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domingo, 15 de diciembre de 2013

Una batalla cubana contra la injerencia

Herminio Portell Vilá. 1933.

Una vasta tradición historiográfica cubana y foránea ha documentado la compleja y asimétrica relación entre Cuba y los Estados Unidos durante la República. Intervenciones, ocupaciones y mediaciones signan el devenir de aquel rico período de nuestra historia. Por ello, apenas se recuerdan los momentos en que los gobiernos cubanos tuvieron una saludable autonomía en su política exterior desafiando a la potencia imperial.

Uno de aquellos episodios ocurrió en la VIII Conferencia Internacional Americana celebrada en la capital de Uruguay, Montevideo, del 3 al 26 de diciembre de 1933. En esa histórica reunión, la delegación cubana desarrolló una de las páginas más brillantes de nuestra historia diplomática. Aquella cita, se desarrollaba en uno de los momentos más convulsos de la historia de la Isla, ya que hacía solo unos meses había caído la dictadura de Gerardo Machado y un gobierno nacionalista se enfrentaba a un fuego cruzado de fuerzas internas y externas que pugnaban por derribarlo.

No obstante, en una osada decisión (debido al casi nulo reconocimiento internacional del gobierno) el presidente Ramón Grau San Martín designó una delegación de tres miembros compuesta por Ángel A. Giraudy, al frente de la comitiva y Secretario del Trabajo, Herminio Portell Vilá, historiador y especialista en relaciones internacionales, además de un profundo conocedor de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos y el abogado Alfredo Nogueira.

Debido al silenciamiento de casi toda la prensa cubana hacia el evento, por estar opuesta al Gobierno de los Cien Días, sería Portell Vilá –uno de los grandes protagonistas de la cita– quien daría a conocer la intensa labor desplegada por la delegación en Montevideo, a través de una serie de artículos aparecidos en la revista Bohemia unos meses después. De esa manera, este gran intelectual sopesaba el importante peso del magno evento continental para un acontecimiento de singular importancia en la historia de Cuba: la abrogación de la Enmienda Platt, el ominoso apéndice que lastraba la soberanía nacional.

La Conferencia de Montevideo fue campo de batalla de las naciones latinoamericanas por ponerle un valladar a la indiscutida hegemonía de Washington. La “lucha” sería particularmente intensa por refrendar el derecho de No Intervención de un estado soberano sobre otro, donde brillaría el historiador Herminio Portell Vilá como defensor de ese legítimo derecho.

Según explica este intelectual, uno de los momentos más interesantes de su estancia en Uruguay ocurrió el 18 de diciembre al entrevistarse con el jefe de la delegación norteamericana y Secretario de Estado Corder Hull para abordar el estado de las relaciones entre ambos países. El diálogo se desarrolló en un ambiente cordial y sincero. En la conversación el cubano le expresó a Hull la necesidad de que Estados Unidos cesara la intromisión humillante en los asuntos internos de Cuba y derogara de una vez y por todas la Enmienda Platt. El funcionario estadounidense se compromete a ello y le explica que la misión de Sumner Welles ya casi finaliza y el nuevo embajador designado Jefferson Caffery hará un survey para sondear la situación en la Isla, a lo que Portell Vilá responde: “El bosquejo que usted traza, señor Secretario, es en extremo placentero; pero si Mr. Caffery va a hacer un survey ello supone intervención y condicionamientos para el reconocimiento. Ahí es donde está la debilidad de la actitud americana, investigar para reconocer después y no reconocer para después tratar. Yo tengo que decirle, en mi opinión, el Gobierno del Dr. Grau San Martín no será reconocido, que un día será derribado y ese día los Estados Unidos impondrán a Cuba un gobierno de reacción que será como de los años precedentes, y a la próxima Conferencia Panamericana vendrán cubanos de más competencia (…) quienes estarán atados por instrucciones que le impedirán resolver cuestiones de fondo, como siempre ha sido. La oportunidad que yo tengo (…) para precisar a nombre de Cuba una actitud contraria a la legitimidad de la Enmienda Platt y del Tratado Permanente, yo no la hipoteco por promesa alguna.” (1)

Al día siguiente, ante una plenaria abarrotada de delegados e invitados, Portell Vilá pronuncia un vehemente discurso a favor de la no intervención, de la proscripción de las coacciones diplomáticas y las adquisiciones territoriales. “Era la primera vez que la clara voz de Cuba, de una nueva Cuba que no quería someterse, era oída planteando el caso de la pequeña república antillana frente a las fuerzas imperialistas de los Estados Unidos que le impusieron un régimen de relaciones injusto, utilizando al efecto, la coacción militar y las peores artes diplomáticas en ese quinquenio terrible de 1898-1903” (2), rememora el autor de Narciso López y su época. Añade que “los cubanos habíamos sido líderes por primera vez en la historia de Cuba”.

No obstante, la sagacidad del diplomático cubano se puso a prueba al darse cuenta que se gestaba una triquiñuela jurídica que podía dar al traste con esa importante conquista continental. Para codificar el convenio de “Deberes y Derechos de los Estados” se crea una comisión de jurisconsultos compuesta por varios países y con amplios poderes para cambiar o modificar los acuerdos de la Conferencia, y por si esto no bastara, se establece además una comisión de expertos internacionales compuesta por representantes de Estados Unidos, Haití y Brasil que revisarían los principios del Derecho Internacional y establecerían varios requisitos para codificar los más recientes acuerdos. Esta comisión se subordinaba directamente a los gobiernos de sus respectivos países, por lo cual era de esperar que cualquier cambio de gobierno en el futuro ponía en peligro lo refrendado en Montevideo. Decidido a que no pudiera cambiarse el espíritu de lo acordado allí, el diplomático de la mayor de las Antillas recaba el apoyo de varios países latinoamericanos para impugnar dichas comisiones. En la reunión donde se debaten dichos proyectos, el delegado de la Isla, al pedir la palabra, propone la suspensión del cónclave por 48 horas para revisar serena y concienzudamente lo que se está acordando. Esta petición genera una tensión inesperada y hubo que suspender la reunión. Conscientes del riesgo que se corría al boicotearse la Conferencia y extender indefinidamente las sesiones, los países latinoamericanos más cercanos a Washington cambian de estrategia y prometen a la delegación cubana transformar los propósitos de esas comisiones, lo cual fue definitivamente aceptado.

Es muy importante subrayar que hubiera sido mucho más difícil alcanzar este éxito si la política exterior norteamericana hacia América Latina no hubiera estado basada en la estrategia del “Buen Vecino” desde que Franklin D. Roosevelt asume la presidencia en marzo de 1933. Apoyándose en esa nueva proyección de su gobierno es que el Secretario de Estado norteamericano le promete al delegado cubano la eliminación de la Enmienda y un nuevo tratado de relaciones entre ambos países.

Además de la aprobación del derecho de No Intervención, los cubanos –en distintas sesiones–, por medio de Ángel Giraudy y Alfredo Nogueira, se pronunciaron por la defensa de los derechos de las mujeres en la vida pública, propusieron que se estipulara un amparo jurídico a los emigrados políticos para cuando decidieran regresar a sus países de origen y tuvieron la feliz iniciativa de proponer un Instituto Panamericano de Medicina Tropical con sede en La Habana y que llevaría por nombre el del destacado científico cubano Carlos J. Finlay.

Dos de los más importantes libros dedicados a estudiar la génesis e historia de este apéndice a nuestra Constitución, Proceso Histórico de la Enmienda Platt (1941), del periodista y diplomático Manuel Márquez Sterling, e Historia de la Enmienda Platt: una interpretación de la realidad cubana (última edición 1973), del historiador Emilio Roig de Leuchsenring, guardan visiones muy diferentes sobre la impronta de esta Conferencia. Márquez Sterling fue el encargado de firmar en Washington junto a Corder Hull y Sumner Welles la eliminación de la Enmienda y el nuevo Tratado entre ambos países cuando ya había sido derrocado el gobierno de Ramón Grau San Martín y estaba en el poder el coronel Carlos Mendieta, con Fulgencio Batista y el embajador yanki a la sombra. Anteriormente, este periodista había considerado innecesario o inconveniente enviar una delegación a Montevideo, por lo cual en su libro omite olímpicamente la presencia de Cuba en la cita continental. Se limita a abordar la intención manifiesta de Estados Unidos de fundar una nueva era de relaciones con América Latina donde cesarían las intromisiones de la Casa Blanca. El estudio de Roig de Leuchsenring, más acucioso, no soslayaría la labor cubana y lo ratifica como uno de los eventos antesala a la inminente caída de la Enmienda.

La Conferencia de Montevideo constituyó uno de los eventos del período prerevolucionario que marcaron la perenne aspiración de establecer una relación de justa igualdad con tan poderoso vecino. La satisfacción de lo acordado en Uruguay fue en extremo efímera porque la intromisión yanki en nuestros asuntos internos persistió luego con el embajador Jefferson Caffery (3). Por otra parte, al anunciarse el 29 de mayo de 1934 la derogación de la Enmienda Platt, la opinión pública la asumió con suma cautela y muchas reservas. Se entendía como legítimo y necesario, pero todavía largo era el camino a desbrozar para lograr un sólido Estado de Derecho que, libre de caudillismo, dictadura y galopante corrupción, conjurara cualquier intromisión extranjera. En un editorial la revista Carteles analizaba la verdadera raíz de la perduración del plattismo por más de tres décadas:

“En una palabra, si en lo moral la abolición de la Enmienda Platt nos sustrae a toda suspicacia que nos inferiorice, en lo material no podemos contar con otra eficacia que la de nuestros propios actos, ajustándonos en todo al lema perfecto que sugirió Márquez Sterling: “A la injerencia extraña, la virtud doméstica. Y la injerencia extraña, entre nosotros, no ha sido nunca un resultado de la Enmienda Platt, sino de nuestras concupiscencias, de nuestros errores y de nuestras prácticas políticas cada vez más funestas. (…) Solo se puede esperar el disfrute del gobierno propio cuando los que ejercen son hombres capaces; porque la ineptitud erigida en sistema de gobierno –como ha estado siempre en Cuba– es el más indirecto, fácil e irresponsable de los vehículos de penetración con que cuenta el imperialismo en nuestros pueblos y con que cuenta, también en ellos, la injerencia extranjera. (…) El enemigo mayor ha sido, es y seguirá siéndolo –si no se rectifica los rumbos– la politiquería criolla, la estulticia local, la ambición y la ignorancia de nuestros hombres públicos, que a través de todas las etapas, y a través de todos los gobiernos, solo han hecho del poder oficial un medio de gobierno” (4).

Los males de los gobiernos republicanos fueron un boquete por donde se introducía la injerencia de Washington. Y ello ha conllevado a la mentalidad plattista de buscar las causas de nuestros problemas mirando hacia los Estados Unidos. Lamentablemente, a mi juicio, ha sido muy difícil para los diferentes gobiernos cubanos superar ese pensamiento, por los inseparables lazos que unen a ambos países. Para erradicarlo, el imaginario social insular necesita alcanzar una mayor dosis de madurez y cultura cívica que establezca de por sí y para sí la más plena de las soberanías y una real prosperidad económica. De cara al presente, el pensamiento de Herminio Portell Vilá, un profundo conocedor de la historia de ambos pueblos recobra especial vigencia: “Cuba y los Estados Unidos no pueden ignorarse; tampoco pueden prescindir de su pasado; pero sí pueden mirar el porvenir con la esperanza de mejores relaciones, una vez liquidado todo el bagaje de ambiciones frustradas y agravios recibidos e inferidos. Dos naciones tan inmediatas y tan lejanas como la naturaleza y simultáneamente colocadas en su respectiva evolución histórica, pueden y deben ser amigas y hasta aliadas, sin olvidar que amistad y alianza ponen deberes y derechos recíprocos, que llegan hasta el sacrificio” (5).
Notas
(1) Herminio Portell Vilá, Cuba y la Conferencia de Montevideo, Imprenta Heraldo Cristiano, 1934 p. 28.
(2) Ibidem p. 33.
(3) Veáse Herminio Portell Vilá, “La Intervención persiste”, Bohemia, 1ro. de julio 1934, p. 25.
(4) “La derogación de la Enmienda Platt”, Carteles, 17 de junio de 1934, p. 21.
(5) Herminio Portell Vilá, “Anexionismo” en “Los grandes movimientos políticos cubanos en la Colonia”. Cuadernos de la Historia Habanera. No. 23, 1943, p. 57

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