y carimbo, hace que el valor narrativo se eleve y
agrega matices al significado de cada personaje y de cada escena.
El lector disfrutará sobremanera con
el reposado repaso de este dije de estampas, que muestran tambien la vertiente
enloquecida de algunos seres que pasan por humanos, como es el caso de
Efrén-Pájaro Verde. La deleitosa lectura de este volumen incluye ráfagas de
remembranzas de la niñez, con imágenes tan entrañables como las del
deslizamiento de barquitos de papel sobre las aguas de un
cercano río -revivido por la escritora como "rumoroso"-, el
desplazamiento calle abajo sobre las "bateas" (como se conocen en los
países americanos las artesas para lavar, que usaron las mujeres de todos los
pueblos y ciudades que en ese continente han sido hasta que se inventaron
y se generalizó a gran parte de los hogares el empleo de las
lavadoras eléctricas), los paseos en familia por las calles de los pueblos y
por los caminos vecinales, el empinamiento de las cometas de papel ("papalotes",
en Cuba, Honduras y México), y el universal juego de "la gallinita
ciega" (al que el mismo Francisco de Goya y Lucientes dedicó un cuadro), y
tantos otros recuerdos vivientes en el imaginario individual y colectivo -es
decir, todas las imágenes y los sonidos de nuestro entorno que interiorizamos
como definidores de nuestras realidad vital-.
Con este engarzado narrativo, la
autora, amén de su sólida trayectoria en materia de creaciones
poéticas, revalida y confirma su dominio del cuento corto costumbrista,
aderezado con visiones valleinclanescas, a veces; buñuelescas, otras, en cada
una de las historias de pueblo -encerradas en sí mismas y altamente
dramáticas- que jalonan el acontecer de la sociedad retratada por la
autora en una época levemente intemporal -aunque sugerente
de los años treinta, cuarenta y cincuenta del siglo XX , que el lector se
siente tentado a identificar como la de cualquier pequeña y cerrada
comunidad situada geográficamente en la cuenca de los ríos Magdalena y
Cauca-. Para pergeñar esta clase de Literatura, se debe poseer un pujante
vigor narrativo, un conocimiento de primera mano de los hechos a partir de los
cuales la pluma de la escritora levanta el vuelo y crea, y un arsenal léxico
que le brinde capacidad descriptiva y nominativa al caudal de la narración.
Estos elementos los tiene en plétora Doña Leonora Acuña de Marmolejo,
y con esa seguridad animamos al lector a que se haga de un ejemplar de esta
obra, que proveerá inagotable provecho intelectual y sensorial.
-Reseña preparada
por Roberto Soto Santana, de la Academia de la Historia de Cuba
(Exilio).
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